jueves 16
Octubre 2014
Santa
Margarita María Alacoque
virgen
Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden
de la Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía
de la perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para
propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en
el monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día
diecisiete de octubre.
A pesar de los grandes
santos y del inmenso número de personas piadosas que hubo en Francia en el
siglo XVII, no se puede negar que la vida religiosa de dicho país se había
enfriado, en parte debido a la corrupción de las costumbres y, en parte, a la
mala influencia del jansenismo, que había divulgado la idea de un Dios que no
amaba a toda la humanidad. Pero, entre 1625 y 1690, florecieron en Francia tres
santos, Juan Eudes, Claudio de la Colombiére y Margarita María Alacoque, quienes enseñaron a la
Iglesia, tal como la conocemos actualmente, la devoción al Sagrado Corazón como
símbolo del amor sin límites que movió al Verbo a encarnarse, a instituir la
Eucaristía y a morir en la cruz por nuestros pecados, ofreciéndose al Padre
Eterno como víctima y sacrificio.
Margarita, la más famosa de
los «santos del Sagrado Corazón» nació en 1647, en Janots, barrio oriental del
pueblecito de L'Hautecour, en Borgoña. Margarita fue
la quinta de los siete hijos de un notario acomodado. Desde pequeña, era muy
devota y tenía verdadero horror de «ser mala». A los cuatro años «hizo voto de
castidad», aunque ella misma confesó más tarde que a esa edad no entendía lo
que significaban las palabras «voto» y «castidad». Cuando tenía unos ocho años,
murió su padre. Por entonces, ingresó la niña en la escuela de las Clarisas
Pobres de Charolles. Desde el primer momento,
se sintió atraída por la vida de las religiosas, en quienes la piedad de
Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la primera
comunión a los nueve años. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad
reumática que la obligó a guardar cama hasta los quince años; naturalmente,
tuvo que retornar a L'Hautecour. Desde la muerte de su
padre, se habían instalado en su casa varios parientes y una de sus hermanas,
casada, había relegado a segundo término a su madre y había tomado en sus manos
el gobierno de la casa. Margarita y su madre eran tratadas como criadas.
Refiriéndose a aquella época de su vida, la santa escribió más tarde en su
autobiografía: «Por entonces, mi único deseo era buscar consuelo y felicidad en
el Santísimo Sacramento; pero vivíamos a cierta distancia de la iglesia, y yo
no podía salir sin el permiso de esas personas. Algunas veces sucedía que una
me lo daba y la otra me lo negaba». La hermana de Margarita afirmaba que no era
más que un pretexto para salir a hablar con algún joven del lugar. Margarita se
retiraba entonces al rincón más escondido del huerto, donde pasaba largas horas
orando y llorando sin probar alimento, a no ser que alguno de los vecinos se
apiadase de ella. «La mayor de mis cruces era no poder hacer nada por aligerar
la de mi madre».
Dado que Margarita se
reprocha amargamente su espíritu mundano, su falta de fe y su resistencia a la
gracia, se puede suponer que no desperdiciaba las ocasiones de divertirse que
se le presentaban. En todo caso, cuando su madre y sus parientes le hablaron de
matrimonio, la joven no vio con malos ojos la proposición; pero, como no
estuviese segura de lo que Dios quería de ella, empezó a practicar severas
penitencias y a reunir en el huerto de su casa a los niños pobres para
instruirlos, cosa que molestó mucho a sus parientes. Cuando Margarita cumplió
veinte años, su familia insistió más que nunca en que contrajese matrimonio;
pero la joven, fortalecida por una aparición del Señor, comprendió lo que Dios
quería de ella y se negó rotundamente. A los veintidós años recibió el
sacramento de la confirmación y tomó el nombre de María. La confirmación le dío valor para hacer frente a
la oposición de su familia. Su hermano Crisóstomo le regaló la dote, y
Margarita María ingresó en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial, en junio de 1671. La
joven se mostró humilde, obediente, sencilla y franca en el noviciado. Según el
testimonio de una de sus connovicias, edificó a toda la comunidad «por su
caridad para con sus hermanas, a las que jamás dijo una sola palabra que pudiese
molestarlas, y por la paciencia con que soportó las duras reprimendas y
humillaciones a las que fue sometida con frecuencia». En efecto, el noviciado
de la santa no fue fácil. Una religiosa de la Visitación debe ser
«extraordinaria, en lo ordinario», y Dios conducía ya a Margarita por caminos
muy poco ordinarios. Por ejemplo, era absolutamente incapaz de practicar la
meditación discursiva: «Por más esfuerzos que hacía yo por practicar el método
que me enseñaban, acababa siempre por volver al método de mi Divino Maestro (es
decir, la oración de simplicidad), aunque no quisiese». Cuando Margarita hizo
la profesión, Dios la tomó por prometida suya «en una forma que no se puede
describir con palabras». Desde entonces, «mi divino maestro me incitaba continuamente
a buscar las humillaciones y mortificaciones». Por lo demás, Margarita no tuvo
que buscarlas cuando fue nombrada ayudante en la enfermería. La hermana
Catalina Marest, la directora, era una
mujer activa, enérgica y eficiente, en tanto que la santa era callada, lenta y
pasiva. Ella misma se encargó de resumir la situación en las siguientes
palabras: «Sólo Dios sabe lo que tuve que sufrir allí, tanto por causa de mi temperamento
impulsivo y sensiIde como por parte de las
creaturas y del demonio». Hay que reconocer, sin embargo, que si bien la
hermana Marest empleaba métodos demasiado
enérgicos, también ella tuvo que sufrir no poco. Durante esos dos años y medio,
Margarita María sintió siempre muy cerca de sí al Señor y le vio varias veces
coronado de espinas.
El 27 de diciembre de 1673,
la devoción de Margarita a la Pasión fructificó en la primera gran revelación.
Hallábase sola en la capilla, arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto
y de pronto, se sintió «poseída» por la presencia divina, y Nuestro Señor la
invitó a ocupar el sitio que ocupó san Juan (cuya fiesta se celebraba ese día)
en la última Cena, y habló a su sierva «de un modo tan sencillo y eficaz, que
no me quedó duda alguna de que era Él, aunque en general tiendo a desconfiar
mucho de los fenómenos interiores». Jesucristo le dijo que el amor de su
Corazón tenía necesidad de ella para manifestarse y que la había escogido como
instrumento para revelar al mundo los tesoros de su gracia. Margarita tuvo
entonces la impresión de que el Señor tomaba su corazón y lo ponía junto al
Suyo. Cuando el señor se lo devolvió, el corazón de la santa ardía en amor
divino. Durante dieciocho meses, el Señor se le apareció con frecuencia y le
explicó claramente el significado de la primera revelación. Le dijo que deseaba
que se extendiese por el mundo el culto a su corazón de carne, en la forma en
que se practica actualmente esa devoción, y que ella estaba llamada a reparar,
en la medida de lo posible, la frialdad y los desvíos del mundo. La manera de
efectuar la reparación consistía en comulgar a menudo y fervorosamente, sobre
todo el primer viernes de cada mes, y en velar durante una hora todos los
jueves en la noche, en memoria de su agonía y soledad en Getsemaní.
(Actualmente la devoción de los nueve primeros viernes y de la hora santa se
practican en todo el mundo católico). Después de un largo intervalo, el Señor
se apareció por última vez a Santa Margarita, en la octava del Corpus de 1675 y
le dijo: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, sin ahorrarse
ninguna pena, consumiéndose por ellos en prueba de su amor. En vez de
agradecérmelo, los hombres me pagan con la indiferencia, la irreverencia, el
sacrilegio y la frialdad y desprecian el sacramento de mi amor». En seguida,
pidió a Margarita que trabajase por la institución de la fiesta de su Sagrado
Corazón, que debía celebrarse el viernes siguiente a la octava del Corpus. De
esa suerte, por medio del instrumento que había elegido, Dios manifestó al
mundo su voluntad de que los hombres reparasen la ingratitud con que habían
correspondido a su bondad y misericordia, adorando el Corazón de carne de su
Hijo, unido a la divinidad, como símbolo del amor que le había llevado a morir
para redimirlos.
Nuestro Señor había dicho a
santa Margarita: «No hagas nada sin la aprobación de tus superiores, para que
el demonio, que no tiene poder alguno sobre las almas obedientes, no pueda
engañarte». Cuando Margarita habló del asunto con la madre de Saumaise, su superiora, ésta «hizo
cuanto pudo por humillarla y mortificarla y no le permitió poner en práctica
nada de lo que el Señor le había ordenado, burlándose de cuanto decía la pobre
hermana». Santa Margarita comenta: «Eso me consoló mucho y me retiré con una
gran paz en el alma». Pero esos sucesos afectaron su salud y enfermó
gravemente. La madre de Saumaise, que deseaba una señal del
cielo, dijo a la santa: «Si Dios os devuelve la salud, lo tomaré como un signo
de que vuestras visiones proceden de Él y os permitiré que hagáis lo que el
Señor desea, en honor de su Sagrado Corazón». La santa se puso en oración y
recuperó inmediatamente la salud; la madre de Saumaise cumplió su promesa. Sin
embargo, como algunas de las religiosas se negaban a prestar crédito a las
visiones de Margarita, la superiora le ordenó someterlas al juicio de ciertos
teólogos; desgraciadamente esos teólogos, que carecían de experiencia en cuestiones
místicas, dictaminaron que se trataba de meras ilusiones y se limitaron a
recomendar que la visionaria comiese más. Nuestro Señor había dicho a la santa
que le enviaría un director espiritual comprensivo. En cuanto el P. de la Colombiére se presentó en el
convento como confesor extraordinario, Margarita comprendió que era el enviado
del Señor. Aun que el P. de la Colombicre no estuvo mucho tiempo en Paray, su breve estancia le bastó para
convencerse de la autenticidad de las revelaciones de Margarita María, por
quien concibió un gran respeto; además de confirmar su fe en las revelaciones,
el P. de la Colombiére adoptó la devoción al
Sagrado Corazón. Poco después partió para Inglaterra (donde no encontró «Hijas
de María, ni mucho menos a una hermana Alacoque») y Margarita atravesó el período más angustioso de su vida.
En una visión, el Señor la invitó a ofrecerse como víctima por las faltas de la
comunidad y por la ingratitud de algunas religiosas hacia su Sacratísimo
Corazón. Margarita resistió largo tiempo y pidió al Señor que no le diese a
beber ese cáliz Finalmente. Jesucristo le pidió que aceptase públicamente la
prueba, y la santa lo hizo así, llena de confianza, pero al mismo tiempo
apenada porque el Señor había tenido que pedírselo dos veces. Ese mismo día, 20
de noviembre de 1677, la joven religiosa, que sólo llevaba cinco años en el
convento, obtuvo de su superiora la autorización de «decir y hacer lo que el
Señor le pedía» y, arrodillándose ante sus hermanas, les comunicó que Cristo la
había elegido como víctima por sus faltas. No todas las religiosas tomaron
aquello con el mismo espíritu de humildad y obediencia. La santa comenta: «En
aquella ocasión, el Señor me dio a probar el amargo cáliz de su agonía en el
huerto». Se cuenta que, a la mañana siguiente, los confesores que había en Paray no fueron suficientes para
escuchar las confesiones de todas las religiosas que acudieron a ellos.
Desgraciadamente, existen razones para pensar que no faltaron religiosas que
mantuvieron su oposición a santa Margarita María por muchos años.
Durante el gobierno de la
madre Greyfié, que sucedió a la madre de
Soumaise, santa Margarita recibió
grandes gracias y sufrió también duras pruebas interiores y exteriores. El
demonio la tentó con la desesperación, la vanagloria y la compasión de sí
misma. Tampoco las enfermedades escasearon. En 1681, el P. de la Colombiére fue enviado a Paray por motivos de salud y
murió allí en febrero del año siguiente. Santa Margarita tuvo una revelación
acerca de la salvación del P. de la Colombiére y no fue ésa la única que tuvo de ese tipo. Dos años
después, la madre Melin, quien conocía a Margarita
desde su ingreso en el convento, fue elegida superiora de la Visitación y
nombró a la santa como ayudante suya, con la aprobación del capítulo. Desde
entonces, la oposición contra Margarita cesó o, por lo menos, dejó de manifestarse.
El secreto de las revelaciones de la santa llegó a la comunidad en forma
dramática (y muy molesta para Margarita), pues fue leído incidentalmente en el
refectorio en un libro escrito por el beato de la Colombiére. Pero el triunfo no
modificó en lo más mínimo la actitud de Margarita. Una de las obligaciones de
la asistenta consistía en hacer la limpieza del coro; un día en que cumplía ese
oficio, una de las religiosas le pidió que fuese a ayudar a la cocinera y ella
acudió inmediatamente. Como no había tenido tiempo de recoger el polvo, las
religiosas encontraron el coro sucio. Esos detalles eran los que ponían fuera
de sí a la hermana de Marest, la enfermera y,
probablemente, debió acordarse entonces con una sonrisa de la que fuera su
discípula doce años antes. Santa Margarita fue nombrada también maestra de
novicias y desempeñó el cargo con tanto éxito, que aun las profesas pedían
permiso para asistir a sus conferencias. Como su secreto se había divulgado, la
santa propagaba abiertamente la devoción al Sagrado Corazón y la inculcaba a
sus novicias. En 1685, se celebró privadamente en el noviciado la fiesta del
Sagrado Corazón. Al año siguiente, los parientes de una antigua novicia
acusaron a Margarita María de ser una impostora y de introducir novedades poco
ortodoxas, lo que suscitó nuevamente la oposición durante algún tiempo; pero el
21 de junio de ese año, toda la comunidad celebró en privado la fiesta del
Corazón de Jesús. Dos años más larde, se construyó allí una capilla en honor
del Sagrado Corazón, y la devoción empezó a propagarse por todos los conventos
de las visitandinas y por diversos sitios de
Francia.
En octubre de 1690, después
de haber sido elegida asistenta de la superiora por un nuevo período, Margarita
cayó enferma. «No viviré mucho -anunció-, pues ya he sufrido cuanto podía
sufrir». Sin embargo, el médico declaró que la enfermedad no era muy seria. Una
semana después, la santa pidió los últimos sacramentos: «Lo único que necesito
es estar con Dios y abandonarme en el Corazón de Jesús». Cuando el sacerdote le
ungía los labios, Margarita María expiró. Su canonización tuvo lugar en 1920.
En la biografía escrita por
el P. A. Hamon, Vie de Ste Marguerite-Marie (1907), que es muy
completa, hay casi treinta páginas consagradas al estudio de las fuentes y la
bibliografía. Nosotros nos contentaremos con mencionar la semblanza
autobiográfica, escrita por la santa cinco años antes de su muerte, a petición
de su director espiritual, así como las 133 cartas suyas y las notas
espirituales escritas de su mano. Existen, además, un interesante memorial
escrito por la madre Greyfié y los testimonios de sus
hermanas, con miras a la beatificación. El primer resumen biográfico de la
santa fue publicado en 1691; el P. Croiset
lo incluyó en forma de apéndice en su libro sobre la "Devoción al Sagrado
Corazón". A este resumen siguió una cuidadosa biografía escrita por Mons. Languet, obispo de Soissons (1729). Generalmente se
citan las obras de la santa, refiriéndose a Vie
et Oeuvres, publicado por las
religiosas de la Visitación de Paray-le-Monial en 1876.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Oremos
Infunde, Señor, en nosotros el espíritu de santidad con que enriqueciste tan singularmente a Santa Margarita María, para que también nosotros, lleguemos a conocer por experiencia el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y seamos colmados de la total plenitud de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
alguna manera, mandarle. Es el amor lo que le ha hecho descender del cielo y ponerlo en la cruz, es el amor el que ha hecho derramar la sangre de Cristo por la remisión de los pecados en un acto tan inocente como saludable. Nuestra acción de gracias por la salvación del mundo se debe, pues, al amor. Y es él mismo el que nos impele, por una lógica que constriñe, a amar a Cristo tanto como se le ha podido odiar.
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jueves 16
Octubre 2014
Santa Eduviges de Baviera
Santa Eduvigis, religiosa
Santa Eduvigis, religiosa,
la cual, nacida en Baviera y duquesa de Silesia, demostró gran interés en
ayudar a los pobres, para los cuales fundó hospicios. Fallecido su marido, se
retiró en el monasterio de monjas cistercienses que ella misma había fundado, y
del que era abadesa su hija Gertudis, lugar donde terminó su vida, en Trebnitz, el día quince de octubre.
Eduviges era hija del conde
Bertoldo de Andechs. Nació en Andechs, de Baviera, hacia 1174.
Su hermana Gertrudis fue la madre de santa Isabel de Hungría. Sus padres la
confiaron, de niña, a las religiosas del monasterio de Kintzingen, en Franconia. A los doce años de edad,
Eduviges contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, quien sólo tenía
dieciocho años y Dios los bendijo con siete hijos, pero sólo uno de ellos,
Gertrudis, sobrevivió a su madre y llegó a ser abadesa de Trebnitz. El marido de Eduviges
heredó el ducado a la muerte de su padre, en 1202. Inmediatamente, a instancias
de su esposa, fundó el gran monasterio de religiosas cistercienses de Trebnitz, a cinco kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los
malhechores de Silesia fueron condenados a trabajar en la construcción del
monasterio, que fue el primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su
mujer fundaron además otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron
en sus territorios la vida religiosa, sino también la cultura germánica. Entre
los monasterios fundados por los duques, los había de cistercienses, de
canónigos de San Agustín, de dominicos y de franciscanos. Enrique fundó el
hospital de la Santa Cruz en Breslau,
y santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt donde solía asistir
personalmente a las enfermas. Después del nacimiento de su último hijo, en
1209, Eduviges instó a su marido para que hiciesen voto de continencia perpetua
y, en adelante, vivieron separados durante largos períodos. Según se cuenta, en
los treinta años que le restaban de vida, Enrique no volvió a cortarse la barba
ni a llevar oro, plata o púrpura. Por ello se le llamó Enrique el Barbado.
Los hijos de Enrique y
Eduviges hicieron sufrir mucho a sus padres. Por ejemplo, en 1212, el duque
repartió sus posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos varones, pero
ninguno de los dos quedó contento con su parte. A pesar de que santa Eduviges
hizo cuanto pudo por reconciliarlos, los dos hermanos y sus partidarios
trabaron batalla, y Enrique derrotó a su hermano Conrado. Esa pena ayudó a
santa Eduviges a comprender y deplorar la vanidad de las cosas del mundo y a
despegarse más y más de él. A partir de 1209, la santa fijó su principal
residencia en el monasterio de Trebnitz, a donde solía retirarse con frecuencia. Durante sus
retiros, dormía en la sala común con las otras religiosas y observaba
exactamente la distribución. No usaba más que una túnica y un manto, lo mismo
en invierno que en verano y llevaba, sobre sus carnes una camisa de pelo con
mangas de seda blanca para que nadie lo sospechase. Como acostumbraba caminar
hasta la iglesia con los pies desnudos sobre la nieve, los tenía destrozados,
pero llevaba siempre en la mano un par de zapatos para ponérselos si encontraba
a alguien por el camino. Un abad le regaló en cierta ocasión un par de zapatos
nuevos y le arrancó la promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad
volvió a ver a la santa descalza y le preguntó dónde estaban los zapatos.
Eduviges los sacó de entre los pliegues de su manto, diciendo: «Siempre los
llevo aquí».
En 1227, los duques Enrique
de Silesia y Ladislao de Sandomir se reunieron para
organizar la defensa contra el ataque del «svatopluk» de Pomerania. Pero el svatopluk se enteró y cayó sobre ellos, precisamente durante la
reunión, y Enrique, que estaba en el baño, apenas logró escapar con vida. Santa
Eduviges acudió lo más pronto posible a cuidar a su marido, pero éste había
partido ya con Conrado de Masovia
para defender los territorios de Ladislao, quien había perecido a manos del svatopluk. La victoria favoreció a
Enrique, el cual se estableció en Cracovia. Pero al poco tiempo fue nuevamente
atacado por sorpresa en Mass, y Conrado de Plock le tomó prisionero. La
fiel Eduviges intervino y consiguió que ambos duques llegasen a un acuerdo,
mediante el matrimonio de las dos nietas de Enrique con los dos hijos de
Conrado. Así se evitó el encuentro entre las fuerzas de ambos, con gran
regocijo de santa Eduviges, quien siempre hacía cuanto estaba en su mano para
evitar el derramamiento de sangre. En 1238, murió el marido de santa Eduviges y
fue sucedido por su hijo Enrique, apodado «el Bueno». Cuando la noticia de la
muerte del duque llegó al monasterio de Trebnitz, las religiosas lloraron mucho; Eduviges fue la única que
permaneció serena y reconfortó a las demás: «¿Por qué os quejáis de la voluntad
de; Dios?. Nuestras vidas están en sus manos, y todo lo que ÉI hace está bien
hecho, lo mismo si se trata de nuestra propia muerte que de la muerte de los
seres amados». La santa tomó entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero no hizo los votos
para poder seguir administrando sus bienes en favor de los pobres. En cierta
ocasión, santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no sabía el Padrenuestro
y comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no consiguiese aprenderlo, la
santa la llevó a dormir en su propio cuarto para aprovechar todos los momentos
libres y repetirle la oración hasta que la mujer consiguió aprenderla de
memoria y entender lo que decía.
En 1240, los tártaros
invadieron Ucrania y Polonia. El duque Enrique II les presentó la batalla cerca
de Wahlstadt. Se dice que los tártaros
emplearon entonces los gases venenosos: «un humo espeso y nauseabundo brotaba
en forma de serpiente de unos tubos de cobre y embrutecía a los soldados
polacos». Enrique pereció en la batalla. Santa Eduviges tuvo una revelación sobre
la muerte de su hijo tres días antes de que llegase la noticia y dijo a su
amiga Dermudis: «He perdido a mi hijo; se
me ha escapado de las manos como un pajarillo y jamás volveré a verle». Cuando
el mensajero trajo la triste noticia, santa Eduviges consoló a su hija
Gertrudis y a Ana, la esposa de Enrique. Dios premió la fe de su sierva con el
don de milagros. Una religiosa ciega recobró la vista cuando la santa trazó
sobre ella la señal de la cruz. El biógrafo de Eduviges relata varias otras
curaciones milagrosas obradas por ella y menciona diversas profecías de la
santa, entre las que se contaba la de su propia muerte. Durante su última
enfermedad, santa Eduviges pidió la extremaunción cuando todos la creían fuera
de peligro. Murió en octubre de 1243 y fue sepultada en Trebnitz. Su canonización se llevó
a cabo en 1267. En 1706 la fiesta de santa Eduviges fue incluida en el
calendario general de la Iglesia de Occidente.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Oremos
Te pedimos, Dios todopoderoso, la gracia de imitar la humildad evangélica de Santa Eduviges y que su intercesión poderosa nos ayude a seguir aquello mismo que en ella admiramos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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jueves 16
Octubre 2014
San Galo de Germania
San Galo, monje y presbítero
Cerca de Arbona, en Germania, san Galo,
presbítero y monje, que aún adolescente fue recibido por san Columbano en el monasterio de
Bangor, en Hibernia, para dedicarse después a
propagar el Evangelio en estas regiones y enseñar a los hermanos la disciplina
monástica. Descansó en el Señor ya casi centenario.
El más famoso de los
discípulos e imitadores de san Columbano fue san Galo. Era originario de Irlanda y se educó en
el gran monasterio de Bangor, bajo la dirección de los santos abades Comgalo y Columbano. En dicho monasterio
florecían los estudios, sobre todo los sagrados, y san Galo llegó a ser muy
versado en gramática, poética y Sagrada Escritura. Según ciertos relatos, allí
recibió la ordenación sacerdotal. Cuando san Columbano partió de Irlanda, san
Galo fue uno de los doce que le siguieron a Francia, donde fundaron el
monasterio de Annegray y, dos años después, el de
Luxeuil. San Galo pasó allí veinte
años, pero lo único que sabemos sobre él, durante ese período, es que un día su
superior le envió a pescar en un río, y el santo fue a otro, donde no consiguió
atrapar un solo pez. Al ver su cesto vacío, su superior le reprendió y entonces
San Galo se dirigió al río que su superior le había indicado e hizo una pesca
abundantísima. El año 610, san Columbano fue desterrado del monasterio, y san Galo partió con él;
como no consiguiesen ir a Irlanda, predicaron el Evangelio en las cercanías de Tuggen y del lago de Zurich. El pueblo no los recibió
bien, por lo cual, según dice el biógrafo de san Galo, abandonaron «a aquella
multitud ingrata y desagradable para no desperdiciar en almas estériles los
esfuerzos que podían fructificar en almas mejor dispuestas».
Un sacerdote llamado Wilimar les ofreció refugio en Arbón, cerca del lago de
Constanza. Los siervos de Dios se construyeron un par de celdas en las
proximidades de Bregenz, donde convirtieron a muchos idólatras; al terminar uno
de sus sermones, san Galo arrojó al río las estatuas de los ídolos. Su
atrevimiento convirtió a unos y enfureció a otros. Los dos santos permanecieron
allí dos años y plantaron un huerto. Por su parte, san Galo, que era
indudablemente un pescador muy hábil, ocupaba sus ratos libres en tejer redes y
pescar en el lago. Pero el pueblo siguió obstinado en su idolatría y persiguió
a los dos monjes. Hacia el año 612, Teodorico, el gran enemigo de san Columbano, se convirtió en el amo de
Austrasia y éste decidió huir a
Dalia; san Galo no quería separarse de él, pero la enfermedad le impidió
seguirle. Según una leyenda, san Columbano, quien no creía que su amigo estuviese realmente muy
enfermo, le impuso en castigo no volver a celebrar la misa mientras él viviese,
y san Galo obedeció esa orden injusta. Después de la partida de san Columbano y sus hermanos, san Galo
cargó con sus redes y se fue a vivir con Wilimaro en Arbón, donde pronto recuperó la
salud. Entonces, el diácono Hiltibodo le ayudó a elegir, a orillas del río Steinach, un sitio en el que la
pesca era abundante, y allí se estableció el santo. Pronto se le reunieron
algunos discípulos, a quienes san Galo impuso la regla de san Columbano. La fama de san Galo
continuó creciendo hasta su muerte, ocurrida en 627 ó 645 en Arbón, a donde había ido a
predicar.
Los biógrafos del santo
narran otros detalles de su vida. Algunos son de autenticidad dudosa y otros
ciertamente falsos. Una semana después de haberse establecido a orillas del Steinach con el diácono Hiltibodo, san Galo tuvo que ir a
exorcizar, muy contra su voluntad, a la hija del duque Gunzo, de la que dos obispos
habían intentado en vano arrojar los demonios. San Galo tuvo éxito, y el
demonio escapó de la boca de la joven en forma de pájaro negro. El rey Sigeberto, de quien la joven Fridiburga era la prometida, ofreció
a san Galo una sede para mostrarle su gratitud; pero el santo se negó a
aceptarla y persuadió a Fridiburga de que ingresase en un
convento de Metz, en vez de casarse con el monarca. A pesar de ello, Sigeberto no guardó rencor a san
Galo; más tarde, los monjes de la abadía de San Galo afirmaron erróneamente que
Sigeberto había regalado al santo
las tierras de la abadía y la había sustraído a la jurisdicción del obispo de
Constanza. La sede de Constanza fue ofrecida de nuevo a san Galo, quien volvió
a rechazarla, pero nombró obispo al diácono Juan, discípulo suyo, y predicó el
día de su consagración. San Galo tuvo una revelación sobre la muerte de san Columbano en Bobbio; los discípulos de éste,
siguiendo las instrucciones de su maestro, enviaron a san Galo su báculo
abacial en prueba de que le había perdonado por no haberle acompañado a Italia.
Cuando murió san Eustacio, a quien san Columbano había nombrado abad de Luxeuil, los monjes eligieron a
san Galo; pero la abadía era ya entonces muy rica, y el humilde siervo de Dios
apreciaba demasiado la pobreza y la vida penitente para dejarse arrancar de
ella, de suerte que siguió ejerciendo su labor apostólica donde estaba. Sólo
salía de su celda para ir a instruir y predicar a los habitantes de las
regiones más agrestes y abandonadas. Cuando estaba en su ermita, solía pasar
días y noches enteras en contemplación.
Walafrido Strabo, además de la biografía
propiamente dicha, escribió un volumen sobre los milagros obrados en el
sepulcro de san Galo. Dicho autor hace notar que su biografiado «poseía un gran
sentido práctico» y que fue uno de los principales misioneros en Suiza. La fiesta
de san Galo se celebra en Irlanda y en Suiza. Su fama ha sido superada por la
del monasterio que fundó a orillas del Steinach, en el sitio que ocupa actualmente el pueblecito de Saint-Gall, en el cantón suizo del
mismo nombre. Otmaro organizó dicho monasterio
un el siglo VIII. Sus monjes rindieron en la Edad Media incalculables servicios
a la ciencia, la literatura, la música y otras artes, y la biblioteca y el «scriptorium» del monasterio se
contaban entre los más famosos de la Europa occidental. El monasterio fue
secularizado después de la Revolución Francesa; felizmente se conserva todavía
una buena parte de la biblioteca junto a la iglesia abacial, que fue
reconstruida y es hoy la catedral de la diócesis de Saint-Gall.
Se ha investigado mucho
sobre la vida del santo. Aparte de las alusiones incidentales que se hallan en
la biografía de san Columbano escrita por Jonás, existen
tres documentos que tratan directamente sobre san Galo. El primero, del que
desgraciadamente sólo se conservan fragmentos, fue escrito más o menos un siglo
después de la muerte del santo; el segundo, cuyo autor es el abad Wetting, data de principios del
siglo IX; el tercero, debido a la pluma de Walafrido Strabo, data seguramente de unos
diez o veinte años después. Los tres documentos fueron editados por B. Krusch en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov, vol. IV, pp. 251-337.
Existe además una biografía en verso escrita por Notker. Véase J. F. Kenney, The Sources for the Early History of Ireland vol. I, pp. 206-208; Gougaud, Christianity in Celtic Lands (1932), pp. 140-144; Les saints irtandais hors d'Irlande (1936), pp. 114-119; y M. Joynt, The Life of St. Gall (1927). Imágenes: escenas
de la vida de san Galo, ilustraciones de hacia 1455, en la Biblioteca del Sait-Gall.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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jueves 16
Octubre 2014
Conmemoración de los santos
Martiniano y Saturiano, mártires en África junto
con dos hermanos suyos, todos los cuales, durante la persecución bajo el rey
arriano Genserico, eran esclavos de un
vándalo, y fueron convertidos a la fe de Cristo por otra esclava, santa Máxima,
virgen. Por su constancia en la fe católica fueron apaleados con varas nudosas
hasta descubrir sus huesos, y desterrados a la región de los mauritanos, por
convertir a algunos de ellos a la fe de Cristo fueron condenados a muerte.
Santa Máxima, después de superar muchos combates, terminó como madre de muchas
vírgenes en un monasterio.
El Martirologio Romano
habla del martirio de los santos Martiniano, Saturiano y sus dos anónimos
hermanos, todos los cuales, en la persecucion del rey arriano Genserico el Vándalo, fueron convertidos a la fe por la virgen Máxima,
su compañera de esclavitud. A causa de su constancia en la fe, fueron
flagelados por su amo, que era hereje, hasta que sus huesos quedaron al
descubierto. Como cada dia amaneciesen ilesos, despues de haber sufrido numerosos
tormentos, fueron desterrados. En el exilio convirtieron a muchos bárbaros a la
fe de Cristo y consiguieron que el Pontifice de Roma les enviase a un sacerdote y otros ministros, para
bautizar a los conversos. Finalmente se los ató por los pies a un carro y
fueron arrastrados por los caminos fragosos. Pero Maxima, que salio con vida de todas las
pruebas, fue libertada por el poder de Dios y «murio apaciblemente en un monasterio, en
el que fue madre de muchas virgenes».
Víctor de Vita, en su
historia de las persecuciones de los vandalos, habla de estos confesores. Segun él, Martiniano era un fabricante de
armaduras y su amo decidio casarle con Máxima. Aunque
ésta había hecho voto de virginidad, no se atrevio
a rehusar, pero Martiniano la respeto y huyo con ella a un monasterio. Su amo
los sacó de él y los golpeo brutalmente porque se negaban a recibir el bautismo
arriano. Después de la muerte de su amo, la esposa de éste los vendió a otro vandalo, quien devolvio la libertad a Máxima y
envió a Martiniano y a dos de sus compañeros a un jefe berberisco. Los tres
convirtieron allí a numerosas personas y pidieron al Papa que enviase a un
sacerdote. Para castigar su atrevimiento, Genserico ordeno que fuesen arrastrados hasta que muriesen.
Acta Sanctorum, oct., vol.
VII, pte. 2. El unico documento fidedigno es el
relato de Víctor de Vita.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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