domingo 21 Septiembre 2014
San
Jonás A.T.
San Jonás, santo del AT
Conmemoración de san Jonás,
profeta, hijo de Amitay (2Re 14,25), cuyo nombre
lleva un libro del Antiguo Testamento, y cuya conocida expulsión del vientre
del cetáceo es presentada en el propio Evangelio como signo de la Resurrección
del Señor (Mt 12,40).
El profeta Jonás es
históricamente una figura problemática, y al estar incluido en el santoral no
es posible dejar de lado las cuestiones que plantea. La primera de todas es la
de su propia existencia histórica. En la actualidad el libro es reconocido unánimemente
por la exégesis como una ficción literaria que tiene a un profeta como
protagonista (como podría haber tenido un sacerdote, un maestro de la ley, etc), y no como verdaderamente
un libro profético. Otros libros de profetas, como el de Isaías o el de
Jeremías, por ejemplo, narran la carrera y el mensaje profético de ciertos
personajes que realmente existieron (aunque, al uso antiguo, la mayoría de los libros
«de» los profetas no fueron escritos por ellos sino por discípulos y sus
escuelas, a lo mejor a lo largo de siglos), pero en el caso de Jonás se trata
de una parábola: la parábola de un profeta díscolo y contestón, testarudo y con
poca penetración en los misterios divinos... ¡todo un personaje!
Tratándose de una parábola,
su protagonista no necesariamente tiene que haber existido. No pretendemos que
existieron en la historia un hijo pródigo y un administrador infel, así como no pretendemos
que existieran en la historia los personajes de los cuentos de ficción... más
bien el hecho de que esas historias no hablen de ningún personaje que haya
existido implica la gran ventaja de que sus rasgos son adaptables a cualquier
persona que realmente exista... ¡sobre todo a nosotros mismos! Con facilidad
nos identificamos con el hijo pródigo, o con el hijo mayor, con el
administrador infiel, o con el obrero de la undécima hora, o con el de la
primera; precisamente porque nunca existieron, existen siempre: siempre que
alguien toma sus rasgos, cosa que ocurre a cada segundo infinidad de veces.
La «lección» de Jonás tenía
que ver precisamente con eso: en una época en que Israel se iba encerrando más
y más en su nacionalismo costumbrista y a la vez se lamentaba melancólicamente
en que ya no había profetas como antaño, el librito muestra que lo fundamental
no es la figura del profeta, sino el hecho de que se tenga abierta la mirada
para aprender a leer los signos de Dios en la realidad: que a veces Dios llama
a quien no queremos que llame, que a veces salva a quien nunca esperaríamos que
salve, y que hay que aprender de una vez por todas la verdadera lección de los
profetas antiguos: Israel tiene una misión, pero Dios es Dios de todos y para
todos, también de Nínive.
Pero sucedió algo
inesperado: la gente bíblica (escritores, redactores, compiladores, editores, etc), todo ese mundo humano
-no organizado pero muy coherente- que es entorno cultural de la Biblia, tiene
un especial amor simbólico por el número 12. ¿Por qué? vaya a saber, los
símbolos no siempre tiene «razones», pero es claro que el 12 representa todo un
«ritmo interno» en el curso de la historia bíblica. Pues bien: al compilar los
profetas, quedaba un grupo de once... faltaba uno, y alguien incluyó el libro
de Jonás entre los profetas que nosotros llamamos «menores», y formó ese grupo
que los judíos llaman «Los Doce», cuando en realidad el lugar propio de Jonás
hubiera estado con Tobías, Judith, Ester, Rut, es decir, la «literatura
edificante» con base en la parábola. Así comienza la confusión entre ficción y
realidad. Que luego aumentó cuando la apologética cristiana comenzó a defender
a ultranza cierto modo prosaico de entender los milagros biblicos, para oponerse al excesivo
«simbolismo ocultista» de las corrientes de tipo gnósticas.
San Agustín llega a decir
que, aunque el milagro de Jonás en el vientre de la ballena provoca risa a los
paganos, nosotros no podemos cuestionar su realidad, porque quien cuestiona una
cosa cuestiona todo. Argumento por demás dudoso (las cosas son verdaderas o
falsas por sí mismas, no en un pack-oferta de verdades «a bulto»), pero que, al
venir con la autoridad de nada menos que san Agustín, caló tan hondo, que se
seguía repitiendo como si fuera del todo lógico hasta hace relativamente pocos
años. Y a esto se vino a sumar que como Jesús comparó su Pascua con el «signo
de Jonás», pareció que negar la realidad histórica de ese hecho, necesariamente
iba a implicar negar la realidad histórica de la Pascua de Jesús, algo
completamente distinto.
Pero es muy importante
recuperar hoy la figura ficcional y simbólica del profeta Jonás: porque en su
realidad literaria vale para cada uno de nosotros, mientras que si hablara de
un profeta del pasado, sus hechos se referirían sólo a él. Cuántos católicos
lloran hoy que se van perdiendo en el mundo moderno los signos de un
catolicismo que nos teníamos bien aprendido. Para todos nosotros sigue hablando
la parábola del profeta tontorrón y cabezadura: Dios va a salvar por donde menos te lo esperas, y llama a
quien menos te esperas.
Pero claro, el Martirologio
Romano no es un tratado de exégesis, y recibió heredada de una tradición
multisecular la celebración de todos los profetas bíblicos, incluyendo a «San
Jonás». Se podría retirar del martirologio, como se ha hecho con muchos santos
cuya historia real era muy dudosa; sin embargo, el revisor ha preferido en este
caso buscarle la vuelta para no romper esa preciosa armonía (que también es
belleza y también es de Dios, aunque no cumpla con los criterios de la crítica
histórica) de tener en el ciclo santoral anual a todo el ciclo de profetas
bíblicos. Así que aprovechando que en la ficción el autor de Jonás identifica a
su personaje con un profeta antiguo, que realmente había existido en época de Jeroboam de Joás y que es ocasionalmente
mencionado en 2Reyes 14, el Santoral celebra hoy la memoria de un personaje
real, a la vez que alude a la más conocida de las aventuras ficticias de Jonás
(su estancia en el vientre de la ballena), sin pronunciarse sobre la realidad
histórica de ese hecho, incontestablemente parabólico, tal como lo leemos hoy.
Se recupera en el elogio del Martirologio Romano la relación tipológica entre
el signo de la estancia en la ballena sin necesidad de que ese uso simbólico
implique que haya tenido que ocurrir el hecho de tal estancia en la ballena.
En todo caso, el
delicadamente redactado elogio de Jonás en el Martirologio es toda una
invitación a darnos un paseo por uno de los libritos más preciosos dentro de
esa «literatura marginal» surgida en los últimos tiempos del Antiguo
Testamento, a la sombra de la gran tradición poética, historiográfica y
profética. El punto de vista ficcional sobre esta obra (y por tanto sobre u
personaje central) está hoy fuera de discusión exegética. En cambio la
revalorización de su contenido y estilo están aun por hacerse, y muchos
exégetas hay que no le otorgan el puesto de verdadera creación literaria que
merece un libro pequeño pero cuidadosamente construido y escrito, atractivo y
convocante. Su «mensaje», en todo caso, la voluntad salvífica universal, es
perenne, y más valioso aun, si cabe, para los cristianos.
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domingo
21 Septiembre 2014
Profeta Abdías
Los
Profetas
Abdías
Son muy
escasos las noticias sobre Abdías, cuyo nombre hebreo Obadyah significa
siervo de Yahvé. San Jerónimo lo identifica con aquel Abdías, mayordomo de Acab, que
alimentó a los cien Profetas que habían huido del furor de Jezabel ( I Rey. 18,
21).
Los escrituristas
modernos, en su mayoría, no se adhieren a esta opinión. Sea lo que fuere, el
tiempo en que actuó el autor de esta pequeña pero muy impresionante profecía,
debe ser anterior a los Profetas, Joel, Amós y Jeremías, los cuales ya la
conocían y la citaban. Lo más probable parece que haya profetizado en Judá,
alrededor de 885 a. C., cuando Elías profetizaba en Israel, (véase v. 12).
Su único
capítulo contiene dos visiones. La primera se refiere a los idumeos (edomitas),
un pueblo típicamente irreligioso y enemigo hereditario de los judíos y que se
unía siempre a sus perseguidores. “Pero el día del Señor se aproxima; Dios se
vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las
naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se
apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Jehová reinará glorioso y
para siempre en Sión”. (Fillion). A esta restauración de Israel se refiere
la segunda parte de la profecía.
Jonás
No hay
motivo para dudar que Jonás sea el mismo profeta, hijo de Amati o Amittai (cfr. 1,
1), que en tiempo de Jeroboam II (783-743 a. C.) predijo una victoria
sobre los asirios (II Rey. 14, 25). La tradición judía cree que fue también el
que ungió al rey Jehú por encargo del profeta Eliseo (II Rey. 9, 1 ss.).
Los
cuatro capitulos del libro no son profecía propiamente
dicha, sino más bien relato –probablemente escrito por el mismo Jonás, aunque
habla en tercera persona- de un viaje del profeta a Nínive y de las dramáticas
aventuras que le ocurrieron con motivo de su misión en aquella capital.
Sin embargo, todos en conjunto, revisten carácter profético, como lo atestigua
el mismo Jesucristo en Mat. 12, 40, estableciendo al mismo tiempo la historicidad de
Jonás, que algunos han querido mirar como simple parábola (cfr. 2, 1 ). San
Jerónimo, empleando un juego de palabras, dice que “ Jonás, la hermosa paloma (yoná
significa en hebreo paloma), fue en su naufragio figura profética de la muerte
de Jesucristo. El movió a penitencia al mundo pagano de Nínive y le anunció la
salud venidera”.
La nota
característica de esta emocionante historia consiste en la concepción
universalista del reino de Dios y en la anticipación del Evangelio de la
misericordia del Padre celestial, “que es bueno con los desagradecidos y malos”
(Luc. 6, 35).
El caso de Jonás encierra así un vivo reproche, tanto para los que consideran
el reino de Dios como una cosa reservada para ellos solos, cuanto para los que
se escandalizan de que la divina bondad supere a lo que el hombre es capaz de
concebir.
En cuanto
a la personalidad de Jonás, para formarse de ella un concepto exacto ha de tenerse
presente que Dios no se propone aquí ofrecernos un ejemplo de vida santa, ni de
celo en la predicación, ni de sabiduría, como en Jeremías, Ezequiel o Daniel,
sino, a la inversa, mostrarnos la lección de sus yerros. La labor profética deJonás en
ese libro se limita a un versículo (3, 4), donde anuncia y repite escuetamente
que Nínive será destruida, sin exponer doctrina, ni formular siquiera un
llamado a la conversión. Y en cuanto a la actuación y conducta personal del
profeta, vemos que empieza con una desobediencia (1, 3) y que, no obstante la
gran prueba que sufre y de la cual Dios lo salva (cap. 2, 9) y el otro
por falta de resignación. Lejos, pues, de proponérselo Dios como tipo de
imitación; la enseñanza del libro consiste, al contrario, en descubrirnos
al desnudo las debilidades del profeta, como sucede hasta con San Pedro; lo
cual es ciertamente un espejo precioso para que aprendamos a reconocer que las
miserias nuestras no son menores que las de Jonás, y lo imitemos, eso sí, en la
rectitud con que se declara culpable (1, 12) y en la confianza que manifiesta
su hermosa plegaria del capítulo 2.
La
Iglesia conmemora a Jonás el día 21 de septiembre. Su imagen se usaba ya en las
catacumbas como figura de Cristo que fue “muerto y sepultado y al tercer día
resucitó de entre los muertos”, y cuya resurrección es prenda de la nuestra.
Jonás es también tipo de nuestro Salvador, en cuanto enviado, que desde Israel
trajo la salvación a los gentiles (Luc. 2, 32) y representa de este modo la
vocación apostólica del pueblo de Dios (Véase S. 95, 3).
MENSAJEROS DE DIOS Mensajeros de Dios dadnos la Nueva: mensajeros de paz, sea paz nuestra. Mensajeros de luz, sea luz nuestra; mensajeros de fe, sea fe nuestra. Mensajeros del Rey, sea rey nuestro; mensajeros de amor, sea amor nuestro. Amén.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni creatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Rm.8, 35. 37-39
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domingo
21 Septiembre 2014
San Mateo, apóstol y
evangelista
San Mateo, apóstol y evangelista
Fiesta de san Mateo,
apóstol y evangelista, llamado antes Levi,
que, al ser invitado por Jesús para seguirle, dejó su oficio de publicano o
recaudador de impuestos y, elegido entre los apóstoles, escribió un evangelio
en que se proclama principalmente que Jesucristo es hijo de David, hijo de
Abrahán, con lo que, de este modo, se da plenitud al Antiguo Testamento.
Sin duda
que los estudios críticos de la Biblia, y en especial del Nuevo Testamento, han
dado vuelta muchísimas certezas populares en torno a los evangelios, una de
ellas es la supuesta existencia de una redacción primitiva del Evangelio de san
Mateo en arameo, dato que ya hoy de ninguna manera es aceptable, aunque formaba
parte del conocimiento normal, incluso científico, en época de la redacción del
Butler que prsentaré. Por no modificar su redacción mantengo el
texto exactamente como lo trae, puesto que aporta una narración coherente y
tradicional acerca del personaje. Pero debe advertirse que no es posible en la
actualidad identificar al autor de ninguno de los cuatro evangelios con
apóstoles que hayan escrito, en general se consideran apostólicos por su
relación con el testimonio apostólico, porque dependen de la predicación
directa e indirecta de los apóstoles, pero no por haber sido escritos por los
apóstoles. Sigue a continuación el artículo del Butler-Guinea, con apenas
cambios en relación al «martirio» de san Mateo.
Dos de los cuatro
Evangelistas dan a San Mateo el nombre de Leví,
mientras que San Marcos lo llama «hijo de Alfeo». Posiblemente, Leví era su nombre original y
se le dio o adoptó él mismo el de Mateo («el don de Yavé»), cuando se convirtió en
uno de los seguidores de Jesús. Pero Alfeo, su padre, no fue el judío del mismo
nombre que tuvo como hijo a Santiago el Menor. Se tiene entendido que era
galileo por nacimiento y se sabe con certeza que su profesión era la de publicano,
o recolector de impuestos para los romanos, un oficio que consideraban
infamante los judíos, especialmente los de la secta de los fariseos y, a decir
verdad, ninguno que perteneciera al sojuzgado pueblo de Israel, ni aún los
galileos, los veían con buenos ojos y nadie perdía la ocasión de despreciar o
engañar a un publicano. Los judíos los aborrecían hasta el extremo de rehusar
una alianza matrimonial con alguna familia que contase a un publicano entre sus
miembros, los excluían de la comunión en el culto religioso y los mantenían
aparte en todos los asuntos de la sociedad civil y del comercio. Pero no hay la
menor duda de que Mateo era un judío y, a la vez, un publicano.
La historia del llamado a
Mateo se relata en su propio Evangelio. Jesús acababa de dejar confundidos a
algunos de los escribas al devolver el movimiento a un paralítico y, cuando se
alejaba del lugar del milagro, vio al despreciado publicano en su caseta. Jesús
se detuvo un instante «y le dijo: 'Sígueme', y él se levantó y le siguió.» En
un momento, Mateo dejó todos sus intereses y sus relaciones para convertirse en
discípulo del Señor y entregarse a un comercio espiritual. Es imposible suponer
que, antes de aquel llamado, no hubiese conocido al Salvador o su doctrina,
sobre todo si tenemos en cuenta que la caseta de cobros de Mateo se hallaba en Cafarnaún, donde Jesús residió
durante algún tiempo, predicó y obró muchos milagros; por todo esto, se puede
pensar que el publicano estaba ya preparado en cierta manera para recibir la
impresión que el llamado le produjo. San Jerónimo dice que una cierta luminosidad
y el aire majestuoso en el porte de nuestro divino Redentor le llegaron al alma
y le atrajeron con fuerza. Pero la gran causa de su conversión fue, como
observa san Beda, que «Aquél que le llamó
exteriormente por Su palabra, le impulsó interiormente al mismo tiempo por el
poder invisible de Su gracia.»
El llamado a san Mateo
ocurrió en el segundo año del ministerio público de Jesucristo, y éste le
adoptó en seguida en la santa familia de los Apóstoles, los jefes espirituales
de su Iglesia. Debe hacerse notar que, mientras los otros evangelistas, cuando
describen a los apóstoles por pares colocan a Mateo antes que a Tomás, él mismo
se coloca después del apóstol y además agrega a su nombre el epíteto de «el
publicano». Desde el momento del llamado, siguió al Señor hasta el término de
su vida terrenal y, sin duda, escribió su Evangelio o breve historia de nuestro
bendito Redentor, a pedido de los judíos convertidos, en la lengua aramea que
ellos hablaban. No se sabe que Jesucristo hubiese encargado a alguno de sus
discípulos que escribiese su historia o los pormenores de su doctrina, pero es
un hecho que, por inspiración especial del Espíritu Santo, cada uno de los
cuatro evangelistas emprendió la tarea de escribir uno de los cuatro Evangelios
que constituyen la parte más excelente de las Sagradas Escrituras, puesto que
en ellos Cristo nos enseña, no por intermedio de sus profetas, sino
directamente, por boca propia, la gran lección de fe y de vida eterna que fue
su predicación y el prototipo perfecto de santidad que fue su vida.
Se dice que san Mateo, tras
de haber recogido una abundante cosecha de almas en Judea, se fue a predicar la
doctrina de Cristo en las naciones de Oriente, pero nada cierto se sabe sobre
ese período de su existencia. La iglesia le veneraba también como mártir, no
obstante que la fecha, el lugar y las circunstancias de su muerte, se
desconocen, motivo por el cual en la última reforma de Martirologio ya no se
menciona su martirio. Los padres de la Iglesia quisieron encontrar las figuras
simbólicas de los cuatro evangelistas en los cuatro animales mencionados por
Ezequiel y en el Apocalipsis de san Juan. Al propio san Juan lo representa el
águila que, en las primeras líneas de su Evangelio, se eleva a las alturas para
contemplar el panorama de la eterna generación del Verbo. El toro le
corresponde a san Lucas que inicia su Evangelio con la mención del sacrificio
del sacerdocio. El león es el símbolo de san Mateo, quien explica la dignidad
real de Cristo, descendiente de David (el León de Judá); sin embargo, san
Jerónimo y san Agustín, asignan el león a san Marcos y el hombre a san Mateo,
ya que éste comienza su Evangelio con la humana genealogía de Jesucristo.
El relato sobre San Mateo
que figura en el Acta Sanctorum, Sept. vol. VI, se halla muy mezclado con las
discusiones en relación con sus supuestas reliquias y sus traslaciones a
Salerno y otros lugares. Puede hacerse un juicio sobre la poca confianza que se
puede poner en esas tradiciones, si se tiene en cuenta el hecho de que cuatro
diferentes iglesias de Francia han asegurado poseer la cabeza del apóstol. M.
Bonnet publicó una extensa narración apócrifa sobre la predicación y el
martirio de san Mateo, en Acta Apostolorum apocrypha (1898), vol. II, parte I,
pp. 217-262 y hay otro relato, mucho más corto, de los bolandistas. El
Martirologio Romano se refiere a su martirio y dice que tuvo lugar en
"Etiopía", pero en el Hieronymianum se afirma que fue martirizado "en Persia, en la ciudad
de Tarrium." De acuerdo con von Gutschmidt, esta declaración se debe
a un error de lectura del nombre de Tarsuana, ciudad que Ptolomeo sitúa en Caramania, región de la costa oriental del Golfo Pérsico. A diferencia
de la gran diversidad de fechas que se asignan a los demás apóstoles, la fiesta
de san Mateo se ha observado en este día, de manera uniforme de todo el
Occidente. Ya en los tiempos de Beda
existía una homilía escrita por él y dedicada a esta fiesta de san Mateo: véase
el artículo de Morin en la Revue Bénédictine, vol. IX (1892), p. 325.
Sobre los símbolos del evangelista ver DAC., vol. V, cc. 845-852.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Oh Dios, que en tu infinita misericordia te dignaste elegir a san Mateo para convertirlo de publicano en apóstol, concédenos que, fortalecidos con su ejemplo y su intercesión, podamos seguirte siempre y permanecer unidos a ti con fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
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San Gregorio, obispo de Amnice, en Armenia. Vivió en el s. IV; muchas veces se expuso al martirio por predicar la fe y alentar a sus ovejas.
domingo
21 Septiembre 2014
San Gregorio Amnice
San Gregorio, obispo de Amnice, en Armenia. Vivió en el s. IV; muchas veces se expuso al martirio por predicar la fe y alentar a sus ovejas.
Acompañado de cuatro de sus
más fieles servidores, emprendió una peregrinación a la India, llegando hasta Meliapur, donde hallaron y
veneraron el cuerpo de Santo Tomás Apóstol.
Al volver cayeron en manos
de un rey bárbaro, que les condenó a muerte. Sin embargo, su hijo heredero,
enfermo de gravedad, sanó en el momento en que, a ruegos de la reina, revocó el
bárbaro la sentencia.
Predicando por aquellas
tierras, llegaron a Jerusalén y volvieron a Armenia. San Gregorio pasó después
a Roma y a Francia. donde conoció a San Martín.
En 402 San Gregorio se
estableció definitivamente en el territorio de Gap (Francia). Aquí predicó dos
años el Evangelio; muriendo en 404.
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Santo(s)
del día
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