viernes
24 Octubre 2014
San Luis Guanella
San Luis Guanella, presbítero y fundador
En la ciudad de Como, en
Italia, san Luis Guanella, presbítero, que fundó la
Congregación de los Siervos de la Caridad y también la de las Hijas de Santa
María de la Providencia, para atender a las necesidades de los desamparados y
afligidos, y procurarles la salvación eterna.
Luis Guanella nació en Fraciscio, Sondrio, el 19 de
diciembre de 1842, el noveno de trece hijos. Desde niño aprendió una fe viva y
operante, un constante amor al trabajo y una gran caridad para con los pobres.
Pasada su niñez entre sus
montes siempre nostálgicamente amados, fue alumno del Colegio Gallio de Como, frecuentó
después, para los estudios eclesiásticos, los seminarios diocesanos,
distinguiéndose por la angélica piedad, amabilidad de carácter y
aprovechamiento en las disciplinas escolares. Ordenado sacerdote el 26 de mayo
de 1868, estuvo encargado de cura de almas en Prosto y en Savogno, en Val Chiavena, donde construyó una
escuela elemental, y enseñó en las escuelas, por cuanto tenía un diploma de
maestro. Multiplicó las iniciativas benéficas a favor de los pobres y con
entusiasmo organizó la acción Católica juvenil, fundada en 1867 por Juan Acquaderni y Mario Fani. En 1875 fue a Turín, a
donde Juan Bosco, de quien aprendió el camino de la santidad y el método
pedagógico. Se vinculó con los votos religiosos a la sociedad salesiana. Pero
en 1878 fue llamado por su obispo a la diócesis, fue nuevamente párroco en Traona, Olmo y Pianello Lario, donde en 1885 sonó la
hora de la misericordia con la primera fundación de las obras soñadas de tiempo
atrás a favor de los pobres abandonados.
Este sacerdote valteliense, en la escuela de los
santos de su tiempo: Juan Bosco, José Cafasso,
José Benito Cottolengo, Leonardo Murialdo, Luis Orione, Madre Francisca Javier Cabrini, también él fue iniciador
de numerosas obras de beneficencia, que florecerían rápidamente gracias a su
espíritu de dedicación, y a su capacidad de comunicar entusiasmo y valor a sus
colaboradores.
Devoto y admirador de San
Francisco de Asís, ingresó en su Tercera Orden. De la vida del Pobrecillo
asumió el espíritu de pobreza y de perfecta alegría, de gran confianza en Dios
y de amor por los hermanos más pobres: los huérfanos, los deficientes, los ancianos
y los enfermos. Para continuar la institución fundó dos congregaciones
religiosas: los siervos de la Caridad (Guanelianos) y las Hijas de Santa María de la Providencia (Guanellianas). La obra se desarrolló
admirablemente en Italia y en el exterior. La pía unión del tránsito de San
José, iniciada por él en Roma, cuenta hoy con más de diez millones de miembros.
En años de encendido anticlericalismo, fue mirado con sospecha por las autoridades
laicas y fue blanco de injusticias y persecuciones, pero las superó con la
fuerza de su fe y el fuego de la caridad. Fue a América siguiendo a los
emigrantes, trabajó mucho por la asistencia religiosa a los mismos. Para
instruir a la juventud abrió escuelas de iniciación, y oratorios. Para asistir
a las víctimas del terremoto de Calabria, en Marsica y en Mesina, no economizó energías
ni medios.
En Como el 24 de octubre de
1915, a los 73 años concluyó su activa jornada este héroe de la caridad. Su
cuerpo se venera en el Santuario del Sagrado Corazón en Como. Fue beatificado
por Pablo VI el 25 de octubre de 1964 y canonizado por Benedicto XVI el 23 de
octubre de 2011.
fuente: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
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24 Octubre 2014
San Antonio María Claret
San Antonio María Claret, obispo y fundador
San Antonio María Claret, obispo, que, ordenado
presbítero, durante varios años se dedicó a predicar al pueblo por las comarcas
de Cataluña, en España. Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del
Inmaculado Corazón de María y, ordenado obispo de Santiago de Cuba, trabajó de
modo admirable por el bien de las almas. Habiendo regresado a España, tuvo que
soportar muchas pruebas por causa de la Iglesia, y murió desterrado en el
monasterio de monjes cistercienses de Fontfroide, cerca de Narbona, en el mediodía de Francia.
A pesar de su nombre
rimbombante, Antonio María Claret
y Clara fue un arzobispo de origen relativamente humilde. Nació en 1807, en Sallent, España. En su juventud
trabajó con su padre como tejedor y, en sus ratos libres, aprendía el latín y
el oficio de impresor. A los veintidós años ingresó en el seminario de Vich,
donde se ordenó sacerdote en 1835. Algunos años más tarde pensó en hacerse
cartujo, pero, como no tenía salud suficiente para resistir la dura vida de los
monjes, se trasladó a Roma y entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, con
el propósito de-partir a las misiones extranjeras. Su mala salud no resistió el
noviciado y el padre general de la Compañía le aconsejó que volviese a España a
trabajar en la evangelización de sus compatriotas. Así lo hizo el P. Antonio y
durante diez años predicó misiones y retiros en toda Cataluña. Por entonces
ayudó a santa Joaquina de Mas a fundar la congregación de las Carmelitas de la
Caridad. El celo del santo movió a otros sacerdotes a seguir su ejemplo.
En 1849, gracias al P. Claret principalmente, se fundó
la congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.
Actualmente los «claretianos», como suele llamárselos, se hallan extendidos no
sólo en España, sino también en América y otras partes. Poco después de la fundación
de esa gran obra, el P. Claret fue elegido obispo de
Santiago de Cuba. La tarea era excepcionalmente difícil, ya que una
organización de fanáticos y turbulentos anticristianos combatieron
sistemáticamente todas las reformas emprendidas por el santo. Como si ello no
fuese suficiente, atentaron varias veces contra su vida. En cierta ocasión, un
hombre, furioso de que el santo hubiese convertido a su amante, le hirió
gravemente. El propio san Antonio intercedió por el agresor y logró que se le
conmutase la pena de muerte.
En 1857 volvió San Antonio
a España como confesor de la reina Isabel II, después de renunciar al gobierno
de su diócesis. En la corte sólo residía el tiempo estrictamente necesario para
el cumplimiento de sus funciones, el resto lo consagraba a predicar misiones y
a difundir los buenos libros, especialmente en catalán. A él debe España la
fundación de la Librería Religiosa de Barcelona, que ha ejercido una influencia
enorme en el renacimiento religioso del país. Se dice que san Antonio predicó
durante su vida 10.000 sermones y escribió cerca de 200 libros y folletos para
instrucción y edificación del clero y el pueblo. Como rector del Escorial,
estableció un laboratorio científico, un museo de historia natural, una escuela
de música, otra de lenguas, etc. El santo vivía en perpetua unión con Dios;
entre las gracias sobrenaturales más notables que el Señor le concedió, se
contaban, además de los éxtasis, los dones de profecía y de curación.
Las condiciones políticas
de España y la actitud de la reina para con la Santa Sede hicieron muy difícil
la posición de san Antonio. Durante la revolución de 1868, fue desterrado junto
con la reina. Entonces pasó a Roma, donde empleó su influencia en promover la
definición de la infalibilidad pontificia. Sus amigos de España quisieron
hacerle volver a su patria, pero el intento fracasó. San Antonio cayó
gravemente enfermo en Francia y murió en el monasterio cisterciense de Fontfroide, cerca de Narbona, el 24
de octubre de 1870. Es beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934, y Pío
XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950.
Véase J. Echevarría,
Recuerdos de Antonio Claret (1938), y D. Sargent, The Assignments of Antonio Claret (1950). En español y en
catalán existen numerosas biografías: las de L. Clotet (1882) y J. Blanch (1924) han sido
traducidas al francés. En Acta Apostolicae Sedis, vol. XCIV (1952), pp.
345-358, puede verse el decreto de canonización y un resumen biográfico.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Pocas vidas sacerdotales
han sido tan probadas como la de San Antonio María Claret. Nació en Sallent en 1807 y trabajó en un
principio como tejedor, entrando más tarde en el seminario. Ordenado de
sacerdote en 1835, no tardó en hallar su camino como predicador popular
(1843). Recorrería Cataluña durante cinco años, pasando más tarde a
Canarias a causa de los odios suscitados contra él por su palabra sin
contemplaciones. En 1849, reunió en torno a sí a algunos sacerdotes, fundando
el Instituto misionero de los Hijos del Corazón Inmaculado de María. En 1850,
el P. Claret era nombrado arzobispo de
Santiago de Cuba. Había de consagrar seis años, al apostolado de la gran isla,
que recorrió sin descanso, predicando, confirmando y fustigando los vicios y
abusos económicos. Nuevamente los odios, en especial por parte de
los propietarios de esclavos, le asaltaron. Por quince veces se atentó contra
su vida. En 1857, le correspondió una tarea inesperada: era elegido como
confesor por la reina de España Isabel II, mujer de costumbres relajadas. Tomó
él con toda seriedad su función de consejero espiritual de la corona, cosa que
le valió nuevamente las peores calumnias. Diez años más tarde la
revolución expulsaba a los Borbones y Antonio Claret debió partir al destierro (1868).
Pasó a residir en Francia, al principio en Pau, después en París y finalmente
en la abadía de Fuentefría (Ande), donde murió en
1870 sin que el odio de sus enemigos dejara de acosarle. Es el
último confesor de reyes que hay en el santoral, el último confesor regio en
una época en la que parece que no hay ya monarcas santos; y confesor además de
una reina, la española Isabel II, que no se distinguió por su ejemplaridad.
Toda una hazaña la de este catalán de aspecto campesino y aIgo tosco en cuya vida se ha
cebado la calumnia. Lo cual era inevitable. En pleno siglo XIX y en
la turbulenta España isabelina, vivir en el centro de la corte aun sin querer
hacer política era influir en la política nacional, al Padre Claret no se lo perdonaron, y la
historia y la literatura siguen repletas de ataques de una tremenda malignidad,
suponiéndole una especie de eminencia gris de la voluble y desbrujulada Isabel. Su
vida es mucho más rica que el período madrileño; empieza siendo un joven
entregado al trabajo con un ardor singular, luego hay como una conversión, con
dos intentos de entrar en órdenes tan dispares - cartujos y jesuitas que ya bastan
para indicar que andaba lejos de su camino, hasta quedarse en cura de pueblo,
que es donde da toda su medida de apóstol. El arzobispado de Cuba
es una ampliación gigantesca de su actividad en Viladrau, y por fin Madrid, la
etapa que termina con el destierro y con su intervención, ya al borde de la
muerte, en el concilio Vaticano I. Infatigable de actividad pastoral, fundador,
catequista de la pluma, asiduo al confesionario, taumaturgo, vidente, es un
impresionante santo muy próximo a nosotros en el tiempo.
Oremos
Dios nuestro, que infundiste en San Antonio María Claret una gran fortaleza y una admirable caridad para llevar à cabo la evangelización de los pueblos, concédenos, por su intercesión, que busquemos siempre tu reino en todo lo que hagamos y que nos dediquemos, con empeño, à ganar à nuestros hermanos para Cristo. Que vive y reina contigo.
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http://www.youtube.com/watch?v=phUwEif9p6M
San Martín de Vertou, diácono y abad
San Evergislo de Colonia, obispo y mártir
San Proclo de Constantinopla, obispo
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Santos Aretas y trescientos cuarenta compañeros, mártires
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24 Octubre 2014
San Rafael Guízar Valencia
RAFAEL
GUÍZAR VALENCIA (1878 – 1938)
Rafael Guízar Valencia nació en Cotija, estado de Michoacán y
diócesis de Zamora, Méjico, el 26 de abril de 1878.
Sus padres, Prudencio y
Natividad, fervientes cristianos, dieron a sus 11 hijos una esmerada educación
religiosa.
Hacia el sacerdocio. Su primer apostolado
Huérfano de madre a los
nueve años, Rafael hizo sus primeros estudios en la escuela parroquial y en un
colegio regentado por los padres jesuitas. Maduró durante esos años su vocación
al sacerdocio y decidió seguir la llamada de Dios. En 1891 ingresó en el
seminario menor de Cotija y en 1896 pasó al
seminario mayor de Zamora. El primero de junio de 1901, a la edad de 23 años,
fue ordenado sacerdote.
En los primeros años de
ministerio sacerdotal, se dedicó con gran celo a dar misiones en la ciudad de
Zamora y por diferentes regiones de Méjico. Nombrado en 1905 misionero
apostólico y director espiritual del seminario de Zamora, trabajó
incansablemente para formar a los alumnos en el amor de la Eucaristía y la
devoción tierna y filial a la Virgen.
Perseguido por la fe
En 1911, para contrarrestar
la campaña persecutoria contra la Iglesia, fundó en la ciudad de Méjico un
periódico religioso, que fue pronto cerrado por los revolucionarios. Perseguido
a muerte, vivió durante varios años sin domicilio fijo, pasando toda especie de
privaciones y peligros. Para poder ejercer su ministerio, se disfrazaba de
vendedor de baratijas, de músico, de médico homeópata. Podía así acercarse a
los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los
moribundos.
Misionero incansable
Acosado por los enemigos,
no pudiendo permanecer más tiempo en Méjico por el inminente peligro de ser
capturado, pasó a finales del 1915 al sur de los Estado Unidos y al año
siguiente a Guatemala donde dio un gran número de misiones. Su fama de
misionero llegó a Cuba, donde fue invitado para predicar misiones populares. Su
apostolado en esa isla fue fecundo, y ejemplar fue también su caridad con las
víctimas de una peste que diezmó en 1919 a los cubanos.
Obispo de Veracruz
El primero de agosto de
1919, mientras realizaba en Cuba su apostolado misionero, fue preconizado
obispo de Veracruz. Consagrado en la catedral de La Habana el 30 de noviembre
de 1919, tomó posesión de su diócesis el 9 del año siguiente. Los dos primeros
años los dedicó a visitar personalmente el vasto territorio de la diócesis,
convirtiendo sus visitas en verdaderas misiones y en obra de asistencia a los
damnificados de un terrible terremoto que había provocado destrucción y muerte
entre la pobre gente de Veracruz: predicaba en las parroquias, enseñaba la
doctrina, legitimaba uniones, pasaba horas en el confesionario, ayudaba a los
que habían sido víctimas del terremoto.
Su misión episcopal. Nuevas persecuciones
Una de sus principales
preocupaciones era la formación de los sacerdotes. En 1921 logró rescatar y
renovar el viejo seminario de Jalapa, que había sido confiscado en 1914, pero
el gobierno le incautó otra vez el edificio apenas renovado. El obispo trasladó
entonces la institución a la ciudad de Méjico, donde funcionó clandestinamente
durante 15 años. Fue el único seminario que estuvo abierto durante esos años de
persecución, llegando a tener 300 seminaristas.
De los dieciocho años que
regentó la diócesis, nueve los pasó en el exilio o huyendo porque lo buscaban
para matarlo. Dio sin embargo muestras de gran valor llegando a presentarse
personalmente a uno de sus perseguidores y a ofrecerse como víctima personal a
cambio de la libertad de culto.
Su muerte
En diciembre de 1937,
mientras predicaba una misión en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo
postró para siempre en cama. Desde el lecho del dolor dirigía la diócesis y
especialmente su seminario, mientras preparaba su alma al encuentro con el
Señor, celebrando todos los días la santa misa.
Murió el 6 de junio de 1938
en la ciudad de Méjico. Al día siguiente fueron trasladados sus restos mortales
a Jalapa. El cortejo fúnebre fue un verdadero triunfo: todos querían ver por
última vez al «santo Obispo Guízar».
Fue beatificado por S. S.
Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 en la Basílica de San Pedro. El pasado 28
de abril de 2006 el Santo Padre Benedicto XVI ordenó que se promulgara el
Decreto «super miraculo » para proceder a la
canonización. Es el primer obispo de Latinoamérica canonizado.
Sepultado en la catedral de
Jalapa, su sepulcro es meta de peregrinación de miles de peregrinos que piden
su intercesión.
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24 Octubre 2014
San Martín de Vertou
San Martín de Vertou, diácono y abad
En el monasterio de Vertou, en el territorio de Armórica, en la Galia, san Martín,
diácono y abad, al que san Félix, obispo de Nantes, envió para convertir a los
paganos de la región.
Prácticamente no sabemos
nada cierto sobre el santo, ya que las dos biografías que se conservan fueron
escritas varios siglos después de su muerte y narran principalmente sus
milagros; por otra parte, se ha confundido a san Martín
de Braga,
que fue obispo de Dumium en Portugal, con san
Martin de Vertou, el cual vivió como
ermitaño en el bosque de Dumen, de Bretaña. Nuestro santo
nació en Nantes, en el seno de una familia franca. San Félix le confirió el
diaconado y le envió a predicar en el Poitou.
Según la leyenda, a pesar de todos sus esfuerzos, Martín sólo consiguió
convertir a los dueños de la casa en que habitaba. A éstos les aconsejó que
huyesen de la catástrofe que se avecinaba y él mismo abandonó la ciudad en la
que había trabajado en vano. Inmediatamente después de su salida. un terremoto
la destruyó y quedó cubierta por las aguas. El sitio se llama actualmente Lago
de Grandlieu y la población de Herbauges, a la orilla del lago,
sustituye a la que quedó sumergida. Además, hay en las cercanías un menhir o
columna de piedra, ya que la esposa del dueño de la casa en que habitaba san
Martín volvió los ojos hacia la ciudad y quedó convertida en estatua, leyenda
que no hace sino repetir el símbolo de la mujer de Lot.
Después de su fracaso
misional, san Martín se retiró a un bosque de la ribera izquierda del Sèvre, donde fundó una ermita
que se transformó con el tiempo, en la abadía de Vertou. El santo evangelizó la región. Se
le atribuyen varias otras fundaciones, como la del convento de las religiosas
de Durieu, en el que murió. Según se
dice, los monjes de Vertou robaron el cuerpo de su
maestro mientras las religiosas de Durieu
cantaban el oficio nocturno de los muertos, la víspera del entierro. Entre
otras leyendas que se cuentan sobre san Martín de Vertou (a quien se confunde en
este caso con su homónimo de Braga), se dice que un príncipe inglés tenía una
hija poseída por los malos espíritus. Uno de los demonios declaró, por boca de
la joven, que sólo podía ser vencido por las oraciones de un santo varón
llamado Martín. Inmediatamente el príncipe envió mensajeros en todas las
direcciones en busca del hombre de Dios. Finalmente, los mensajeros llegaron a Vertou y convencieron a san
Martín para que les acompañase. Apenas puso el santo los pies en Inglaterra, el
demonio sintió que se aproximaba y, como no quería hacerle frente, atormentó
por última vez a su víctima y huyó. Naturalmente, la joven tomó el velo de manos
de su salvador.
En Acta Sanctorum, oct.,
vol. x, los bolandistas parecen haber reunido todos los textos que existen
sobre la vida y milagros de este oscuro santo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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24 Octubre 2014
San Evergislo de Colonia
San Evergislo de Colonia, obispo y mártir
Cerca de Tongres, en el Brabante, de Austrasia, san Evergislo, obispo de Colonia y
mártir, que en el ejercicio de su misión pastoral, mientras se dirigía a
Poitiers, fue asesinado por unos malhechores.
Cuando san
Severino de Colonia fue
a visitar la diócesis de Tongres, en Bélgica, le
presentaron a un niño que quería consagrarse al servicio divino. El santo
adivinó que Evergisto (o Ebregiselo) poseía un alma escogida y
tomó por su cuenta su educación. Más tarde hizo de él su archidiácono. Evergisto estaba con san Severino
cuando éste tuvo la visión de la llegada del alma de san Martín al cielo.
Aunque advirtió que no vio ni oyó nada; sin embargo, envió inmediatamente a un
mensajero a Tours para que comprobase la muerte de san Martín. Evergisto sucedió a su maestro en el
gobierno de la diócesis de Colonia. Un día, fue a visitar la iglesia de los
«Santos Dorados» y saludó a los mártires con el versículo: «Exsultabunt sancti in gloria» ('Exultarán los
santos en la gloria', Sal 149,5); inmediatamente, la voz de un coro invisible
le respondió «Laetabuntur in cubiculis suis» ('Se alegrarán en sus
tiendas', del mismo salmo). Una noche se hallaba en Tongres ocupado en el ejercicio de
su ministerio pastoral y se dirigió a una iglesia de Nuestra Señora. En el
camino unos bandoleros le asaltaron y le dieron muerte.
Esta es la leyenda de
Colonia, tal como la recuerda el Martirologio Romano en la fecha de hoy; sin
embargo, otras tradiciones señalan que san Evergisto vivió más tiempo y no murió de muerte violenta. San Gregorio
de Tours cuenta que Evergisto formaba parte del grupo de
obispos enviados por Childeberto II a restablecer la
observancia en el convento de religiosas de Poitiers; también afirma que san Evergisto se curó de sus dolores de
cabeza después de hacer oración en la iglesia de los «Santos Dorados» de
Colonia.
En Analecta Bollandiana, vol. VI (1887), pp.
193-198, así como en otras obras, se publicó una pretendida biografía de Evergisto pero ese escrito data del
siglo XI y carece de valor histórico. W. Levison
discute el problema en Festschrift für A. Brackman (1931), pp. 40-63; cf. Duchesne, Fastes Episicopaux, vol. III, p. 176.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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24 Octubre 2014
San Proclo de Constantinopla
San Proclo de Constantinopla, obispo
En Constantinopla, san Proclo, obispo, que proclamó
insistentemente a la Virgen María como Madre de Dios, dispuso el solemne
retorno de las restos de san Juan Crisóstomo a esta ciudad, y en el Concilio
Ecuménico de Calcedonia mereció ser llamado «Grande».
San Proclo era originario de
Constantinopla. Recibió la orden del lectorado cuando era muy joven. Aunque era
discípulo de san Juan Crisóstomo, llegó a ser secretario del mayor enemigo de éste, Ático,
obispo de Constantinopla, quien le confirió el diaconado y el sacerdocio. A la
muerte de Ático, muchos quisieron elegir obispo a Proclo. Al fin, Sisinio fue elegido obispo de
Constantinopla y nombró a Proclo
obispo de Cízico. Pero los habitantes de
esa ciudad se negaron a aceptarle y eligieron a otro en su lugar. Así pues, san
Proclo se quedó en
Constantinopla, donde alcanzó gran fama con su predicación. Cuando murió Sisinio, muchos volvieron a
proponer la candidatura de Proclo;
pero el elegido fue Nestorio, quien pronto empezó a
propagar sus errores (el nestorianismo, que reconoce en Cristo no sólo dos
naturalezas, sino dos personas). San Proclo
defendió valientemente la verdad contra él. El año 429, predicó un sermón en el
que proclamó la maternidad divina de la Virgen María. En dicho sermón se
hallaba la famosa frase: «No proclamamos a un hombre deificado, sino que
confesamos a un Dios encarnado». Nestorio fue depuesto y a Maximiano se le eligió para sucederle. A la
muerte de éste, el año 434, san Proclo,
que nunca había podido tomar posesión de la sede de Cízico, fue promovido a la de
Constantinopla.
El tacto y la bondad con
que supo tratar a los más obstinados nestorianos y a otros herejes constituyen
los rasgos más característicos del santo. Los obispos armenios le consultaron
sobre la doctrina y los escritos de Teodoro de Mopsuestia, que ya había muerto, pero
seguía siendo muy famoso en aquella región. San Proclo escribió en respuesta el «Tomo a los
Armenios», que es la más famosa de sus obras. En ella condenaba la doctrina
mencionada por su parentesco con el nestorianismo y exponía la verdadera
doctrina sobre la Encarnación, todo ello sin nombrar a Teodoro, el cual había
muerto en comunión con la Iglesia y cuya memoria era muy venerada. San Proclo exhortaba a los armenios a
seguir la doctrina de san Basilio y san Gregorio Nazianceno, cuyas obras eran muy
estimadas entre ellos. Otros polemistas fueron menos moderados que san Proclo. Con la ayuda de la
emperatriz santa Pulqueria, éste trasladó los restos
de san Juan Crisóstomo de Comana
del Ponto a la Iglesia de los Apóstoles en Constantinopla. Todo el pueblo salió
en procesión a recibir las reliquias, y los intransigentes discípulos de san
Juan Crisóstomo se sometieron finalmente a su bondadoso sucesor.
Durante el episcopado de
san Proclo hubo un violento terremoto
en Constantinopla. Los hombres vagaban entre las ruinas, aterrados, en vana
búsqueda de un sitio donde guarecerse; muchos huyeron al campo. Proclo, acompañado de su clero,
salió para prestar ayuda a sus feligreses, confortó al pueblo y le exhortó a
implorar la misericordia divina. El Menologio griego de Basilio, en base al
testimonio de un cronista que escribió tres siglos y medio después de los hechos
refiere que, mientras el pueblo imploraba la misericordia divina, rezando el «Kyrie eleison», un niño fue arrebatado
por los aires hasta perderse de vista. Cuando volvió a la tierra, el niño
declaró que había oído los coros angélicos que cantaban: «Santo Dios, Santo y
Fuerte, Santo Inmortal», y falleció inmediatamente después. El pueblo repitió
esas palabras y agregó: «Ten misericordia de nosotros». Entonces los temblores
cesaron. Desde aquel momento san Proclo
introdujo en la liturgia el «trisagio». No consta con certeza que lo haya
introducido él realmente, pero lo cierto es que la primera mención del trisagio
data del Concilio de Calcedonia, que tuvo lugar pocos años después, y es muy
posible que san Proclo y su pueblo hayan empleado
dicha oración durante el terremoto.
San Cirilio de
Alejandría describe
a san Proclo como «un hombre muy
religioso, perfectamente al tanto de la disciplina eclesiástica y muy
observante de los cánones». Sócrates, el historiador griego, quien le conoció
personalmente, escribe: «Pocos podrían igualarle en santidad. Era bondadoso con
todos, porque estaba convencido de que la bondad sirve mejor que la severidad a
la causa de la verdad. Por ello estaba resuelto a no irritar ni provocar a los
herejes, con lo cual restituyó a la iglesia, en su persona, la mansedumbre y
bondad que le son propias y que desgraciadamente le habían faltado en tantos
casos ... Fue verdaderamente un modelo de prelado». San Proclo murió el 24 de julio de
446.
Se han conservado algunas
de sus cartas y sermones. Alban
Butler comenta: «El estilo de este padre es conciso, sentencioso, lleno de
salidas ingeniosas capaces más bien de deleitar que de mover el corazón. Es un
estilo que supone mucho trabajo y estudio; si bien este padre lo empleó con
gran éxito, no se puede comparar su estilo con la gravedad llena de naturalidad
de un san Basilio ni con la suavidad de un san Juan Crisóstomo».
F. X. Bauer, Proklos von Constantinopel (1918). Desde que se
publicó el texto sirio del Bazar of Heraclides, se ha discutido mucho acerca de la verdadera doctrina de Nestorio, de suerle que la literatura sobre el
tema es muy extensa. Sobre san Proclo,
y también sobre el nestorianismo, está en castellano el Quasten,
Patrología, volumen II.
En el Oficio de lecturas se utilizan dos fragmentos de Proclo, «El Amigo
de los hombres se ha hecho hombre, naciendo de la Virgen» y «La
santificación de las aguas». La fecha de fallecimiento del 24 de julio que menciona el
Butler es la calculada por los bolandistas en Acta Sanctorum, oct. X, pág. 649;
sin embargo no hay un acuerdo sobre la fecha real de su muerte y es posible que
el Martirologio actual haya preferido mantner
la fecha tradicional en ausencia de un argumento de peso para trasladarla.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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24 Octubre 2014
San Aretas de Nagrán
Santos Aretas y trescientos cuarenta compañeros, mártires
En Nagrán, en Arabia, martirio de
los santos Aretas, príncipe de la ciudad, y
trescientos cuarenta compañeros, que en tiempo del emperador Justino fueron
asesinados por Du Nuwas o Dun'an, rey de los himyaritas.
A principios del siglo VI,
los etíopes aksumitas cruzaron el Mar Rojo y
extendieron su dominio sobre los árabes y judíos de Himyar (actual Yemén), a quienes impusieron un
virrey. Dunaán, un miembro de la familia himyarita que había sido arrojada
del trono, se levantó en armas y tomó Zafar. Como se había convertido al
judaísmo, asesinó a los miembros del clero y convirtió la iglesia en sinagoga.
En seguida puso sitio a Najrán, que era uno de los
grandes centros cristianos. La ciudad se defendió tan valientemente que Dunaán, sintiéndose incapaz de
conquistarla, le ofreció la amnistía si se rendía. Los defensores aceptaron la
oferta; pero Dunaán, en vez de cumplir su
palabra, permitió a los soldados que saqueasen la plaza y condenó a muerte a
todos los cristianos que no apostatasen. El organizador de la defensa fue el
jefe de la tribu de Banu Horith (que desde entonces se
llamó de san Aretas) con muchos de sus
hombres, y todos fueron decapitados. Los sacerdotes, los diáconos y las
vírgenes consagradas fueron arrojados en fosos llenos de fuego. Como la esposa
de Aretas se negase a acceder a las
proposiciones amorosas de Dunaán,
éste mandó ejecutar a sus hijas delante de ella y la obligó a beber su sangre;
en seguida ordenó que la degollasen.
El obispo Simeón de Beth-Arsam, legado del emperador
Justino I, se hallaba en la frontera persa con una tribu árabe. Cuando se
enteró de lo sucedido, transmitió la noticia al abad de Gabula, que se llamaba también
Simeón. Al mismo tiempo, los refugiados de Najrán
difundieron la noticia por todo Egipto y Siria. La impresión que el hecho
produjo no se borró en varias generaciones; Mahoma alude a esa matanza en el
Corán y condena al infierno a los asesinos (sura LXXXV). El patriarca de
Alejandría escribió a los obispos de Oriente con la recomendación de que
conmemorasen a los mártires, que orasen por los supervivientes y señalando como
culpables del crimen a los antiguos judíos de Tiberíades que, en realidad, eran
inocentes. Tanto el emperador como el patriarca escribieron al rey aksumita Elesbaán (a quien los sirios llaman
David y los etíopes Caleb), para clamar venganza por
la sangre de los mártires. El monarca no necesitaba que le incitasen a la
venganza y partió al punto, con su ejército, a reconquistar su poder en Himyar. Elesbaán tuvo éxito en la campaña. Dunaán murió en el campo de
batalla y su capital fue ocupada por el enemigo. Alban Butler afirma que Elesbaán, «convencido de que había
derrotado al tirano con la ayuda divina, se mostró muy clemente y moderado con
los vencidos». Tal afirmación es falsa. Cierto que Elesbaán reconstruyó Najrán e instaló a un obispo
alejandrino, pero tanto en el campo de batalla como en el trato a los judíos
que habían incitado a Dunaán a la matanza, se condujo
con crueldad y codicia propias de la barbarie de una nación semipagana. Sin embargo, se cuenta
que al fin de su vida renunció al trono en favor de su hijo, regaló su corona a
la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y se retiró al desierto como
anacoreta. El Martirologio Romano celebra a san Elesbaán el 15 de mayo. Baronio introdujo en el
Martirologio Romano tanto el nombre de san Elesbaán como el de san Aretas
y los mártires de Najrán, sin tener en cuenta que,
al menos en el sentido material de la palabra (ya que quizás no conocían otra
forma de cristianismo), todos ellos eran monofisitas.
En el elogio del
Martirologio actual se habla de 341 mártires, mientras que en el anterior se
establecían más de 4000. El número y tipo de martirios, acorde con las fuentes,
está detallado en Acta Sanctorum, donde el número de 340 (incluyendo a Aretas) se reserva para los
cabeza de clan (lit.: «demum proceres 340, inter quos S. Arethas», AS oct. X, pág. 708). En
la nueva redacción del elogio parece haberse descuidado ese detalle, dando por
resultado que no se celebran miles de mártirs
que, sin embargo, deberían estar en el Martirologio a igual título que el grupo
que quedó inscripto.
Acta Sanctorum, oct., vol.
X. Se conserva también el texto sirio escrito por Simeón. Véase Guidi, en Atti della Accad. dei Lincei, vol. VII (1881), pp. 471 ss; Deramey, en Revue de l'histoire des religions, vol. XXVIII, pp. 14-42;
la Revue des études juives, vols. XVIII, XX y XXI,
donde hay un ensayo de Halévy y la respuesta de Duchesne. Artículo del Butler con
modificaciones.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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