viernes
19 Septiembre 2014
Ntra.
Sra de la Salette
El 19 de septiembre de
1846, apareció la Santísima Virgen, sobre la montaña de La Salette, (Francia), a dos jóvenes
pastorcitos, Melania Calvat y Maximino Giraud. Primeramente les confió
un mensaje público; después a Maximino sólo, un secreto; luego a Melania un
mensaje que podría publicar en 1858.
El Llamamiento a los
Apóstoles de los Ultimos Tiempos forma parte del
Secreto confiado a Melania:
"Dirijo un llamamiento
apremiante a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos de Dios que vive
y reina en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho
hombre; llamo a Mis hijos, a Mis verdaderos devotos, los que se hayan
entregado a Mí para que Yo los conduzca a Mi Divino Hijo, los que
llevo por decir así en Mis brazos, los que han vivido según Mi
espíritu; en fin llamo a los Apóstoles de los Ultimos Tiempos los fieles
discípulos de Jesucristo que han vivido en el desprecio del mundo y de
sí mismo en la pobreza y la humildad, en el desprecio y en el
silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la
unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Es hora
de que salgan y vengan a alumbrar la tierra." "Id y mostraos
como Mis hijos queridos. Estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra
fe sea la luz que os alumbre en esos días de desgracia. Que vuestro celo os
haga como los hambrientos por la gloria y honor de Jesucristo. Combatid, hijos
de luz, vosotros pequeño número que lo véis,
porque he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines."
Así habló la Madre de Dios
y mientras escuchaba, contemplaba Melania, en una visión profética la vida y
las obras venideras de los hijos y de las hijas de la Orden de la Madre de
Dios, religiosos misioneros, religiosas misioneras y discípulos laicos, esparcidos
por todas partes del mundo. Los religiosos y religiosas harán los votos; los
discípulos laicos, la consagración a la Santísima Virgen. Melania veía también
a varias religiosas llegar a unirse con esta Orden y las otras por su relación
recobrar su espíritu primitivo.
Por mandato del Papa León
XIII, presentó Melania esta regla al examen de la Sagrada Congregación de
Obispos y Religiosos la cuál dio su aprobación el 27 de mayo de 1879. Al mismo
tiempo fueron aprobadas las constituciones que Melania había compuesto para la
Orden de la Madre de Dios a petición de León XIII, según su visión profética de
1846.
Melania falleció en olor de
santidad el 14 de diciembre de 1904, a la edad de 73 años.
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19 Septiembre 2014
San Mariano de Bourges
En el territorio de Bourges, en Aquitania, san Mariano, eremita, que solo se alimentaba de manzanas agrestes y a veces de miel, si la encontraba.
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19 Septiembre 2014
San Alonso de Orozco
Dejó una imborrable estela en el Madrid del siglo XVI como insigne predicador e
incansable apóstol. Nació el 17 de octubre de 1500 en Oropesa, localidad
toledana integrada en la diócesis de Ávila, y de cuyo castillo era gobernador
su padre, Hernando de Orozco. Debía su nombre a una profunda convicción de su
madre quien, hallándose encinta y pensando cómo habría de llamar al hijo que
esperaba, sintió que la Virgen María le sugería el nombre de Alonso en honor de
san Ildefonso, puesto que deseaba que el niño fuese su «capellán». Sus tres
hermanos se abrazaron, como él a la vida religiosa. Su infancia también se
caracterizó por su amor a Dios y la clara voluntad de consagrarle su vida.
Cursó estudios elementales en Talavera de la Reina, donde fue monaguillo, y en
Toledo, de cuya catedral fue «seise» (niño de coro). En esta época se originó
su afición por la música y nunca perdió su dilección por ella. Los estudios
universitarios los realizó en Salamanca. Su intención era cursar leyes como su
hermano Francisco y secundándole ingresó en el convento de los ermitaños de San
Agustín, un lugar que habían encumbrado con su virtud venerables e insignes
figuras, entre otros, san Juan de Sahagún y santo Tomás de Villanueva. Alonso
tomó el hábito de manos de éste último en 1523.
Después de ser ordenado
sacerdote, completó sus estudios en la universidad salmantina, pero su camino
no discurriría por la vertiente académica, sino por la vía de la predicación
que le encomendaron, prestigioso ministerio en la época. No se destinaba a cualquiera
para esta misión ya que requería una sólida formación, además de unas
cualidades para la oratoria que no están en manos de todos. Ahora bien, no era
cuestión de talento o condiciones; era un asunto de virtud. Como Alonso la
poseía, Dios le dio la gracia de llegar al corazón de las gentes de diversa
procedencia, y obtener incontables conversiones a través de sus palabras y de
acciones apostólicas que le hicieron muy popular. Lo mismo alternaba con la
corte y nobleza, se codeaba con escritores ya inmortales como Quevedo y Lope de
Vega, que se volcaba en el pueblo. Eran las gentes humildes y sencillas quienes
se sentían identificadas por el testimonio de su vida austera y su ardiente
caridad con los enfermos, los abandonados y los reclusos.
Doña Juana, hija de Carlos
V, le admiraba profundamente por haberle escuchado predicar en Valladolid; le
acogió como predicador real, misión ratificada por su padre en 1554 y por
Felipe II. Pero antes de recalar en Madrid, Alonso ya había desempeñado el oficio
de prior de los conventos de Medina, Soria, Sevilla, Granada y Valladolid.
Además, fue visitador de Andalucía y definidor provincial. Una artritis gotosa
frustró su anhelo de evangelizar y obtener la palma del martirio en Méjico; ya
había emprendido el camino, y estando en Canarias se vio obligado a regresar al
convento. En 1561, cuando Felipe II le llamó a Madrid, le avalaba una larga
trayectoria como religioso y como escritor, porque hallándose en Sevilla en
1542 había sentido que la Virgen le instaba a hacerlo: «¡escribe!», le dijo. Y de su pluma
surgieron numerosos tratados de espiritualidad, libros, sermones, obras
poéticas y una notable correspondencia. De modo que, entre su capacidad como
predicador para elevar el corazón de las gentes a Dios, sus dotes musicales
(tañía el clavicordio) que eran aclamadas por espíritus selectos, y su ingente
producción literaria, coronadas por su virtud, amor a la oración y devoción por
la Eucaristía y por María, que eran el centro de su vida, se comprende la
expectación con la que se acogía su palabra y el cariño del pueblo llano que lo
denominaba «el santo de San Felipe», aludiendo al nombre del convento madrileño
en el que vivía.
Los que recurrían a él
ignoraban la batalla interior que libraba. Durante treinta años padeció unos
escrúpulos tales que solo cesaban durante la confesión y la celebración de la
Santa Misa. En una etapa de su vida tuvo que luchar para defender su vocación
al sentirse atraído por el mundo, escuchar la llamada del amor humano y tener
que aceptar las dificultades del día a día dentro de la vida religiosa. «¡Oh
cuántas veces estuve determinado de dejar la vida santa que había comenzado!», confesó después.En particular, siempre le
costó tener que acoger obedientemente las misiones de gobierno que le
encomendaron: «Si algunas veces, ordenándolo vuestros ministros, sentí
pesadumbre en aceptar […], al fin, peleando con mi voluntad, me sujetaba al
yugo de la obediencia, en la cual Vos, bondad infinita, siempre me fuisteis
favorable, de suerte que hallaba nuevas fuerzas adonde yo no pensaba». Todo lo superó con
insistente oración, mortificación y vivencia de la radicalidad evangélica. De
su intensa oración extrajo la sabiduría que vertía en sus numerosos textos.
En 1570 fundó el convento
de las agustinas de la Magdalena de Madrid, en 1576 el de las agustinas y los
agustinos de Talavera, y en 1588 el de agustinas de la Visitación, también en
Madrid. Siempre preocupado por la santidad de todos, y sabiendo el alcance que
tiene la misión sacerdotal, decía a los presbíteros: «no os
engañéis diciendo no me siento devoto para celebrar, porque eso es decir que
arda la lámpara sin echarle aceite o el fuego sin leña. El santo David dice que
los carbones fríos son encendidos en la presencia de este santísimo fuego.
Lleguémonos luego a él; que si flacos somos, él es nuestra fortaleza; y si
pecadores, él es nuestra salud y remedio; y si tibios, él mismo se llamó fuego
abrasador por su inmensa caridad y amor». A los 90 años, residiendo junto a un
grupo de agustinos en la casa de doña María de Aragón, enfermó gravemente. Allí
le visitaron Felipe II, Isabel Clara Eugenia y el cardenal Quiroga, entre
otros. Murió el 19 de septiembre de 1591. León XIII lo beatificó el 15 de enero
de 1882. Juan Pablo II lo canonizó el 19 de mayo de 2002.
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19 Septiembre 2014
San Jenaro de Benevento
San Jenaro de Benevento, obispo y mártir
San Jenaro, obispo de
Benevento, mártir por Cristo en Puzzuoli, cerca de la ciudad de Nápoles, en la Campania, en tiempo de
persecución contra la fe cristiana.
Jenaro, natural según unos,
de Nápoles y, según otros, de Benevento, fue obispo en la última de las
ciudades nombradas cuando estalló la terrible persecución de Diocleciano. Sucedió por entonces
que Sosso,
diácono de Miseno, Próculo, diácono
de Pozzuoli, y los laicos Euticio y Acucio fueron detenidos en Pozzuoli por orden del gobernador
de Campania, ante el cual habían confesado su fe. Por su sabiduría y sus
virtudes, Sosso había conquistado la
amistad de san Jenaro y, en cuanto éste tuvo noticias de que aquel siervo de
Dios y otros compañeros habían caído en manos de los perseguidores, decidió ir
a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de esperarse,
sus visitas no pasaron inadvertidas para los carceleros, quienes dieron cuenta
a sus superiores de que un hombre de Benevento iba con frecuencia a hablar con
los cristianos. El gobernador mandó que aprehendieran al imprudente desconocido
y lo llevaran a su presencia. Jenaro, el obispo, Festo, su
diácono, y Desiderio,
un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el
gobernador. Ahí, los tres soportaron con entereza los interrogatorios y las
torturas a que fueron sometidos. Poco tiempo después, el gobernador debió
trasladarse a Pozzuoli y los tres confesores,
cargados con pesadas cadenas, tuvieron que caminar delante de su carro hasta
aquella ciudad, donde fueron arrojados a la misma prisión en que se hallaban
los otros cuatro mártires antes mencionados. A todos se les condeno a ser despedazados
por las fieras y sólo aguardaban, hacinados en la inmunda celda, a que se
cumpliera la sentencia. Un día antes de la llegada de san Jenaro y sus dos
compañeros, los otros cuatro confesores fueron expuestos a las bestias que no
hicieron otra cosa más que rondar en torno suyo, sin atacarlos. Algunos días
más tarde, los siete condenados fueron conducidos a la arena del anfiteatro y,
para decepción del público, las fieras hambrientas y provocadas no hicieron
otra cosa que rugir mansamente, sin acercarse siquiera a sus presuntas
víctimas. El pueblo, irritado y sorprendido, imputó a la magia la salvación de
los cristianos y vociferó para pedir que los mataran, de suerte que ahí mismo
los siete confesores fueron condenados a morir decapitados. La sentencia se
ejecutó cerca de Pozzuoli, y en el mismo sitio
fueron enterrados los restos de los mártires.
Con el correr del tiempo,
la ciudad de Nápoles entró en posesión de las reliquias de san Jenaro que, en
el siglo quinto, fueron trasladadas desde la pequeña iglesia de San Jenaro,
vecina a la Solfatara, donde se hallaban sepultadas. Durante las guerras de los
normandos, los restos del santo fueron llevados a Benevento y, poco después, al
monasterio de Monte Vergine, pero en 1497, se
trasladaron con toda solemnidad a Nápoles que, desde entonces, honra y venera a
san Jenaro como su patrono principal.
Ninguna investigación puede
correr el riesgo de depender de los datos sobre el martirio de san Jenaro que
mencionamos arriba; los que figuran en sus «actas» son de fecha muy posterior y
enteramente indignos de confianza. En realidad, no se sabe nada con certeza de
él ni de los otros que fueron también martirizados. Toda la fama del santo
radica en ese «milagro permanente» (como lo llama Baronio) que es la licuefacción de
la supuesta reliquia de la sangre del santo que se conserva en la capilla del
tesoro de la iglesia catedral de Nápoles, un suceso maravilloso que se
reproduce periódicamente desde hace cuatrocientos años. La reliquia consiste en
una masa sólida, oscura y opaca, que llena hasta la mitad una redoma de cristal
sostenida por un relicario de metal. En dieciocho ocasiones durante el año,
relacionadas con la traslación de los restos a Nápoles (el sábado anterior al
primer domingo de Mayo), con la fiesta del santo (19 de septiembre) y el
aniversario de la salvadora intervención del mismo para evitar los
catastróficos efectos de una erupción del Vesubio en 1631 (16 de diciembre), un
sacerdote expone la famosa reliquia sobre el altar, frente a una urna que
contiene la supuesta cabeza de san Jenaro. Los fieles que llenan la iglesia en
esas fechas, especialmente representados por un grupo de mujeres pobres
conocidas con el nombre de «zie
di San Gennaro» (tías de san Jenaro) y
que ocupan un lugar de privilegio junto al altar, entonan plegarias y cánticos.
Al cabo de un lapso que varía entre los dos minutos y una hora -por regla
general-, el sacerdote agita el relicario con la redoma, lo vuelve cabeza abajo
y la masa que era negra y sólida y permanecía seca, adherida al fondo del
frasco, se desprende y se mueve, se torna líquida y adquiere un color rojizo, a
veces burbujea y siempre aumenta de volumen. No sólo se realiza todo eso a la
vista de las personas que estén en la nave del templo, sino de aquéllas que
tienen el privilegio de ser admitidas en el santuario y que pueden ver el
prodigio a menos de un metro de distancia. Y en aquel momento, el sacerdote
anuncia con toda solemnidad: «¡Ha ocurrido el milagro!», se canta el Te Deum y la reliquia es venerada
por la congregación y por el clero.
Ninguno de los milagros o
hechos sobrenaturales comprobados ha sido estudiado con mayor detenimiento, ni
examinado por gentes de opiniones más opuestas, que este caso de la
licuefacción de la sangre de san Jenaro, y se puede afirmar, sin temor a
equívocos, que ningún investigador o perito con experiencia, por racionalista
que sea, se atreve a decir ahora que no sucede lo que se asegura que ocurre. No
hay ningún truco posible y tampoco hay, hasta ahora, alguna explicación
satisfactoria (aunque se han ofrecido muchas por parte de los católicos y de
los que no lo son), a no ser la de que se trata de un auténtico milagro. Sin
embargo, antes de que un milagro sea reconocido con absoluta certeza, deben
agotarse todas las explicaciones naturales, y todas las interrogantes deben
tener su respuesta.
Entre los elementos
positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:
- La substancia oscura que
se dice ser la sangre de san Jenaro (la que, desde hace más de 300 años
permanece herméticamente encerrada dentro de la redoma de cristal que está
sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el
mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa
dura y negra ha llenado casi por completo la redoma y, en otras ocasiones, ha
dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.
- Al mismo tiempo que se
produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que,
en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa.
Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de
hasta 27 gramos.
- El tiempo más o menos
rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la
temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura
media de más de 30° centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran
signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5° a 8° centígrados
más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.
- No siempre tiene lugar la
licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido
líquido de la redoma, burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo,
mientras que, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia
pastosa.
Entre las dificultades que
surgen para aceptar el fenómeno como un milagro, cabe señalar las siguientes:
- El hecho de que en la
enorme mayoría de los casos de otras reliquias de la sangre de los mártires que
se encuentran en Nápoles y en las que se observa más o menos el mismo fenómeno,
como la sangre de san Juan Bautista, la de san Esteban y la de santa Úrsula,
son reliquias positivamente espurias.
- Por siete veces, la
sangre de san Jenaro se tornó líquida mientras un joyero hacía reparaciones en
el relicario, pero a menudo, durante las exhibiciones del mes de diciembre, no
se produjo la licuefacción.
- La autenticidad de la
misma reliquia es muy problemática, puesto que no contamos con registros sobre
el culto a san Jenaro, anteriores al siglo quinto. Además, existe una
consideración de mayor peso: si la reliquia no es auténtica, ¿por qué ocurre
con ella tan grande maravilla? ¿Qué propósitos tendría el milagro en una
reliquia falsa?
A esto se podría responder
de la misma manera que a las interrogantes sobre otros muchos milagros: no
tratemos de entender los infinitos caminos de Dios. Y si bien es verdad que
durante siglos la licuefacción de la sangre de san Jenaro ha sido una manifestación
permanente de la omnipotencia de Dios para cientos de miles de napolitanos, es
necesario tener en cuenta que los prodigios de esta naturaleza son,
definitivamente, un obstáculo para la fe de otras gentes, de distinto
temperamento, pero que también deben ser salvadas. Los milagros que registran
las Sagradas Escrituras son hechos revelados y objetos de fe1.
Hay otros milagros que no se consideran bajo el mismo punto de vista, y nuestra
fe no los tiene como sustento, a diferencia de los anteriores, a pesar de que
confirman e ilustran esa misma fe; tampoco exigen o admiten esos prodigios un
asentimiento mayor que el indicado por la prudencia y que proviene de las
pruebas obtenidas por las autoridades humanas en la materia, de las cuales
dependen. No porque se confirme la realización de tales milagros, se deben
admitir a ojos cerrados; las pruebas del hecho y de las circunstancias en que
se produjo tienen que ser examinadas a fondo y debidamente pesadas y, cuando
eso falla, es la prudencia la que rechaza o admite nuestro asentimiento. Si las
evidencias humanas establecen la certeza de un milagro fuera de toda duda
posible, mayores motivos habrá para alentarnos a elevar nuestros espíritus
hacia Dios en humilde adoración, en amorosa alabanza, para honrarle en sus
santos ya que, por medios tan maravillosos, nos da pruebas tangibles de la
gloria a la que los ha exaltado.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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Obispo y mártir(+ 305) Los
santos Jenaro, Festo, Desiderio, Sosso, Eutiques y Acucio, de los que
tenemos Passiones muy posteriores, parece
que derramaron su sangre por Cristo al comienzo del siglo IV.
En una breve nota
hagiográfica de la Liturgia de las Horas se lee, efectivamente, que Jenaro
"fue obispo de Benevento; durante la persecución de Diocleciano sufrió el martirio,
juntamente con otros cristianos, en la ciudad de Nápoles, en donde se le tiene
una especial veneración". Los obispos de Benevento con este
nombre son por lo menos dos: San Jenaro, mártir en el 305, y San Jenaro 11, que
en el 342 participó en el concilio de Sardes.
Este último, perseguido
,por los arrianos por su adhesión a la fe de Nicea, se lo habría venerado como
mártir. Pero la mayoría de los historiadores se inclinan a identificar al
patrono de Nápoles con el primero, o mejor con un mártir napolitano de Pozzuoli. Condenado
"ad bestias" en el anfiteatro de Pozzuoli, junto con los compañeros de fe, a causa del atraso de un
juez, fue decapitado en vez de ser echado en pasto a las fieras para la
gratuita y macabra diversión de los paganos. Más de un siglo
después, en el 432, con ocasión del traslado de las reliquias de Pozzuoli a Nápoles, una mujer le
habría entregado al obispo Juan dos ampollas pequeñas con la sangre coagulada
de San Jenaro.
Casi como garantía de la
afirmación de la mujer la sangre se volvió líquida ante los ojos del obispo y
de una gran muchedumbre de fieles. Ese acontecimiento
extraordinario se repite constantemente todos los años en determinados días, es
decir, el sábado anterior al primer domingo de mayo y en los ocho días
siguientes; el 16 de diciembre y el 19 de septiembre y durante toda la octava
de las celebraciones en su honor. El fenómeno se realiza también en
fechas variables, y de ahí deducen los devotos del santo acontecimientos faustos o infaustos.
Los testimonios de este
fenómeno comienzan desde 1329 y son tan numerosos y concordantes que no se
pueden tener dudas. El prodigio, porque así lo considera hasta la
ciencia, merece la afectuosa admiración con que lo sigue el pueblo. La sincera
devoción de los napolitanos por este mártir, históricamente poco identificable,
ha hecho que la memoria de San Jenaro, celebrada litúrgicamente desde 1586, se
haya conservado en el nuevo calendario.
Puesto que el fenómeno no
tiene ninguna explicación natural, pues no depende ni de la temperatura ni del
ambiente, podemos atribuirle el significado simbólico de vivo testimonio de la
sangre de todos los mártires en la vida de la Iglesia, que nació de la sangre
de la primera víctima, Cristo crucificado.
Entre los elementos
positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:
1 -La substancia oscura que
se dice ser la sangre de San Genaro (la que, desde hace más de 300 años
permanece herméticamente encerrada dentro del recipiente de cristal que está
sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo
volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y
negra ha llenado casi por completo el recipiente y, en otras ocasiones, ha
dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.
2 -Al mismo tiempo que se
produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que,
en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa.
Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de
hasta 27 gramos.
3 -El tiempo más o menos
rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la
temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura
media de más de 30º centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran
signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5º a 8º centígrados
más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.
4 -No siempre tiene lugar
la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido
líquido burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, en otras
oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa. Aunque
no se ha podido descubrir razón natural para el fenómeno, la Iglesia no
descarta que pueda haberlo. La Iglesia no se opone a la investigación porque
ella busca la verdad. La fe católica enseña que Dios es todopoderoso y que todo
cuanto existe es fruto de su creación. Pero la Iglesia es cuidadosa en
determinar si un particular fenómeno es, en efecto, de origen sobrenatural .
La Iglesia pide prudencia
para no asentir ni rechazar prematuramente los fenómenos. Reconoce la
competencia de la ciencia para hacer investigación en la búsqueda de la verdad,
cuenta con el conocimiento de los expertos. Una vez que la investigación
establece la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, da motivo para
animar nuestra fe e invitarnos a la alabanza.
En el caso de los santos,
el milagro también tienen por fin exaltar la gloria de Dios que nos da pruebas
de su elección y las maravillas que El hace en los humildes.
Oremos
Señor, tú que nos has congregado hoy para venerar la memoria del mártir San Jenaro, concédenos que podamos ir a gozar en tu reino, juntamente con él, de la alegría que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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Santo(s) del día
Ntra.
Sra
de la Salette
San Jenaro de Benevento
San Alonso de Orozco
San Mariano de Bourges
San Goerico de Metz
San Lantberto de Frisinga
San Ciríaco de Buonvicino
San Arnulfo de Gap
Santa María de Cervelló
San Alonso de Orozco
San Carlos Hyon Song-mun
Santa María Guillerma Emilia de Rodat
Santa Rodat de Francia
Beato Jacinto Hoyuelos González
San Alonso de Orosco
Beata Francisca Cualladó Baixauli
San Félix Nocera
Beata María de Jesús de la Iglesia
Santos Peleo y Patermucio, mártires
San Trófimo de Sínada
Santa Pomposa de Córdoba
San Teodoro Cantorbery
San Eustoquio de Tours
San Secuano de Sisteron
Santa Cervelión
Beato Rodrigo de Silos
San Jenaro de Benevento
San Alonso de Orozco
San Mariano de Bourges
San Goerico de Metz
San Lantberto de Frisinga
San Ciríaco de Buonvicino
San Arnulfo de Gap
Santa María de Cervelló
San Alonso de Orozco
San Carlos Hyon Song-mun
Santa María Guillerma Emilia de Rodat
Santa Rodat de Francia
Beato Jacinto Hoyuelos González
San Alonso de Orosco
Beata Francisca Cualladó Baixauli
San Félix Nocera
Beata María de Jesús de la Iglesia
Santos Peleo y Patermucio, mártires
San Trófimo de Sínada
Santa Pomposa de Córdoba
San Teodoro Cantorbery
San Eustoquio de Tours
San Secuano de Sisteron
Santa Cervelión
Beato Rodrigo de Silos
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