martes 28
Octubre 2014
San Rodrigo Aguilar Alemán
Este valeroso mártir de la fe nació en la localidad mejicana de Sayula, Jalisco, el 13 de marzo de 1875. Era el mayor de una numerosa prole compuesta por doce hermanos. En 1888 ingresó en el seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, (actual Ciudad Guzmán). Estudioso y ejemplar en su forma de vida, mostraba también sus dotes como literato y, de hecho, cultivó la prosa y la poesía con acierto. Sus reflexiones tenían un sesgo apostólico y la prensa de Ciudad Guzmán no tenía reparos en insertar en sus páginas artículos que versaban sobre el Santísimo Sacramento, la Virgen María, y otros temas eclesiales y pastorales que reportaban gran bien a los lectores. Fue consagrado diácono en enero de 1903 en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, de Guadalajara. Y a la Virgen se encomendaría siempre.
Ordenado sacerdote ese mismo enero de 1903 por el arzobispo de la capital, Mons. José de Jesús Ortiz, depositó en el regazo de la Virgen de Guadalupe su consagración. Emprendió una labor pastoral por diversos lugares, entre los que se hallaban Atotonilco, Lagos de Moreno, La Yesca y Nayarit, donde evangelizó y bautizó a indios huicholes, algunos de avanzadísima edad (superaban el centenar de años) que escuchaban por vez primera el nombre de Jesús. Sucesivamente fue párroco y capellán de distintas parroquias y haciendas; vicario cooperador en Sayula y en Zapotiltic, hasta que en julio de 1923, a la muerte del párroco, fue designado para sucederle. En todas los lugares por los que pasó iba dejando su impronta apostólica de paciencia y caridad en las gentes, lo que ponía de relieve la autenticidad de su vocación sacerdotal. Incrementaba el apostolado de la oración, fomentaba círculos de estudio y fortalecía los existentes, además de poner en marcha asociaciones dirigidas a los laicos.
En una ocasión peregrinó a Tierra Santa plasmando la honda impresión espiritual que le causó en la obra Mi viaje a Jerusalén. Sintió entonces un profundo anhelo de morir mártir. El 20 de marzo de 1925 fue nombrado párroco de Unión de Tula, y ese mismo afán de derramar su sangre por Cristo estuvo presente en sus oraciones. Es como si tuviese el secreto presentimiento de que se cumpliría esa súplica. Quizá por eso, rogó a sus más cercanos que lo encomendaran ante Dios en sus peticiones uniendo a las suyas ese ardiente deseo martirial que compartió con ellos. Pronto serían escuchadas.
En efecto, el estío de 1926 trajo las primeras turbulencias con la suspensión del culto decretado por las autoridades civiles. Y el 12 de enerode 1927 sufrió persecución simplemente por su condición sacerdotal. Busco refugio en un rancho, pero fue delatado por el propietario. Se fugó nuevamente y llegó a Ejutla el 26 de enero.Durante unos meses pudo permanecer a resguardo, acogido por las adoratrices de Jesús Sacramentado en el colegio de San Ignacio; incluso llegó a administrar los sacramentos y oficiar la misa. Previendo cómo iba a ser el fin de sus días, había dicho: «Los soldados nos podrán quitarla vida, pero la fe nunca».
El 27 de octubre de ese año 1927 un ejército compuesto por 600 federales al mando del general Izaguirre y otros agradistas capitaneados por Donato Aréchiga invadieron Ejutla y asaltaron el convento. Ni Rodrigo ni otros sacerdotes y seminaristas pudieron escapar. Cuando uno de los estudiantes, que después logró huir, intentó ayudarle, le dijo: «Se me llegó mi hora, usted váyase».Aún a costa de su vida, poco antes de ser apresado logró destruir expedientes de seminaristas. Fue por eso que quedó a merced de los soldados que le detuvieron, aunque no hubiera podido llegar lejos porque tenía lastimados los pies. Dispuesto a todo, cuando le pidieron que se identificase, respondió: «¡Soy sacerdote!». Tal como supuso, esta respuesta desencadenó una turba de injurias y chanzas soeces que le acompañaron al lugar de su martirio. La venganza de un cabecilla al que vetó un matrimonio ilegítimo estaba en marcha.
Poco después se despedía de otros seminaristas y religiosas con un emocionante y esperanzador: «Nos veremos en el cielo». Lo decía porque todos ellos habían sido apresados como él, aunque iban a ser conducidos a lugares distintos para ser ajusticiados. El P. Aguilar afrontaba su destino serenamente, rogando: «Señor, danos la gracia de padecer en tu nombre, de sellar nuestra fe con nuestra sangre y coronar nuestro sacerdocio con el martirio ¡Fiat voluntas tua!». El 28 de octubre, de madrugada, fue conducido a la plaza de Ejutla. Lo dispusieron para morir ahorcado mientras bendecía y perdonaba a sus verdugos, incluso a uno de ellos le obsequió con su rosario. Este es el talante de los mártires, sin excepción. Bondadosos, generosísimos, inundados de fe y de caridad, llenos de esperanza, sin emitir juicio alguno contra nadie, dispuestos a unirse a la Pasión redentora de Cristo en rescate de quienes se han dejado atrapar en las viscosas redes del odio. De otro modo, hubieran renegado de su creencia.
Con la soga en el cuello, instrumento de su martirio que antes había bendecido, Rodrigo respondió a la pregunta «¿Quién vive?»... que le formularon en tres ocasiones mientras iban tensando la gruesa cuerda: «Cristo Rey y Santa María de Guadalupe». Este fue su último testimonio de fe. Pronunció por tercera vez estas palabras cuando apenas tenía aliento, entregando su alma a Dios. Luego lo abandonaron dejando que su cuerpo pendiese del corpulento árbol de mango durante horas. Fue beatificado por Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1992, quien lo canonizó el 21 de mayo del año 2000.
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martes 28
Octubre 2014
San Simón Cananeo
Fiesta de san Simón y san
Judas, apóstoles, el primero llamado Cananeo o Zelotas, y el segundo, hijo de
Santiago, llamado también Tadeo, el cual, en la última Cena preguntó al Señor
acerca de su manifestación, recibiendo esta respuesta: «El que me ame, observará
mi palabra, y el Padre mío le amará, y vendremos a él y haremos nuestra mansión
en él».
Al igual que nos pasa con
los demás Apóstoles, no tenemos sobre Simón y Judas Tadeo más que noticias
imprecisas. Es natural: la Iglesia de los primeros años aguardaba la llegada
del Reino con tanta inminencia, que no se ocupó de guardar memoria de los más
cotidiano e insignificante -el día a día- de quienes la hacían; así que,
paradójicamente, conservó con extremada fidelidad doctrina, espiritualidad,
predicación, fe, todo lo más difícil de conservar... porque todo ello debía
perdurar hasta el Reino; pero esos detalles mínimos que nos hacen «palpable» a
cualquier personaje, no se conservaron: ¿tenían esposa? ¿hijos? ¿cuántos?
¿dónde nacieron? ¿dónde y cómo vivían? ¿dónde predicaron? ¿cómo murieron?
Pasadas una o dos
generaciones la Iglesia tuvo que comprender que la promesa de Jesús de una
vuelta inmediata no se medía en la escala del tiempo humano, y naturalmente se
volvió más cuidadosa al detalle de la memoria cotidiana; pero los datos
concretos de los principales «héroes humanos» de su propia historia, los
Apóstoles y la Virgen, se habían perdido ya. Sin embargo la memoria popular no
soporta vacíos: la memoria cotidiana de esos primeros años se comenzó a
rellenar con datos recopilados aquí y allá. Muchos de esos datos seguramente se
basan en un boca a boca cierto, sin embargo todos tienen algo en común: no
pueden ser verificados ni falsificados, porque carecemos de fuentes externas
para contrastarlos. No son pues -según el criterio que aplicamos a todo lo
demás, y corresponde también aplicar al conocimiento histórico de la Iglesia-
datos «históricos». Algunos autores tienen por costumbre confundir al pueblo
cristiano enseñándole que todos esos datos son «tradición» de la Iglesia, y que
por ello deben ser aceptados. No es verdad: la Tradición que debe ser admitida
como revelación es la Tradición de la fe, es decir «aquello
que los apóstoles creyeron y nos transmitieron en la vida de la Iglesia como
parte del depósito de la fe, aunque no esté escrito en la Biblia». Es Tradición de la fe la
Inmaculada Concepción, la Asunción de la Virgen, el culto de los santos, la
economía sacramental de la salvación... es Tradición de la fe todo aquello que,
siendo esencial a la identidad de la fe católica, no está explícito en la
Biblia pero podemos saber, por testimonios indirectos, que formaba parte de las
creencias de la generación apostólica. No es Tradición de la fe un montón de
detalles simpáticos, anecdóticos y cotidianos sobre la primera Iglesia, que
carecen de relevancia para la fe y cuya fuente histórica nos es desconocida.
Dicho esto, y aunque sea
una auténtica lástima no poder cubrir la curiosidad mínima de cualquier
persona, lo que sabemos con certeza sobre los Doce en conjunto no llega a
ocupar lo mínimo que sabemos sobre uno sólo de los cristianos de la siguiente
generación.
Simón el
«zelote»
De lo poco que conocemos de
los apóstoles, casi nada más que su nombre es lo que sabemos de Simón, llamado
por Mateo y Marcos «el cananeo», mientras que por Lucas/Hechos, «el zelote».
Puede ser que con ese apodo se refiera a los «zelotes» (que podría traducirse
como «llenos de celo»), un grupo radical dentro de los tantos que conformaban
el polifacético judaísmo de la época; estos zelotes se oponían a la dominación
romana, y al sincretismo cultural que ello traía aparejado. Se comprende que
Jesús -que hablaba de una inminente instauración del Reino de Dios- atrajera la
atención de estas corrientes. Aunque algunos autores afirman que los zelotes,
como grupo de resistencia, nacieron algunas décadas después, así que este
adjetivo indicaría más bien el hecho de que era un celoso cumplidor de la Ley,
que más que un problema con la dominación romana, lo tenía con los judíos de
mentalidad más relajada. No parece claro qué podía atraer de Jesús, que comía
con publicanos y pecadores, a alguien que mereciera el apodo de «legalista
celoso»; sin embargo, el mismo Jesús que comía con publicanos y pecadores dijo
que no caería ni una «iod» de la Ley. Sin duda que
Jesús se supo atraer a todas las sensibilidades, a un recaudador de impuestos
como Leví y a un celoso cumplidor
como Simón, y a cada uno le enseñó, y le exigió -y le exige- renunciar a sus
criterios exclusivistas para abrazar los criterios de inclusividad del Reino.
El apelativo «cananeo»
podría corresponder al gentilicio de «nacido en Caná» (aldea que conocemos por las bodas
narradas por Juan), sin embargo podría ser también -y en general la crítica
actual toma este partido- la forma aramea original (qan'ana) del nombre «zelote», que
es griego y que, por tanto, no es la forma original del apelativo.
Por lo demás a Simón a no
se le atribuye ninguna anécdota dentro de los evangelios; es uno de los Doce, y
sólo lo podemos imaginar actuando como coro, ya que cuanto se habla de Simón en
el NT se refiere a Simón Pedro. No sabemos, por tanto, tampoco cómo continuó el
curso de su vida ni cómo murió, más allá de la suposición general de que los
Doce sufrieron la misma suerte martirial que el Maestro.
A partir de esta falta de
datos, la imaginación ha hecho el resto, y lo ha hecho así:
-Puesto que se dice de él que es «de Santiago», algunos lo identifican como «hermano de Santiago» y no -como es más natural- como «hijo de [algún] Santiago», por lo tanto deducen que tiene que ser el Simón que es pariente de Jesús, según Mt 13,55 (y paralelos). Como al Santiago pariente del Señor la tradición posterior lo ha identificado (también sin demasiada base) con uno de los Santiago Apóstol (el llamado menor), entonces Simón resultaría ser, según cuenta Hegésipo en el siglo II, el sucesor de Santiago el Menor como obispo de Jerusalén, hasta el 107, cuando sufrió el martirio en Pella.
-También se lo ha identificado con Natanael de Caná y ¡con el maestresala de las Bodas de Caná!, apoyadas estas identificaciones en la solidísima base del supuesto gentilicio «cananeo».
-en Armenia se lo identifica como apóstol de los armenios, y habría sufrido allí el martirio.
-San Fortunato de Poitiers transmite que evangelizó Persia con Judas Tadeo, y sufrió allí el martirio y fue enterrado, aunque otras tradiciones sitúan la tumba en el Cáucaso...
-Puesto que se dice de él que es «de Santiago», algunos lo identifican como «hermano de Santiago» y no -como es más natural- como «hijo de [algún] Santiago», por lo tanto deducen que tiene que ser el Simón que es pariente de Jesús, según Mt 13,55 (y paralelos). Como al Santiago pariente del Señor la tradición posterior lo ha identificado (también sin demasiada base) con uno de los Santiago Apóstol (el llamado menor), entonces Simón resultaría ser, según cuenta Hegésipo en el siglo II, el sucesor de Santiago el Menor como obispo de Jerusalén, hasta el 107, cuando sufrió el martirio en Pella.
-También se lo ha identificado con Natanael de Caná y ¡con el maestresala de las Bodas de Caná!, apoyadas estas identificaciones en la solidísima base del supuesto gentilicio «cananeo».
-en Armenia se lo identifica como apóstol de los armenios, y habría sufrido allí el martirio.
-San Fortunato de Poitiers transmite que evangelizó Persia con Judas Tadeo, y sufrió allí el martirio y fue enterrado, aunque otras tradiciones sitúan la tumba en el Cáucaso...
Los atributos del apóstol
en la iconografía son variables: hasta el siglo XIII, pero retomado en el XVI,
suele estar representado con un rollo o libro, sin símbolos de martirio,
mientras que en los siglos intermedios a los mencionados aparece con distintos
atributos martiriales, acorde con las mil leyendas sobre su muerte (serrado en
dos, decapitado, etc).
Judas
Tadeo
En cuanto a Judas Tadeo,
poco más de lo mismo: le cupo la escasa suerte de llamarse con un nombre
precioso en la tradición bíblica («el judío», que es lo que significa Judas),
pero lamentablemente infamante para los cristianos, por el otro Judas, el traidor;
con una mano en el corazón, por mucha devoción que se le tenga a Judas Tadeo,
¿quién le pondría a su hijo de nombre Judas?
Tadeo (Thaddaios) es un apelativo, cuyo
significado quedó incierto para nosotros; algunos lo hacen significar «de pecho
amplio», es decir, «magnánimo». A este Judas se le atribuye una única
intervención individual en el Evangelio, en Juan 14,22:
«Le dice Judas -no el Iscariote-: 'Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?'»
Lo que mereció de Jesús esa hermosa respuesta:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.»
«Le dice Judas -no el Iscariote-: 'Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?'»
Lo que mereció de Jesús esa hermosa respuesta:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.»
A Judas Tadeo se le
atribuye una epístola muy breve -apenas 25 versículos- del NT, la llamada,
precisamente, Epístola de San Judas, última del grupo de las siete «católicas»
(es decir, sin destinatario conocido, y por tanto universales). La epístola
depende estrechamente del libro apócrifo de Henoc,
y a su vez es citada casi literalmente por 2Pedro 2; es sin duda una
epístola-puente en un problema que acució a la primera iglesia: ¿por qué Jesús,
que dijo que volvía enseguida, se retrasa? El hecho de que subyaga precisamente
esta pregunta, junto a otros datos de crítica interna del texto hacen casi
seguro afirmar hoy que la epístola es escasísimamente probable que provenga de
mano directa de uno de los apóstoles.
Las tradiciones posteriores
hacen de Tadeo el evangelizador de Mesopotamia o de Libia, y sufrido el
martirio, su cuerpo estaría, junto con Simón Zelote, en Persia, según la
tradición ya mencionada de Fortunato de Poitiers. En la iconografía tradicional
se lo representa con una alabarda o lanza, dato que proviene de algunas
leyendas sobre su martirio. Debe señalarse que no todos los autores están de
acuerdo con que Judas «no el Iscariote» y Judas «Tadeo» sean la misma persona,
en cuyo caso lo poco que afirmábamos antes, se reduce a mucho menos. Es el
patrono de las «causas perdidas», dentro de las cuales se encuentran los
intentos por conocerlo históricamente un poco mejor...
Para los datos críticos
sobre las listas neotestamentarias de los Apóstoles, así como
la epigrafía de la Carta de Judas puede verse cualquier introducción actual al
NT; por ejemplo, en Comentario Bíblico «San Jerónimo», tomo V, nº 78, Aspectos
del pensamiento neotestamentario, hay un interesante
capítulo dedicado a Los Doce, que puede servir como punto de partida; allí
mismo, en el Tomo IV, está el comentario a la Carta de Judas. En el libro de Meier «Unjudío
marginal»,
en el tomo III, capítulo 27, se encontrará una muy sólida aproximación
estrictamente histórica a los Doce, aunque conviene leer previamente los
capítulos metodológicos introductorios, que están en el volumen I. Los datos
«tradicionales» sobre los apóstoles pueden leerse en buena síntesis en Santi e Beati (en italiano), que
consagra un artículo para cada uno de los dos apóstoles, además de la noticia
de conjunto.
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San Simón y San Judas
aparecen siempre juntos en las relaciones de los Doce. Al Apóstol Simón se le
denomina el Cananeo (Mc. 3, 18) o Celotes (Lc. 6, 15), probablemente
porque había pertenecido al partido extremista de los Celotes, que preconizaba la
resistencia activa ante la dominación romana y llevaba a cabo de tiempo en
tiempo ciertas operaciones de guerrilla. Semejante pormenor revela
la diversidad de opciones temporales a que habían podido estar adheridos los Apóstoles
antes de ser elegidos por Jesús. Ahora bien, el Señor llama así y agrupa dentro
de un mismo conjunto a unos hombres tan distintos como el publicano Mateo el
nacionalista Simón: su reino no es de este mundo. Pedirá
a todos sin discriminación que sean sus testigos delante de los nombres. En
cuanto a judas, a quien Lucas llama «judas, hijo de Santiago» (Lc. 6, 18), y, tanto Marcos
como Mateo, le añaden el sobrenombre de Tadeo (Mc 18), es aquel que, en la
última cena declaró a Jesús: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a
manifestar a nosotros y no al mundo?», cosa que le valió el recibir la gran promesa
de la inhabitación divina en el alma de los
fieles «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él
y haremos morada en él». Porque este Judas de tan ingrata homonimia
es el patrón de las causas desesperadas. Durante la antigüedad y casi toda la
Edad Media fue un santo ignorado, quizá porque repelía su nombre funesto, pero
en el siglo XIV santa Brígida de Suecia contó en sus revelaciones que el
Salvador le había instado a dirigirse con confianza a san Judas, y desde
entonces pasó a tener una grande y dramática veneración. Muy poco
se sabe de él por la Escritura; que fue uno de los Doce, tal vez hermano de
Santiago el Menor, citado en la lista apostólica en penúltimo lugar,
inmediatamente antes del traidor. Se supone que tras la muerte de Jesús predicó
el cristianismo en Siria y Mesopotamia, y quizá murió en Persia con san Simón,
martirizado a golpes de maza. Siglos atrás sus reliquias se
veneraban en Reims y Toulouse, y su culto llegó a ser muy popular en Polonia,
donde abundaban los Tadeos, pero san Judas, es sobre
todo la última tabla de salvación para los que ya no esperan nada, más allá de
la esperanza aún está él
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Epístola de San Judas San Judas Tadeo, hermano de Santiago el Menor,
compuso la carta entre los años 62 y 67, con el fin de fortalecer en la fe a
los judío-cristianos y prevenirlos, como San Pedro ( II Pedr. 2 );San Juan (I Juan 2,
18 ss; II Juan 7) San Pablo ( I Tim. 3, 1 s., etc ) y también Santiago ( Sant. 3, 1 ), contra las
doctrinas de los falsos doctores. En muchos pasajes tiene marcada semejanza con
II Pedr. 2. Tanto en
los Evangelios como en otros escritos pasa enteramente si ser notado, sólo
conocido por las listas de los Apóstoles. Sin embargo, hemos de creer que
respondió à los designios del Señor al elegirle para el Colegio Apostólico.
Oremos
Dios nuestro, que quisiste que te conociéramos por la predicación de los apóstoles, concédenos, por la intercesión de los Santos Simón y Judas, que tu Iglesia siga creciendo en el mundo, acogiendo continuamente en su seno a nuevos pueblos que vengan a la fe en ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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martes 28
Octubre 2014
San Ferrucio de Maguncia
San Ferrucio, mártir
En Maguncia, en la Galia
Bélgica, san Ferrucio, mártir, de quien se
cuenta que, habiendo abandonado el servicio militar para servir a Cristo mejor
y más libremente, terminó su vida en el martirio.
Militaba en el ejército
imperial romano, destinado en Maguncia, donde, convertido al Cristianismo y
depuestas las armas, fue detenido, torturado y dejado morir lentamente de
hambre en la cárcel de un pueblo a orillas del Rin, que corresponde a Kastel en la actualidad. El
tiempo de su martirio sigue siendo, sin embargo, desconocido; podría colocarse
quizás a comienzos del siglo IV, durante la persecución de Diocleciano, cuando fue martirizado un
número considerable de soldados romanos cristianos.
Enterrado en el lugar de su
gloriosa muerte, el cuerpo de Ferruccio fue trasladado en el año 778 por el arzobispo de Maguncia,
san Lull, a la iglesia del recién
erigido monasterio benedictino de Bleidenstadt, a pocos kilómetros de la ciudad, para ser colocado en una
tumba más digna, que su sucesor, el arzobispo Riculfo, procedió, en el 812, a decorar
artísticamente y enriquecer con una inscripción poética que contiene un elogio
del mártir, con cuyo nombre fue, además, titulada también la propia iglesia.
El Arzobispo Rábano Mauro
(+856) escribió más tarde un epigrama laudatorio en honor de san Ferruccio, en el cual se basa la
larga «Passio» redactada en el siglo IX
por el monje Meginardo, a instancias del abad de Bleidenstadt, Adalgero. La mayoría de estos
testimonios desaparecieron en 1632 cuando la iglesia del monasterio de Bleidenstadt fue destruida, durante la
Guerra de los Treinta Años. Las reliquias del mártir, conservadas entre lo que
se había salvado con los jesuitas de Mainz,
fueron definitivamente perdidas en el incendio provocado por los soldados
franceses en 1793.
Nótese que la
profesión de soldado implicaba la realización de sacrificios a los dioses
paganos, por lo que no era infrecuente que los soldados que se convertían
dejaran las armas; en algunas iglesias incluso -y era un consenso bastante
extendido en los primeros siglos- consideraba por completo incompatible la
carrera de las armas con la fe cristiana, por lo que si deseaban convertirse
estaban obligados a dejarla.
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martes 28
Octubre 2014
San Fidel de cómo
San Fidel de Como, mártir
Cerca de Como, en la Galia
Cisalpina, san Fidel, mártir.
Lo que tenemos sobre san
Fidel es muy poco, aunque verdaderamente antiguo: el culto está atestiguado
fehacientemente ya desde el siglo VI por Enodio, que conoció la tumba de san
Fidel, y al narrar la vida de san Vicente de Lerins, recuerda que su primer refugio fue
junto a la tumba de San Fidel, donde, añade, «el Lario depone la amenaza de su blancos
arietes, cuando la tierra le opone el duro freno de las costas». Este detalle
hizo pensar en una sepultura al borde de un extremo del lago, efectivamente
estrecho y tempestuoso; sin embargo la tumba se ubica tradicionalmente en Samolaco, lugar de su martirio, que
queda en otro extremo del lago, extenso y de irregular trazado. Se han
encontrado, además, cerca del lago, los restos de una basílica, y la tradición
posterior inidica que la actual iglesia de
Santa Eufemia en Como albergó los restos del mártir, hasta que san Carlos Borromeo, en el siglo XVI, los
traslado a la iglesia de San Fidel, en el centro de Milán, que perdura hasta la
actualidad. Todo esto basta para asegurar la existencia del personaje y su
culto genuinamente antiguo, así como la persistencia del mismo en Como, hasta
nuestros días.
Pero nada puede decirse ni
de su personalidad, ni de su historia, ni de los hechos ligados a su martirio.
Las leyendas, muy posteriores y carentes de valor, afirman que durante la
persecución de Maximiano, un oficial llamado Fidel fue a visitar y servir a los
cristianos que estaban prisioneros en Milán. Fidel ayudó a escapar a cinco de
los cristianos y partió con ellos y dos soldados, llamados Carpóforo y Exanto, con la intención de
cruzar los Alpes. Los fugitivos fueron capturados en Como, y sólo Fidel
consiguió escapar con vida. Pero los perseguidores le siguieron en una barca y
le tomaron prisionero en Samolaco, del otro lado del lago.
Inmediatamente, le azotaron y le dacapitaron. Otra versión refiere que Fidel, Carpóforo y Exanto eran soldados cristianos.
Cuando estalló la persecución, abandonaron las armas y huyeron a Como, donde
fueron arrestados y ejecutados.
El texto de las actas,
relativamente sobrio, puede verse en Acta Sanctorum, vol. XII; está tomado de
un manuscrito del siglo XIV. Artículo resumido a partir de las breves noticias
del Butler y Santi e Beati. La imagen representa al
santo en el grupo con el que se lo veneraba antiguamente, sigueindo una de las leyendas, con
los también soldados Graciano, Felino y Carpóforo.
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