Santa María Magdalena, santa del NT
Memoria de santa María
Magdalena, que, liberada por el Señor de siete demonios, se convirtió en su
discípula, siguiéndole hasta el monte Calvario, y en la mañana de Pascua
mereció ser la primera en ver al Salvador retornado de la muerte y llevar a los
otros discípulos el anuncio de la resurrección.
patronazgo: patrona de las mujeres, de los pecadores arrepentidos,
de los estudiantes, zapateros, cesteros, fabricantes de peines, peluqueros,
perfumistas, maquilladores, fontaneros, bodegueros, toneleros; protectora de
los niños con dificultades de aprendizaje, de problemas en los ojos, las
tormentas y las plagas.
Catequesis, historia y
leyenda se entremezclan en este personaje de María Magdalena, e incluso quien
nunca ha oído hablar del Evangelio, ha escuchado su nombre. Aunque es un
personaje relevante dentro de los evangelios, si alguien pretendiera trazar hoy
una semblanza de la Magdalena, no podría dar la espalda a las muchas leyendas,
porque son ellas las que más han configurado la lectura del personaje,
comenzando por las dificultades para definir a quién estamos verdaderamente
celebrando, o, dicho de otro modo: cuántas María Magdalena hay. Hay tres
personajes a los que le caben rasgos de la que celebramos hoy como María
Magdalena:
-En Lucas 7,37-50 se habla
de una «pecadora pública» que unge a Jesús con perfume, lava sus pies con
lágrimas y los seca con sus cabellos. Es, me atrevería a decir, una de las
parábolas del perdón más conmovedoras de cuantas trae San Lucas, si es que es posible
establecer un «ranking». De esta pecadora no se dice el nombre en ningún
momento, y la escena no está localizada sino «en casa de un fariseo», sin que
se especifique de ninguna manera dónde ocurre; es verdad que la última
localización fue la ciudad de Naín,
pero entre esa escena y la de la pecadora parece haber pasado tiempo, el
suficiente para que Jesús utilice la resurrección de un muerto como signo del
reino en la respuesta a los mensajeros de Juan.
-En el mismo Lucas, 8,2, se
menciona por primera vez a María Magdalena -a la que se supone conocida- como
una mujer de la que Jesús hizo salir siete demonios. «Magdalena» la identifica
como del poblado de Magdala, actual Mejdal, una aldea en la costa del
Mar de Galilea, no mencionada en otras partes de la Biblia. Forma parte también
del grupo de mujeres (en número indeterminado, aunque identifica a tres) que
anuncia a los apóstoles y discípulos la resurrección (Lc 24,10). Esta misma María
Magdalena aparece mencionada en los otros tres evangelios: en Mateo 27-28
también como testigo de la muerte y resurrección, junto con otras mujeres; lo
mismo en Marcos 15-16; también en Juan aparece asociada al anuncio de la resurrección,
pero con la importante variación de que es la única que está allí, no entre
otras mujeres, además de que sostiene el impactante diálogo con Jesús
resucitado, a quien confunde con el jardinero (Jn 20,1-18).
-María (aunque nunca
llamada Magdalena) es también el nombre de una de las hermanas de Lázaro, de
quien la otra es Marta. Es la hermana «contemplativa», a tenor de la escena de
Lucas 10,38-42 (si es que estas dos hermanas son las mismas Marta y María hermanas
de Lázaro, que es lo que se considera habitualmente). Esta María, en Juan 12,3,
unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos. Esta escena se considera
normalmente la misma que la llamada «unción en Betania» (Mt 26,6-13; Mc 14,3-9), aunque
debe tenerse presente que en la escena tal como la cuentan los sinópticos la
mujer que unge a Jesús no se supone conocida.
Con estos tres referentes
la tradición interpretativa ha hecho distintas combinaciones:
En las iglesias orientales (incluyendo la católica), no se condsidera que las tres sean la misma, sino que en la fecha de hoy se celebra a María «la del jarrón de alabastro», es decir, la anónima primera de la lista, a la que eventualmente se identifica, pero no siempre, con María Magdalena, mientras que «María de Betania» (es decir, la hermana de Lázaro y Marta) se celebra en otras fechas (4 de octubre los ortodoxos, 22 de octubre los armenios); también el nuevo Martirologio Romano distingue a esta María de Betania de las otras dos (es decir, la Magdalena y la anónima) y la celebra el 29 de julio, junto con Lázaro y Marta, fecha en la que antes celebrábamos sólo a Marta.
En Occidente, san Gregorio Magno identificó a las tres mujeres en una sola, y ésa es la tradición que ha primado durante siglos entre nosotros. Sin embargo no todos los Padres estuvieron de acuerdo con eso, san Agustín y san Jerónimo, por ejemplo, no indican que se trate de la misma mujer; sin embargo san Agustín opina (en «La concordancia de los Evangelios», cap 2) que María de Betania y la pecadora anónima de Lucas 7 sí son la misma mujer.
En las iglesias orientales (incluyendo la católica), no se condsidera que las tres sean la misma, sino que en la fecha de hoy se celebra a María «la del jarrón de alabastro», es decir, la anónima primera de la lista, a la que eventualmente se identifica, pero no siempre, con María Magdalena, mientras que «María de Betania» (es decir, la hermana de Lázaro y Marta) se celebra en otras fechas (4 de octubre los ortodoxos, 22 de octubre los armenios); también el nuevo Martirologio Romano distingue a esta María de Betania de las otras dos (es decir, la Magdalena y la anónima) y la celebra el 29 de julio, junto con Lázaro y Marta, fecha en la que antes celebrábamos sólo a Marta.
En Occidente, san Gregorio Magno identificó a las tres mujeres en una sola, y ésa es la tradición que ha primado durante siglos entre nosotros. Sin embargo no todos los Padres estuvieron de acuerdo con eso, san Agustín y san Jerónimo, por ejemplo, no indican que se trate de la misma mujer; sin embargo san Agustín opina (en «La concordancia de los Evangelios», cap 2) que María de Betania y la pecadora anónima de Lucas 7 sí son la misma mujer.
En la actualidad es
preferible admitir -desde el punto de vista del relato bíblico- que se trata de
tres personas distintas: a dos de ellas las celebramos en el santoral, y una
tercera queda sin celebración: a María de Betania,
como ya he dicho, el 29 de julio, y a María de Magdala, hoy. Claramente el elogio del
Martirologio Romano de hoy explicita no más que lo que puede atribuirse a María
la de Magdala: de ella el Señor expulsó
siete demonios, y fue la que anunció la resurrección a los apóstoles y
discípulos. La anónima pecadora pública de Lucas 7 -que bien puede ser un
personaje parabólico- ha quedado sin entrada en el Martirologio actual.
Debe tenerse presente, de
todos modos, que la iconografía y la leyenda no tienen distinguidos a los
personajes, y por tanto presentarán a una con los rasgos de la otra. Así, lo
primero que «sabemos» sobre la Magdalena es que era prostituta. La verdad es que
de ninguna de todas estas mujeres mencionadas se dice que haya sido prostituta,
pero si a alguna le cabe el mote es a la anónima «pecadora pública» de Lucas 7,
más que a la Magdalena; siempre teniendo en cuenta que la prostitución no es el
único pecado público posible, podría haber estado casada con un publicano, por
ejemplo, o ser rea de cualquier otro pecado público...
La «leyenda áurea» se hace
eco de una tradición medieval completamente espuria, pero que sin embargo la
encontraremos refleajada en la literatura y en el
cine hasta la actualidad: María Magdalena habría sido la prometida de Juan;
cuando éste sigue a Jesús, ella, «...despechada al verse abandonada por su
prometido, se entregó a todos los vicios. Pero, como no convenía que la vocación
de san Juan fuese la ocasión de la condenación de María Magdalena, Nuestro
Señor la movió misericordiosamente a la penitencia. Y, dado que María Magdalena
había hecho de la carne su mayor deleite, Cristo le concedió sobre todos los
dones el don del amor a Dios, que es el mayor deleite espiritual» (Leyenda
áurea, fragmento citado en Butler).
La alegoría, prolífico
método de interpretación bíblica que consigue armonizar todo con todo, fue
ampliamente utilizada para poder compaginar los tres personajes en uno solo,
así, para san Gregorio Magno (y para otros autores): «¿Qué se entiende por siete
demonios, sino todos los vicios? Pues como en siete días se presenta todo el
tiempo, así el número siete representa la universalidad. María tuvo siete
demonios, porque había cometido toda clase de pecados.» (Homilía sobre los
evangelios, 33, citada en Catena
Áurea a Lc 8,3), con lo cual, como se
ve, se termina pudiendo convertir una endemoniada en una pecadora pública...
De María Magdalena sólo
sabemos que había estado endemoniada y Jesús le practicó exorcismo, escena que
no se nos cuenta; el hecho, claro, no tiene nada de especial: Jesús practicó,
según leemos en los evangelios, muchos exorcismos, e incluso en algún caso echó
muchos demonios al mismo tiempo (ver el caso de «Legión», en Mc 5, uno de los
más curiosos exorcismos de Jesús); si preferimos una interpretación más
«naturalista», hablar de que «expulsó de ella siete demonios» supone que era
víctima de una enfermedad muy grave. En todo caso su papel en los evangelios no
está centrado en su época anterior al discipulado -como en la tradición
posterior, que desplaza el centro de interés hacia su estado de pecado o de
prostitución, en la versión identificada tradicional, claro-, sino en el
especial papel que cumple como discípula: anunciar la resurrección. Es verdad
que en los tres sinópticos esa función no es exclusiva de ella, pero de ella
puede decirse, al menos, que es identificada fehacientemente:
-Mateo 28.1: «Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.»
-Marcos 16,1: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle.» (bien es verdad que, como veremos, Marcos conoce una tradición ligada de manera exclusiva a la Magdalena)
-Lucas 24,1.10: «El primer día de la semana, muy de mañana, fueron [las mujeres] al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. [...] Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.».
-Mateo 28.1: «Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.»
-Marcos 16,1: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle.» (bien es verdad que, como veremos, Marcos conoce una tradición ligada de manera exclusiva a la Magdalena)
-Lucas 24,1.10: «El primer día de la semana, muy de mañana, fueron [las mujeres] al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. [...] Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.».
Juan, en cambio, se ciñe a
una tradición que tiene a María Magdalena como centro de la escena: «El primer
día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía
estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.» (20,1). No es todavía ésta
la escena en la que Jesús dialoga con ella, sino que ella anuncia a los
discípulos la tumba vacía (no todavía la resurrección), Juan 20,2; luego Pedro
y Juan verifican ese anuncio y comprenden que se trata de la resurrección
(20,9), y recién después se produce la aparición de Jesús resucitado a María
Magdalena (Jn 20,11ss). Como se ve, el
orden de la información sigue un cuidadoso plan catequético: evidencia de la
tumba vacía (signo); penetración espiritual en la resurrección (significado),
de la mano de los apóstoles; búsqueda del Señor, revelación (por parte de
Jesús), reconocimiento (por parte de María). Estas etapas no pueden mezclarse,
ni están dispuestas al azar. San Marcos también conoce la tradición de la
aparición exclusiva a María Magdalena, y la consigna en 16,9 («Jesús resucitó
en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María
Magdalena, de la que había echado siete demonios.») pero no elabora la escena
con la profundidad catequística y el detalle con que lo hace Juan.
Cabría preguntarse por qué
María Magdalena tiene tanta importancia en el evangelio de San Juan. Quizás fue
un personaje prominente de la comunidad que rodeó al surgimiento de ese
evangelio. De hecho alguna tradición (pero hay que tomar esas tradiciones siempre
con pinzas) asegura que fue a vivir a Éfeso con Juan y la Virgen, siempre dando
por supuesto, como ocurre con todas las tradiciones de los siglos II y III, que
el autor del evangelio de Juan es el mismo que el apóstol Juan y que el
Discípulo Amado y que por lo tanto la Virgen fue a vivir como «madre donada en
la cruz» del apóstol Juan. Aunque no puedan tomarse estas tradiciones como
recuerdos exactos de hechos históricos, posiblemente la localización en Éfeso
ayude a entender al especial vinculación de María Magdalena y el evangelio Joánico, una de cuyas etapas tuvo,
según afirman los estudiosos, su centro en la ciudad de Éfeso. Según la
tradición oriental, allí habría muerto la santa.
La escena del
reconocimiento del resucitado, protagonizada por María Magdalena y que sólo
detalla extensamente Juan, es especialmente bella, difícil resistirse a leerla
una vez más:
«Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré."
Jesús le dice: "María." Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuní" - que quiere decir: "Maestro" -.
Dícele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios."
Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.» (20,11-18)
El «no me toques» es una de las frases que más tinta ha hecho correr en los comentarios, desde interpretaciones literarias, a alegóricas y moralizantes; el sentido literal más obvio parece que es el que expresa san Juan Crisóstomo: «Esta mujer quería tratar todavía al Señor como antes de su pasión, y preocupada con el gozo no comprendía el admirable cambio operado en la humanidad de Jesús resucitado»; sin embargo, algún otro sentido menos obvio debe esconder la escena, puesto que, ni siquiera en el contexto del evangelio de Juan, se niega a los discípulos que lo puedan tocar resucitado, e incluso Jesús invita a Tomás a que lo haga para verificar su identidad . He aventurado en algunas ocasiones la hipótesis de lectura (pero debe tomarse exclusivamente como eso, como una hipótesis de lectura que debe ser desarrollada con cuidado, para no imponerle a Juan sentidos que no haya pretendido), que el «no me toques» puede relacionarse tipológicamente con el «ni lo toquéis» que agrega la mujer del Génesis al mandato de Dios (Gn 3,3). Podría tratarse de una inversión irónica: así como con el «ni lo toquéis» la mujer se distancia de la captación profunda del mandato divino y convierte al fruto en un objeto tabú, así en esta escena es el propio Dios quien «agrega» el «no toques», hasta que se consume la totalidad del camino de salvación abierto en Génesis. Vuelvo a repetir que no hay en esto más que la indicación de una hipótesis de lectura, sugerida además por la ubicación de las dos escenas en un huerto. María Magdalena se constituiría así en una de las «contrafiguras» (antitypoi) de Eva.
«Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré."
Jesús le dice: "María." Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuní" - que quiere decir: "Maestro" -.
Dícele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios."
Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.» (20,11-18)
El «no me toques» es una de las frases que más tinta ha hecho correr en los comentarios, desde interpretaciones literarias, a alegóricas y moralizantes; el sentido literal más obvio parece que es el que expresa san Juan Crisóstomo: «Esta mujer quería tratar todavía al Señor como antes de su pasión, y preocupada con el gozo no comprendía el admirable cambio operado en la humanidad de Jesús resucitado»; sin embargo, algún otro sentido menos obvio debe esconder la escena, puesto que, ni siquiera en el contexto del evangelio de Juan, se niega a los discípulos que lo puedan tocar resucitado, e incluso Jesús invita a Tomás a que lo haga para verificar su identidad . He aventurado en algunas ocasiones la hipótesis de lectura (pero debe tomarse exclusivamente como eso, como una hipótesis de lectura que debe ser desarrollada con cuidado, para no imponerle a Juan sentidos que no haya pretendido), que el «no me toques» puede relacionarse tipológicamente con el «ni lo toquéis» que agrega la mujer del Génesis al mandato de Dios (Gn 3,3). Podría tratarse de una inversión irónica: así como con el «ni lo toquéis» la mujer se distancia de la captación profunda del mandato divino y convierte al fruto en un objeto tabú, así en esta escena es el propio Dios quien «agrega» el «no toques», hasta que se consume la totalidad del camino de salvación abierto en Génesis. Vuelvo a repetir que no hay en esto más que la indicación de una hipótesis de lectura, sugerida además por la ubicación de las dos escenas en un huerto. María Magdalena se constituiría así en una de las «contrafiguras» (antitypoi) de Eva.
Para finalizar, aunque no
merezca el más mínimo crédito, no puede dejar de mencionarse la tradición que
hace a María Magdalena (junto con Marta y Lázaro, supuesta la identificación de
la que hablaba al inicio) evangelizadora del sur de la Galia (Provenza), donde
pasó los últimos treinta años de su vida, y donde habría finalmente muerto, no
sin antes ser trasladada milagrosamente desde la caverna de Sainte Baume, donde vivía, a la capilla
de San Maximino para recibir los últimos sacramentos. En palabras del Butler:
«La primera mención del
viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las
pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la
leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A
partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena
se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano
de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad
es muy popular la peregrinación a dicho convento y a La Sainte Baume. Pero las investigaciones
modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se
pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos
del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local
francesa, hay que confesar que se trata de una fábula.» (Butler-Guinea, tomo
III, pág. 170).
Sobre María Magdalena se
han escrito desde trabajos exegéticos y teológicos, hasta literatura buena,
mediocre, pésima, y auténticos divagues; hay muchas páginas de internet,
incluso católicas, que siguen difudiendo, como si de cuestiones de fe se trataran, afirmaciones sobre
el personaje que ya no sólo no son aceptables, sino que ni siquiera siguen
debatidas. Una buena compilación de estas opiniones, contadas con sentido
crítico, las tenemos en el artículo dedicado a María Magdalena en el
Butler-Guinea, donde me he inspirado no poco para este trabajo (no lo he
utilizado literalmmente porque, aunque no está de
acuerdo con ello, todavía supone la identidad entre las María de Betania y de Magdala, porque de hecho así lo
suponía el Martirologio en aquel momento), recomiendo su lectura, y allí mismo
hay bibliografía que sigue vigente para la cuestión de las reliquias de la
santa; puede ser muy útil la lectura de «La comunidad del Discípulo Amado», de
Raymond Brown, para adentrarse en la profundidad simbólica de los personajes
que aparecen tan destacados en el Evangelio, como es María Magdalena. Como
siempre, una introducción a la lectura directa de los evangelios, en los
pasajes citados, es fundamental; en este caso puede ser recomendable el Nuevo
Comentario Bíblico San Jerónimo (2004), más que el clásico, ya que en lo
tocante a la identidad entre la Magdalena, la de Betania y la anónima pecadora hay ya
suficientes avances en las últimas décadas como para que no haga falta centrar
la exégesis en ese problema, en definitiva secundario. para un florilegio de
las opiniones de los Padres respecto de la Magdalena en los pasajes citados, lo
más fácil de acceder es la Catena
Áurea de santo Tomás.
OOOOOOOOOOOOOOOOOO
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