viernes
03 Octubre 2014
Beato José María Poyatos Ruiz
Beato José María Poyatos Ruiz
«Joven mártir, integrante
de la Acción Católica. Generoso, valiente, únicamente hizo el bien a su
alrededor. Sin embargo, los enemigos de la fe le acosaron vilmente dándole la
muerte en las tapias del cementerio de Úbeda en 1936»
Nació en Vilches, Jaén,
España el 20 de octubre de 1914. Fue el decimotercero de quince hermanos. Cinco
de ellos murieron a una edad prematura por causa de enfermedades infantiles que
no siempre pudieron atajarse en esa época. La profesión de su padre, empleado
en Obras Públicos, impregnó el devenir de todos en constante trasiego por las
localidades en las que el trabajo lo reclamaba; los hijos procedían de diversos
lugares. Puede que la serranía de Cazorla marcase al beato ya que en una de sus
localidades, Tíscar, donde vivió poco tiempo,
se veneraba a la Virgen en el Santuario. Y la disponibilidad de la Madre del
cielo, su fiat serían
lecciones que seguramente le acompañaron en su fugaz tránsito en la tierra y le
alentarían en su martirio. Casi toda su infancia y juventud discurrió en Úbeda
y Baeza, localidades prósperas por la cercanía del ferrocarril.
Asentados en Rus veían que
los ingresos no les permitían costear las necesidades de tan larga prole, y
comenzaron a regentar un establecimiento de comestibles en el que trabajó José
María durante unos años. Los vecinos que iban a proveerse de lo preciso supieron
pronto que era un muchacho muy especial. Aprendió en su hogar a compartir con
los demás aquello que la vida otorga, como lo vienen haciendo los componentes
de las familias numerosas. Y sensible a la penuria de las personas que
malvivían, ni siquiera fiaba, sino que solía dar lo que precisaban aún sabiendo
que no tendrían medios para pagarlo. Evidentemente, con ese espíritu el negocio
no podía prosperar, sino que iba a llevar a los suyos a la ruina, y sus padres
le enviaron a Úbeda para que se emplease en una fábrica de orujo.
Mientras esperaba
incorporarse a este empleo, los olivares, santo y seña de esas tierras, le
proporcionaron el pan a él y a una de sus hermanas. De sol a sol se afanaron en
conseguir dignamente un modesto sueldo con el que iban a contribuir a la
escueta economía familiar. Su hermana recolectaba la aceituna y él acarreaba
las caballerías. Con el gozo de poder ayudar a sus seres queridos, las
inclemencias meteorológicas y las penalidades del día a día quedaban
suavizadas. En sus venas latía la fe y confianza en la divina Providencia que
habían heredado de sus padres.
Finalizando 1935 los dos
hermanos concluyeron esta labor y José María entró en la fábrica. Para
facilitar sus desplazamientos, alquilaron un piso en Úbeda donde el joven
comenzó a frecuentar la parroquia de san Nicolás de Bari. Allí se afilió a la
Acción Católica que puso en marcha en Rus compartiendo su fe con niños y
jóvenes. Sencillo y humilde proseguía un itinerario espiritual. Era componente
de la Adoración Nocturna que se realizaba en la iglesia de Santa María de
Úbeda. Este camino iba incrementándolo con las pautas la oración, el rezo del
rosario, la asistencia a misa y la frecuente recepción de la Eucaristía
acompañado por su director espiritual. Efectuaba el apostolado con hijos de sus
compañeros de trabajo, creando una especie de escuela para los que no podían ir
a la pública.
Pero los enemigos de la
Iglesia fueron creciendo y los creyentes estaban en peligro. La fe de José
María era fácil de vislumbrar; nunca ocultó sus creencias y sus obras
evidenciaban la fortaleza de una persona hondamente convencida de la verdad
evangélica. Por medio de un religioso pudo obtener otro trabajo, pero no quiso
aprovecharse de esta recomendación que podía dejar en la estacada a otras
personas. Sus compañeros, imbuidos del ambiente anticlerical, comenzaban a
darle la espalda. Relegaron al olvido el bien que hacía entre ellos y sus
familias. Se mofaban de él, buscando herirle en lo que más le dolía: su amor a
Cristo. Cobardemente agazapados, esperaban que pisara las cruces que habían
puesto encima del orujo. El joven no claudicó: «prefiero la muerte a ver la Cruz por el suelo».
Como no secundaba posturas
radicales dentro de la fábrica, incompatibles con la visión que le
proporcionaba su fe, perdió su trabajo. Iba siendo consciente de que ese podría
ser el primer paso que le conduciría a la muerte. Era valiente, pero no
temerario: «Vendrán a buscarme, pero yo ciertamente no
tengo intención de buscar la muerte, y me llevarán al lugar al que debo ir
para testimoniar; allí, a pesar de lo que me pidan, no diré una palabra contra nadie ni contra nada; puedes estar
tranquila. Después me atarán y me llevarán al lugar destinado», confió a su hermana.
Lo fueron cercando como a
una presa de caza. Iban tratando de asfixiarle haciendo guardia delante de su
domicilio para terminar con su vida en cuanto pisara la calle. Pudo haber
huido, pero no quiso hacerlo. Confiaba tanto en la divina Providencia que sabía
que si se alejaba de allí para conservar su vida, podría estar dando la espalda
a la voluntad de Dios. Hecho un mar de fe y confianza aguardó sereno,
plenamente consciente de lo que iba a recaer sobre él, como dijo a su
preocupada hermana: «Desde luego que la vida así es triste, han
matado a tantos que conocía y quería. Pero a mí cómo no me va a gustar vivir.
Es lástima que me maten a los veintiún años […]. Por otro lado, ¡qué dicha
perder la vida por salvar el Alma! Todos hemos de morir, pero de esta forma es
seguro que se salva el Alma…». Le guiaba esta esperanza cierta: «En el cielo me uniré a los que me esperan y, desde allí,
pediremos y lograremos el triunfo de la fe en España».
Lo detuvieron como hicieron
con su padre y la mayoría de sus hermanos. Le arrancaron de su casa el 3 de
octubre de 1936; él había vaticinado que se produciría su arresto exactamente
en esa fecha y también dónde le conducirían; las tapias del cementerio. Así
fue. Casi sin dilación, allí lo llevaron, poniéndole bajo los fusiles. De forma
jubilosa recibió los primeros disparos que inicialmente no lo mataron,
exclamando: «¡Viva Cristo Rey»; así exhaló su último
aliento este inocente mártir que el único «mal» que hizo fue
derrochar el amor mismo que recibió de Cristo. Fue beatificado el 13 de octubre
de 2013.
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viernes
03 Octubre 2014
San Carlos I
Carlos I de Hasburgo
Carlos I de Hasburgo,
(1887-1922), último emperador de Austria y rey de Hungría.
Proclamado emperador de Austria en 1916, Carlos I abdicó el 11 de noviembre de
1918 al caer el Imperio austro-húngaro. En marzo de 1919 salió de Austria y fue
destituido formalmente por el Parlamento austríaco en abril. Pasó su exilio en
la isla de Madeira (Portugal), donde falleció a los 34 años.
Se había casado con la princesa Zita de los Borbones de Parma, a quien dijo en el día de su boda: «Ahora tenemos que llevarnos el uno al otro al cielo», recordó el cardenal Saraiva Martins el pasado abril en la ceremonia de promulgación del decreto que reconoce un milagro a su intercesión. Del matrimonio nacieron ocho hijos.
Sirvió a su pueblo con justicia y caridad»; «buscó la paz, ayudó a los pobres, cultivó con empeño su vida espiritual. La fe le apoyó desde la juventud, y sobre todo en el período de la primera guerra mundial, y en el exilio en la isla de Madeira.
Se había casado con la princesa Zita de los Borbones de Parma, a quien dijo en el día de su boda: «Ahora tenemos que llevarnos el uno al otro al cielo», recordó el cardenal Saraiva Martins el pasado abril en la ceremonia de promulgación del decreto que reconoce un milagro a su intercesión. Del matrimonio nacieron ocho hijos.
Sirvió a su pueblo con justicia y caridad»; «buscó la paz, ayudó a los pobres, cultivó con empeño su vida espiritual. La fe le apoyó desde la juventud, y sobre todo en el período de la primera guerra mundial, y en el exilio en la isla de Madeira.
Oración
Confesamos, Señor todopoderoso, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión de San Carlos I, venga en nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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viernes
03 Octubre 2014
San Pedro Vigne
Pedro Vigne
Pedro Vigne nació el 20 de Agosto de
1670 en Privas (Francia), pequeña ciudad muy marcada aún por las consecuencias
de las guerras de religión del siglo anterior, entre católicos y protestantes.
Su padre Pedro Vigne, honrado comerciante en
textil, y su madre, Francisca Gautier, casados en la Iglesia Católica, han
hecho bautizar a sus cinco hijos en la parroquia católica de Santo Tomás de
Privas. Dos hijas murieron muy temprano. Pedro y sus dos hermanos mayores, Juan
Francisco y Eleonora, viven con sus padres en una relativa
comodidad.
A los 11 años, Pedro es llamado por el Cura de la parroquia para firmar como testigo las actas parroquiales de Bautismo, matrimonio y sepultura.
Después de haber recibido una educación e instrucción de buen nivel, al final de su adolescencia, de repente su vida está transformada por la toma de conciencia de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.
Esta experiencia le orienta definitivamente hacia Jesús que entrega su vida en la Cruz por nuestro amor y que, por la Eucaristía, no cesa de darse a todos. En 1690 entra en el seminario sulpiciano de Viviers. Ordenado sacerdote, el 18 de Septiembre de 1694, en Bourg Saint Andéol, por el obispo de Viviers, está destinado como coadjutor a Saint Agrève. Durante seis años ejerce allí su ministerio sacerdotal en amistad con su párroco y en cercanía con los fieles.
Su deseo de ser misionero entre la gente sencilla le decide a entrar en la Congregación de los Lazaristas, en Lyón, en 1700. Allí recibe una sólida formación a la pobreza y a las «misiones populares» y empieza a recorrer pueblos y ciudades con sus compañeros para evangelizar al pueblo cristiano. En 1706 deja voluntariamente a los Lazaristas.
Incansablemente, y durante más de treinta años, recorre, andando o a caballo, los caminos del Vivarais, del Dauphiné y más aún. Para hacer conocer, amar y servir a Jesucristo se enfrenta con el cansancio de los viajes y el rigor del clima. Predica, visita a los enfermos, catequiza a los niños, administra los sacramentos y va hasta llevar a hombros «su» confesionario para estar siempre dispuesto a ofrecer la misericordia de Dios. Celebra la Misa, expone al Santísimo, enseña a los fieles a adorar. María, «Hermoso sagrario de Dios entre los hombres» tiene también un lugar de predilección en su oración y enseñanza.
En el transcurso de una de sus misiones, en 1712, llega a Boucieu le Roi cuya topografía le permite levantar un Vía Crucis. Con la ayuda de los feligreses de la zona construye 39 estaciones que, a través del pueblo, el campo y la montaña, enseñan a los cristianos a seguir a Jesús desde la Cena hasta Pascua y Pentecostés.
Boucieu va a ser su residencia, fuera de las misiones. Allí reúne a algunas mujeres que encarga de «acompañar a los peregrinos» del Vía Crucis para ayudarles a meditar y a orar.
Es allí que funda la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento. El 30 de Noviembre de 1715, en la iglesia, les entrega la cruz y el hábito religioso. Les invita a hacer turnos para adorar a Jesús presente en la Eucaristía, y a vivir juntas fraternalmente. Les confía la tarea de enseñar a la juventud. Atento a la necesidad de instruir a los niños para darles la oportunidad de acceder a la fe y adoptar comportamientos cristianos, Pedro Vigne abre escuelas y crea un seminario de «Regentas», modo de llamar entonces a las maestras de escuela.
Una vida tan intensa necesita apoyos. Cuando el Padre Pedro va a Lyon para comprar, nunca deja de ir a casa de sus antiguos maestros de San Sulpicio para encontrar a su confesor y a su director espiritual. Atraído pronto por la espiritualidad eucarística de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, fundados por Monseñor d'Authier de Sisgaud, el 25 de Enero de 1724, en Valence, le admiten como cofrade en esta sociedad sacerdotal y beneficia de su ayuda espiritual y temporal.
A la vez que asume el acompañamiento de su joven Congregación, Pedro Vigne continúa sus viajes apostólicos y, para prolongar los frutos de sus misiones también escribe libros: reglamentos de vida, obras de espiritualidad y sobre todo las «meditaciones sobre el libro más hermoso que es Jesucristo sufriendo y muriendo en la Cruz».
El vigor de este caminante de Dios, la intensidad de su actividad apostólica, sus largas horas de adoración, su vida de pobreza, testimonia no solo de una robusta constitución física sino de un amor apasionado por Jesucristo que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1)
Sin embargo, a los 70 años acusa los efectos del cansancio. En el transcurso de una misión en Rencurel, en las montañas del Vercors, un fuerte malestar le obliga a interrumpir su predicación. A pesar de todos sus esfuerzos para celebrar aún la Eucaristía y exhortar a los fieles a vivir el amor a Jesús, se da cuenta que su fin se acerca, expresa todavía su inmenso ardor misionero y entra en profunda oración. Un sacerdote, y dos Hermanas llegadas rápidamente, acompañan sus últimos momentos. El 8 de Julio de 1740 se reúne con Aquel que tanto amó, adoró y sirvió. Su cuerpo fue transportado a Boucieu donde descansa aún en la pequeña iglesia.
A los 11 años, Pedro es llamado por el Cura de la parroquia para firmar como testigo las actas parroquiales de Bautismo, matrimonio y sepultura.
Después de haber recibido una educación e instrucción de buen nivel, al final de su adolescencia, de repente su vida está transformada por la toma de conciencia de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.
Esta experiencia le orienta definitivamente hacia Jesús que entrega su vida en la Cruz por nuestro amor y que, por la Eucaristía, no cesa de darse a todos. En 1690 entra en el seminario sulpiciano de Viviers. Ordenado sacerdote, el 18 de Septiembre de 1694, en Bourg Saint Andéol, por el obispo de Viviers, está destinado como coadjutor a Saint Agrève. Durante seis años ejerce allí su ministerio sacerdotal en amistad con su párroco y en cercanía con los fieles.
Su deseo de ser misionero entre la gente sencilla le decide a entrar en la Congregación de los Lazaristas, en Lyón, en 1700. Allí recibe una sólida formación a la pobreza y a las «misiones populares» y empieza a recorrer pueblos y ciudades con sus compañeros para evangelizar al pueblo cristiano. En 1706 deja voluntariamente a los Lazaristas.
Incansablemente, y durante más de treinta años, recorre, andando o a caballo, los caminos del Vivarais, del Dauphiné y más aún. Para hacer conocer, amar y servir a Jesucristo se enfrenta con el cansancio de los viajes y el rigor del clima. Predica, visita a los enfermos, catequiza a los niños, administra los sacramentos y va hasta llevar a hombros «su» confesionario para estar siempre dispuesto a ofrecer la misericordia de Dios. Celebra la Misa, expone al Santísimo, enseña a los fieles a adorar. María, «Hermoso sagrario de Dios entre los hombres» tiene también un lugar de predilección en su oración y enseñanza.
En el transcurso de una de sus misiones, en 1712, llega a Boucieu le Roi cuya topografía le permite levantar un Vía Crucis. Con la ayuda de los feligreses de la zona construye 39 estaciones que, a través del pueblo, el campo y la montaña, enseñan a los cristianos a seguir a Jesús desde la Cena hasta Pascua y Pentecostés.
Boucieu va a ser su residencia, fuera de las misiones. Allí reúne a algunas mujeres que encarga de «acompañar a los peregrinos» del Vía Crucis para ayudarles a meditar y a orar.
Es allí que funda la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento. El 30 de Noviembre de 1715, en la iglesia, les entrega la cruz y el hábito religioso. Les invita a hacer turnos para adorar a Jesús presente en la Eucaristía, y a vivir juntas fraternalmente. Les confía la tarea de enseñar a la juventud. Atento a la necesidad de instruir a los niños para darles la oportunidad de acceder a la fe y adoptar comportamientos cristianos, Pedro Vigne abre escuelas y crea un seminario de «Regentas», modo de llamar entonces a las maestras de escuela.
Una vida tan intensa necesita apoyos. Cuando el Padre Pedro va a Lyon para comprar, nunca deja de ir a casa de sus antiguos maestros de San Sulpicio para encontrar a su confesor y a su director espiritual. Atraído pronto por la espiritualidad eucarística de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, fundados por Monseñor d'Authier de Sisgaud, el 25 de Enero de 1724, en Valence, le admiten como cofrade en esta sociedad sacerdotal y beneficia de su ayuda espiritual y temporal.
A la vez que asume el acompañamiento de su joven Congregación, Pedro Vigne continúa sus viajes apostólicos y, para prolongar los frutos de sus misiones también escribe libros: reglamentos de vida, obras de espiritualidad y sobre todo las «meditaciones sobre el libro más hermoso que es Jesucristo sufriendo y muriendo en la Cruz».
El vigor de este caminante de Dios, la intensidad de su actividad apostólica, sus largas horas de adoración, su vida de pobreza, testimonia no solo de una robusta constitución física sino de un amor apasionado por Jesucristo que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1)
Sin embargo, a los 70 años acusa los efectos del cansancio. En el transcurso de una misión en Rencurel, en las montañas del Vercors, un fuerte malestar le obliga a interrumpir su predicación. A pesar de todos sus esfuerzos para celebrar aún la Eucaristía y exhortar a los fieles a vivir el amor a Jesús, se da cuenta que su fin se acerca, expresa todavía su inmenso ardor misionero y entra en profunda oración. Un sacerdote, y dos Hermanas llegadas rápidamente, acompañan sus últimos momentos. El 8 de Julio de 1740 se reúne con Aquel que tanto amó, adoró y sirvió. Su cuerpo fue transportado a Boucieu donde descansa aún en la pequeña iglesia.
Oración
Tú, Señor, que concediste a San Pedro Vigne el don de imitar con fidelidad a cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de éste santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
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viernes
03 Octubre 2014
San Malaquías Armagh
Ayudó a restaurar la abadía
de Connor que había sido destruida
por la invasión vikinga, se convirtió en arzobispo de Armagh. Sufrió muchas
persecuciones por parte de los nobles que deseaban apropiarse de los bienes de
la Iglesia.
En 1139 partió hacia Roma,
deteniéndose en Claraval en casa de su amigo san
Bernardo. Malaquías suplicó al Papa que le dejase abandonar el cargo, con el
fin de ir a vivir como monje en Claraval, a lo cual el Papa respondió nombrándole legado pontificio y
jefe de la Iglesia de Irlanda. Desplegó Malaquías una actividad infatigable,
convirtiendo a su país en uno de los más religiosos de la cristiandad.
-San Malaquías, abad de
Bangor, obispo de Connor, arzobispo de Armagh, y primado de Irlanda,
1148. Murió en la abadía de Claraval, donde hubiera entrado religioso si se lo concediera el
Romano Pontífice. Amigo de San Bernardo, introdujo la Orden del Cister en
Irlanda, y mereció que el abad de Claraval escribiese su vida. Con su nombre corren unas profecías
acerca de los papas, que nadie conoció hasta el siglo XVI.
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viernes
03 Octubre 2014
San Huberto
obispo de Maestricht y de Lieja, patrono de los cazadores. Vástago de los duques de Aquitania, pasó su juventud en el palacio del rey Tierry entregado a todos los placeres mundanos. Era, sobre todo, un cazador empedernido. Y sucedió que un día, habiéndose ido a cazar en el bosque de Ardennes, cuando los fieles se dirigían a la iglesia se le presentó un ciervo magnífico con un crucifijo entre los cuernos. Este espectáculo le transformó. Dejó inmediatamente el palacio, renunció al ducado de Borgoña, entró en la abadía de Stavelot, y llegó a ser obispo; convirtiéndose en un impetuoso cazador de almas, 727.
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viernes
03 Octubre 2014
San Veríssimo
Santos Veríssimo, Máxima y Julia
Testimonio del
cristianismo, que poco se sabe, el culto a estos mártires
porqué está envuelto en la nebulosa, que sólo nos permite
observar estrictamente la durabilidad de una memoria cultivada en Lisboa,
aunque se extiende a Coimbra,
Braga y Oporto. En la diócesis de Porto, S. Verissimo, como patrono de las parroquias Paranhos, Valbona, Nevolgilde, Lagares (Felgueiras) y São Veríssimo, Amarante.
Una de las primeras referencias relativas a los mártires de Lisboa llega en Martyrologium de Usuardo que en 858, se ejecuta a través de varias ciudades en busca de las reliquias de los hispanos. Testimonios litúrgico se multiplican en los siglos X y XI, siendo convergentes, la cuarta el 1 de octubre a la memoria de tres hermanos.
Una de las primeras referencias relativas a los mártires de Lisboa llega en Martyrologium de Usuardo que en 858, se ejecuta a través de varias ciudades en busca de las reliquias de los hispanos. Testimonios litúrgico se multiplican en los siglos X y XI, siendo convergentes, la cuarta el 1 de octubre a la memoria de tres hermanos.
El Padre Miguel de Oliveira considera que "los
santos mártires de Lisboa están inscripto en los calendarios de unos 200 años
después de su martirio."
El curso de la vida de estos mártires, es imposible determinar con exactitud, se describe en un códice decimoquinto Biblioteca Pública de Évora, (código CV/1-23d). Según la "Leyenda", Veríssimo, Máxima y Julia, durante la persecución de Diocleciano (emperador romano desde 284 hasta 305 dC), se presentaron espontáneamente a la albacea de los edictos imperiales, confesando la fe cristiana.
El curso de la vida de estos mártires, es imposible determinar con exactitud, se describe en un códice decimoquinto Biblioteca Pública de Évora, (código CV/1-23d). Según la "Leyenda", Veríssimo, Máxima y Julia, durante la persecución de Diocleciano (emperador romano desde 284 hasta 305 dC), se presentaron espontáneamente a la albacea de los edictos imperiales, confesando la fe cristiana.
Él trató de disuadirlos,
con promesas y amenazas y, como no desistieron los hizo arrestar. Aplicó
el juez varios tormentos, látigos, clavos, láminas de hierro en el fuego.
Cómo resistieron, tuvo que arrastrarlos a través de las calles y finalmente fueron
decapitado el 1 Octubre, 303 o 304.
El juez no contento con lo que había hecho, ordenó que los cadáveres quedaron insepultos, para servir de pasto para los perros y aves. Como los animales los respetaban, envió arrojarlos al mar con pesadas piedras. Los marineros no habían regresado a la playa y los restos santos se encontraban allí.
El juez no contento con lo que había hecho, ordenó que los cadáveres quedaron insepultos, para servir de pasto para los perros y aves. Como los animales los respetaban, envió arrojarlos al mar con pesadas piedras. Los marineros no habían regresado a la playa y los restos santos se encontraban allí.
Los cristianos piadosos los
enterraron en el lugar donde posteriormente se construyó una
iglesia.
En 1529, Ana de Mendonça, puso las reliquias en cofre de plata en el lado derecho del altar, con el siguiente epitafio: "tumba de los mártires santos S. Veríssimo, Santa Máxima y Julia, hijos del senador zumbido de Roma, que llegó a esta ciudad para recibir el martirio, aquí están los cuerpos santos, a quien hace 1350 años llegaron a esta casa".
La leyenda se refleja en la iconografía: los tres mártires se presentan en el vestido y el hábito de peregrinos, con palos largos en las manos, como se puede ver es un hermoso conjunto de tres imágenes del siglo. XVII, expuesta a la veneración en la Iglesia del monasterio de Santos-o-Novo, en Lisboa, que alberga las reliquias de los mártires.
En 1529, Ana de Mendonça, puso las reliquias en cofre de plata en el lado derecho del altar, con el siguiente epitafio: "tumba de los mártires santos S. Veríssimo, Santa Máxima y Julia, hijos del senador zumbido de Roma, que llegó a esta ciudad para recibir el martirio, aquí están los cuerpos santos, a quien hace 1350 años llegaron a esta casa".
La leyenda se refleja en la iconografía: los tres mártires se presentan en el vestido y el hábito de peregrinos, con palos largos en las manos, como se puede ver es un hermoso conjunto de tres imágenes del siglo. XVII, expuesta a la veneración en la Iglesia del monasterio de Santos-o-Novo, en Lisboa, que alberga las reliquias de los mártires.
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