martes 30
Septiembre 2014
San Francisco de Borja
San Francisco de Borja
Como es sabido, la
memoria de Francisco de Borja viene celebrándose en España el 3 de octubre,
pero las biografías ofrecidas se rigen rigurosamente por las fechas insertas
en Santi, beati e testimoni que le incluye en el día de hoy
(también lo hace el Martirologio romano), por lo cual se respeta el mismo
criterio seguido en otros casos similares al suyo.
Era hijo del III duque de
Gandía, Valencia, España, donde nació el 28 de octubre de 1510, y bisnieto del
papa Alejandro VI. Tuvo seis hermanos de padre y madre, y cuando su progenitor
contrajo segundas nupcias, engendró doce vástagos más. Así que formaba parte de
una larga descendencia. Perdió a su madre a la edad de 9 años, cuando ya habían
apreciado en él virtudes singulares para su edad, marcada por la inocencia y la
piedad. Precisamente los dones que advirtió en él, indujo a su tío materno Juan
de Aragón, arzobispo de Zaragoza, a llevárselo con él proporcionándole una
excelente formación integral.
Por deseo de su padre llegó
a la corte cuando tenía 12 años. Contrajo matrimonio con la portuguesa Eleanor de Castro a los 19, y de
esta unión nacieron ocho hijos. Con la prematura muerte de la emperatriz Isabel
de Portugal a la que había servido fielmente, se produjo una inflexión en su
acontecer. Tras contemplar el rostro marchito, cuando yacía en su lecho
mortuorio, profirió esta apasionada exclamación: «¡No
serviré nunca más a un señor que se pueda morir!». Era más que una declaración de
intenciones. Habiendo comprendido la futilidad de la vida, selló su acontecer.
Él mismo lo recordaba periódicamente en su diario: «Por la
emperatriz que murió tal día como hoy. Por lo que el Señor obró en mí por su
muerte. Por los años que hoy se cumplen de mi conversión».
En 1539 –el mismo año en el
que falleció Isabel, y siendo ya marqués de Lombay–
el emperador lo designó virrey de Cataluña. Sin embargo, ni estos títulos, y
otros que obtuvo, como el ducado de Gandía y el de Grande de España, ni la
vanidad de la corte, ensombrecieron su piedad, la que en su infancia le hizo
aspirar a la vida monástica, anhelo truncado por sus padres que lo destinaron a
servir en Tordesillas. Por eso, tal
circunstancia, aparte de la experiencia que le deparó y del vínculo conyugal
que le unió a Eleanor, como no disipó sus
anhelos, permanecieron vivos en su interior. Así, al establecerse en Barcelona,
tomó contacto con san Pedro de Alcántara y con el beato jesuita Pedro Fabro. Este religioso fue
decisivo en su vida. Puede que al conocerlo recordara el doloroso episodio que
había presenciado en Alcalá de Henares cuando tenía 18 años. El hecho que le
impactó fue ver a un hombre conducido ante la Inquisición; se trataba de Ignacio
de Loyola.
Francisco se convirtió en
bienhechor de la Compañía y además fundó un colegio en Gandía. Su conducta
evangélica chocaba con el ambiente; sus convicciones suscitaban recelos entre
algunas personas relevantes que quizá pensaron que no era oportuno mezclar la
fe con el trabajo. Pero seguía el dictado de su espíritu y nada de ello hizo
mella en él. Enfermó Eleanor y suplicó al cielo por
ella. Una locución divina le advirtió: «Tú puedes escoger para tu esposa la vida o
la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni
para el suyo». Con
mucho dolor y lágrimas, expresó: «Que se haga vuestra voluntad y no la mía». Ella murió en 1546;
su hijo pequeño tenía 7 años. Coincidió que pasó el P. Fabro por Gandía y, sin perder
más tiempo hizo los ejercicios espirituales, y emitió los votos de perfección
ese mismo año de 1546. Con ellos se comprometía a integrarse en la Compañía.
En Roma, Ignacio acogió con
gozo la noticia, pero puso una nota de prudencia aconsejándole que aplazase su
ingreso efectivo hasta solventar el tema de la educación de su prole, y que
tuviese cautela evitando airear su decisión. Al año siguiente, con la anuencia
del santo, Francisco emitió los votos privadamente. Por fin, en agosto de 1550,
después de renunciar a sus títulos y dejar a sus hijos enderezados, viajó a
Roma para hablar con el fundador de la Compañía, y se vinculó a ella para
siempre. En mayo de 1551 recibió el orden sacerdotal en Oñate, y celebró su
primera misa en Vergara. Carlos V lo propuso como cardenal, pero él rehusó. Era
un hombre bueno, humilde, austero, se entregaba a las mortificaciones y a duras
penitencias; no esquivaba los momentos de humillación. Llegó a sentirse más
indigno que Judas, a quien el Redentor le había lavado los pies, considerándole
por ello con una dignidad superior a la suya.
Durante un tiempo estuvo en
Oñate realizando tareas domésticas sencillas, forjándose en la vida religiosa,
sufriendo por amor a Cristo muchos instantes de contrariedad porque fue tratado
con más severidad de lo acostumbrado dada su antigua condición nobiliaria.
Después inició una ardiente evangelización por las localidades colindantes,
extendiendo el campo de acción a Castilla, Andalucía y Portugal. Tenía dotes
extraordinarias para la organización, virtud y gran celo apostólico; era
devotísimo de la Eucaristía y de la Virgen. En 1566 tras el óbito del P. Laínez
se convirtió en el prepósito general de la Compañía. Fundó más de una veintena
de colegios en España, construyó en Roma la iglesia de San Andrés en el Quirinale, impulsó el noviciado y el
Colegio Romano, puso las bases para la construcción del Gesù y logró que la
Compañía se expandiera por distintos continentes, entre otras acciones. Sometió
a consideración de Pío V la creación de la Congregación para la Propagación de
la Fe. Escribió tratados espirituales, y auxilió a los afectados por la peste
que asoló Roma en 1566. Dos días antes de morir expresó su deseo de volver al
santuario de Loreto. Su fallecimiento se produjo en Roma el 1 de octubre de
1572. Urbano VIII lo beatificó el 23 de noviembre de 1624. Clemente X lo
canonizó el 12 de abril de 1671.
Oración
Tú, Señor, que concediste a San Francisco de Borja el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
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martes 30
Septiembre 2014
San
Jerónimo
(340 – 420) La
mejor apología que podemos hacer de San Jerónimo son las palabras que el Papa
Benedicto XV le dedica en la Encíclica «Spíritus Paráclitus»: «el máximo doctor que
dio el cielo, para interpretar la Divina Escritura». Nace alrededor
del los años 330 en Estridón, una ciudad de Dalmacia.
Educado en Roma con los
mejores maestros de la época, pronto destaca por su gran inteligencia. Siendo
catecúmeno, se deja arrastrar en alguna ocasión por las malas influencias del
ambiente, mas movido por la gracia, al terminar sus estudios, recibe el Bautismo.
Renuncia a los caminos de gloria humana que le brindaba su dominio de los
clásicos latinos y se entrega al estudio de la Palabra divina y a una vida de
intenso ascetismo.
Después de una etapa
viajera se traslada al desierto de Calcis.
«Oh soledad dichosa, exclama, si tu padre para detenerte se tiende en el umbral
de tu puerta, pasa por encima de él» (Carta a Heliodoro). Allí el
santo anacoreta, entregado de lleno a la oración y el ayuno, se ve envuelto en
un mar de tentaciones. Pero sale triunfante de ellas y con la virtudes más
acrisolada, «...porque fiel es Dios que no permite que seamos
tentados sobre nuestras fuerzas» (1 Cor.
10, 13).
Poco más de treinta años
contaría San Jerónimo cuando se ordena sacerdote. Hacia el año 382,
invitado por el Papa San Dámaso, se traslada a Roma donde llegó a ser nombrado
secretario del Sumo Pontífice. Aureolado por el brillo de su santidad y
ciencia, se le consulta siempre como defensor de la fe. Por orden del Papa
emprende su obra cumbre: la traducción de los Sagrados Libros, que con el
nombre de VULGATA, adoptó oficialmente la Iglesia. Hasta que se extinga su vida
jamás dejará el estudio de la Sagradas Escrituras.
La Orden Jerónima Merced a
su influencia saludable, algunas damas de la nobleza dejarán el mundo para
llevar vida escondida en Cristo. Muerto el Pontífice, se levantan tal serie de
calumnias contra San Jerónimo que, pese a ser probada su inocencia, decide
abandonar Roma. «Doy gracias a Dios, decía, porque me ha juzgado digno de que
el mundo me odie».
Tras recorrer los Santos
lugares, se establece en la gruta de Belén, donde se le unen muchos discípulos
y son fundados varios monasterios femeninos por su dirigida Santa Paula, y uno
masculino dirigido por el mismo doctor.
Junto a sus trabajos
bíblicos, fue inagotable sus labor en defensa del dogma ante la multitud de
herejías reinantes..Tras muchos sufrimientos murió el 30 de septiembre del año
420. «Amad la ciencia de la Escritura y no amareis los vicios de la carne»,
repetía San Jerónimo, «...Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».
Oremos
Oh Dios, que concediste a San Jerónimo saber gustar de la sagrada Escritura y vivirla intensamente, haz que tu pueblo se alimente cada vez más en tu Palabra y encuentre en ella la fuente de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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martes 30
Septiembre 2014
San Leopardo Roma
San Leopardo, mártir. Ocupaba un alto cargo en el palacio imperial de Juliano el Apóstata cuando se convirtó a la fe, y por dejarse bautizar le mandó degollar el impío Juliano, Roma, 362.
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