Lunes 05 Mayo 2014
Beato Nunzio Sulprizio
Su vida estuvo colmada de paciencia y bondad. Y eso que el
trato que recibió de frialdad y dureza fue tal que recuerda a esos textos
infantiles en los que un personaje vive atormentado por una especie de ogro que
lo tiene maniatado. Por supuesto, la diferencia entre la ficción y la realidad
es un hecho insalvable. Ante ambas cabe una comparación, nada más.
Desgraciadamente, lo que acontece en ciertas ocasiones es infinitamente más
doloroso que lo expuesto en un simple relato. Pablo VI, conmovido por las virtudes
de Nunzio, el 1 de diciembre de 1963, en pleno Vaticano II, lo elevó a los
altares llamando la atención de los padres conciliares. Les sugirió establecer
una amistad con él, ya que su vida debía servir para reflexionar en el coloquio
celestial que mantuvo y tomarlo como modelo a imitar en la trayectoria que
llevó en la tierra. También el beato Gaetano Errico, que conoció al beato en
los umbrales de su fundación --los misioneros de los Sagrados Corazones de
Jesús y de María--, estuvo dispuesto a admitirle en ella, a pesar de sus
pésimas condiciones de salud. Despachó enseguida las críticas malintencionadas
de quienes juzgaron su decisión dejando claro lo esencial: «Este es un joven
santo y a mí me interesa que el primero que entre en mi Congregación sea un
santo, no importa si está enfermo».
Nació en Pescosansonesco, Italia, al pie de los Apeninos, el
13 de abril de 1817. Su padre era zapatero. Murió en agosto de 1820 y aunque su
madre trató de afrontar la situación en soledad, la precariedad pudo con ella.
Dos años más tarde contrajo nuevas nupcias con un vecino de la localidad de
Corvara, quien desde el primer momento no ocultó su inquina por el pequeño.
Éste, ajeno a su animadversión, era feliz en la escuela regida por el párroco.
Se familiarizaba con las verdades de la fe y recibía nociones de lectura y
escritura. Pero, sobre todo, aprendía a contemplar el rostro de Cristo
crucificado, muerto para expiar los pecados de la Humanidad. Aborrecía todo
mal, y quería asemejarse a Él. Además, se aficionó a orar y a imitar a los
santos. En 1823 falleció su madre y quedó al cuidado de su abuela Rosaria,
prolongando un poco más ese periodo amable de su vida, aunque teñido por el
dolor de la pérdida sufrida. Ella continuó animándole y acompañándole en el
camino de la virtud hasta su muerte que se produjo en abril de 1826. A sus 9
años Nunzio quedó a merced de un tío materno, Domenico, herrero de profesión,
que le abrió las puertas de la eternidad. Vetó por completo su educación, y le
puso a trabajar a su servicio en condiciones infrahumanas. Sin apenas descanso,
y en numerosas ocasiones sin alimento que llevarse a la boca, con escasas
prendas de vestir portaba pesadas cargas en su menudo cuerpecito sorteando
distancias, inclemencias meteorológicas, y riesgos diversos que podían salirse
al paso. Al regresar le recibían los exabruptos. Obligado a golpear el yunque
casi sin respiración ofrecía todo a Cristo. Quería obtener el paraíso con sus
muchos sufrimientos. Tan solo los domingos tenía un pequeño momento de asueto
que le permitía ir a misa.
Un invierno transitaba por las laderas de Rocca Tagliata con
el insoportable fardo en medio de gélida temperatura. Comenzó a notar el pie
con gran calentura que se extendió por la pierna como la pólvora. Se acostó sin
decir nada. Al día siguiente no era capaz de sostenerse. Su tío no tuvo en
cuenta ni inflamación, ni fiebre. Le obligó a trabajar, como siempre, bajo
amenaza. Los vecinos se apiadaron alguna vez de él y le daban algo de comer.
Nunzio no se quejaba ante ellos de la conducta de su familia. Antes bien, la
disculpaba. Cuando podía, acudía a misa y oraba ante el Santísimo. La lesión le
corroía, y Domenico solo permitió que dejara el yunque y se ocupara del fuelle.
Nuevo suplicio. Para tratar de calmar los atroces dolores y la supurante llaga
acudía a una fuente pública, de la que fue arrojado para evitar el posible
contagio. Así que halló otra corriente de agua en Riparossa donde solía rezar
rosarios a la Virgen, a la que tenía gran devoción. En 1831 ingresó en el hospital
de L’Aquila, pero le dieron el alta como enfermo incurable. Allí había vivido
de la caridad consolado por la oración. Al volver a casa de su tío, éste no lo
admitió. Y se dedicó a mendigar. Pensaba para sí:«Es muy poco lo que sufro,
siempre que pueda salvar mi alma amando a Dios».
Un viajante que supo de él, informó a su tío paterno
Francesco, militar en Nápoles, de la situación que atravesaba. Nunzio tenía 15
años. Su tío se lo llevó y le presentó al coronel Felice Wochinger, un hombre
bueno que auxiliaba a los pobres, estableciéndose entre ambos una bellísima
relación paterno filial. Felice se ocupó de que recibiera toda la asistencia
posible en el hospital de Incurables con el mejor tratamiento. El personal del
centro y los enfermos se percataron de la grandeza del muchacho. Allí hizo su
primera comunión y confió a un sacerdote el sentimiento de que todo lo que le
sucedía era providencia de Dios. Durante dos años hubo momentos de ligera
mejoría, resultado de los excelentes cuidados recibidos en las termas de
Ischia. Se sostenía con un palo, impartía catecismo y ayudaba a los que sufrían
en su entorno. Dedicaba la mayor parte del tiempo a rezar al Santísimo y a la
Virgen Dolorosa. En 1834 comunicó su deseo de consagrarse a Dios en el momento
conveniente para él. Entretanto, viviría con el sentimiento de quien ya ha
hecho de su entrega algo efectivo: oración, estudio, meditación… El coronel le
apoyó. Pero en marzo de 1836 empeoró. La pierna estaba afectada de gangrena.
Gozoso, confiado, agradeciendo a Dios su dolor, lo ofreció por los pecadores
con el mismo afán: si padecía, iría al paraíso. «Jesús sufrió mucho por mí.
¿Por qué no puedo sufrir por Él?». Estaba dispuesto a morir con tal de
convertir a un solo pecador. El 5 de mayo rogó a Felice que viviese con
alegría, asegurándole que nunca le faltaría su ayuda desde el cielo. Luego
falleció. Gaetano Errico lo consideró un dilecto hijo, el primero que ingresaba
en la vida eterna.
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Santo(s) del día
Beato Nunzio Sulprizio
San Nancto
Santa Crescenciana
San Silvano Alejandría
San Irenio
San Joviniano
San Máximo Jerusalén
San Eulogio Edesa
San Teodoro Bolonia
San Geroncio Milán
San Sacerdote Segunto
Beata Ida Nivelles
San Britón
San Avertino
San Evodio Antioquía
San Ángel
San Gotardo
Beata Caterina Cittadini
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