viernes, 19 de septiembre de 2014

19 Septiembre__Ntra. Sra de la Salette

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viernes 19 Septiembre 2014

Ntra. Sra de la Salette




El 19 de septiembre de 1846, apareció la Santísima Virgen, sobre la montaña de La Salette, (Francia), a dos jóvenes pastorcitos, Melania Calvat y Maximino Giraud. Primeramente les confió un mensaje público; después a Maximino sólo, un secreto; luego a Melania un mensaje que podría publicar en 1858. 
  El Llamamiento a los Apóstoles de los Ultimos Tiempos forma parte del Secreto confiado a Melania: 
"Dirijo un llamamiento apremiante a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos de Dios que vive y reina en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre; llamo a Mis hijos, a Mis verdaderos devotos, los que se hayan entregado a Mí para que Yo los conduzca a Mi Divino Hijo, los que llevo por decir así en Mis brazos, los que han vivido según Mi espíritu; en fin llamo a los Apóstoles de los Ultimos Tiempos los fieles discípulos de Jesucristo que han vivido en el desprecio del mundo y de sí mismo en la pobreza y la humildad, en el desprecio y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Es hora de que salgan y vengan a alumbrar la tierra." "Id y mostraos como Mis hijos queridos. Estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea la luz que os alumbre en esos días de desgracia. Que vuestro celo os haga como los hambrientos por la gloria y honor de Jesucristo. Combatid, hijos de luz, vosotros pequeño número que lo véis, porque he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines." 
Así habló la Madre de Dios y mientras escuchaba, contemplaba Melania, en una visión profética la vida y las obras venideras de los hijos y de las hijas de la Orden de la Madre de Dios, religiosos misioneros, religiosas misioneras y discípulos laicos, esparcidos por todas partes del mundo. Los religiosos y religiosas harán los votos; los discípulos laicos, la consagración a la Santísima Virgen. Melania veía también a varias religiosas llegar a unirse con esta Orden y las otras por su relación recobrar su espíritu primitivo. 
Por mandato del Papa León XIII, presentó Melania esta regla al examen de la Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos la cuál dio su aprobación el 27 de mayo de 1879. Al mismo tiempo fueron aprobadas las constituciones que Melania había compuesto para la Orden de la Madre de Dios a petición de León XIII, según su visión profética de 1846. 
Melania falleció en olor de santidad el 14 de diciembre de 1904, a la edad de 73 años. 

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viernes 19 Septiembre 2014
San Mariano de Bourges



En el territorio de
Bourges, en Aquitania, san Mariano, eremita, que solo se alimentaba de manzanas agrestes y a veces de miel, si la encontraba.




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viernes 19 Septiembre 2014
San Alonso de Orozco



Dejó una imborrable estela en el Madrid del siglo XVI como insigne predicador e incansable apóstol. Nació el 17 de octubre de 1500 en Oropesa, localidad toledana integrada en la diócesis de Ávila, y de cuyo castillo era gobernador su padre, Hernando de Orozco. Debía su nombre a una profunda convicción de su madre quien, hallándose encinta y pensando cómo habría de llamar al hijo que esperaba, sintió que la Virgen María le sugería el nombre de Alonso en honor de san Ildefonso, puesto que deseaba que el niño fuese su «capellán». Sus tres hermanos se abrazaron, como él a la vida religiosa. Su infancia también se caracterizó por su amor a Dios y la clara voluntad de consagrarle su vida. Cursó estudios elementales en Talavera de la Reina, donde fue monaguillo, y en Toledo, de cuya catedral fue «seise» (niño de coro). En esta época se originó su afición por la música y nunca perdió su dilección por ella. Los estudios universitarios los realizó en Salamanca. Su intención era cursar leyes como su hermano Francisco y secundándole ingresó en el convento de los ermitaños de San Agustín, un lugar que habían encumbrado con su virtud venerables e insignes figuras, entre otros, san Juan de Sahagún y santo Tomás de Villanueva. Alonso tomó el hábito de manos de éste último en 1523.
Después de ser ordenado sacerdote, completó sus estudios en la universidad salmantina, pero su camino no discurriría por la vertiente académica, sino por la vía de la predicación que le encomendaron, prestigioso ministerio en la época. No se destinaba a cualquiera para esta misión ya que requería una sólida formación, además de unas cualidades para la oratoria que no están en manos de todos. Ahora bien, no era cuestión de talento o condiciones; era un asunto de virtud. Como Alonso la poseía, Dios le dio la gracia de llegar al corazón de las gentes de diversa procedencia, y obtener incontables conversiones a través de sus palabras y de acciones apostólicas que le hicieron muy popular. Lo mismo alternaba con la corte y nobleza, se codeaba con escritores ya inmortales como Quevedo y Lope de Vega, que se volcaba en el pueblo. Eran las gentes humildes y sencillas quienes se sentían identificadas por el testimonio de su vida austera y su ardiente caridad con los enfermos, los abandonados y los reclusos.
Doña Juana, hija de Carlos V, le admiraba profundamente por haberle escuchado predicar en Valladolid; le acogió como predicador real, misión ratificada por su padre en 1554 y por Felipe II. Pero antes de recalar en Madrid, Alonso ya había desempeñado el oficio de prior de los conventos de Medina, Soria, Sevilla, Granada y Valladolid. Además, fue visitador de Andalucía y definidor provincial. Una artritis gotosa frustró su anhelo de evangelizar y obtener la palma del martirio en Méjico; ya había emprendido el camino, y estando en Canarias se vio obligado a regresar al convento. En 1561, cuando Felipe II le llamó a Madrid, le avalaba una larga trayectoria como religioso y como escritor, porque hallándose en Sevilla en 1542 había sentido que la Virgen le instaba a hacerlo: «¡escribe!», le dijo. Y de su pluma surgieron numerosos tratados de espiritualidad, libros, sermones, obras poéticas y una notable correspondencia. De modo que, entre su capacidad como predicador para elevar el corazón de las gentes a Dios, sus dotes musicales (tañía el clavicordio) que eran aclamadas por espíritus selectos, y su ingente producción literaria, coronadas por su virtud, amor a la oración y devoción por la Eucaristía y por María, que eran el centro de su vida, se comprende la expectación con la que se acogía su palabra y el cariño del pueblo llano que lo denominaba «el santo de San Felipe», aludiendo al nombre del convento madrileño en el que vivía.
Los que recurrían a él ignoraban la batalla interior que libraba. Durante treinta años padeció unos escrúpulos tales que solo cesaban durante la confesión y la celebración de la Santa Misa. En una etapa de su vida tuvo que luchar para defender su vocación al sentirse atraído por el mundo, escuchar la llamada del amor humano y tener que aceptar las dificultades del día a día dentro de la vida religiosa. «¡Oh cuántas veces estuve determinado de dejar la vida santa que había comenzado!», confesó después.En particular, siempre le costó tener que acoger obedientemente las misiones de gobierno que le encomendaron: «Si algunas veces, ordenándolo vuestros ministros, sentí pesadumbre en aceptar […], al fin, peleando con mi voluntad, me sujetaba al yugo de la obediencia, en la cual Vos, bondad infinita, siempre me fuisteis favorable, de suerte que hallaba nuevas fuerzas adonde yo no pensaba». Todo lo superó con insistente oración, mortificación y vivencia de la radicalidad evangélica. De su intensa oración extrajo la sabiduría que vertía en sus numerosos textos.
En 1570 fundó el convento de las agustinas de la Magdalena de Madrid, en 1576 el de las agustinas y los agustinos de Talavera, y en 1588 el de agustinas de la Visitación, también en Madrid. Siempre preocupado por la santidad de todos, y sabiendo el alcance que tiene la misión sacerdotal, decía a los presbíteros: «no os engañéis diciendo no me siento devoto para celebrar, porque eso es decir que arda la lámpara sin echarle aceite o el fuego sin leña. El santo David dice que los carbones fríos son encendidos en la presencia de este santísimo fuego. Lleguémonos luego a él; que si flacos somos, él es nuestra fortaleza; y si pecadores, él es nuestra salud y remedio; y si tibios, él mismo se llamó fuego abrasador por su inmensa caridad y amor». A los 90 años, residiendo junto a un grupo de agustinos en la casa de doña María de Aragón, enfermó gravemente. Allí le visitaron Felipe II, Isabel Clara Eugenia y el cardenal Quiroga, entre otros. Murió el 19 de septiembre de 1591. León XIII lo beatificó el 15 de enero de 1882. Juan Pablo II lo canonizó el 19 de mayo de 2002.





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viernes 19 Septiembre 2014
San Jenaro de Benevento



San Jenaro de Benevento, obispo y mártir
San Jenaro, obispo de Benevento, mártir por Cristo en Puzzuoli, cerca de la ciudad de Nápoles, en la Campania, en tiempo de persecución contra la fe cristiana.
Jenaro, natural según unos, de Nápoles y, según otros, de Benevento, fue obispo en la última de las ciudades nombradas cuando estalló la terrible persecución de Diocleciano. Sucedió por entonces que Sosso, diácono de MisenoPróculo, diácono de Pozzuoli, y los laicos Euticio y Acucio fueron detenidos en Pozzuoli por orden del gobernador de Campania, ante el cual habían confesado su fe. Por su sabiduría y sus virtudes, Sosso había conquistado la amistad de san Jenaro y, en cuanto éste tuvo noticias de que aquel siervo de Dios y otros compañeros habían caído en manos de los perseguidores, decidió ir a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de esperarse, sus visitas no pasaron inadvertidas para los carceleros, quienes dieron cuenta a sus superiores de que un hombre de Benevento iba con frecuencia a hablar con los cristianos. El gobernador mandó que aprehendieran al imprudente desconocido y lo llevaran a su presencia. Jenaro, el obispo, Festo, su diácono, y Desiderio, un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el gobernador. Ahí, los tres soportaron con entereza los interrogatorios y las torturas a que fueron sometidos. Poco tiempo después, el gobernador debió trasladarse a Pozzuoli y los tres confesores, cargados con pesadas cadenas, tuvieron que caminar delante de su carro hasta aquella ciudad, donde fueron arrojados a la misma prisión en que se hallaban los otros cuatro mártires antes mencionados. A todos se les condeno a ser despedazados por las fieras y sólo aguardaban, hacinados en la inmunda celda, a que se cumpliera la sentencia. Un día antes de la llegada de san Jenaro y sus dos compañeros, los otros cuatro confesores fueron expuestos a las bestias que no hicieron otra cosa más que rondar en torno suyo, sin atacarlos. Algunos días más tarde, los siete condenados fueron conducidos a la arena del anfiteatro y, para decepción del público, las fieras hambrientas y provocadas no hicieron otra cosa que rugir mansamente, sin acercarse siquiera a sus presuntas víctimas. El pueblo, irritado y sorprendido, imputó a la magia la salvación de los cristianos y vociferó para pedir que los mataran, de suerte que ahí mismo los siete confesores fueron condenados a morir decapitados. La sentencia se ejecutó cerca de Pozzuoli, y en el mismo sitio fueron enterrados los restos de los mártires.

Con el correr del tiempo, la ciudad de Nápoles entró en posesión de las reliquias de san Jenaro que, en el siglo quinto, fueron trasladadas desde la pequeña iglesia de San Jenaro, vecina a la Solfatara, donde se hallaban sepultadas. Durante las guerras de los normandos, los restos del santo fueron llevados a Benevento y, poco después, al monasterio de Monte Vergine, pero en 1497, se trasladaron con toda solemnidad a Nápoles que, desde entonces, honra y venera a san Jenaro como su patrono principal.

Ninguna investigación puede correr el riesgo de depender de los datos sobre el martirio de san Jenaro que mencionamos arriba; los que figuran en sus «actas» son de fecha muy posterior y enteramente indignos de confianza. En realidad, no se sabe nada con certeza de él ni de los otros que fueron también martirizados. Toda la fama del santo radica en ese «milagro permanente» (como lo llama Baronio) que es la licuefacción de la supuesta reliquia de la sangre del santo que se conserva en la capilla del tesoro de la iglesia catedral de Nápoles, un suceso maravilloso que se reproduce periódicamente desde hace cuatrocientos años. La reliquia consiste en una masa sólida, oscura y opaca, que llena hasta la mitad una redoma de cristal sostenida por un relicario de metal. En dieciocho ocasiones durante el año, relacionadas con la traslación de los restos a Nápoles (el sábado anterior al primer domingo de Mayo), con la fiesta del santo (19 de septiembre) y el aniversario de la salvadora intervención del mismo para evitar los catastróficos efectos de una erupción del Vesubio en 1631 (16 de diciembre), un sacerdote expone la famosa reliquia sobre el altar, frente a una urna que contiene la supuesta cabeza de san Jenaro. Los fieles que llenan la iglesia en esas fechas, especialmente representados por un grupo de mujeres pobres conocidas con el nombre de «zie di San Gennaro» (tías de san Jenaro) y que ocupan un lugar de privilegio junto al altar, entonan plegarias y cánticos. Al cabo de un lapso que varía entre los dos minutos y una hora -por regla general-, el sacerdote agita el relicario con la redoma, lo vuelve cabeza abajo y la masa que era negra y sólida y permanecía seca, adherida al fondo del frasco, se desprende y se mueve, se torna líquida y adquiere un color rojizo, a veces burbujea y siempre aumenta de volumen. No sólo se realiza todo eso a la vista de las personas que estén en la nave del templo, sino de aquéllas que tienen el privilegio de ser admitidas en el santuario y que pueden ver el prodigio a menos de un metro de distancia. Y en aquel momento, el sacerdote anuncia con toda solemnidad: «¡Ha ocurrido el milagro!», se canta el Te Deum y la reliquia es venerada por la congregación y por el clero.

Ninguno de los milagros o hechos sobrenaturales comprobados ha sido estudiado con mayor detenimiento, ni examinado por gentes de opiniones más opuestas, que este caso de la licuefacción de la sangre de san Jenaro, y se puede afirmar, sin temor a equívocos, que ningún investigador o perito con experiencia, por racionalista que sea, se atreve a decir ahora que no sucede lo que se asegura que ocurre. No hay ningún truco posible y tampoco hay, hasta ahora, alguna explicación satisfactoria (aunque se han ofrecido muchas por parte de los católicos y de los que no lo son), a no ser la de que se trata de un auténtico milagro. Sin embargo, antes de que un milagro sea reconocido con absoluta certeza, deben agotarse todas las explicaciones naturales, y todas las interrogantes deben tener su respuesta.
Entre los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:

- La substancia oscura que se dice ser la sangre de san Jenaro (la que, desde hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro de la redoma de cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo la redoma y, en otras ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.

- Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de hasta 27 gramos.

- El tiempo más o menos rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura media de más de 30° centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5° a 8° centígrados más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.

- No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido líquido de la redoma, burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, mientras que, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa.

Entre las dificultades que surgen para aceptar el fenómeno como un milagro, cabe señalar las siguientes:

- El hecho de que en la enorme mayoría de los casos de otras reliquias de la sangre de los mártires que se encuentran en Nápoles y en las que se observa más o menos el mismo fenómeno, como la sangre de san Juan Bautista, la de san Esteban y la de santa Úrsula, son reliquias positivamente espurias.

- Por siete veces, la sangre de san Jenaro se tornó líquida mientras un joyero hacía reparaciones en el relicario, pero a menudo, durante las exhibiciones del mes de diciembre, no se produjo la licuefacción.

- La autenticidad de la misma reliquia es muy problemática, puesto que no contamos con registros sobre el culto a san Jenaro, anteriores al siglo quinto. Además, existe una consideración de mayor peso: si la reliquia no es auténtica, ¿por qué ocurre con ella tan grande maravilla? ¿Qué propósitos tendría el milagro en una reliquia falsa?

A esto se podría responder de la misma manera que a las interrogantes sobre otros muchos milagros: no tratemos de entender los infinitos caminos de Dios. Y si bien es verdad que durante siglos la licuefacción de la sangre de san Jenaro ha sido una manifestación permanente de la omnipotencia de Dios para cientos de miles de napolitanos, es necesario tener en cuenta que los prodigios de esta naturaleza son, definitivamente, un obstáculo para la fe de otras gentes, de distinto temperamento, pero que también deben ser salvadas. Los milagros que registran las Sagradas Escrituras son hechos revelados y objetos de fe1. Hay otros milagros que no se consideran bajo el mismo punto de vista, y nuestra fe no los tiene como sustento, a diferencia de los anteriores, a pesar de que confirman e ilustran esa misma fe; tampoco exigen o admiten esos prodigios un asentimiento mayor que el indicado por la prudencia y que proviene de las pruebas obtenidas por las autoridades humanas en la materia, de las cuales dependen. No porque se confirme la realización de tales milagros, se deben admitir a ojos cerrados; las pruebas del hecho y de las circunstancias en que se produjo tienen que ser examinadas a fondo y debidamente pesadas y, cuando eso falla, es la prudencia la que rechaza o admite nuestro asentimiento. Si las evidencias humanas establecen la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, mayores motivos habrá para alentarnos a elevar nuestros espíritus hacia Dios en humilde adoración, en amorosa alabanza, para honrarle en sus santos ya que, por medios tan maravillosos, nos da pruebas tangibles de la gloria a la que los ha exaltado.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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Obispo y mártir(+ 305) Los santos Jenaro, Festo, Desiderio, Sosso, Eutiques y Acucio, de los que tenemos Passiones muy posteriores, parece que derramaron su sangre por Cristo al comienzo del siglo IV.
En una breve nota hagiográfica de la Liturgia de las Horas se lee, efectivamente, que Jenaro "fue obispo de Benevento; durante la persecución de Diocleciano sufrió el martirio, juntamente con otros cristianos, en la ciudad de Nápoles, en donde se le tiene una especial veneración".   Los obispos de Benevento con este nombre son por lo menos dos: San Jenaro, mártir en el 305, y San Jenaro 11, que en el 342 participó en el concilio de Sardes.
Este último, perseguido ,por los arrianos por su adhesión a la fe de Nicea, se lo habría venerado como mártir. Pero la mayoría de los historiadores se inclinan a identificar al patrono de Nápoles con el primero, o mejor con un mártir napolitano de Pozzuoli.   Condenado "ad bestias" en el anfiteatro de Pozzuoli, junto con los compañeros de fe, a causa del atraso de un juez, fue decapitado en vez de ser echado en pasto a las fieras para la gratuita y macabra diversión de los paganos.   Más de un siglo después, en el 432, con ocasión del traslado de las reliquias de Pozzuoli a Nápoles, una mujer le habría entregado al obispo Juan dos ampollas pequeñas con la sangre coagulada de San Jenaro.
Casi como garantía de la afirmación de la mujer la sangre se volvió líquida ante los ojos del obispo y de una gran muchedumbre de fieles.   Ese acontecimiento extraordinario se repite constantemente todos los años en determinados días, es decir, el sábado anterior al primer domingo de mayo y en los ocho días siguientes; el 16 de diciembre y el 19 de septiembre y durante toda la octava de las celebraciones en su honor.   El fenómeno se realiza también en fechas variables, y de ahí deducen los devotos del santo acontecimientos faustos o infaustos.
Los testimonios de este fenómeno comienzan desde 1329 y son tan numerosos y concordantes que no se pueden tener dudas.   El prodigio, porque así lo considera hasta la ciencia, merece la afectuosa admiración con que lo sigue el pueblo. La sincera devoción de los napolitanos por este mártir, históricamente poco identificable, ha hecho que la memoria de San Jenaro, celebrada litúrgicamente desde 1586, se haya conservado en el nuevo calendario.
Puesto que el fenómeno no tiene ninguna explicación natural, pues no depende ni de la temperatura ni del ambiente, podemos atribuirle el significado simbólico de vivo testimonio de la sangre de todos los mártires en la vida de la Iglesia, que nació de la sangre de la primera víctima, Cristo crucificado.
Entre los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:
1 -La substancia oscura que se dice ser la sangre de San Genaro (la que, desde hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro del recipiente de cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo el recipiente y, en otras ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.
2 -Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de hasta 27 gramos.
3 -El tiempo más o menos rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura media de más de 30º centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5º a 8º centígrados más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.
4 -No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido líquido burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa.   Aunque no se ha podido descubrir razón natural para el fenómeno, la Iglesia no descarta que pueda haberlo. La Iglesia no se opone a la investigación porque ella busca la verdad. La fe católica enseña que Dios es todopoderoso y que todo cuanto existe es fruto de su creación. Pero la Iglesia es cuidadosa en determinar si un particular fenómeno es, en efecto, de origen sobrenatural .
La Iglesia pide prudencia para no asentir ni rechazar prematuramente los fenómenos. Reconoce la competencia de la ciencia para hacer investigación en la búsqueda de la verdad, cuenta con el conocimiento de los expertos.   Una vez que la investigación establece la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, da motivo para animar nuestra fe e invitarnos a la alabanza.
En el caso de los santos, el milagro también tienen por fin exaltar la gloria de Dios que nos da pruebas de su elección y las maravillas que El hace en los humildes.




Oremos


 


Señor, tú que nos has congregado hoy para venerar la memoria del mártir San Jenaro, concédenos que podamos ir a gozar en tu reino, juntamente con él, de la alegría que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



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Santo(s) del día


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