lunes 13
Octubre 2014
Beata Magdalena Panatieri
Beata Magdalena Panatieri, virgen
En la localidad de Trino,
en el Monferrato, beata Magdalena Panatieri, virgen, hermana de la
Penitencia de Santo Domingo.
Muchos autores consideran
el hábito de los hijos de Santo Domingo símbolo por excelencia de la caridad y
entrega al servicio del prójimo. Esa idea estuvo muy generalizada en una época,
y numerosas personas tomaban el hábito de la tercera orden de Santo Domingo y
vivían en sus casas el espíritu de caridad característico del fundador. Santa
Catalina de Siena es un ejemplo clásico; la beata Magdalena Panattieri constituye otro. Magdalena
nació y vivió toda su vida en el pueblecito de Trino-Vercellese del marquesado de Monte
Ferrato, entre el Piamonte y la Lombardía. Antes de cumplir los veinte años,
Magdalena hizo voto de castidad perpetua e ingresó, como terciaria de Santo
Domingo, en una cofradía de jóvenes que se consagraban a las obras de piedad y
beneficencia. La vida de la beata Magdalena no tiene nada de pintoresco. Cosa
extraña: Magdalena no parece haber sido víctima de ninguna persecución y pronto
llegó a ser un personaje de importancia en su pueblo. La caridad con que se
consagraba al cuidado de los niños pobres, en cuyo favor realizó varios
milagros, le facilitaba la tarea de convertir a los pecadores. Por estos
últimos oraba y se imponía continuamente nuevas penitencias; pero no vacilaba
en reprenderlos severamente, sobre todo a los usureros. La beata tenía gran
facilidad de palabra y empezó a dar una serie de conferencias a las mujeres y a
los niños en un salón llamado «la capilla del marqués», contiguo a la iglesia
de los dominicos; pronto empezaron a acudir a las conferencias también los
hombres y aun los sacerdotes y religiosos, y el superior de los dominicos solía
enviar a los novicios a escuchar las fervorosas exhortaciones de Magdalena.
Gracias a los esfuerzos de
la beata, los dominicos empezaron a practicar más estrictamente la observancia.
El año de 1490, el beato
Sebastián Maggi fue de Milán a Vercellese para ratificar ese
movimiento de reforma. Por entonces, los dominicos estaban envueltos en un
pleito con uno de los miembros del consejo de Milán. El consejero abusó tanto
de su poder, que fue excomulgado por Roma. En la terrible confusión que produjo
esa sentencia, un joven abofeteó públicamente a Magdalena, la cual le presentó
la otra mejilla, cosa que no hizo sino enfurecer más al agresor. Los habitantes
de Vercellese vieron una especie de
señal del cielo en el hecho de que el violento joven, que se llamaba Bartolomé Perduto, haya muerto trágicamente
un año más tarde, y el consejero de Milán falleció también a consecuencia de
una terrible enfermedad. La beata lloró esas muertes sinceramente. Según
parece, Magdalena profetizó las calamidades e invasiones que iban a abatirse sobre
el norte de Italia en el siglo XVI. Los habitantes de Vercellese, que inexplicablemente no
sufrieron daño alguno, atribuyeron a la intercesión de la beata ese favor. Sin
embargo, en 1639, la población fue cañoneada por los españoles y los
napolitanos, y las reliquias de Magdalena fueron destruidas.
Cuando Magdalena comprendió
que se aproximaba el momento de su muerte, mandó llamar a todas las terciarias,
a las que se unieron muchas otras personas, y les prometió orar por ellas en el
cielo, diciendo: «No podría ser feliz en el cielo, si vosotras no estuviérais allí». La beata entregó
apaciblemente el alma a Dios, en tanto que los presentes entonaban el salmo 30.
Los habitantes de Trino-Vercellese veneraban a Magdalena como
santa desde antes de su muerte, ocurrida el 13 de octubre de 1503. El Papa León
XII confirmó el culto como beata.
Acta Sanctorum, los
bolandistas publicaron un artículo muy completo sobre Magdalena Panattieri y reimprimieron la
biografía publicada por Marchese en Sacro Diario Domenicano, vol. V. Véase también J.
A. Iricus, Rerum Patriae Tridinesis. Entre las biografías
italianas, citaremos las de S. M. Vallaro
(1903) y G. Gereghino (1927). El martirologio
actual la inscribe como Panatieri (con una sola t), tal vez
se trate de un simple error tipográfico, pero que, al provenir de la editio typica, se reprodujo en las demás
lenguas.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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lunes 13
Octubre 2014
San Comgano de Escocia
San Comgano, abad
En la isla de lona, en
Escocia, sepultura de san Comgano,
abad, que llegó a esta región procedente de Hibernia, junto con su hermana santa Kentigerna, los hijos de ésta y
algunos misioneros.
La tradición presenta a Comgan como un príncipe irlandés,
una de las muchas flores de santidad nacidas en esta isla, pero cuyo recuerdo
sobresale apenas de la niebla de la historia. Sucedió a su padre Kelly en el
gobierno de la provincia de Leinster, hasta que fue atacado por los príncipes vecinos. Derrotado
y herido en la batalla, sólo pudo escapar a Escocia, llevando en su exilio a su
hermana y su sobrino, futuro abad de San Fillian.
Una vez en Lochalsh, frente a la Isla de Skye, Comgan construyó un monasterio,
del que se convirtió en abad, donde llevó una vida ejemplar durante varios años
por el espíritu de austeridad y penitencia que lo distinguía. Los siete hombres
que le habían seguido se convirtieron así en los primeros monjes. A su muerte
su sobrino enterró su cuerpo en la isla de Iona,
donde dedicó una iglesia a su memoria. Éste fue sólo el primero de muchos otros
edificios religiosos que llevan su nombre en toda Escocia, presentando diversas
formas: Cowan, Coan y Congan. Incluso los nombres de Kilcongen y Kilchoan podrían relacionarse con
el culto del santo abad, aun hoy venerado.
fuente: Santi e Beati
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Octubre 2014
San Rómulo de Génova
San Rómulo de Génova, obispo
En Matuta, en la costa de la
Liguria, san Rómulo, obispo de Génova, que, lleno de ardor apostólico, murió
durante una visita pastoral.
No hay información cierta
sobre el tiempo en que vivió, pero por deducción puede pensarse que fue en el
V, porque el «Arca Tofea», donde el santo fue
enterrado y de la que se habla en una biografía anónima del siglo X, es una
forma de ataúd utilizado en la Liguria, precisamente en el siglo quinto.
Sucedió en el obispado de
Génova a los gloriosos san Félix y san Siro. Nota característica de su
ministerio era la bondad, «parecía más como padre que un señor ... era el padre
de los pobres ... verdaderamente competente para acabar con discordias de todo
tipo». Se encontraba de visita en la región más occidental de la Liguria, que
en aquella época era parte de la diócesis de Génova, en Matuta, la actual San Remo,
cuando fue alcanzado por la muerte y enterrado en la iglesia de San Siro, donde
inmediatamente se convirtió en objeto de gran veneración por los milagros que
realizaba.
Según la tradición local de
San Remo, Rómulo había recibido educación en la tierra de Matuta, fue luego elegido obispo
de Génova, y más tarde, para escapar de la invasión de los longobardos, se
retiró en estricta penitencia al interior de Matuta, en una zona llamada aun hoy «de san
Rómulo», a una gruta llamada Bauma,
donde murió, y que se convirtió en lugar de peregrinación.
Siglos después, durante el
episcopado en Génova de Sabatino (930), a causa de las incursiones de los
sarracenos en la Riviera di Ponente, las reliquias del santo fueron trasladados
solemnemente escoltadas por mar a Génova, y se colocaron en la Catedral de San
Lorenzo, donde en 1188 se les hizo un reconocimiento canónico.
A lo largo de la Edad
Media, el santo patrono fue venerado como patrono especial de Matuta (Sanremo). Se cuenta un gran número
de hechos milagrosos en defensa de la tierra contra los invasores extranjeros,
por lo que se lo representa vestido de obispo con una espada desnuda en la
mano. Desde el siglo XI Matuta cambió su nombre: San Romolo, que pasó luego a
pronunciarse en el siglo XV Sanremo,
probablemente como un derivado dialectal. Recibió siempre gran culto en Génova
y, después de san Siro, es el obispo con mayor veneración. Su fiesta se
celebraba el 13 de octubre, tradicionalmente la fecha de su muerte, pero en la
actualidad la arquidiócesis de Génova lo conmemora el 6 de noviembre, junto con
los santos obispos Félix y Valentín.
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Octubre 2014
San Fausto de Córdoba
Santos Fausto, Jenaro y Marcial, mártires
En Córdoba, en la provincia
hispánica de Bética, santos Fausto, Jenaro y Marcial, mártires, que adornan la
ciudad como tres coronas.
Su martirio tuvo lugar en
Córdoba, España. Primero Fausto, después Jenaro y finalmente Marcial, que era
el más joven, fueron atormentados en el potro. El juez ordenó a los verdugos
que intensificasen gradualmente la tortura hasta que los mártires se decidiesen
a ofrecer sacrificios a los dioses. Fausto gritó: «¡No hay más que un Dios, que
es nuestro Creador!» El juez mandó que le cortasen la nariz, las orejas, los
párpados y el labio inferior. A medida que le cortaban esas partes, el mártir
prorrumpía en un himno de acción de gracias. Jenaro no salió mejor librado que
su compañero y, entretanto, Marcial presenciaba con gran constancia el horrible
espectáculo, tendido en el potro. El juez le exhortó a obedecer al edicto
imperial; pero Marcial respondió resueltamente: «Jesucristo es mí único
consuelo. Sólo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sean dados
todo honor y toda gloria». Los tres mártires fueron condenados a perecer
quemados vivos y ofrecieron jubilosamente sus vidas.
Como en tantos otros casos,
aunque las actas carecen de valor histórico, está fuera de duda el hecho del
martirio de tres cristianos en Córdoba. Sus nombres se han perpetuado gracias a
ciertas inscripciones del siglo V o VI y a la mención que de ellos hace el Hieronymianum. Aunque Prudencio (s. V)
no los menciona por su nombre, habitualmente se piensa que están aludidos en el
verso 20 del Peristephanon IV, cuando dice que
«Córdoba dio a Acisclo y Zoilo / y a las tres
Coronas.» De allí viene su apelativo tradicional, que recoge el Martirologio
Romano.
Martirologium Hieronymianum, pp. 530, 544. Las actas
pueden verse en la obra de Ruinart
(Acta primorum martirum sincera et selecta) y en
Acta Sanctorum, oct., vol. VI. En la Historia eclesiástica, de Giuseppe Orsi, tomo V, libro X (pág. 451
de la edición española de 1754) hay un testimonio de la identificación de los
tres mártires con las «tres coronas» de Prudencio. Artículo basado en Butler, aunmentado con las referencias a
Prudencio.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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Octubre 2014
San Teófilo de Antioquía
San Teófilo de Antioquía, obispo
Conmemoración de san
Teófilo, obispo de Antioquía de Siria, varón muy erudito, que ocupó esta sede
como sexto sucesor de san Pedro y compuso un libro para defender la fe ortodoxa
contra el hereje Marción.
Según Eusebio de Cesarea (Hist. Eccl. IV,20), Teófilo fue el
sexto obispo de Antioquía de Siria. De sus escritos se deduce claramente que
nació cerca del Eufrates, de familia pagana, y que
recibió educación helenística. Se convirtió al cristianismo siendo de edad
madura, tras largas reflexiones y después de un estudio concienzudo de las
Escrituras. Relata su conversión de esta manera: «No seas, pues, incrédulo, sino
cree. Porque tampoco yo en otro tiempo creía que ello hubiera de ser; mas
ahora, tras haberlo bien considerado, lo creo, y porque juntamente leí las
sagradas Escrituras de los santos profetas, quienes, inspirados por el Espíritu
de Dios, predijeron lo pasado tal como pasó, lo presente tal como sucede y lo
por venir tal como se cumplirá. Teniendo, pues, la prueba de las cosas
sucedidas después de haber sido predichas, no soy incrédulo, sino que creo y
obedezco a Dios.»
De sus obras se han
conservado únicamente los tres libros Ad Autolycum. Debió de componerlos poco después
del año 180, porque el libro tercero da una cronología de la historia del mundo
que llega hasta la muerte de Marco Aurelio (17 de marzo de 180). El autor
defiende el cristianismo contra las objeciones de su amigo Autólico. Habla de la esencia de
Dios, a quien sólo pueden ver los ojos del alma: Dios, en efecto, es visto por
quienes son capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. Porque
todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen obscurecidos y no ven la luz del
sol. A sí mismos y a sus ojos deben echar los ciegos la culpa... Como un espejo
brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma al
espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el
pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios.
Trata, además, de las
contradicciones internas de la idolatría y de la diferencia que hay entre el
honor tributado al emperador y la adoración debida a Dios: «Por ello, más bien
honraría yo al emperador, si bien no adorándole, sino rogando por él. Adorar,
sólo adoro al Dios real y verdaderamente Dios, pues sé que el emperador ha sido
creado por Él.»
También opone las
enseñanzas de los profetas, inspirados por el Espíritu Santo, a la necedad de
la religión pagana y a las doctrinas contradictorias de los poetas griegos,
como Homero y Hesíodo, en lo que atañe a Dios y
al origen del mundo. Al final, el autor cita algunas instrucciones de los
profetas sobre la manera recta de honrar a Dios y encauzar la vida. Es
interesante advertir que, entre estas instrucciones, Teófilo no duda en aducir
también la autoridad de la Sibila. De esta manera nos ha conservado dos largos
fragmentos de sus oráculos, que no se hallan en ningún otro manuscrito de los Oracula Sibyllina. Estos dos fragmentos
constan de ochenta y cuatro versos, y ensalzan en términos sublimes la fe en un
solo Dios.
Aparte de los tres libros
Ad Autolycum, Teófilo compuso, según
Eusebio, un tratado contra la herejía de Hermógenes, una obra contra Marción
y «algunos escritos catequéticos». Jerónimo (De vir. ill.
25) menciona, además de los tratados catequéticos, dos obras más de Teófilo,
los Comentarios al Evangelio y Sobre los Proverbios de Salomón. En otro lugar (Ep. 121,6,15) habla Jerónimo
de una concordancia evangélica. Teófilo es el primer escritor que enseña
claramente la inspiración del Nuevo Testamento.
Patrología de Quasten, tomo I.
fuente: J. Quasten: Patrología
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lunes 13
Octubre 2014
Beata Alejandrina María da Costa
Beata Alejandrina María da Costa, laica
En el lugar de Balasar, cerca de Braga, en
Portugal, beata Alejandrina María da Costa, que, al intentar huir de quien la
perseguía con mala intención, quedó imposibilitada en todos sus miembros, y en
la contemplación de la Eucaristía encontró el modo de ofrecer al Señor todos
sus dolores por amor a Dios y a los hermanos más necesitados.
Nació en Balasar, provincia de Oporto y
Arquidiócesis de Braga (Portugal) el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2
de abril siguiente, Sábado Santo. Fue educada cristianamente por su madre,
junto con su hermana Deolinda. Alejandrina permaneció en
familia hasta los siete años, después fue enviada a Póvoa do Varzim, donde se alojó con la
familia de un carpintero, para poder asistir a la escuela primaria, que no
había en Balasar. Allí hizo la primera
comunión en 1911, y el año siguiente recibió el sacramento de la Confirmación
que le administró el Obispo de Oporto. Después de dieciocho meses volvió a Balasar y fue a vivir con su madre
y hermana en la localidad de «Calvario», donde permanecerá hasta su muerte.
Con una constitución
robusta, comenzó a trabajar en el campo. Su adolescencia fue muy vivaz: dotada
de un temperamento feliz y comunicativo, era muy amada por las compañeras. Sin
embargo a los doce años se enfermó: una grave infección (quizá una tifoidea) la
llevó a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero después de esto su físico
quedará marcado para siempre.
Cuando tenía catorce años
sucedió un hecho decisivo para su vida. Era el Sábado Santo del 1918. Ese día
ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz
realizaban su trabajo de costura, cuando se dieron cuenta de que tres hombres
trataban de entrar en su habitación. A pesar de que las puertas estuviesen
cerradas, los tres lograron forzarlas y entraron. Alejandrina, para salvar su
pureza amenazada, no dudó en tirarse por la ventana desde una altura de cuatro
metros. Las consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En efecto las
diversas visitas médicas a las que se sometió sucesivamente diagnosticaron
siempre con mayor claridad un hecho irreversible.
Hasta los diecinueve años
pudo aún arrastrarse hasta la iglesia, donde, totalmente contrahecha,
permanecía gustosa, con gran maravilla de la gente. Después la parálisis fue
progresando cada vez más, hasta que los dolores se volvieron horribles, las
articulaciones perdieron sus movimientos y ella quedó completamente paralítica.
Era el 14 de abril de 1925, cuando Alejandrina se puso en el lecho para no
levantarse más por los restantes treinta años de su vida.
Hasta el año 1928 ella no
dejó de pedirle al Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de la
curación, prometiendo que, si se curaba, se haría misionera. Pero, en cuanto
comprendió que el sufrimiento era su vocación, la abrazó con prontitud. Decía: «Nuestra
Señora me ha concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación, después la
conformidad completa a la voluntad de Dios, y en fin el deseo de sufrir».
Se remontan a este período
los primeros fenómenos místicos, cuando Alejandrina inició una vida de gran
unión con Jesús en los Sagrarios, por medio de María Santísima. Un día que
estaba sola, le vino improvisamente este pensamiento: «Jesús, tú estás prisionero
en el Sagrario y yo en mi lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía». Desde
entonces comenzó su primera misión: ser como la lámpara del Sagrario. Pasaba
sus noches como peregrinando de Sagrario en Sagrario. En cada Misa se ofrecía
al Eterno Padre como víctima por los pecadores, junto con Jesús y según Sus
intenciones.
Crecía en ella siempre más
el amor al sufrimiento, conforme su vocación de víctima se hacía sentir de
manera más clara. Hizo el voto de hacer siempre lo que fuera más perfecto. Del
viernes 3 de octubre de 1938 al 24 de marzo de 1942, o sea por 182 veces, vivió
cada viernes los sufrimientos de la Pasión. Alejandrina, superando su estado
habitual de parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados
de angustiosos dolores, reproducía los diversos momentos del Vía Crucis, por
tres horas y media.
«Amar, sufrir, reparar» fue
el programa que le indicó el Señor. Desde 1934 -por mandato del padre jesuita
Mariano Pinho, que la dirigió
espiritualmente, hasta 1941- Alejandrina ponía por escrito todo lo que cada vez
le decía Jesús. En 1936, por orden de Jesús, ella le pidió al Santo Padre, por
medio del padre Pinho, la consagración del mundo
al Corazón Inmaculado de María. Esta súplica fue varias veces renovada hasta
1941, por lo que la Santa Sede interrogó por tres veces al Arzobispo de Braga
sobre Alejandrina. El 31 de octubre de 1942 Pío XII consagró el mundo al
Corazón Inmaculado de María con un mensaje transmitido a Fátima en lengua
portuguesa. Este acto lo renovó en Roma en la Basílica de San Pedro el 8 de
diciembre del mismo año.
Desde el 27 de marzo de
1942 en adelante Alejandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de Eucaristía.
En 1943 por cuarenta días y cuarenta noches fueron estrictamente controlados
por excelentes médicos su ayuno absoluto y su anuria, en el hospital de la Foz do Douro cerca de Oporto.
En 1944 su nuevo director
espiritual, el salesiano padre Humberto Pasquale, animó a Alejandrina, para que siguiera dictando su diario,
después que constató la altura espiritual a la que había llegado; lo que ella
hizo con espíritu de obediencia hasta la muerte. En el mismo año 1944
Alejandrina se inscribió a la Unión de los Cooperadores Salesianos. Quiso
colocar su diploma de Cooperadora «en donde pudiera tenerlo siempre a la
vista», para colaborar con su dolor y con sus oraciones a la salvación de las
almas, sobre todo juveniles. Rezó y sufrió por la santificación de los Cooperadores
de todo el mundo.
A pesar de sus
sufrimientos, ella seguía además interesándose e ingeniándose en favor de los
pobres, del bien espiritual de los parroquianos y de otras muchas personas que
recurrían a ella. Promovió triduos, cuarenta horas y ejercicios cuaresmales en
su parroquia. Especialmente en los últimos años de vida, muchas personas
acudían a ella aún de lejos, atraídas por su fama de santidad; y bastantes
atribuían a sus consejos su conversión. En 1950 Alejandrina festeja el XXV
aniversario de su inmovilidad. El 7 de enero de 1955 se le anuncia que éste
será el año de su muerte. El 12 de octubre quiso recibir la unción de los
enfermos, y el 13, aniversario de la última aparición de la Virgen de Fátima,
se la oyó exclamar: «Soy feliz, porque voy al cielo». A las 19,30 expiró.
En 1978 sus restos fueron
trasladados del cementerio a la iglesia parroquial de Balasar, donde hoy -en una capilla
lateral- reposa el cuerpo de Alejandrina. Sobre su tumba se leen estas palabras
que ella quiso: «Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para
salvaros, acercaos, pasad sobre ellas, pisadlas hasta que desaparezcan. Pero ya
no pequéis; no ofendáis más a nuestro Jesús!». Es la síntesis de su vida
gastada exclusivamente para salvar las almas. Fue beatificada por SS. Juan
Pablo II el 25 de abril de 2004.
El sitio
dedicado a la beata (con
textos en muchos idiomas, incluido el español), recoge abundante material
biográfico, escritos, imágenes, reflexiones, sobre la beata y también sobre
temas de espiritualidad, especialmente eucarística.
fuente: Vaticano
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