sábado, 6 de septiembre de 2014

6 Septiembre _ San Zacarías Profeta

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sábado 06 Septiembre 2014
San Zacarías Profeta

San Zacarías, santo del AT
Conmemoración de san Zacarías, profeta, vaticinador de la vuelta del pueblo desterrado a la tierra de promisión. Anunció al mismo tiempo que un rey pacífico, Cristo el Señor, iba a entrar triunfante en la Ciudad Santa de Jerusalén, lo que se llevó a cumplimiento.
La noticia que nos trae el Martirologio Romano sobre el profeta Zacarías está redactada con bastante descuido, al menos en su versión castellana: «vaticinador de la vuelta del pueblo desterrado a la tierra de promisión», nos dice, pero el propio libro de Zacarías comienza con estas palabras: «En el octavo mes del año segundo de Darío fue dirigida la palabra de Yahveh al profeta Zacarías», es decir, en el año 520... cuando el pueblo desterrado ya había vuelto a la tierra de promisión: nada más fácil que vaticinar lo que ya pasó. Bromas aparte, el problema sólo lo tiene el Martirologio, porque el libro de Zacarías no engaña, ni siquiera como ficción literaria, respecto de la época en que fue escrito: el pueblo ya ha ido volviendo de Babilonia, y se enfrenta al desafío de reconstruir la vida comunitaria luego de la amarga -pero muy fecunda- experiencia del destierro. Tanto Zacarías como su contemporáneo Ageo, con su predicación buscarán interpretar para el pueblo el sentido de los acontecimientos que están viviendo, la importancia de reconstruir el templo, la profundización en la fidelidad a la Ley, en definitiva, la consolidación de los rasgos que van a ir creando, en el término de poco más de un siglo, lo que conoceremos luego como el judaísmo clásico.
Dentro de «Los Doce», es decir el conjunto de doce pequeños libros proféticos que en la Biblia hebrea forman una unidad, Zacarías es uno de los extensos, junto con Oseas y Amós. Y no sólo es mediano en longitud, sino tan rico en imágenes, que nos lo encontraremos citado o aludido abundantemente en el Nuevo Testamento, sobre todo en Apocalipsis. El elogio del Martirologio Romano evoca una de esas citas: «Anunció al mismo tiempo que un rey pacífico, Cristo el Señor, iba a entrar triunfante en la Ciudad Santa de Jerusalén, lo que se llevó a cumplimiento», se refiere a Zacarías 9,9: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna.» Gracias a los relatos de la Pasión, es posiblemente uno de los versículos de los profetas que más se conocen popularmente. Sin embargo el libro no se agota en esa imagen.
Respecto de la persona del profeta, poco sabemos: en 1,1 dice que es «hijo de Berekías, hijo de Iddó»; esto permite identificarlo con el profeta Zacarías «hijo de Iddó» del que habla Esdras 5,1, que menciona a Zacarias y a Ageo como profetas de la reconstrucción del templo:
«Los profetas Ageo y Zacarías, hijo de
Iddó, empezaron a profetizar a los judíos de Judá y de Jerusalén, en nombre del Dios de Israel que velaba sobre ellos. Con esto, Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Yosadaq, se decidieron a reanudar la construcción de la Casa de Dios en Jerusalén: los profetas de Dios estaban con ellos, apoyándoles.» (Esd 5,1) la identificación está fuera de toda duda, aunque lamentablemente el versículo 1,1 de Zac no dice «hijo de Iddó» sino «hijo de Berekías, hijo de Iddó», lo que en general se entiende en la actualidad como error de algún copista, que se le ha mezclado este Zacarías profeta, hijo de Iddó, con el «Zacarías, hijo de Beraquías» que menciona Isaías 8,1, y que nada tiene que ver con el nuestro. «Zacarías, hijo de Iddó» es, entonces, lo correcto, y de hecho las ediciones críticas de la Biblia ponen la expresión «hijo de Beraquías» entre paréntesis.
Una segunda identificación podría hacerse, aunque es menos segura: en la lista de sacerdotes de Nehemías 12,1ss, en el versículo 16, se habla de un sacerdote llamado también Zacarías, hijo de Iddó. Si se trata del mismo, entonces sabemos que además de profeta era sacerdote. Lamentablemente, carecemos de más noticias como para poder afirmarlo con certeza; es verdad que el libro de Nehemías pertenece al mismo contexto, pero precisamente por eso, es posible que si hubiera querido mencionar al profeta, suficientemente conocido, lo habria señalado. En todo caso, no todos aceptan que Zacarías haya sido, además de profeta, sacerdote. Ningún otro dato poseemos, no sabemos, por ejemplo, si era joven o viejo, aunque sí podemos saber que su ministerio lo ejerció por dos años: del año segundo de Darío, al año cuarto, esto es, desde el 520 aC hasta el 518. Por tanto no sabemos si llegó a ver el templo terminado y su consagración, en el 515.
En cuanto al libro, los especialistas están de acuerdo en que hay una marcada diferencia entre la primera parte del escrito, los capítulos 1 a 8, y la segunda parte, del 9 al 14. Hasta tal punto que se suele hablra, como en el caso del libro de Isaías, de dos profetas distintos: el Zacarías de la vuelta del destierro, que ya hemos presentado sumariamente, y un profeta (o una escuela) anónimo posterior, que desarrolla el pensamiento de Zacarías, pero no con su estilo, y que a falta de otro nombre simplemente se denomina Déutero-Zacarías, o Segundo Zacarías. Stuhlmüller señala así las diferencias entre el primero y el segundo Zacarías:
1-8


Claras alusiones históricas. Fechas exactas.
Preocupación por la reconstrucción del templo por Josué y
Zorobabel.
Prosaico, redundante, confuso.
Influido indirectamente por el pensamiento de Ezequiel.
Mesianismo centrado en Jerusalén y resurgimiento de la dinastía davídica.

 9-14


Alusiones oscuras o no históricas. Falta de fechas.
No se menciona la reconstrucción del templo, ni a Josué ni
Zorobabel.
Poético, directo, sencillo.
Citas o alusiones directas a Os,
Is, Dt, Jr, Ez, Joel, Job.
Mesianismo centrado en Judá, con alusiones secundarias a Jerusalén y a la dinastía davídica.

Aunque podemos, entonces, hablar de un desarrollo doctrinario entre una y otra parte, al leer Zacarías debemos tener en cuenta este dato de que estamos leyendo realmente dos libros. De todos modos, todo el conjunto está dominado por el surgimiento de un nuevo tipo de profecía, que de a poco se va a ir imponiendo: la profecía "apocalíptica". No es casual que precisamente sean el libro y los fragmentos apocalípticos del Nuevo Testamento los que más imágenes hayan tomado prestadas de Zacarías; es que realmente podemos considerar a Zacarías omo uno de los precursores de ese estilo que se va a hacer tan habitual en la vida del pueblo bíblico en los siglos inmediatamente anteriores a Jesús, que incluso pasará a confundirse la profecía con la «futurología» apocalíptica, confusión que permanece popularmente hasta hoy.
Una excelente introducción, separada en dos partes, una a Zac 1-8 y otra a 9-14, en Los Profetas, tomo II, pp. 1141ss y 1176ss, respectivamente, del P. Alonso Schökel, con análisis del texto en su perspectiva narratológica; Carroll Stuhlmueller tiene una interesante introducción, además del análisis del texto en perspectiva histórico-crítica, en C.B. San Jerónimo, tomo II, pp 142ss. Una buena introducción, menos técnica que las anteriores, pero muy sólida: Los ultimos profetas, de Samuel Amsler, cuaderno bíblico nº 90 de la serie de Verbo Divino, 1996. En el artículo correspondiente a Ageo, en este mismo santoral, se encuentra una introducción un poco más detallada a la situación histórica de ese profeta, pero que es completamente válida para Zacarías. 
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En la S. Biblia se llama profeta al que trae mensajes de Dios. Muchas veces los profetas avisan cosas que van a suceder en el futuro, y el Libro Sagrado insiste en que hay que averiguar si lo que anuncian se cumple o no. Si se cumple es buena señal, pero si lo que profetizan no se cumple, es señal de que son falsos profetas. El oficio principal de un verdadero profeta es llamar al pueblo a la conversión y anunciar los males que llegarán si la gente no se convierte.
Otra de las señales para diferenciar un verdadero profeta de uno falso es que el profeta verdadero no acepta sino un solo Dios, el Dios creador de cielos y tierra y no rinde culto ni cree en ningún otro Dios. Además el verdadero profeta se conoce porque lleva una vida virtuosa, mientras que los falsos profetas puede ser que por fuera aparezcan hipócritamente como buenas personas pero en su vida íntima no son nada virtuosos.
Los profetas se dividen en dos clases: Profetas Mayores: los que escribieron obras de bastantes páginas. Son cuatro: Isaías y Jeremías, Ezequiel y Daniel. Y Profetas Menores, o sea, aquellos cuyos escritos son de muy pocas páginas.

Conmemoración de san Zacarías, profeta, vaticinador de la vuelta del pueblo desterrado a la tierra de promisión, anunciando al mismo tiempo que un rey pacífico, Cristo el Señor, entraría triunfante en la Ciudad Santa de Jerusalén, lo que se llevó a cumplimiento.
 La fama de estos dos santos se debe a que fueron los papás de San Juan Bautista. El nombre de Zacaamado Zacarías, casado con Isabel, una mujer descendiente del hermano de Moisés, el sumo sacerdote Aarón".
De estos dos esposos hace el evangelio un elogio formidable. Dice así: "Los dos     llevaban una vida santa, eran justos ante Dios, y observaban con exactitud todos los  mandamientos y preceptos del Señor". Ojalá de cada uno de nuestros hogares se     pudiera decir algo semejante. Sería maravilloso.
Dice San Lucas: "Zacarías e Isabel no tenían hijos, porque ella era estéril. Además ya los dos eran de avanzada edad".Y un día, cuando a Zacarías le correspondió el turno de subir al altar (detrás del velo) a ofrecer incienso, toda la multitud estaba afuera rezando.
Y se le apareció el Ángel del Señor, y Zacarías al verlo se llenó de temor y un gran terror se apoderó de él. El ángel le dijo: "No tema Zacarías, porque su petición ha sido escuchada. Isabel su mujer, dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Juan. Él será para ustedes gozo y alegría, y muchos se alegrarán por su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá licores; estará lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos hacia Dios, y tendrá el espíritu del profeta Elías, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto".
Zacarías le dijo al ángel: "¿Cómo puedo saber que esto que me dice sí es cierto? Porque yo soy muy viejo e Isabel mi esposa es estéril". El ángel le dijo:"Yo soy Gabriel, uno de los que están en la presencia del Dios, y he sido enviado para comunicarle esta buena noticia. Pero por no haber creído a las palabras que le he     dicho, se quedará mudo y no podrá hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, que se cumplirán todas a su tiempo".
El pueblo estaba esperando a que saliera Zacarías y se extrañaban de que demorara  tanto en aparecer. Cuando apareció no podía hablarles, y se dieron cuenta de que había tenido alguna visión. Él les hablaba por señas y estaba mudo.
"Después Isabel concibió un hijo y estuvo oculta durante cinco meses (sin contar a los vecinos que iba a tener un niño)". Y decía: "Dios ha querido quitarme mi     humillación y se ha acordado de mí".
El ángel Gabriel contó a María Santísima en el día de la anunciación, que Isabel iba a tener un hijo. Ella se fue corriendo a casa de Isabel y allí estuvo tres meses     acompañándola y ayudándole en todo, hasta que nació el niño Juan, cuyo nacimiento fue un verdadero acontecimiento (como se narra en el 24 de junio).
Que Dios conceda a los padres de familia el imitar a Zacarías e Isabel, llevando como ellos una vida santa; siendo justos ante el Señor, y observando con exactitud todos los mandamientos y preceptos de Dios.
Nada es imposible para Dios (palabras del ángel a Zacarías).

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sábado 06 Septiembre 2014
Beato Bertrando de Garrigues



Beato Bertrando de Garriguesreligioso presbítero
En el monasterio cisterciense de Bouchet (o Vauluisant), cerca de Orange, en Provenza, memoria del beato Bertrando de Garrigues, presbítero, uno de los primeros discípulos de santo Domingo y buscó siempre imitar el ejemplo del maestro.
A fines del siglo doce y principios del trece, el sur de Francia era asolado por la herejía y las guerras civiles. Los albigenses, apoyados por la nobleza, ofrecían ante el pueblo el aspecto de una vida de virtuosa austeridad para algunos y de licencia desenfrenada para muchos; éste era el partido que dominaba casi por completo la situación. Los católicos, por su parte, reducidos a la impotencia por la frialdad general y la descomposición moral, se atrevieron a tomar las armas contra los herejes y el desafío fue aceptado. En aquel ambiente confuso y perturbado creció y se educó Beltrán, natural de Garrigues, en la diócesis de Nimes; pero sus padres habían tenido buen cuidado de introducir en su corazón la semilla de la verdadera fe y eso bastó para que el joven evitara los peligros de la herejía que surgían por todas partes a su alrededor.

En el año de 1200, el albigense Raimundo IV de Toulouse marchó a través del Languedoc con el propósito de arrasar los monasterios ortodoxos, especialmente los del Cister, centros oficiales de las misiones contra los herejes. Se asegura que en aquella ocasión, el convento de Bouchet se salvó de la destrucción, gracias al ingenio del hermano encargado de cuidar las abejas que, al ver llegar a los herejes, derribó los panales, y los enjambres se lanzaron contra los soldados para hacerles huír más que de prisa. Por aquel entonces, Beltrán había recibido la ordenación sacerdotal y se había unido, como predicador, a la misión del Cister. En 1208, Pedro de Castelnau, delegado cistercense, fue brutalmente asesinado y, en consecuencia, Simón de Montfort emprendió su violenta cruzada contra los albigenses. En aquellos momentos, Beltrán se encontró con santo Domingo, quien se esforzaba por remediar con la plegaria y la predicación del bien los estragos que hacía su amigo Simón de Montfort con la espada. En el año de 1215, Beltrán formó parte del grupo de seis predicadores reunidos en torno a santo Domingo, grupo éste del que surgió la gran Orden de Predicadores. Para el año siguiente, su número había aumentado a dieciséis «excelentes predicadores de nombre y de hecho», los mismos que se reunieron en Prouille para redactar una regla y un plan de vida en su nueva sociedad.

Después de un año de vida en común en el priorato de Toulouse, el fundador dio su famoso golpe de suerte al ordenar la dispersión de sus religiosos; Beltrán fue enviado a París con fray Mateo de Francia y otros cinco frailes. Estos hicieron una fundación cerca de la Universidad, pero no por ello permaneció Beltrán largo tiempo en París, puesto que santo Domingo le llamó a Roma y de ahí le envió, junto con fray Juan de Navarra, a establecer la Orden en Bolonia. A pesar de que fue el Beato Reinaldo de Orleans el amigo que mayor influencia ejerció sobre Beltrán, Ios primeros escritores dominicos se refieren a éste como al muy amado compañero de santo Domingo, su socio favorito en el trabajo, el compañero de sus jornadas, sus plegarias y su santidad. En 1219, le acompañó en la única visita que santo Domingo hizo a París. Ambos partieron de Toulouse e hicieron un rodeo para pasar por el santuario de Rocamandour. Por cierto que aquel viaje estuvo lleno de maravillas, como la comprensión de la lengua alemana sin haberla aprendido nunca y el permanecer secos bajo una lluvia torrencial.

En el segundo capítulo general, que tuvo lugar en Bolonia en 1221, la orden dominicana quedó dividida en ocho provincias y Beltrán fue nombrado prior provincial en Provenza. Los nueve años que todavía vivió fueron dedicados a una predicación enérgica y elocuente por todo el sur de Francia, donde amplió enormemente las actividades de su orden y fundó el gran priorato de Marsella. Hay una anécdota donde se relata que, en cierta ocasión, un tal fray Benedicto preguntó a Beltrán por qué celebraba tan rara vez misas de requiem. «Estamos seguros de que las buenas almas se han salvado -repuso-, pero nuestro propio fin y el de otros pecadores no es muy seguro». Fray Benedicto insistió: «Está bien; pero supongamos que te encuentras con dos mendigos, uno fuerte y sano, el otro inválido. ¿Por cuál de los dos sentirás mayor compasión?». «Por el que menos pueda hacer por sí mismo». «Así es. Los muertos nada pueden hacer por sí mismos; no tienen boca para hablar ni manos para trabajar; en cambio, los pecadores vivos pueden hablar, moverse y ciudar de sí mismos». Beltrán no quedó muy convencido por aquella argumentación y, si bien ofició más a menudo las misas de difuntos, fue por motivo de una visión o un sueño en el que vio la partida de un alma al cielo, lo que le perturbó en extremo.

El beato Beltrán murió en la abadía de Boucbet, cerca de Orange, alrededor del año 1230; su culto fue confirmado en 1881. «Por sus vigilias, sus ayunos y otras penitencias a las que se entregaba -escribio fray Bernardo Guidonis-, consiguió asemejarse a nuestro amado padre a tal extremo que, al verle pasar, uno se decía para sus adentros: En verdad que el discípulo se parece a su maestro; allá va la imagen de nuestro bendito Domingo.»

Sobre el Beato Beltrán en Acta Sanctorum, oct., vol. XIII, pp. 136-145 y 919-921. A pesar de que no había una biografía antigua del beato que los bolandistas pudieran usar, extrajeron todos los datos posibles de la Vitae Fratrum de Gerardo de Fracheto y otros cronistas dominicos; pero como complemento a su primer relato, agregaron muchos detalles tomados de los documentos que se sometieron a la Congregación de Ritos en el proceso para la confirmación del culto. Ver también la serie de notas de J. P. Isnard en el Bulletin de la Sociéte arch. de la Dróme, de 1870 a 1872; y a Procter, en Dominican Saints, pp. 253-256 y la bibliografía de Taurisano, en Catalogas hagiographicus O.P., p. 9.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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Fue uno de los primeros integrantes de la Orden de los dominicos, primer prior de St. Jacques en París, y provincial de la Provenza. Nació en Garriga, de ahí su nombre, localidad cercana a Nimes, Francia, el año 1195. Era una época en la que predominaron las guerras y las herejías de las que muchos católicos no se sustrajeron por hallarse inmersos en una vida disipada y alejada de las consignas eclesiales; un campo abonado para los litigios y luchas sin fin. En el extremo frontalmente opuesto se hallaba un pujante monacato, que en el siglo XII se vestiría de esplendor. El joven Bertrán, gracias a la educación cristiana que le dieron sus padres, pudo sortear muchos de los peligros que acecharon a los creyentes, encaminando su vida al seguimiento de Cristo. Era tan solo un niño de 5 años cuando Raimundo IV de Toulouse se propuso aniquilar todo rastro de fe, en particular los monasterios del Cister, emblemáticos centros de lucha contra la herejía predominante que era la albigense, en la que él creía. Con todo, el futuro dominico se comprometió con el carisma cisterciense.
Por esa época Domingo de Guzmán, junto al obispo de Osma, Diego de Acevedo, pasó por Montpellier siendo testigo de una histórica asamblea compuesta por prelados y abades cistercienses que presididos por un legado pontificio debatían del modo de combatir a los albigenses. Fue en esa ocasión cuando el prelado de Osma propuso que se abandonase toda ostentación y se abrazaran estrictamente a la pobreza. Rubricando testimonialmente con sus gestos esta apreciación, despidió a su séquito y se quedó solo con Domingo de Guzmán. De allí partieron a predicar la fe contra los albigenses. Cuando Diego murió, Domingo prosiguió esta evangelización en soledad.
Bertrán era uno de los presbíteros de la diócesis de Nimes que también combatía a los albigenses con sus palabras. Y en esa localidad, hacia 1208, se encontraron estos insignes apóstoles. Bertrán, conmovido por la ardiente caridad de Domingo y su formidable elocuencia, se unió a él llenando el vacío que había dejado Diego. Fue uno de los seis hombres que se vincularon al fundador en 1215 para formar una nueva congregación religiosa, la Orden de Predicadores, en la que iba a desarrollar una gran misión. Porque junto a su intrepidez apostólica y espíritu de obediencia fue un fiel discípulo de Domingo. Le acompañó en sus viajes, y gozó de su amistad y confianza. Se ha dicho del joven beato que «llegó a ser verdadera imagen de Domingo de Guzmán», lo cual permite imaginar el grado de virtud que debía adornarle. En una ocasión, Bertrán libró al santo de un asalto que pensaban perpetrar contra él algunos albigenses. Cuando en 1215 Domingo tuvo que partir a Roma para participar en el IV Concilio de Letrán, dejó a Bertrán al frente de la comunidad de Toulouse, que era entonces la semilla de la nueva Orden. Al regresar de Roma, el fundador vio que había logrado incrementar el número de vocaciones. Tomó el hábito en 1216 y se dirigió a Bolonia para abrir allí nueva fundación, misión que le encomendó Domingo y que acogió gozosamente. De nuevo los frutos de su celo apostólico, que se manifestaron en la intensa evangelización que efectuó dentro y fuera de las ciudades, hicieron que se asentasen fecundamente los dominicos en ese lugar.
En 1217, tras la muerte del conde de Montfort que amparaba al grupo de religiosos, todos tuvieron que partir al monasterio de Prulla, y desde allí el día de la Asunción de ese año Domingo fue enviándolos a misionar por otras tierras. Bertrán fue trasladado a París junto a Mateo de Francia. El beato Jordán hizo un retrato de cómo era Bertrán en esa época, considerándole:«varón de gran santidad y de un rigor inexorable para consigo, acérrimo mortificador de su carne, que había copiado en muchas cosas la vida ejemplar de su maestro santo Domingo». Después de dejar acomodados a los compañeros que iban a fundar, Bertrán regresó a Toulouse. Se produjo una grave insurrección, en la que murió Simón de Montfort, aunque quedó íntegro el convento de San Román, y sana y salva la comunidad presidida por Bertrán.
En 1218 Domingo nuevamente le eligió para que le acompañase en su viaje a París. Por el camino se cruzaron con un grupo de peregrinos alemanes en el santuario de Nuestra Señora de Rocamandour. Dejándose llevar de su ardor apostólico, y como no podían hacerse entender si no hablaban alemán, el santo propuso a Bertrán pedir a Dios la gracia de poder dirigirse a ellos en su propio idioma, gracia que les fue concedida. Domingo le rogó que no narrase el hecho milagroso mientras él viviese, y el beato guardó absoluto sigilo hasta después de la muerte de aquél. Otros milagros se obraron por medio de Domingo de los que fue testigo Bertrán, quien los confió al beato Jordán en el momento oportuno, como fue librarse de una tempestad terrible entre Montreal y Carcassonne mientras iban evangelizando por los caminos.
En 1221, en el transcurso del capítulo general se produjo la división jurídica de la Orden en ocho provincias lo cual propiciaría una mejor atención tanto espiritual como apostólica. En ella Bertrán fue nombrado provincial de Provenza, fundación que tuteló con exquisita caridad. Cuando murió Domingo, se ocupó de las monjas de Prulla, viajó, predicó incansablemente y abrió nuevos conventos, entre otras muchas acciones. Recibió el don de milagros. Hacia 1230 fue a predicar a las hermanas cistercienses de Bouchet, cerca de Garriga, y allí le sorprendió la muerte. Su culto fue confirmado el 14 de julio de 1881 por León XIII, quien subrayó su humildad, espíritu penitencial y oración.






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sábado 06 Septiembre 2014
San Eleuterio de Spoleto



San Eleuterio, abad
En Spoleto, región de la Umbría, san Eleuterio, abad, cuya sencillez y compunción de espíritu alabó el papa san Gregorio Magno.
En los «Diálogos» de san Gregorio Magno, se menciona varias veces a «ese santo varón, el buen padre Eleuterio», y se dan crónicas sobre ciertos milagros obrados por él, según afirman sus monjes. Era abad del monasterio de San Marco, cerca de Spoleto. Cierta vez, que estaba en un convento de monjas, se llegó a él una de las hermanas para pedirle que se hiciera cargo de un niño a quien los malos espíritus perturbaban todas las noches. Eleuterio accedió, y durante algún tiempo nada volvió a ocurrirle al niño, de manera que se dijo para sí: «El diablo les ha jugado una mala pasada a las hermanas; pero ahora, cuando tiene que vérselas con verdaderos siervos de Dios, no se atreve a molestar al niño». Como una rápida contestación del cielo a aquellos pensamientos vanidosos, el niño sufrió un violento ataque. Eleuterio se sintió arrepentido, confesó sus culpables pensamientos a sus hermanos y les hizo esta proposición: «Que ninguno de nosotros vuelva a probar bocado hasta que el niño quede desposeído». Todos aceptaron la penitencia y no cesaron de orar hasta que el niño quedó curado. Un Sábado Santo, san Gregorio estaba enfermo y no podía ayunar, por lo que, según nos dice, se hallaba muy conturbado. «Al descubrir que en aquella sagrada vigilia, en la que no sólo los adultos sino hasta los niños ayunan, yo no podía hacerlo, sentí mayores penas por esa abstención que por mi mal». De manera que fue a pedirle a Eleuterio que orase por él a fin de que pudiera unirse al pueblo en la penitencia. Por virtud de aquellas plegarias, san Gregorio pudo ayunar sin malestares. San Eleuterio vivió durante muchos años en el monasterio de San Gregorio en Roma y ahí murió.

Nada más que lo anotado sabemos sobre Eleuterio, y eso es todo lo que nos dice san Gregorio en sus Diálogos, sobre todo en el libro 3, capítulo 33; la historia la discuten los bolandistas en Acta Sanctorum sept. vol. II.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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(s. VI)  Fue un santo abad del monasterio de San Marcos Evangelista en Espoleto. Debió ser un hombre de grandes y probadas virtudes por los relatos que se conocen de su vida a través del gran papa Gregorio Magno que fue contemporáneo, conocido personal, amigo y hasta una de las personas que salió beneficiada del trato con el santo abad.   De hecho, cuenta San Gregorio de su amigo que, un buen día y con una sola bendición, el abad Eleuterio consiguió curarlo de un vehemente deseo de ingerir alimentos que él sufría. Además, refiere el mismo Papa, su santidad era tan grande que hasta llegó a resucitar un muerto.   Pero lo que llama la atención al relator de la vida del santo es un acontecimiento que tiene valor de ejemplaridad y estímulo para los hombres que, llenos de dificultades, limitaciones y pecados, viven soportando sus faltas de virtud y sufriendo los propios fracasos. Por eso la figura de este santo es más cercana, al ser víctima de su propio desmoronamiento.   Unas monjas habían confiado al santo abad la custodia de un niño atormentado por el Diablo. Como pasaran varios días sin notarse fenómenos extraños, el abad comentó a sus monjes que Satanás tenía asustadas a las pobres monjas, pero que ahora estaba con miedo y por eso no se manifestaba.   Al punto, el Mal Espíritu se apoderó del niño y de inmediato comenzó a maltratarlo.   Eleuterio calló en la cuenta de que su expresión fue de soberbia y presunción. Lloró dolorido su pecado y pidió a los monjes oraciones y penitencias para que cesaran los embates del Demonio.




Oremos

Tú, Señor, que nos has dado un modelo de perfección evangélica en la vida ejemplar de San Eleuterio, abad, concédenos, en medio de los acontecimientos de este mundo, que sepamos adherirnos, con todo nuestro corazón, a los bienes de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.





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Santo(s) del día





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