lunes 27
Octubre 2014
San Frumencio
San Frumencio
Frumencio es el nombre del primer
obispo misionero de Etiopía, y su historia tiene mucho de increíble. En tiempos
del emperador Constantino, un anciano preceptor, llamado «filósofo» por el
historiador Rufino, regresaba a Tiro de un viaje a la India, siguiendo las
costas de Africa. Lo acompañaban dos
jóvenes discípulos, Edesio y Frumencio. Durante una escala de la
nave en el puerto de Adulis una banda de etíopes
asaltó la embarcación y mató a todos los pasajeros menos a Edesio y Frumencio. Se cuenta que en el
momento de la matanza los dos muchachos se encontraban debajo de un árbol,
dedicados a la lectura de un libro. Llevados como esclavos a la corte de Axum, se hicieron querer del
rey, que los tuvo a su servicio: a Frumencio como secretario y a Edesio
como copero.
A la muerte del rey,
mientras el heredero llegaba a su mayor edad, ejerció el poder la reina, que le
había confiado a Frumencio la educación de su joven
hijo. Fue durante este período cuando los dos, que habían establecido contactos
con los comerciantes greco-romanos, obtuvieron de la reina el permiso para
construir una iglesia cerca del puerto. Este fue el primer germen de cristianismo,
que se desarrolló rápidamente. Edesio
y Frumencio pidieron y obtuvieron el
permiso para regresar a la patria. Edesio
fue a Tiro, en donde encontró a Rufino, el futuro historiador, a quien le narró
su historia. En cambio, Frumencio se fue para Alejandría de
Egipto a encontrar al grande obispo Atanasio y proponerle que enviara a Etiopía
a un obispo y a un grupo de misioneros. Atanasio escuchó con vivo interés la
narración y luego resolvió consagrar obispo al mismo Frumencio y volverlo a mandar a
Etiopía con algunos misioneros.
Frumencio fue recibido cordialmente
por el amigo rey Ezana, que fue de los primeros
en adherir al Evangelio y con él casi todos sus súbditos. Frumencio, llamado por los etíopes «abba Salama», portador de luz, es
considerado uno de los más grandes misioneros cristianos y uno de los más
afortunados sembradores de la buena noticia, si consideramos la extraordinaria
mies que produjo a través de los siglos esa primera siembra, favorecida por el
amor al estudio.
OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
San Vicente Talavera
Santos Vicente, Sabina y Cristeta
Vicente, Sabina y Cristeta son hermanos. Han nacido y
viven en Talavera (Toledo). Los tres disfrutan de su juventud —Cristeta, casi niña- y, como en
tantos hogares después del fallecimiento de los padres, hace cabeza Vicente que
es el mayor.
Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más apremiantes en las fronteras. Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.
El presidente en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera seguidores de Cristo.
Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.
Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida. Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.
Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en perseverar en la fe cristiana. Lo meten en la cárcel y, en espera de que se cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él siendo su apoyo y valedor. La escapada se realiza, pero los soldados romanos los encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.
El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.
Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más apremiantes en las fronteras. Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.
El presidente en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera seguidores de Cristo.
Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.
Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida. Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.
Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en perseverar en la fe cristiana. Lo meten en la cárcel y, en espera de que se cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él siendo su apoyo y valedor. La escapada se realiza, pero los soldados romanos los encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.
El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.
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lunes 27
Octubre 2014
San Gaudioso de Abitinia
San Gaudioso de Abitinia, monje y obispo
En Nápoles, de la Campania,
sepultura de san Gaudioso, obispo, el cual, a causa
de la persecución de los vándalos, pasó de Abitinia a Campania, y terminó sus días en la paz de un monasterio.
El núcleo de la historia es
muy semejante a la del obispo, también africano, san Quodvultusdeus; no obstante, no sólo no
parece que sea una mera repetición, sino que realmente son dos obispos
distintos que pasaron por circunstancias de persecución parecida: Durante el
episcopado de Nostriano en Nápoles, Gaudioso, perseguido por Genserico, rey arriano de los
vándalos, llegó exiliado a esa ciudad en el 429, en un barca maltrecha, privado
de todo.
Llegaron así a Nápoles
muchas reliquias de santos, y tal vez la regla agustiniana para la vida
monástica. Construyó en las afueras de Nápoles un monasterio que subsistió por
siglos y tomó con el tiempo su propio nombre. Murió Gaudioso en ese monasterio, en el
año 453 o 468, según surge de los restos de una lápida que, aunque mutilada,
aun se conserva, y fue sepultado bajo el suelo de la iglesia. Vivió cerca de 70
años.
Ver Acta Sanctorum, oct.,
XII (en oct., XI hay otro Gaudioso de los mismos años, pero no es éste).
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