miércoles
29 Octubre 2014
San Narciso de Jerusalén
San Narciso de Jerusalén, obispo
Conmemoración de san
Narciso, obispo de Jerusalén, merecedor de alabanzas por su santidad, paciencia
y fe. Acerca de cuándo debía celebrarse la Pascua cristiana, manifestó estar de
acuerdo con el papa san Víctor, y que no había otro día que el domingo para
celebrar el misterio de la Resurrección de Jesucristo. Descansó en el Señor a
la edad de ciento dieciséis años.
San Narciso nació haciaa el año 100, y vivió, como
veremos, unos 116 años. Además de ser obispo de Jerusalén, fue testigo
privilegiado del gran cambio que se obró en la cristiandad de la Ciudad Santa,
cuando, por la política de Adriano, se pasó de población judía a población gentil,
de obispos de origen judío a obispos de origen gentil, al primero de los
cuales, san Marcos de Jerusalén, hemos celebrado hace pocos días. Al igual que con éste,
también con san Narciso nuestra fuente privilegiada es Eusebio de Cesarea, pero, sea por un especial
gusto que Eusebio tuviera en las noticias de la vida de Narciso, sea que por su
longevidad había mucho para contar, le dedica, además de los pequeños
fragmentos en las listas cronológicas, una pequeña narración continuada, que
transcribiré.
Pero antes de eso, algunos
pocos datos que pueden ayudar a ubicarnos: san Narciso fue elegido obispo
cuando ya era septagenario; su figura era respetada,
y también, por qué no, también un poco envidiada. Así que no le faltaron
pruebas, como la difamación que nos mencionará Eusebio, sin decirnos
propiamente en qué consistió. Del relato de Eusebio surge que a causa de esa
difamación se alejó algún tiempo del episcopado, sin embargo debemos tener
presente que las causas pueden ser más complejas, y Eusebio escribe cien años
más atrde de los hechos. Aclaro esto
porque no se ve del todo bien por qué, pasando tres episcopados en medio (que
plantean problemas de cronología aun no resueltos), Narciso reaparece como si
nada hubiera pasado, y le restituyen su cargo. Allí se produce el acontecimeinto que Eusebio, siguiendo sus
fuentes, pone todo en manos directas de la Providencia: que va revelando a unos
y a otros lo que quiere que ocurra, pero que, seguramente ocurrió de alguna
manera un poco más compleja: san Alejandro viene de Capadocia a Jerusalén
para visitar los lugares santos, y es elegido obispo de Jerusalén para ayudar a
san Narciso, que era ya muy anciano: es el primer caso perfectamente registrado
de un obispo coadjutor, algo tan común en las enormes diócesis de la
actualidad.
San Narciso tuvo fama de
gran taumaturgo, de lo cual nos queda el milagro de la lámpara que nos contará
Eusebio, también con él tenemos testimonio de que la Iglesia de Jerusalén, como
la de Alejandría, adhiere a la celebración de la Pascua en domingo, a diferencia
de las iglesias de Asia, que seguían celebrando la Pascua en la fecha judía, es
decir, el 14 Nisán (los llamados «cuartodecimanos»). A cien años por delante,
el relato de Eusebio es, como siempre, tan vivo, que nos deja con ganas de más:
Muchos,
pues, y diversos son los milagros que los ciudadanos de aquella iglesia
recuerdan de Narciso, transmitidos por tradición de los hermanos que se han
sucedido. Entre ellos refieren también el siguiente prodigio realizado por él:
Dicen que una vez, durante la gran vigilia de Pascua, faltó el aceite a los
diáconos, por lo cual se apoderó de toda la muchedumbre un gran desánimo.
Narciso mandó entonces a los que preparaban las luces que sacasen agua y se la
llevaran a él. Hecho esto, oró sobre el agua y con toda la sinceridad de su fe
en el Señor ordenó echarla en las lámparas. Ejecutado que se hubo también esto,
por un poder maravilloso y divino y contra todo razonamiento, la naturaleza del
agua cambió su cualidad en la del aceite, y muchos de los hermanos que allí
estaban conservaron largo tiempo, desde entonces hasta nuestros días, un
poquito de aquel aceite como prueba del milagro de entonces.
Muchas
otras cosas dignas de mención se cuentan de la vida de este hombre, entre ellas
también la siguiente. Unos pobres hombrecillos, incapaces de soportar el vigor
de aquél y la constancia de su vida, temerosos de ser arrestados y sometidos a
castigo, pues eran conscientes de sus delitos innumerables, tomaron la
delantera y urdieron y esparcieron una calumnia terrible contra él. Luego, con
el fin de asegurarse la confianza de los oyentes, confirmaban con juramento sus
acusaciones: uno juraba porque el fuego le destruyese; otro porque una
enfermedad funesta consumiera su cuerpo, y un tercero, porque sus ojos cegaran.
Pero ni aun así, ni siquiera jurando, un solo fiel les prestó atención, por la
templanza de Narciso, que de siempre brilló ante todos y por su conducta
virtuosa en todo. Él, sin embargo, no pudiendo sobrellevar en modo alguno la
maldad de estas calumnias, y por otra parte, estando desde hacía largo tiempo
en busca de una vida filosófica, huyó de la muchedumbre entera de la iglesia y
pasó muchos años oculto en regiones desiertas y recónditas. Pero el gran ojo de
la justicia tampoco permaneció quieto ante tales desmanes, sino que a toda
prisa se dio a la persecución de aquellos impíos con las mismas desgracias con
que se habían ligado perjurando contra sí mismos, pues el primero, sin motivo
ninguno, simplemente así, habiendo caído una chispita en la casa en que él
moraba, la incendió por completo durante la noche, y pereció abrasado con toda
su familia; el otro se vio de repente con el cuerpo, desde la planta de los
pies hasta la cabeza, lleno de aquella enfermedad con que él mismo se castigó
de antemano; y el tercero, así que vio el final de los primeros, temblando ante
la ineludible justicia de Dios que lo ve todo, hizo confesión pública de lo que
habían tramado en común los tres. En su arrepentimiento, se agotaba de tanto
gemir y no cesaba de llorar, tanto que llegó a perder sus dos ojos. Tales
fueron los castigos que sufrieron éstos por sus mentiras.
Retirado
Narciso, y como nadie sabía dónde podía hallarse, los obispos que presidían las
iglesias limítrofes resolvieron imponer las manos a un nuevo obispo. Díos se
llamaba éste. Después de presidir no mucho tiempo, le sucedió Germanión, y a
éste, Gordio, bajo el cual reapareció Narciso, de alguna parte, como un
resucitado. Los hermanos le llamaron de nuevo para ocupar la presidencia. Todos
le admiraban todavía más, por causa de su retiro, de su filosofía y, sobre
todo, por la venganza que Dios había obrado en su favor. Como quiera que
Narciso no estaba ya en condiciones de ejercer el ministerio por causa de su
extrema vejez, la providencia de Dios llamó a Alejandro, que era obispo de otra
iglesia, para ejercer las funciones episcopales junto con Narciso, conforme a
una revelación que tuvo éste en sueños por la noche. Ocurrió, pues, que
Alejandro, como obedeciendo a un oráculo, emprendió un viaje desde Capadocia,
donde por primera vez fue investido del episcopado, a Jerusalén, por motivos de
oración y de estudio de los lugares. La gente de allí le recibió con los
mejores sentimientos y ya no le permitieron regresar a su país, conforme a otra
revelación que también ellos habían tenido durante la noche y según una voz que
se dejó oír clarísima a los más celosos de entre ellos, pues les indicaba que
se adelantasen fuera de las puertas de la ciudad y recibiesen al obispo que
Dios les había predestinado. Después de obrar así, con el común parecer de los
obispos que regían las iglesias circundantes, obligaron a Alejandro a
permanecer allí forzosamente.
El mismo
Alejandro, en carta privada a los antinoítas, que todavía hoy
se conserva entre nosotros, menciona el episcopado de Narciso, compartido con
él, cuando escribe textualmente al final de la carta: «Os saluda Narciso, el
que rigió antes que yo la sede episcopal de aquí, y ahora, a sus ciento
dieciséis años cumplidos, ocupa su lugar junto a mí en las oraciones y os
exhorta, lo mismo que yo, a tener un mismo sentir».
Historia Eclesiástica,
IV,9-11, BAC, 1973(1ª), traducción de Argimiro Velasco Delgado; hay también
otras citas incidentales sobre san Narciso en el mismo libro IV, especialmente
en relación a la cuestión de la fecha de Pascua.
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En el día de hoy es posible
elegir entre dos obispos homónimos de la misma época, pero de características
muy dispares. Uno fue obispo de Jerusalén y en el año 195 contribuyó a decidir
que la Pascua se celebrase siempre en domingo. Al parecer murió a los ciento
dieciséis años. El otro san Narciso, más popular, tiene una
historia más enredada; quizá fue de origen centroeuropeo y es probable que
durante la persecución de Diocleciano tuviese que huir y se refugiara en la ciudad de Augusta o
Augsburgo. Allí se alojó en casa de «una mujer principal, pero
deshonesta», una cortesana famosa cuyo nombre era Afra (incluida también en el
santoral). Esta además era idólatra, pero la oración de Narciso la convirtió
junto con su madre y tres criadas suyas. Más tarde, en unión de su
diácono Félix, llega a Gerona, que convierte en su centro apostólico, y unos
años después, quizá en el recinto extramuros del cementerio de los fieles (se
supone que donde hoy se levanta la colegiata de San Félix, que debe su nombre a
un santo anterior), cuando iba a celebrar misa fue asesinado con el citado
diácono. Murió a consecuencia de tres heridas en el hombro, en la garganta y en
el tobillo. En Gerona (de donde es patrón, además de serlo de
Augsburgo) es el santo de las moscas, ya que se dice que en 1285 de su sepulcro
salieron enjambres de tábanos que con sus picaduras mortales hicieron huir al
ejército francés invasor.
Señor, tú que colocaste a San Narciso en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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San Zenobio, presbítero y mártir
-El primer grupo es el de los cinco mártires de Tiro, celebrados el 20 de febrero, martirio que ocurrió el 304.
-El mismo 20 de febrero, pero por entrada aparte, al corresponder a un martirio del año 311, celebramos a san Tiranión de Tiro. Tiranión había presenciado los martirios del 304 y alentado a los mártires, pero recién seis años después le tomaron preso y le condujeron, junto con san Zenobio de Tiro, a Antioquía de Siria, y tras hacerle sufrir crueles torturas, fue arrojado al río Orontes.
-A san Zenobio de Tiro, médico y sacerdote de la ciudad de Sidón, lo celebramos el 29 de octubre. Él padeció las torturas junto con Tiranión, pero murió en el potro.
-Durante el reinado de Maximino, san Silvano, obispo de Emesa de Fenicia fue devorado por las fieras en su propia ciudad, hacia el 310, y lo celebramos el 6 de febrero.
-En fecha desconocida, pero que celebramos el 4 de mayo, san Silvano, obispo de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Fennes, cerca de Petra, en Arabia y más tarde fue decapitado allí, con otros treinta y nueve compañeros.
-Posiblemente pertenezcan al mismo conjunto (pero les hemos puesto noticia aparte) los sacerdotes egipcios Peleo, Nilo y sus compañeros, que muerieron en Palestina en el 310, y celebramos el 19 de septiembre.
San Abrahán, eremita
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San Teodario, abad
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29 Octubre 2014
San Zenobio de Sidón
San Zenobio, presbítero y mártir
En Sidón, de Fenicia, san Zenobio, presbítero, que durante
la durísima persecución bajo el emperador Diocleciano animó a otros al martirio, y finalmente también él fue
coronado con la muerte.
Los hechos que leeremos en
la narración de Eusebio de Cesarea
ocurrieron en el año 304, en la ciudad de Tiro; de ellos el propio Eusebio fue
testigo, y lo cuenta de primera mano. Sin embargo, esta persecución, en
conjunto, duró varios años, y tenemos mártires vinculados a los mismos hechos
desde el 304 hasta el 311.
-El primer grupo es el de los cinco mártires de Tiro, celebrados el 20 de febrero, martirio que ocurrió el 304.
-El mismo 20 de febrero, pero por entrada aparte, al corresponder a un martirio del año 311, celebramos a san Tiranión de Tiro. Tiranión había presenciado los martirios del 304 y alentado a los mártires, pero recién seis años después le tomaron preso y le condujeron, junto con san Zenobio de Tiro, a Antioquía de Siria, y tras hacerle sufrir crueles torturas, fue arrojado al río Orontes.
-A san Zenobio de Tiro, médico y sacerdote de la ciudad de Sidón, lo celebramos el 29 de octubre. Él padeció las torturas junto con Tiranión, pero murió en el potro.
-Durante el reinado de Maximino, san Silvano, obispo de Emesa de Fenicia fue devorado por las fieras en su propia ciudad, hacia el 310, y lo celebramos el 6 de febrero.
-En fecha desconocida, pero que celebramos el 4 de mayo, san Silvano, obispo de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Fennes, cerca de Petra, en Arabia y más tarde fue decapitado allí, con otros treinta y nueve compañeros.
-Posiblemente pertenezcan al mismo conjunto (pero les hemos puesto noticia aparte) los sacerdotes egipcios Peleo, Nilo y sus compañeros, que muerieron en Palestina en el 310, y celebramos el 19 de septiembre.
Eusebio narra en los
siguientes términos el martirio que presenció:
Varios
cristianos egipcios que se habían establecido en Palestina y otros en Tiro,
dieron pruebas de su paciencia y de su constancia en la fe. Después de haber
sido golpeados innumerables veces, cosa que soportaron con gran paciencia,
fueron arrojados a los leopardos, osos salvajes, jabalíes y toros. Yo estaba
presente cuando esas bestias, sedientas de sangre humana, hicieron su aparición
en la arena; pero, en vez de devorar o destrozar a los mártires, se mantuvieron
a distancia de ellos, sin tocarles, y se volvieron en cambio contra los
domadores y cuantos se hallaban cerca; sólo respetaron a los soldados de
Cristo, a pesar de que éstos obedeciendo a las órdenes recibidas, agitaban los
brazos para provocar a las fieras. Algunas veces, éstas se lanzaron sobre ellos
con su habitual ferocidad, pero volvían siempre atrás, como movidas por una
fuerza sobrenatural. El hecho se repitió varias veces, con gran admiración de
los espectadores. Los verdugos reemplazaron dos veces a las fieras, pero fue en
vano. Los mártires permanecían impasibles.
Entre
ellos se hallaba un joven de menos de veinte años, que no se movía de su sitio
y conservaba una serenidad absoluta; con los ojos elevados al cielo y los
brazos en cruz, en tanto que los osos y los leopardos con las fauces abiertas
amenazaban con devorarle de un momento a otro; sólo por un milagro de Dios se
explica que no le tocasen. Otros mártires se hallaban expuestos a los ataques
de un toro furioso, que ya había herido y golpeado a varios domadores, y
dejándolos medio muertos; pero el toro no atacó a los mártires; aunque parecía
que iba a lanzarse sobre ellos: sus pezuñas rascaban furiosamente el suelo y
agitaba la cornamenta en todas direcciones, pero sin llegar a embestir a los
mártires, a pesar de que los verdugos lo incitaban con capas rojas. Después de
varios intentos inútiles con diferentes fieras, los santos fueron finalmente
decapitados y sus cuerpos arrojados al mar. Otros que se negaron a ofrecer
sacrificios a los dioses, murieron apaleados, quemados y también ejecutados en
distintas formas.»
Eusebio, Hist. Eccles., vol. VIII, cap. 13, es
la mejor de las autoridades a este respecto, pero el Acta Sanctorum y el Oriens Christianus de Le Quien, proporcionan
otros datos, discusiones y detalles geográficos.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
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29 Octubre 2014
San Abrahán de Edessa
San Abrahán, eremita
En Edessa, de Osrhoene, en Mesopotamia, san
Abrahán, anacoreta, cuya vida fue escrita por san Efrén, diácono.
San Abraham nació cerca de
Edesa, Mesopotamia, donde sus padres ocupaban una importante posición y eran
dueños de grandes riquezas. Aunque él se sentía atraído hacia la vida de
celibato, no se atrevió a oponerse a los deseos de sus padres, cuando éstos escogieron
a su futura esposa. Era costumbre de aquel lugar llevar al cabo unas
festividades durante los siete días precedentes al matrimonio. El último día de
la celebración, Abraham huyó y se ocultó en el desierto. Habiéndose llevado al
cabo la búsqueda del fugitivo, se le encontró absorto en oración. Todos los
ruegos y súplicas de sus amigos por hacerle desistir de su idea fallaron; así,
Abraham se retiró a su celda, cuya puerta atrancó, dejando sólo una pequeña
ventana por donde le pudieran pasar la comida. Cuando sus padres murieron,
encargó a un amigo la distribución de su herencia entre los pobres. Sus
pertenencias consistían en una capa, un abrigo de piel de cabra, una jofaina
para el agua y comida y una esterilla de junco en la que dormía. «Nunca se le
vio sonreír -dice su biógrafo-, consideraba cada día como el último de su
existencia». Se veía fresco, vigoroso y sano, aunque era de naturaleza
delicada, como si no llevase vida de penitencia... «Lo más sorprendente de todo
fue que, en cincuenta años, nunca se quitó el abrigo de piel de cabra, el que
fue usado por otros, después de su muerte».
No lejos de la celda de
Abraham, había una colonia de idólatras que hasta entonces habíanse resistido violentamente a
todos los intentos de evangelización y quienes eran motivo de aflicción para el
obispo de Edesa. El obispo le pidió a Abraham que dejase la vida de ermitaño y
fuera a predicar entre esas gentes. Aunque se mostraba renuente a ello,
permitió que le ordenasen sacerdote para cumplir con lo que se le mandaba. Al
llegar a Beth-Kiduna, encontró a la gente
decidida a no escucharle. Por doquier había signos de idolatría y espantosa
aberración. San Abraham pidió al obispo le edificase una iglesia en el centro
mismo del poblado y, cuando ésta estuvo construida, supo que su hora había llegado.
Después de orar fervorosamente, salió y destruyó todos los altares e ídolos que
encontró. Los enfurecidos aldeanos, acometieron contra él, le pegaron y le
echaron del pueblo. Por la noche regresó y, al día siguiente lo encontraron
rezando en la iglesia. Salió a las calles y arengó a las gentes, incitándolas a
terminar con la superstición; esta vez, los aldeanos lo golpearon y apedrearon
hasta darlo por muerto. Una vez recuperado el sentido, Abraham siguió
predicando a pesar de los insultos, malos tratos y ataques de la gente, por
tres años consecutivos y sin ningún resultado aparente. Un buen día, las cosas
cambiaron, la paciencia, mansedumbre y docilidad del santo convencieron a la
gente y ésta empezó a escucharle: «Viéndolos al fin tan bien dispuestos,
bautizó a cerca de mil, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo; y de ahí en adelante, les leyó las Sagradas Escrituras asiduamente,
mientras los instruía en los principios de la justicia y caridad cristianas».
Durante un año entero siguió trabajando entre sus conversos y luego, temiendo
absorberse demasiado en las cosas terrenales, dejó su obra a cargo de otros y
se internó nuevamente en el desierto. San Abraham vivió hasta la edad de
setenta años. Cuando se supo que estaba gravemente enfermo, sus fieles
acudieron a pedirle sus bendiciones y, después de su muerte, cada quien procuró
quedarse con un pedacito de sus ropas.
A la historia de Abraham,
que en su esencia puede ser auténtica, se liga siempre la leyenda de su sobrina
María. A la forma narrativa de este relato se debe probablemente la gran
popularidad de que ambos gozan, tanto en Oriente como en Occidente: Se dice
que María contaba solamente siete años de edad cuando quedó huérfana. El único
pariente que tenía era su tío y con él se fue a vivir. Abraham construyó para
ella una celda cerca de la suya y se encargó de sus estudios y educación, hasta
que María cumplió veinte años. Un falso monje, que llegó fingiendo querer
recibir instrucciones de Abraham, la sedujo, entonces ella abandonó
secretamente su celda y huyó a la ciudad de Troas, donde se dedicó a la prostitución. Su
tío, no sabiendo qué había sido de ella, no cesó de llorar y pedir por la joven
durante dos largos años. Abraham pidió prestado un caballo y, disfrazado de
soldado, salió en su búsqueda. Al enterarse al fin de la verdad fue en busca de
la oveja perdida para conducirla a la nueva vida, si esto era posible. Al saber
donde vivía, sin descubrir su identidad, le envió una invitación para cenar con
él. Aunque María no reconoció a su tío, se sintió avergonzada en su presencia.
Cuando terminaron de cenar, quitándose el disfraz, la tomó de la mano y le
habló hasta que ella se sintió arrepentida. Entonces lleno de esperanza y
regocijo la confortó y prometió tomar sobre él todos sus pecados, si ella
volvía a la vida santa que había llevado en otros tiempos. María prometió en
adelante obedecerlo en todo. Dice la leyenda que después de tres años Dios
demostró haberla perdonado, haciéndole el regalo de curar y obrar milagros.
De acuerdo con el
Martirologio Romano, Alban Butler y uno o dos
escritores modernos, especialmente Mons. Lami,
se dice que san Efrén es el autor de esta narración. Otros rechazan esta
opinión, y colocan al santo en el siglo sexto. Ver el Acta Sanctorum, marzo,
vol. II. La Analecta Bollandiana, vol. X (1891) pp. 5-49,
donde se encuentra el texto siriaco y vol. XXVI (1907), pp. 468-469; Delehaye Synax. Const, octubre 29; Dictionnaire d'Histoire et de Géographie ecclésiastiques, vol. I, pp. 175-177. A Wilmart en la versión latina de Revue Bénédictine vol. I (1938) pp. 222-245;
y especialmente E. de Stoop en el Musée belge, vol. XV, pp. 297-312.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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29 Octubre 2014
San Teodario de Vienne
San Teodario, abad
En el territorio de Vienne,
en la Galia, san Teodario, abad, el cual, discípulo
de san Cesáreo de Arlés, estableció unas celdas para monjes y fue designado por
el obispo como intercesor ante Dios y presbítero penitenciario para todos los
habitantes de la ciudad.
San Teodario nació en Arcisia (Saint-Chef d'Arcisse), del Delfinado. Después
de haber practicado la vida monástica en Lérida y de haber recibido la
ordenación sacerdotal de manos de san Cesario de Arles, regresó a su ciudad natal. Allí se le unieron varios
discípulos, para quienes construyó primero una serie de celdas y más tarde un
monasterio, cerca de Vienne.
Desde antiguo existía allí
la costumbre de elegir a uno de los monjes más santos para que llevase
voluntariamente vida de recluso. El elegido se retiraba a una celda, en la que
pasaba el tiempo orando y ayunando para obtener la divina misericordia sobre el
pueblo y sobre él. Tal práctica habría constituido una superstición y un abuso,
si las gentes hubiesen abandonado la oración y la penitencia so pretexto de que
otro las practicaba en su favor. El pueblo eligió a san Teodario para ese estado de
penitencia. El santo aceptó gozosamente y pasó los últimos doce años de su vida
en la iglesia de San Lorenzo, cumpliendo fervorosamente su obligación. Dios le
concedió un extraordinario don de milagros que le hizo muy famoso. Murió alrededor
del año 575.
B. Krusch, en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. III, pp. 526-530,
hizo una nueva edición de la biografía publicada anteriormente por Mabillon y los bolandistas. El
autor de dicha biografía fue Adón
(siglo IX) y su obra no merece gran crédito; sin embargo, es falso que Adón haya introducido en su
martirologio el nombre de Teodario. Cf. Quentin, Martyrologes historiques, p. 477.
La imagen muestra un fresco del siglo XII del santo entrando a la Jerusalén celestial, en la iglesia de Saint-Chef d'Arcisse (Saint-Chef es una deformación del nombre del mismo Teodario).
La imagen muestra un fresco del siglo XII del santo entrando a la Jerusalén celestial, en la iglesia de Saint-Chef d'Arcisse (Saint-Chef es una deformación del nombre del mismo Teodario).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
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