domingo
05 Octubre 2014
Beata María Teresa Kowalska
Beata María Teresa Kowalska, virgen y mártir
En el campo de
concentración de Dzialdowo, en Polonia, beata María
Teresa Kowalska, virgen de la Orden de
Clarisas Capuchinas y mártir, la cual, encarcelada en aquel lugar durante la
ocupación militar de Polonia, permaneció firme en la fe y alcanzó, así, la vida
eterna.
Miecislava Kowalska nació en Varsovia en 1902.
No se conocen los nombres de sus padres, pero sí se sabe que el padre era
simpatizante socialista que en 1920 se marchó a la Unión Soviética con una
parte de la familia. Las ideas políticas de su padre no habían impedido que Miecislava hiciera la primera
comunión (21 de abril de 1915) y recibiera la confirmación (21 de mayo de
1920). Miecislava quedó en Polonia y al
llegar a los 21 años decidió su vocación religiosa e ingresó en el monasterio
de Monjas Capuchinas de Przasnysz el 23 de enero de 1923.
Quería reparar la defección de su familia, que se había dejado imbuir del
espíritu ateo. Comenzó su noviciado el 15 de agosto de 1923 y tomó el nombre de
sor María Teresa del Niño Jesús. Hizo la profesión simple el 15 de agosto de
1924 y la profesión solemne el 26 de julio de 1928. En el convento ejerció
sucesivamente estos oficios: portera, sacristana, bibliotecaria, maestra de
novicias y consejera.
Llegada la II Guerra
Mundial y ocupada Polonia por los alemanes, éstos arrestaron, el 2 de abril de
1941, a todas las monjas del monasterio y las llevaron al campo de
concentración de Dzialdowo. Para entonces sor María
Teresa estaba ya enferma de tuberculosis. Las 36 monjas capuchinas fueron
recluidas en un único local y sometidas a condiciones horribles de vida. La
tuberculosis de sor Teresa avanzó de forma rápida e inexorable, sobreviniéndole
numerosas hemorragias pulmonares, hasta que murió piadosamente el 25 de julio
de 1941, siendo su cuerpo retirado de la sala, sin que se sepa qué se hizo con
él. Las hermanas fueron liberadas dos semanas más tarde pero no pudieron volver
al monasterio hasta el final de la guerra. Fue beatificada el 13 de junio de
1999 por el papa Juan Pablo II.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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domingo
05 Octubre 2014
San Plácido
San Plácido
En los Diálogos de san
Gregorio cuando se nos describe la comunidad de Subiaco reunida en torno a san Benito,
aparecen estas dos figuras que son tan distintas como
complementarias.
Uno es el monje serio y
concienzudo, ejemplar, el otro un muchacho de corta edad muy impulsivo. «Mauro
es la paz serena», dice fray Justo Pérez de Urbel,
«Plácido, la alegría que canta; el uno, el hombre de la confianza del maestro,
el otro, la joya de su más tierno amor.
Los dos, iguales en la
generosidad de su sacrificio, descendientes de ilustres familias romanas, lo
dejan todo por seguir a Cristo». La leyenda prolongará ambas vidas
atribuyéndoles hechos ajenos o fantásticos. San Mauro, a pesar de lo que se
creyó durante siglos, no fue quien introdujo la regla benedictina en las Galias, pero dio su nombre a la
congregación francesa de Saint-Maur,
famosa por su saber.
Y san Plácido no murió
mártir en Sicilia. Basta para su gloria la certeza de haber sido discípulos
predilectos del santo de Nursia, de uno de cuyos milagros
fueron protagonistas.
Un día san Benito
pidió a Plácido que le trajera agua, al cabo de un rato vio en espíritu que un
niño se estaba ahogando en el lago y entonces ordenó a Mauro que fuera a
salvarle; el monje así lo hizo, obedeciendo tan ciegamente que su fe le permitió
andar sobre las aguas, luego el abad y Mauro porfiaron largamente atribuyéndose
el uno al otro el mérito de aquel prodigio.
La regla pide a los
monjes una obediencia pronta, alegre y fervorosa, lo de «hágase su voluntad»
que decimos en el padrenuestro quizá maquinalmente, tomado muy en serio, y eso
es lo que ilustra la anécdota de Mauro y Plácido.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad de San Plácido, seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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domingo
05 Octubre 2014
Santos Mauro y Plácido
Santos Mauro y Plácido, monjes
Conmemoración de los santos
Mauro y Plácido, monjes, que desde su adolescencia fueron discípulos del abad
san Benito.
Dada la gran fama de
santidad que alcanzó san Benito en la época en que vivió en Subiaco, muchas nobles familias
romanas solían confiarle a sus hijos para que los educasen en el monasterio. Equicio le confió a su hijo Mauro
y el patricio Tértulo a su hijo Plácido, quien
era aún muy niño. San Gregorio cuenta en sus «Diálogos» que, en cierta ocasión,
Plácido se cayó en el río cuando trataba de llenar un cántaro; san Benito, que
se hallaba en el monasterio, llamó inmediatamente a Mauro y le dijo: «Corre y
vuela, hermano mío, porque el niño acaba de caerse en el río». Mauro echó a
correr y anduvo sobre las aguas la distancia de un tiro de flecha, hasta el
sitio en que se hallaba Plácido; entonces le tomó por los cabellos y le
arrastró hasta la orilla, siembre andando sobre las aguas. Al pisar tierra,
Mauro volvió los ojos hacia el río y sólo entonces cayó en la cuenta del
milagro. San Benito lo atribuyó a la obediencia de su discípulo, pero éste
pensó que se debía a la santidad y virtud de san Benito. Plácido confirmó los
pensamientos de Mauro, diciendo: «Cuando me sacaste del agua, vi el manto de
nuestro padre sobre mi cabeza y pensé que era él quien tiraba de mí». La
salvación milagrosa de Plácido es como un símbolo de la preservación de su alma
de toda mancha de pecado. Crecía constantemente en virtud y sabiduría, y su
vida era una réplica fiel de la de su maestro y director, san Benito. Éste
observaba los progresos de la gracia en el corazón de su discípulo, le amaba
con particular predilección y, probablemente, le llevó consigo a Monte Cassino. Según se dice, el padre
de Plácido fue quien regaló a san Benito dicha posesión. A esto se reduce todo
lo que sabernos acerca de Plácido y Mauro.
Sin embargo, durante
algunos siglos se veneró a Plácido como mártir. La confusión tiene por origen
la falsificación de un documento en el siglo XII, que aunque ya se ha corregido
la cuestión en el Martirologio actual, ha dejado huellas en la iconografía, y
vale la pena relatar porque muestra el modo como se han configurado algunas
leyendas de santos. En efecto, por entonces Pedro el Diácono, monje y
archivista de Monte Cassino, publicó un relato de la
vida y martirio de San Plácido. Nadie había oído hasta entonces hablar de aquel
mártir. Pedro el Diácono afirmaba que se había basado en los datos que le
comunicó un monje de Constantinopla llamado Simeón, quien a su vez había heredado
un documento que databa de la época del martirio de san Plácido, escrito por un
compañero del mártir, llamado Gordiano. Gordiano había conseguido huir de
Sicilia a Constantinopla, donde regaló a los antecesores de Simeón el relato
que había escrito sobre el martirio. Esta fábula, como tantas otras, se impuso
poco a poco, y los benedictinos y todo el Occidente acabaron por admitirla.
Según la leyenda, san Plácido había ido a Sicilia a fundar en Messina el
monasterio de San Juan Bautista. Algunos años más tarde, unos piratas
sarracenos que venían de España, desembarcaron en la isla. Como Plácido, sus
hermanos, su hermana y sus monjes se negasen a adorar a los dioses del rey Abdula, fueron decapitados.
Inútil decir que en el siglo VI no había moros en España y que los sarracenos
de Siria y Africa no hicieron incursiones en
Sicilia antes de mediar el siglo VII. La leyenda se enriqueció poco a poco con
nuevas «pruebas», entre las que se contaba nada menos que un acta de la
donación que Tértulo había hecho a san Benito
de ciertas tierras en Italia y Sicilia. Sin embargo, la devoción a San Plácido
no se popularizó verdaderamente sino hasta 1588. En ese año, se reconstruyó la
iglesia de San Juan, en Messina y durante el curso de los trabajos se descubrieron
varios esqueletos. Naturalmente, el pueblo los tomó por las reliquias de san
Plácido y sus compañeros, y Sixto V aprobó el culto de los mártires. Los
nombres de san Plácido y sus compañeros quedaron desde entonces incluidos en el
Martirologio Romano. Los bolandistas se preguntan con razón si Sixto V obró con
la debida prudencia.
U. Berliére, en Revue Bénédictine, vol. XXXIU (1921), pp.
19-45, estudió a fondo la cuestión de la falsificación de Pedro el Diácono,
tanto desde el punto de vista histórico, como desde el punto de vista
litúrgico. Pero ya antes E. Caspar
había probado perfectamente el carácter espurio de la narración de Gordiano en
su obra Petrus Diaconus und die Monte Cassineser Falschungen (1909), particularmente en
las pp. 47-72. El texto de Gordiano puede verse en Acta Sanctorum, oct. vol.
III. Cf. igualmente Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, y el resumen de J. Me Cann en Saint Benedict (1938), pp. 282-291.
Artículo del Butler-Guinea simplificado.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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