sábado 25
Octubre 2014
Santos Crispin y Crispiniano
Santos Crispín y Crispiniano, mártires
Estos dos mártires fueron
muy famosos en el norte de Europa durante la Edad Media. Shakespeare exalta el
día de estos santos en el famoso monólogo en el que Enrique V llama al combate
la víspera de la batalla de Agincourt. Desgraciadamente el relato del martirio, que es muy
posterior a los hechos, no merece crédito alguno. Según dicho relato, Crispín y
Crispiniano fueron de Roma a la Galia
a predicar el Evangelio a mediados del siglo III, junto consan Quintín y otros misioneros.
Se establecieron en Soissons, donde instruyeron a
muchos en la fe de Cristo. Predicaban durante el día, pero en la noche, de
acuerdo con el ejemplo de san Pablo, se ganaban la vida remendando zapatos, a
pesar de que eran de noble cuna. Los dos hermanos vivieron así varios años y más
tarde, cuando cl emperador Maximiano fue a
la Galia, fueron acusados ante él. Maximiano, probablemente más por complacer a
los acusadores que por satisfacer su propia crueldad y susperstición, mandó que Crispín y Crispiniano compareciesen ante Ricciovaro, que era un enemigo
irreconciliable del cristianismo (si es que existió en realidad). Ricciovaro los sometió a diversas
torturas y trató en vano de ahogarlos y cocerlos vivos. Ese fracaso le
encolerizó tanto, que se arrojó en la hoguera preparada para los mártires, a
fin de quitarse la vida. Entonces, Maximiano mandó decapitar a los dos
hermanos. Se cuenta que Crispín y Crispiniano sólo aceptaban por su trabajo lo que sus clientes les
ofrecían buenamente, cosa que predispuso a los paganos en favor del
cristianismo. Más tarde se construyó una iglesia sobre el sepulcro de los
mártires, y san Eligio el Orfebre se encargó de embellecerla.
En realidad, no sabemos
nada acerca de estos mártires y es muy posible que hayan muerto en Roma y que
sus reliquias hayan sido posteriormente transladadas a Soissons, donde empezó a
tributárseles culto. Hay una tradición local, de Kent, en Inglaterra, que
relaciona a estos mártires con el pequeño puerto de Faversham. Debía ser muy conocida en
su tiempo, puesto que todavía existe: cuenta que los dos hermanos se refugiaron
en dicho puerto para huir de la persecución y que abrieron una zapatería en el
extremo de la calle Preston, «cerca del Pozo de la Cruz». Un tal Mr. Southouse, que escribió alrededor
del año 1670, dice que, en su época, «muchas personas extranjeras que
practicaban el noble oficio de zapateros solían visitar el lugar», de suerte
que la tradición debía ser conocida fuera de Inglaterra. En la parroquia de
Santa María de la Caridad había un altar dedicado a san Crispín y san Crispiniano.
El ejemplo de estos santos
muestra que se equivocan por completo los cristianos que se consideran
dispensados de aspirar a la perfección a causa de la atención que exige el
cuidado de la familia y del oficio. Si tales cristianos no alcanzan la
perfección, se debe a su negligencia y debilidad. Muchas personas se han
santificado trabajando en una finca o regenteando un comercio. San Pablo
fabricaba tiendas, Crispín y Crispiniano eran zapateros, la Santísima Virgen se ocupaba del cuidado
de su casa, el propio Jesús trabajaba con su padre adoptivo, y aun los monjes
que se apartaban totalmente del mundo para dedicarse a la contemplación de las
cosas divinas, tejían esteras y cestos, labraban la tierra o copiaban y
empastaban libros. Todos los estados de vida ofrecen numerosas ocasiones de
ejercitar las buenas obras y de santificarse.
Este día es el de la fiesta
de San Crispin;
el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares,
se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha,
y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispin.
El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta,
invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispin».
Entonces se subirá las mangas, y al mostrar sus cicatrices, dirá:
«He recibido estas heridas el día de San Crispin.»
Los ancianos olvidan; empero el que lo haya olvidado todo,
se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día.
Y entonces nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los nombres de sus parientes:
el rey Henry, Bedford, Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Glóucester
serán resucitados con copas rebosantes por su saludable y viviente recuerdo.
Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo
la fiesta de San Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo,
el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército,
de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo
será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición,
y los caballeros que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra
se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí,
y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno
de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín.
(Shakespeare, «Enrique V», acto IV, esc. 3)
el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares,
se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha,
y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispin.
El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta,
invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispin».
Entonces se subirá las mangas, y al mostrar sus cicatrices, dirá:
«He recibido estas heridas el día de San Crispin.»
Los ancianos olvidan; empero el que lo haya olvidado todo,
se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día.
Y entonces nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los nombres de sus parientes:
el rey Henry, Bedford, Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Glóucester
serán resucitados con copas rebosantes por su saludable y viviente recuerdo.
Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo
la fiesta de San Crispín y Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo,
el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército,
de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo
será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición,
y los caballeros que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra
se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí,
y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno
de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín.
(Shakespeare, «Enrique V», acto IV, esc. 3)
En Acta Sanctorum, oct.,
vol. XI, puede verse el relato del martirio de estos santos, con un comentario
muy completo. La historicidad del martirio está garantizada por la mención del Hieronymianum en este día: «In Galiis civitate Sessionis Crispini et Crispiniani». Cf. Delehaye, Etude sur le légendier romain, pp. 126-129, 132-135; y
CMH., pp. 337-338, 570-571; Duchesne, Fastes Episcopaux, vol. ut, pp. 141-152.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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El alma que quiere darse
por entero a Dios, no ha de buscar nada
para sí mismo sino que pensar, hablar y actuar
tienen como meta Dios. Y esto no es ninguna beatería,
sino un impulso fuerte e intenso a desvivirse por los
demás.
Los jóvenes de hoy, que murieron en el año 285, quedan lejos de nuestra historia del tercer milenio.
Sin embargo, sus obras y sus nombres han quedado grabados en las páginas de la historia de la Iglesia para siempre.
Se establecieron en Roma y aprendieron el oficio de zapateros. Y desde cualquier trabajo se puede hacer un anuncio u proclamación del Evangelio y de las riquezas que aporta al alma humana.
Este servicio lo concretó en hacer zapatos para los pobres. A estos, por supuesto, no les cobraban absolutamente nada.
A los ricos, que conocían el buen trabajo que hacían y la calidad del calzado, sí que les cobraban.
Lo bonito de estos dos creyentes es que aprovechaban los momentos de venta o de dar gratis para hablar con entusiasmo de Jesucristo.
Y con la mayor naturalidad del mundo.
Debían vivir lo que decían porque la gente los escuchaba con agrado.
Los franceses dicen que vivieron en la región de Soissons. Los ingleses, a su vez, afirman que vivieron en el condado de Kent, al sur de Inglaterra.
Shakespeare los elogia en su obra “Enrique V” y en “Julio César”.
En lo que todos están de acuerdo es en que murieron mártires.
Los jóvenes de hoy, que murieron en el año 285, quedan lejos de nuestra historia del tercer milenio.
Sin embargo, sus obras y sus nombres han quedado grabados en las páginas de la historia de la Iglesia para siempre.
Se establecieron en Roma y aprendieron el oficio de zapateros. Y desde cualquier trabajo se puede hacer un anuncio u proclamación del Evangelio y de las riquezas que aporta al alma humana.
Este servicio lo concretó en hacer zapatos para los pobres. A estos, por supuesto, no les cobraban absolutamente nada.
A los ricos, que conocían el buen trabajo que hacían y la calidad del calzado, sí que les cobraban.
Lo bonito de estos dos creyentes es que aprovechaban los momentos de venta o de dar gratis para hablar con entusiasmo de Jesucristo.
Y con la mayor naturalidad del mundo.
Debían vivir lo que decían porque la gente los escuchaba con agrado.
Los franceses dicen que vivieron en la región de Soissons. Los ingleses, a su vez, afirman que vivieron en el condado de Kent, al sur de Inglaterra.
Shakespeare los elogia en su obra “Enrique V” y en “Julio César”.
En lo que todos están de acuerdo es en que murieron mártires.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires Crispin y Crispiniano, la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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sábado 25
Octubre 2014
San Rubén
Rubén de Jesús López Aguilar
Nació en el año 1908 en
Concepción, Colombia. En 1930, ingresó a la Orden Hospitalaria de San Juan de
Dios y se distinguió por su espíritu de oración, obediencia y amor por los
enfermos, a quienes servía con generosidad. En 1933, durante el conflicto armado
entre Colombia y Perú, trabajó como voluntario, en el Hospital de su Orden en
Pasto que fue convertido en zona militar para asistir a los soldados
heridos.
Luego viajó a España y en
1936 formó parte de la Comunidad de Ciempozuelos junto a otros seis hermanos colombianos. La inseguridad
reinante en el país llevó a sus superiores a decidir el retorno del grupo a
Colombia. Desde España envió una carta a sus hermanos de la Comunidad de Pasto
en la que les comentaba la preocupante situación en ese país, les pedía
oraciones "para que el Señor le concediera la gracia de morir
mártir". Murió en Barcelona el 9 de agosto de 1936, tenía 28 años de
edad. La Iglesia reconoce su muerte y lo venera como mártir. Fue
beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Arturo Ayala
Niño Nació en Paipa, Colombia, en el año 1909.
Desde pequeño recibió una educación cristiana. Ingresa a la Orden Hospitalaria
en 1928. En 1930 viajó a España por encargo de la Orden y formó
parte de las Comunidades de Ciempozuelos y Málaga, donde se distinguió por su dedicación y
responsabilidad en la enfermería, por su caridad con los enfermos y su
piedad.
En 1934 inició sus estudios
para ser sacerdote, que se interrumpieron por la crítica situación que
atravesaba España. Las circunstancias político-militares, obligaron a sus
superiores a decidir su regreso a Colombia. Arturo, junto a seis hermanos
hospitalarios colombianos partieron rumbo a Barcelona el 7 de agosto de 1936.
Dos días después, fue asesinado. Fue beatificado el 14 de mayo de
1991.
Beato Juan Bautista Velasquez Peláez Nació
en Antioquía, Colombia, el 9 de julio de 1909. Fue bautizado con el nombre de
Juan José y desde pequeño recibió una esmerada educación cristiana. Estudió
educación y ejerció su profesión hasta que descubrió su vocación a la vida
religiosa e ingresó a la Orden Hospitalaria el 29 de febrero de 1932, en ese
momento cambió su nombre por Fray Juan Bautista. Juan se caracterizó por su
carácter alegre y jovial, piadoso y por su especial vocación al servicio de los
enfermos.
En abril de 1934 fue
destinado a España y formó parte de las Comunidades de Córdoba, Granada y Ciempozuelos donde se encontraba en
1936 al iniciarse la revuelta político militar de España. Al viajar
de Madrid a Barcelona, con la intención de retornar a su país, fue asesinado el
9 de agosto de 1936 de madrugada, por el solo hecho de ser religioso. Tenía
veintisiete años. Fue beatificado el 14 de mayo de
1991.
Beato Eugenio Ramírez
Salazar Nació en La Ceja, Colombia, el 2 de septiembre de 1913. Fue
bautizado con el nombre de Alfonso Antonio. Al ingresar a la Orden Hospitalaria
el 6 de junio de 1932 cambió su nombre por el de Fray Eugenio. En
abril de 1935, después de emitir sus votos, fue trasladado a España,
"porque en España debe ser fácil santificarse, cuando hay tantos y tan
grandes santos", según afirmó.
De carácter sencillo y
dócil, se entregó a la oración y a la penitencia y siguió generosamente la vida
religiosa de la hospitalidad al servicio de los enfermos. Como sus compañeros,
murió mártir por su fe y vocación el 9 de agosto de 1936, en Barcelona, cuando
intentaba retornar a su país, Colombia. Fue beatificado el 14 de mayo de
1991.
Beato Esteban Maya
Gutiérrez Nació el 19 de marzo de 1907, en el seno de una familia
muy cristiana. Fue bautizado con el nombre de Gabriel, que cambió al ingresar a
la Orden Hospitalaria. A los veinticinco años descubrió su vocación a la vida
sacerdotal e ingresó a la Orden de San Juan de Dios el 15 de junio de 1932, y
cambió su nombre de pila por el de Fray Esteban. Esteban era un hombre piadoso,
humilde, responsable y caritativo con los enfermos. Según sus hermanos poseía
una buena preparación científica, que se unía a un gran espíritu de
obediencia.
Un tiempo después fue
enviado a España, donde continuó su labor misionera. Ante la situación
político-militar española, sus superiores lo envían de regreso a Colombia.
Cuando se dirigía a Barcelona fue interceptado y encarcelado. El 9 de agosto de
1936 fue asesinado. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991. Beato Melquiades
Ramírez Zuloaga Nació en Sonsón,
Colombia, el 13 de febrero de 1909 y fue bautizado con el nombre de
Ramón.
A los veinticuatro años
ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y cuando tomó el hábito
religioso se le cambio el nombre por el de Fray Melquiades. En abril de 1935
viajó a España para terminar su formación técnica hospitalaria y religiosa, residió
en la Comunidad de Ciempozuelos donde se distinguió por su
sencillez de espíritu, paciencia y entrega generosa a los
enfermos.
En unión con los otros seis
hermanos mientras viajaban a Barcelona para embarcarse rumbo a Colombia fue
asesinado el 9 de agosto de 1936. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991. Beato
Gaspar Paez Perdomo Nació en
Huila, Colombia, el 15 de junio de 1913. Fue bautizado de urgencia ante el
peligro de morir y recibió el nombre de Luis Modesto.
Muy joven aún, a los veinte
años, descubrió su vocación a la vida religiosa e ingresó a la Orden
Hospitalaria. Ahí recibió el nombre de Fray Gaspar. Luego de emitir
sus votos solemnes se trasladó a España para completar su formación religiosa y
hospitalaria. Entre sus hermanos se distinguió por su candor, sencillez y
caridad fraterna, mantuvo una gran devoción a la Santísima Virgen María y se
entregó por completo a los enfermos.
Cuando llevaba un año en
España y ante la persecución religiosa, por orden de sus superiores inició el
viaje de regreso a su país. En el trayecto a Barcelona fue apresado y el 9 de
agosto de 1936 murió asesinado.
Oremos
Dios Todopoderoso y eterno, que diste a Rubén, Arturo, Juan, Eugenio, Esteban, Melquíades, Gaspar, mártires Colombianos la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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sábado 25
Octubre 2014
San Bernardo Calbó
Vislumbrando la voluntad de Dios, y fallecido ya su padre, con la salud recobrada en 1215 se unió a la comunidad cisterciense de Santes Creus, Tarragona. Dio este paso en contra del parecer de los suyos, que es el signo compartido por quienes sintiéndose llamados por Dios se deciden a seguirle afrontando el veto que en sus propios hogares pueden querer imponerles. Ha sido frecuente en todas las épocas de la historia que los más cercanos se dispongan a dar su beneplácito a los hijos si la vía del matrimonio es la elegida, pero no han sido siempre tan generosos cuando éstos piensan establecer su compromiso con Dios. Toda la apertura, la comprensión y aceptación –a veces de lo objetivamente dañino–, que tantos jóvenes reciben hoy día de sus progenitores, se torna en intransigencia en no pocas ocasiones cuando se trata de dar alas a la vocación religiosa.
En su propio tiempo, Bernando, haciendo caso omiso del juicio negativo que su decisión había suscitado en sus parientes, al integrarse en el monasterio legó sus pertenencias a su madre y al resto de su familia en un testamento redactado ese mismo año 1215 que revocaba otro anterior. Extrayendo el néctar de la regla cisterciense, fiel al Evangelio, hizo de la caridad el hilo conductor de su entrega, única vía para alcanzar la unión con las Personas Divinas. Era bien conocido por los tarraconenses por tratarse de uno de los canónigos de la catedral, elegido también su vicario. Durante doce años de austeridad, oración y penitencia, aquilató su donación en el convento. Fueron sus edificantes virtudes las que se tuvieron en cuenta en el momento en que se planteó la sucesión del abad Ramón cuando éste falleció. Nadie dudó de que Bernardo sería el idóneo para proseguir manteniendo el espíritu observante del monasterio. Y en torno a 1225 asumió esta responsabilidad.
Su labor apostólica no se limitó a la formación de los monjes, sino que fue director espiritual de las religiosas cistercienses de Valldonzella. Esta comunidad se había establecido en Santa Creu d’Olorde en las cercanías de Vallvidrera y quedaron sujetas (fueron donadas) por iniciativa del obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, quien las puso bajo la tutela de la orden del Císter, dependiente del monasterio de Santes Creus. El abad Bernardo fue cofundador de esta comunidad que bajo su amparo vivió una época de gran florecimiento apostólico. También contribuyó a mantener vivo el espíritu reformador de la abadía cisterciense de Ager, Lérida.
En esta época de reconquista, dos figuras señeras de la historia mallorquina, Ramón y Guillermo de Montcada, muy estimados por el rey Jaime I el Conquistador, se disponían a partir a Mallorca para rescatarla. Antes se despidieron del abad Bernardo y se sintieron confortados con su consejo y aliento. Ambos murieron en la batalla de Porto Pi, y a Bernardo le tocó dar cristiana sepultura a sus restos en el monasterio de Santes Creus. En 1230 integró el grupo de electores, entre otros san Raimundo de Peñafort, que, unidos al arzobispo de Tarragona, designaron al obispo de la reconquistada Mallorca. Entretanto, los rasgos de su piedad y caridad se prodigaban dentro y fuera de la comunidad. Manifestaba una predilección por los enfermos.
Cuando el prelado Guillermo de Tavertet dejó vacante la sede de Vic, Bernardo fue elegido para sucederle dada su trayectoria espiritual y apostólica. A su esmerada formación teológica se unía la prudencia, discreción y exquisitez en el trato. Asumir este oficio supuso para él una contrariedad. Su vocación se hallaba en el silencio del claustro. Pero convencido de que el nombramiento obedecía a la voluntad divina, lo acogió e implantó el espíritu monástico en la sede episcopal. Convivió junto a una comunidad de cuatro monjes que le acompañaron hasta su muerte secundándole en todas las tareas de su ministerio que, naturalmente, tenían el signo de la auténtica consagración. Bernardo fue un insigne Pastor que veló por la liturgia y por la formación de los sacerdotes. Fue enérgico y exigente con su forma de vida. Se distinguió también por la modestia, la generosidad, la bondad, y la caridad. En el ejercicio de su misión llevó consigo la reconciliación y la paz.
El papa Gregorio IX, conocedor de sus virtudes y valía pastoral, pensó en él para luchar contra los valdenses designándole inquisidor en 1232. El santo monje luchó contra los albigenses, y se implicó en la guerra de Valencia firmando la capitulación en 1238. Por su valor fue recompensado por el rey Jaime I. En 1239 y en 1243 participó en sendos concilios provinciales. El 26 de octubre de este último año entregó su alma a Dios, con fama de santidad. Antes de cumplirse seis meses de su muerte, su vida comenzó a ser examinada por una comisión de canónigos. En 1338 se abrió el proceso de su canonización. Clemente XI en un breve apostólico fijó la fecha de su celebración dentro del císter el 26 de septiembre de 1710.
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sábado 25 Octubre 2014
Crisanto y
Daría, Santos - Esposos y mártires
Crisanto, natural de
Alejandría, fue a Roma con su padre Polemio,
muy estimado del emperador Numeriano.
Se aficionó tanto a la lectura de los libros sagrados que usaban los cristianos y al Evangelio, que concibió gran desprecio a todo lo profano, e instruido por el presbítero Carpóforo, recibió el bautismo.
Su conversión fue muy señalada en Roma. Su padre, pagano, le encerró en un obscuro calabozo. No bastando esto para disuadirle, recurrió a la sensualidad para corromperle y le propusieron que se casase con Daría, doncella consagrada a Minerva.
Crisanto la convirtió con un discurso contra los errores del paganismo, y Daría recibió también el bautismo, siendo una de las más fervientes cristianas del siglo III.
Se unieron en matrimonio, pero con la condición de guardar la virginidad hasta la muerte. Polemio ignoraba todo esto y se apaciguó. En tanto, los dos castos esposos se dedicaban a la religión verdadera, ejerciendo obras de misericordia con los pobres y los perseguidos.
Fueron delatados y presos. Después de muchos tormentos y milagros, el tirano mandó sacarlos al campo del Escelerado, y en él consumaron el martirio, notándose otro milagro con la cabeza de Crisanto, en el año del Señor 284.
Se aficionó tanto a la lectura de los libros sagrados que usaban los cristianos y al Evangelio, que concibió gran desprecio a todo lo profano, e instruido por el presbítero Carpóforo, recibió el bautismo.
Su conversión fue muy señalada en Roma. Su padre, pagano, le encerró en un obscuro calabozo. No bastando esto para disuadirle, recurrió a la sensualidad para corromperle y le propusieron que se casase con Daría, doncella consagrada a Minerva.
Crisanto la convirtió con un discurso contra los errores del paganismo, y Daría recibió también el bautismo, siendo una de las más fervientes cristianas del siglo III.
Se unieron en matrimonio, pero con la condición de guardar la virginidad hasta la muerte. Polemio ignoraba todo esto y se apaciguó. En tanto, los dos castos esposos se dedicaban a la religión verdadera, ejerciendo obras de misericordia con los pobres y los perseguidos.
Fueron delatados y presos. Después de muchos tormentos y milagros, el tirano mandó sacarlos al campo del Escelerado, y en él consumaron el martirio, notándose otro milagro con la cabeza de Crisanto, en el año del Señor 284.
Autor: Magnificat.ca |
Fuente: Magnificat.ca
Crisanto y Daría, Santos
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sábado 25
Octubre 2014
San Frontón de Périgeux
San Frontón de Périgeux, obispo
En Périgeux, de Aquitania, san
Frontón, considerado como el primer anunciador del Evangelio en esta ciudad.
No cabe duda de que san
Frontón existió realmente y evangelizó Périgueux; pero la leyenda de su vida fue inventada o modificada con
el objeto de relacionar con los Apóstoles el origen de la sede de Périgueux. Según dicha leyenda,
Frontón pertenecía a la tribu de Judá y nació en Licaonia. Se convirtió a la fe por
el testimonio de los milagros de nuestro Señor, fue bautizado por san Pedro, y
llegó a ser uno de los setenta y dos discípulos de Cristo. Acompañó a san Pedro
a Antioquía y a Roma, de donde el príncipe de los Apóstoles le envió junto con
un tal Jorge a predicar en la Galia. Jorge murió en el camino, pero el báculo
de san Pedro le resucitó, como en el caso de san Materno de Tréveris y san
Marcial de Limoges. San Frontón predicó con gran éxito. Sobre su ministerio se
cuentan muchos detalles extravagantes y milagros fantásticos. El centro de su
predicación era Périgueux, donde se le venera como
primer obispo. La leyenda posterior ha sido enriquecida con un incidente que
procede de la vida de otro san Frontón, que fue ermitaño en el desierto de Nitria. A su compañero Jorge se
le venera como san Jorge, primer obispo de Le Puy, que evangelizó la región de
Velay, pero el Martirologio actual no lo ha considerado con suficiente entidad
histórica como para mantenerlo en sus listas.
La leyenda primitiva afirma
que san Frontón nació en Leuquais de Dordogne (de donde
puede provenir la confusión con Licaonia), bastante cerca de la región de Périgueux, que iba a evangelizar más
tarde. Los anacronismos y rasgos extravagantes abundan tanto en esta leyenda
como en la que acabamos de resumir; sin embargo, hay motivos para creer que el
autor de la leyenda primitiva se basó en ciertos datos históricos, y en la vida
de san Gerardo (que data del siglo VII) se habla claramente del sepulcro de san
Frontón en Périgueux.
Véase Analecta Bollandiana, vol. XLVIII (1930), pp.
324-360, donde hay una discusión seria sobre los documentos. M. Coens editó, bajo el título de
La Vie ancienne de St. Front, el texto de
la más antigua biografía del santo, según lo había reconocido Duchesne en Fastes Episcopaux, vol. II, pp. 130-134.
Nótese que en la redacción del elogio actual se evita decir que era obispo, ya
que es dato no es del todo seguro, aunque en nuestro santoral, y a falta de
estudios más detallados, lo catalogamos entre los obispos. Artículo del Butler
modificado.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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sábado 25
Octubre 2014
San Gaudencio de Brescia
San Gaudencio de Brescia, obispo
En Brescia, ciudad de la
región de Venecia, san Gaudencio, obispo, que, ordenado por san Ambrosio, se
distinguió entre los prelados de la época por su doctrina y sus virtudes,
enseñó a su pueblo de palabra y con sus escritos, y construyó una basílica a la
que llamó «Concilio de los Santos».
A lo que parece, san
Gaudencio fue educado por san Filastro, obispo de Brescia, en el norte de Italia, a quien llama
«padre». Como sus paisanos tuviesen a Gaudencio en alta estima, el santo
decidió hacer una peregrinación a Jerusalén, con la esperanza de que sus
compatriotas le olvidasen, pero no lo consiguió. En Cesarea de Capadocia conoció a las
hermanas y a las sobrinas de san Basilio, quienes le entregaron las reliquias
de los Cuarenta Mártires, seguras de que Gaudencio las veneraría con cl mismo fervor que ellas.
San Filastro murió durante la ausencia
de Gaudencio, el pueblo y el clero de Brescia le eligieron obispo y se
obligaron, bajo juramente, a no aceptar otro pastor. San Gaudencio se doblegó
cuando los obispos de Oriente le amenazaron con negarle la comunión si no aceptaba
el cargo. Fue consagrado por san Ambrosio alrededor del año 387. El sermón que
el nuevo obispo predicó en esa ocasión puso de manifiesto el temor que, por
humildad, le inspiraban su juventud y su inexperiencia.
Los habitantes de Brescia
cayeron pronto en la cuenta del tesoro que tenían en aquel pastor tan santo.
Por aquel entonces, vivía refugiado en Brescia un noble caballero llamado
Benévolo, por haber caído en desgracia de la emperatriz Justina, al negarse a
redactar un edicto en favor de los cristianos. Benévolo profesaba una auténtica
veneración por san Gaudencio, hasta el extremo de que en cierta ocasión, cuando
estaba enfermo e impedido de asistir a los sermones que pronunciaba el obispo,
le envió un mensaje para suplicarle que se los escribiese. Gracias a que san
Gaudencio accedió a la petición de Benévolo, entre los veintiún sermones del
santo que se conservan hasta hoy, diez están escritos de su puño y letra, y
pueden considerarse auténticos. En el segundo de los que Gaudencio envió a su
enfermo admirador, pronunciado ante los neófitos que habían recibido el
bautismo el Sábado Santo, explicaba los misterios de la Sagrada Eucaristía,
sobre los que no podía explayarse en presencia de los catecúmcnos. Sobre el particular
decía, entre otras cosas: «El Creador y Señor de la naturaleza, que hace brotar
el pan de la tierra, convirtió también en pan su propio Cuerpo, porque así lo
había prometido y podía hacerlo. Aquél mismo que transformó el agua en vino,
hizo vino de su propia Sangre».
Edificó en Brescia una
iglesia a la que dio el nombre de «Asamblea de los Santos» y a su consagración
invitó a muchos obispos. En aquella ocasión, pronunció el décimo séptimo sermón
de los veintiuno que se conservan. En él, anunciaba que en su nueva iglesia se
hallaban depositadas algunas reliquias de los Apóstoles y de otros santos y
afirmaba, asimismo, que la mínima porción de la reliquia de un mártir es tan
eficaz en sus virtudes como la reliquia entera: «Así pues -agregaba-, para que
merezcamos el patrocinio de tantos santos, acerquémonos a suplicarles con
entera confianza y ardiente deseo que nos obtengan todos los bienes que pedimos
por su intercesión. Cristo, dador de todas las gracias, será así glorificado».
El año 405, el papa san
Inocencio I envió
a san Gaudencio y a otros dos legados al Oriente, para defender la causa
de san Juan Crisóstomo ante Arcadio. Aquél escribió una carta a san Gaudencio
para agradecerle su intervención. Los legados fueron aprisionados en Tracia,
donde se los despojó de todos sus papeles y se los incitó con halagos a
declararse en comunión con el usurpador de la sede de san Juan Crisóstomo. Se
cuenta que san Pablo se apareció a uno de los diáconos de la comitiva para
alentarlos en su lucha. Finalmente los legados volvieron sanos y salvos a Roma,
aunque parece que sus enemigos deseaban que naufragasen, pues les enviaron en
un navío destartalado. San Gaudencio murió probablemente el año 410. Rufino le
calificó de «gloria de los doctores de la época en que vive».
En un prefacio que el mismo
Gaudencio escribió para la colección de sus discursos, pone en guardia al
lector contra las ediciones falsificadas. Y algo de eso habráa ocurrido, porque de los
veintiún sermones conservados, se tuvieron por auténticos durante mucho tiempo
sólo diez; sin embargo la crítica moderna ha conseguido identificar como
genuinos otros seis. No puede considerarse un Padre de la Iglesia de los más originales,
ya que se atiene al estilo y las convenciones de predicación de la época, pero
precisamente por eso tiene valor su obra, ya que nos muestra el tipo de lectura
del Antiguo Testamento que se practicó durante siglos, la lectura «tipológica»,
que veía en los hechos del Antiguo Testamento la figura sacramental del Nuevo.
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sábado 25
Octubre 2014
San Frutos de Segovia
San Frutos, eremita
En las cercanías de
Segovia, en Hispania, san Frutos, que llevó vida eremítica junto a una
escarpada montaña.
Sepúlveda era un caserío de
Castilla la Vieja, encaramado sobre las pendientes rocosas de la Sierra de
Guadarrama, a la entrada del paso de Somosierra. Más o menos 20 km al noroeste de Sepúlveda, hay una enorme
roca que domina un precipicio de casi cien metros de profundidad, estrecho y
oscuro cañón, en cuyo fondo corre el río Duratón, que las gentes del lugar
conocen desde tiempos inmemoriales con el nombre de Cuchillada. En aquella peña
agreste y aislada del resto del mundo, vivían a fines del siglo VII los
hermanos Frutos y Valentín y su hermana Engracia. Dice la tradición que aquella
Cuchillada se abrió en las rocas milagrosamente para proteger a Frutos,
perseguido de cerca por los moros. En aquel nido de águilas se estableció
Frutos. Le siguieron sus hermanos: Valentín fue a morar en un vecino nicho de
piedra y Engracia se refugió en una gruta abierta en el muro de roca que caía
sobre el río. Al imaginarla allí, joven, hermosa y llena de devoción y amor a
Dios, se evocan las palabras del Cantar de los Cantares: «Paloma mía, en las
grietas de la roca, en escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame
oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante» (2,14).
Frutos murió en paz sobre
su observatorio de eternidad, hacia el año 715, poco después de la invasión de
los árabes, pero su hermano y su hermana perdieron la vida a manos de los
invasores. Frutos fue sepultado en un pequeño santuario al que inmediatamente
comenzaron a acudir los fieles cristianos de los alrededores. Alfonso VI de
Castilla cedió aquella capilla con sus terrenos a Fortunio, abad de Silos, en
la diócesis de Burgos, en el año de 1076 y, en el curso de los veinte años
siguientes se edificó en el lugar una nueva iglesia, consagrada el año 1100, y
que aún existe.
Buena parte de las
reliquias de san Frutos fue trasladada a la ciudad de Segovia, al pie de la
Sierra de Guadarrama, de donde se le nombró patrono. En 1681, una de las
reliquias del santo tuvo el honor de ser venerada en el Escorial. A fines del
siglo XIX, la iglesia de san Frutos era el santuario más frecuentado en la
diócesis de Segovia, y los días 25 de octubre, fecha de su fiesta, el templo
era pequeño para contener a tantos peregrinos.
El investigador benedictino
Dom Férotin publicó una inscripción
grabada en el año 1019 por tres peregrinos en una piedra de la ermita de San
Valentín, que atestigua la popularidad del culto a este santo y sus hermanos.
En 1570, un abad de Silos escribió un relato de los numerosos milagros obrados
en aquel lugar santo. Se cuenta, por ejemplo, que en 1225, cuando llegaron los
peregrinos para las fiestas de la Santísima Trinidad, venía entre ellos un
caballero de Segovia con su esposa. El hombre tenía profundos agravios contra
su mujer y estaba dispuesto a matarla. Cuando ambos ascendían por la pendiente,
hacia la ermita de San Valentín, empujó a la mujer hacia el abismo. La
infortunada profirió un grito desgarrador y cayó hasta el fondo. Los peregrinos
y los religiosos bajaron a toda prisa y encontraron a la dama ilesa,
arrodillada junto al río dando gracias a Dios y a san Frutos por su salvación.
Después de aquel prodigio, la mujer abandonó a su esposo para ingresar a un
monasterio y no pasó mucho tiempo sin que su esposo, arrepentido, hiciera lo
propio.
En 1476, una bula de Sixto
IV dio a los dos hermanos el título de mártires para su culto en Silos. Un
misal de Segovia impreso en 1500 nombra a Valentín, confesor, y a Engracia,
virgen. Más tarde, a los tres se los veneró como mártires en la diócesis de Segovia.
En la actualidad, sin embargo, el Martirologio sólo inscribe a san Frutos,
aunque los dos hermanos, Valentín y Engracia, siguen recibiendo culto local, en
Segovia, el día 26 de octubre.
Acta Sanctorum, oct. vol.
XI, pp. 692-704. Lo que ahí dice se complementa con la obra de M. Férotin, Hist. de l'abbaye de Silos, 1897, pp.
217-223, 293-294, 339 y 343. La Bio-bibliographie, vol. I, 1905, cols. 1621-1622, de U. Chevaliere. En cuanto al milagro de
la mujer arrojada al precipicio, véase Le Sacrement de l'amour, tercera ed. 1950, de Ch. Massabki. Aquí puede verse
una serie de fotos del entorno y la ermita de San Frutos.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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