•lunes 01 Septiembre 2014
San Gil (Egidio)
San Egidio o Gil, abad
•La
leyenda de san Gil (Aegidius), una de las más famosas
en la Edad Media, procede de una biografía escrita en el siglo X. De acuerdo
con aquel escrito, Gil era ateniense por nacimiento. Durante los primeros años
de su juventud, devolvió la salud a un mendigo enfermo, en virtud de haberle
cedido su capa, tal como había sucedido con san Martín. Gil despreciaba los
bienes temporales y detestaba el aplauso y las alabanzas de los hombres, que
llovieron sobre él, tras la muerte de sus padres, debido a la prodigalidad con
que daba limosnas y los milagros que se le atribuían. Para escapar, se embarcó
hacia el Occidente, llegó a Marsella y, luego de pasar dos años en Arles, junto
a san Cesareo, se construyó una ermita
en mitad de un bosque, cerca de la desembocadura del Ródano. En aquella soledad
se alimentaba con la leche de una cierva que acudía con frecuencia y se dejaba
ordeñar mansamente por el ermitaño. Cierto día, Flavio, el rey de los godos,
que andaba de cacería, persiguió a la cierva y le azuzó a los perros, hasta que
el animal fue a refugiarse junto a Gil, quien la ocultó en una cueva, y la
partida de caza pasó de largo frente a ella, incluso los perros, que parecían
haber perdido el olfato. Al día siguiente, se reanudó la cacería y la cierva
fue nuevamente descubierta y perseguida hasta la cueva donde la ocultó el
ermitaño y donde se volvía invulnerable. Al tercer día, el rey Flavio llevó
consigo a un obispo para que presenciara el suceso y tratase de explicarle el
extraño proceder de sus perros. En aquella tercera ocasión, uno de los arqueros
del rey disparó una flecha al azar, a través de la maleza que cubría la entrada
de la cueva. Cuando los cazadores se abrieron paso hasta la caverna,
encontraron a Gil herido por la flecha y a la cierva echada a sus pies. Flavio
y el obispo instaron al ermitaño para que diera cuenta de su presencia en
aquellos parajes. Gil les relató su historia y, al escucharla, tanto el monarca
como el prelado le pidieron perdón por haber alterado la paz de su soledad y el
rey impartió órdenes para que fuesen en busca de un médico que le curase la
herida de la flecha, pero san Gil rehusó aceptar la visita del doctor, no quiso
tomar ninguno de los regalos que le presentaron los de la partida real y rogó a
todos que le dejasen tranquilo en su solitario retiro.
•
•El
rey Flavio hizo frecuentes visitas a san Gil, y éste acabó por solicitar al
monarca que dedicase todas las limosnas y beneficios que le ofrecía, a la
fundación de un monasterio. Flavio se comprometió a hacerlo, a condición de que
Gil fuese el primer abad. A su debido tiempo, el monasterio se levantó cerca de
la cueva del ermitaño, se agrupó una comunidad en torno a Gil, y muy pronto la
reputación de los nuevos monjes y de su abad llegó al oído de Carlos, rey de
Francia (a quien los trovadores medievales identificaron con Carlomangno, aunque resulta
anacrónico). La corte mandó traer a san Gil a Orléans, donde se entretuvo largamente con
el rey en profunda charla sobre asuntos espirituales. Sin embargo, en el curso
de aquellas conversaciones, el monarca calló una gravísima culpa que había
cometido y le pesaba sobre la conciencia... «el domingo siguiente, cuando el
ermitaño oficiaba la misa y, según la costumbre oraba especialmente por el rey
durante el canon, apareció un ángel del Señor que depositó sobre el altar un
rollo de pergamino donde estaba escrito el pecado que el monarca había
cometido. En el pergamino se advertía también que aquella culpa sería perdonada
por la intercesión de Gil, siempre y cuando el rey hiciese penitencia y se
comprometiese a no volver a cometerla ... Al terminar la misa, Gil entregó el
rollo de pergamino al monarca, quien, al leerlo, cayó de rodillas ante el santo
y le suplicó que intercediera por él ante Dios. A continuación, el buen
ermitaño se puso en oración para encomendar al Señor el alma del monarca y a
éste le recomendó, con dulzura, que se abstuviese de cometer la misma culpa en
el futuro». Después de aquella temporada en la corte, san Gil regresó a su
monasterio y, al poco tiempo, partió a Roma para encomendar sus monjes a la
Santa Sede. El Papa concedió innumerables privilegios a la comunidad, y al
monasterio le hizo el donativo de dos portones de cedro tallados con primor. A
fin de poner a prueba su confianza en Dios, san Gil mandó arrojar aquellas dos
puertas a las aguas del Tiber, se embarcó en ellas y,
con viento propicio, navegaron por el Mediterráneo hasta las costas de Francia.
Recibió una advertencia celestial sobre la proximidad de su muerte y en la
fecha vaticinada, un domingo l de septiembre, «dejó este mundo, que se entristeció
por la ausencia corporal de Gil, pero en cambio, llenó de alegría los Cielos
por su feliz arribo».
•
•Este
relato sobre san Gil y otros que circularon durante la Edad Media y que son
nuestras únicas fuentes de información resultan completamente indignos de
confianza. Es evidente que algunos de sus pormenores son contradictorios y
anacrónicos; además, la leyenda está asociada con ciertas bulas pontificias
que, como ahora se sabe, fueron fraguadas para servir a los intereses del
monasterio de San Gil, en Provenza. Lo más que se puede saber sobre el santo es
que debe haber sido un ermitaño o un monje que vivió cerca de la desembocadura
del Ródano, en el siglo sexto u octavo, y que el famoso monasterio que lleva su
nombre afirma poseer sus reliquias. La historia de la cierva se relaciona con
varios santos, de entre los cuales san Gil es el más famoso y, durante muchos
siglos, uno de los más populares. Se le nombra entre los «Catorce Santos
Auxiliadores» (el único entre ellos que no fue mártir) y su tumba, en el
monasterio, fue centro de peregrinaciones de primerísima importancia que
contribuyó a la prosperidad de la ciudad de Saint Gilles durante la Edad Media,
hasta el siglo XIII, cuando quedó convertida en ruinas, durante la cruzada
contra los albigenses. Otros cruzados bautizaron con el nombre de Saint Gilles a una ciudad (la actual Sinjil) que fundaron en los
límites de las regiones de Benjamín y Efraín, de manera que su culto se
extendió por todo el oriente de Europa. En Inglaterra había 160 parroquias
dedicadas a él. Se le invoca como protector de los tullidos, mendigos y
herreros. Juan Lydgate, un monje poeta de Bury, le invocaba así en el
siglo quince:
•
Gil, santo protector de pobres y lisiados,
consuelo de los enfermos en su mala suerte,
refugio y escudo de los necesitados,
patrocinio de los que miran a la muerte.
Por ti, los moribundos vuelven a la vida.
Gil, santo protector de pobres y lisiados,
consuelo de los enfermos en su mala suerte,
refugio y escudo de los necesitados,
patrocinio de los que miran a la muerte.
Por ti, los moribundos vuelven a la vida.
•
•El
texto en latín sobre la vida de San Gil, se encuentra en Acta Sanctorum,
septiembre, vol. I, y una versión semejante, en Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp.
103-120. También hay una biografía de versos rimados y una adaptación al
francés antiguo. Para estas últimas, consultar el cuidadoso estudio de la Srta.
E. C. Jones, Saint Gilles (1914). En cuanto a las
tradiciones populares reunidas en torno a san Gil, véase a Bächtold- Stäubli en Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. I, pp. 212 y ss.;
sobre el tratamiento del tema en el arte, véase a Künstle en Ikonographie, vol. II, pp. 32-34; el
emblema distintivo del santo, naturalmente, es una cierva con una flecha
clavada.
•fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
•
Oremos
Oremos
•
Tú, Señor, que concediste a San Egidio el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
Tú, Señor, que concediste a San Egidio el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
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•lunes 01 Septiembre 2014
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•San
Arturo de Irlanda
•
San Arturo
San Arturo
•Irlandés.
Mártir de la Fe, sacrificado por los musulmanes en 1282. Este dato y los pocos
más que conocemos y se dan por ciertos sobre él, proceden de las crónicas de la
Orden de los Trinitarios. No es mencionado en el Martirologio Romano, ni en la
monumental obra de los Bolandistas, ni en las otras colecciones hagiográficas.
Su fiesta se celebra el día 1 de septiembre, aniversario, según parece, de su
martirio.
•En
Irlanda nació este Santo, cuyo nombre llevan tantos cristianos de nuestro país
y de las naciones de Occidente. Irlanda, tierra de mártires y santos, ha dado
mucha gloria a Dios, a través de los siglos, por la integridad y el vigor de su
fe. Recibió por primera vez el Mensaje de Salvación, la Buena Nueva de Cristo,
en el siglo y, por la predicación de San Patricio, que es considerado su
principal Apóstol y venerado como Patrono de la nación. Ésta fue evangelizada a
base de la fundación de algunos monasterios, que fueron verdaderos centros de
irradiación apostólica y de cultura cristiana. Y a medida que los naturales del
país, en ritmo acelerado, se iban convirtiendo al catolicismo, Irlanda misma se
convirtió en foco de luz para todo el norte-centro de Europa.
•En
tiempo de San Arturo la vitalidad católica de Irlanda había logrado gran auge.
En su historial contaba con varios Santos y algunos teólogos famosos. Era
conocido doquier, por otra parte, el dinamismo de los creyentes irlandeses, que
les llevaba constantemente a empresas grandes. Nadie extrañaba, pues, que
hubieran cuajado allí las órdenes Militares y la directamente emparentada con
ellas, la Trinitaria. A ella perteneció nuestro Santo.
•A
causa de las luchas entre cristianos y sarracenos y debido a los procedimientos
de piratería de éstos, yacían en la esclavitud, en todas las ciudades
musulmanas, centenares y hasta miles de cristianos, sufriendo toda suerte de
penalidades. Sintióse Arturo con alma generosa
para trabajar y aun para ofrecer su propia vida en aras de la liberación de los
infelices cautivos. Y por esto ingresó en la ínclita y tan fervorosa milicia
redentora.
•Pronto
demostró sus actividades. Siguiendo con perfecta fidelidad las normas
directrices de San Juan de Mata, fundador de la Orden, partió Arturo para el
Oriente, a rescatar a los fieles que estaban prisioneros... Poco conocemos de
sus andanzas por tierras semitas. Pero la celebridad de su heroísmo es indicio
seguro del sendero de claridad que dejarían sus huellas, todas ellas en ruta de
inmolación por Cristo. Sin cesar, resonaría en su corazón la promesa del divino
Maestro: «El que pierde su vida, la recobrará».
•Es
casi seguro —como de las Crónicas trinitarias se colige, guardadas en el
convento de Cerf-Froid— que visitó los Lugares
Santos, donde se acabaría de enardecer de amor a Jesús y a su Pasión. Este amor
era el que le impulsaba a laborar y luchar por la libertad de los pobres
reclusos de las mazmorras mahometanas, y por la abolición total de la esclavitud.
Se sabe que estuvo en Babilonia, si bien se ignora si vivió mucho tiempo en
ella.
•Su
condición de fraile cristiano, su activismo proselitista, su celo ardiente y
sus osadías, se hicieron odiosos a los discípulos del Corán. Y, según noticias
de su Orden, fue apresado y allí mismo, en Babilonia, quemado vivo, por odio a
la fe y a la doctrina de nuestra Religión.
•A
raíz de haber obtenido Fray Arturo la palma del martirio, difundióse su veneración rápidamente
por amplias regiones. Y ha sido y es grande la devoción que en muchas partes se
le tiene, desde el siglo XIII.
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•lunes 01 Septiembre 2014
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•Beata
Juana Soderini de Florencia
•
Pertenecía a una de las familias de la alta nobleza florentina: los Soderini, que influyeron notablemente en la sociedad entre los siglos XIV y XVI. Culminaron su hegemonía entonces al ser expulsados por haber mostrado su oposición a otra poderosa estirpe, la de los Medici, en un conflicto de bandos que enrarecieron la paz ciudadana. Pero los Soderini se hallaban en pleno apogeo cuando en 1301 en Florencia nació Juana. Y también coincidió que en ese momento se iniciaba una época caracterizada por disensiones políticas con el enfrentamiento de grupos rivales encabezados por los Bianchi (Blancos) y los Neri (Negros). Hasta el pontífice Bonifacio VIII tuvo que mediar en 1300 a través del cardenal Matteo d’Acquasparta, a quien envió con la misión de apaciguar los ánimos. No prosperaron sus intentos; los conflictos se dilataron en el tiempo, y encima lo que se juzgó inadmisible injerencia del papa tuvo una repercusión negativa para él. En mayo de 1300 Bonifacio VIII remitió una carta al prelado de Florencia recordando que tenía facultades para actuar a través de un vicariato al que quedaría sometido la Toscana. Ni éste ni otros escritos dirigidos a gobernantes europeos tuvieron efecto alguno. Por otro lado, los enfrentamientos ya habían calado en el ambiente con las consiguientes repercusiones económicas, agravadas por la epidemia de «peste negra» que asoló gran parte de Europa y que afectó a los florentinos.
Pertenecía a una de las familias de la alta nobleza florentina: los Soderini, que influyeron notablemente en la sociedad entre los siglos XIV y XVI. Culminaron su hegemonía entonces al ser expulsados por haber mostrado su oposición a otra poderosa estirpe, la de los Medici, en un conflicto de bandos que enrarecieron la paz ciudadana. Pero los Soderini se hallaban en pleno apogeo cuando en 1301 en Florencia nació Juana. Y también coincidió que en ese momento se iniciaba una época caracterizada por disensiones políticas con el enfrentamiento de grupos rivales encabezados por los Bianchi (Blancos) y los Neri (Negros). Hasta el pontífice Bonifacio VIII tuvo que mediar en 1300 a través del cardenal Matteo d’Acquasparta, a quien envió con la misión de apaciguar los ánimos. No prosperaron sus intentos; los conflictos se dilataron en el tiempo, y encima lo que se juzgó inadmisible injerencia del papa tuvo una repercusión negativa para él. En mayo de 1300 Bonifacio VIII remitió una carta al prelado de Florencia recordando que tenía facultades para actuar a través de un vicariato al que quedaría sometido la Toscana. Ni éste ni otros escritos dirigidos a gobernantes europeos tuvieron efecto alguno. Por otro lado, los enfrentamientos ya habían calado en el ambiente con las consiguientes repercusiones económicas, agravadas por la epidemia de «peste negra» que asoló gran parte de Europa y que afectó a los florentinos.
•Este
era el ambiente que acogió a Juana, única hija que colmó de gozo el hogar.
Creció, como era usual para los de su estirpe, bajo el amparo de una niñera,
Felicia Tonia, que debió llenarla de
mimos y atenciones. La pequeña, que fue agraciada con dones diversos, muy
tempranamente supo por revelación de la pronta muerte de su aya, y así se lo dio a
conocer, con la inocencia y claridad propias de la infancia, y más en ella que
mostraba su amor a Dios y recitaba fervorosamente las oraciones que le habían
enseñado. Esta advertencia de la niña acerca del fin de sus días, ayudó a Felicia
a prepararse para ese momento. Llegada a la adolescencia, lo que menos pensaron
sus padres es que Juana elegiría la vida religiosa. En sus planes entraba
desposarla con un caballero de alcurnia y buena posición, como correspondía a
una aristócrata, pero se encontraron con la negativa radical de la joven. Les
costó lo suyo, pero no les quedó más remedio que dar su beneplácito para que
Juana ingresase en una comunidad, como era su deseo.
•Contemporánea
de santa Juliana Falconieri, que en esa época
impulsaba la «Orden de las Siervas de María», aglutinando en torno a sí jóvenes
deseosas de seguir a Cristo según el carisma de los servitas, la beata se unió
a ellas. Al igual que Juliana, también la primogénita de los Soderini, se entregó a
mortificaciones y severas penitencias. Deliberadamente elegía las tareas
domésticas más humildes y pesadas, y se ocupaba de los enfermos que solicitaban
la ayuda de la comunidad. En su itinerario espiritual no faltaron las pruebas y
tentaciones que afrontó con su oración. Era obediente y dócil; una persona
digna de confianza porque testificaba con su virtud la autenticidad de su
vocación. Juliana se fijó especialmente en ella; mostraba los rasgos que
convenían a una persona de gobierno: era abnegada, vivía desasida de sí misma,
atenta a las necesidades de los demás, y se convirtió en el brazo derecho de la
santa. Junto a ella permaneció fielmente, auxiliándola y proporcionándole
consuelo en la enfermedad.
•Juana
fue testigo directo de las lesiones que las extremas mortificaciones de la
fundadora causaron en su organismo. Veló para que sufriera lo mínimo, de forma
respetuosa, tratando de paliar su dolor, edificada por el testimonio que
cercanamente constataba día tras día. El aparato digestivo de Juliana estaba
gravemente afectado; hubo un momento en el que al no poder deglutir los
alimentos cayó sumida en gran debilidad y precisaba continua asistencia. Ni
siquiera podía trasladarse de un lado a otro por sí misma. Entonces Juana se
convertía en su «bastón». Por eso es creíble, tal como suele afirmarse, que
fuese ella la que descubrió el prodigio obrado en el pecho de la santa antes de
morir al apreciar en él la huella de la hendidura por la que debió penetrar la
Sagrada Forma. Y es que, antes de exhalar el postrer aliento, Juliana deseó
ardientemente recibir la Eucaristía. Como era previsible que en sus condiciones
no pudiera contener el Cuerpo de Cristo, su anhelo se cumplió milagrosamente. Y
Juana, que la amortajaría, debió ver el hecho sobrenatural en la visible
cicatriz que éste dejó en la santa.
•Después
de la muerte de la fundadora, ella le sucedió en el gobierno de la comunidad.
Permaneció al frente de la misma más de veinte años, hasta el fin de sus días.
Juana fue bendecida con dones singulares, entre otros el de profecía. Murió el
1 de septiembre de 1367. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de la Annunziata de Florencia, y numerosos
peregrinos lo veneraron durante largo tiempo. Pasados varios siglos, la sombra
de los Soderini seguía siendo alargada. Y
en 1828 uno de los descendientes, el conde Soderini, influyente y poderoso como sus antepasados, obtuvo del papa
León XII la confirmación del culto. En la iconografía la beata suele aparecer
al lado de san Felipe Benizi o bien en solitario
portando a veces en sus manos un lirio y otras un libro.
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•Santo(s) del día
•San
Gil (Egidio)
Beata Juana Soderini de Florencia
San Arturo de Irlanda
San Josué Patriarca
San Gedeón
Mártires Benevento
San Sixto de Reims
San Terenciano de Todi
San Amón
San Vicente de Dax
San Lupo de Sens
San Prisco África
San Constancio de Aquino
San Victorio de Le Mans
Santa Verena de Zurzach
San Prisco de Camapania
Beata Juliana de Collalto
Beata Juana Soderini
Beato Cristino Roca Huguet
Beato Alfonso Sebastiá Viñals
Beato Pedro Rivera
Beata Juana Soderini de Florencia
San Arturo de Irlanda
San Josué Patriarca
San Gedeón
Mártires Benevento
San Sixto de Reims
San Terenciano de Todi
San Amón
San Vicente de Dax
San Lupo de Sens
San Prisco África
San Constancio de Aquino
San Victorio de Le Mans
Santa Verena de Zurzach
San Prisco de Camapania
Beata Juliana de Collalto
Beata Juana Soderini
Beato Cristino Roca Huguet
Beato Alfonso Sebastiá Viñals
Beato Pedro Rivera
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