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domingo 06 Abril 2014
San Pedro de Verona
Nació en 1205 en Verona cuando los cátaros propagaban el
maniqueísmo. En su propia familia tenía a los enemigos de la fe ya que había
quedado atrapada por las consignas de la herejía. Pero sus padres fueron
respetuosos, abiertos y generosos permitiéndole cursar estudios en un centro
católico. De allí salió pertrechado con una gran preparación que le permitiría
hacer frente a los opositores con el rigor debido. Un tío suyo, cátaro
convencido, tuvo ocasión de constatar de primera mano lo consolidados que
estaban los principios en el ánimo del adolescente que recitó con fervor el
símbolo de la fe nicena. Al escucharle, este pariente quedó impresionado por la
contundencia de los argumentos esgrimidos, y no ocultó su inquietud. Más tarde,
siendo Pedro estudiante universitario en Bolonia, compañías poco aconsejables
le jugaron malas pasadas y se vio asaltado por distintas tentaciones. Pero ese
tiempo no se dilató. Dios tenía para él grandes misiones. La Orden de
Predicadores estaba en su apogeo en el momento en que el joven, que tenía 16
años, conoció a Domingo de Guzmán. Seducido por sus palabras se hizo dominico y
recibió el hábito que le impuso personalmente el santo. Si de niño se había
destacado por su inteligencia, sinceridad y firmeza en sus decisiones, como
religioso cumplió con estricta fidelidad su compromiso. Tomó el evangelio, se
aplicó en el estudio y mantuvo vivo un estado de oración. Además, buscando una
penitencia radical, se abrazó a las austeridades como había hecho su fundador.
De manera concienzuda preparaba ante Cristo su predicación,
para lo cual se recogía durante la noche meditando y orando ante Él. Mientras
evangelizaba en Lombardía, en estas cotidianas vigilias que tenían lugar en su
celda, hallándose en estado de contemplación se le presentaron tres santas que
fueron martirizadas: Inés, Cecilia y Catalina de Alejandría, con las cuales
mantuvo un diálogo. Informado el prior por otros frailes, que habían escuchado
voces tras los muros, fue severamente reprendido en el capítulo. Le
recriminaron por haber violado la clausura amén de introducir a mujeres en su
humilde aposento. Se juzgó con severidad esta supuesta imprudencia que revestía
innegable gravedad para un consagrado. Él guardó escrupuloso silencio y acogió
obedientemente su traslado al convento de la Marca Ancona. Le habían prohibido
predicar, de modo que se dedicó a estudiar con más ahínco. Suplicaba a Dios con
insistencia. El peso del apego a la fama era importante. Él conocía su
inocencia, pero, ¿qué pensarían los demás? Un día se dirigió al crucifijo y
mostró su desconsuelo: «Señor, Tú sabes que no soy culpable. ¿Por qué permites
que me calumnien?». Jesús respondió: «¿Y qué hice yo, Pedro, para merecer la
pasión y la muerte?». Impactado por estas palabras, se sintió avergonzado y
afligido. También salió fortalecido para afrontar la pena. Poco tiempo después
quedó al descubierto su inocencia.Volvió a la predicación y cosechó mayores
frutos apostólicos. Ordenado sacerdote, y siendo hombre de diálogo, comenzó a
difundir el evangelio por la Toscana, Milanesado y la Romaña. Su objetivo
primordial eran los cátaros. Fueron incontables los herejes que volvieron a la
Iglesia tras escuchar sus palabras. Uno de ellos Rainiero de Piacenza. Las
multitudes buscaban su curación espiritual y física tratando de acceder a él
aunque para ello tenían que abrirse paso a empujones. Él mismo tenía que ser
izado porque de otro modo habrían podido arrollarle. Las iglesias y espacios al
aire libre servían a los fieles para acoger jubilosos a este gran confesor.
Tenía para cada uno de los penitentes el juicio justo, sabio, encarnado en el
amor misericordioso de Dios. En la intensa labor evangelizadora que llevaba a
cabo su virtud le precedía. Creó las «Asociaciones de la fe» y la «Cofradía
para la alabanza de la Virgen María».
A lo largo de su vida experimentó muy diversas pruebas,
menosprecios y ataques. Pero amaba a Cristo y nada trocó su voluntad. Llegó a
ser superior de los conventos de Piacenza, Como y Génova. Predicó por Roma,
Florencia, Milán… Por todos los lugares iba dejando una estela de milagros, don
con el que fue agraciado. Alguna vez personas maliciosas intentaron tentarle
fingiendo una enfermedad. Es lo que hizo un hereje en Milán que gozaba de buena
salud. Si lograba confundir al santo, lo dejaría en evidencia. Pedro le dijo:
«Ruego al Señor de todo lo creado, que si tu enfermedad no es verdadera, te
trate como lo mereces». Inmediatamente sufrió el mentiroso los síntomas de la
lesión que simuló, y rogó la curación que en ese momento precisaba para huir de
tan punzantes dolores. Compadecido el santo de su arrepentimiento, trazó la
señal de la cruz y le liberó del mal. Además, logró su conversión. A Pedro
siempre le acompañó su sed de martirio que no dudaba en suplicar le fuera
concedida. En 1232 Gregorio IX, que lo conocía, le nombró inquisidor general
(como luego hizo Inocencio IV), lo que suscitó muchas enemistades. Incluso hubo
una conjura para asesinarle.
Veinte años más tarde, mientras predicaba en Como, fue
informado de que se conspiraba contra su vida tasada en 40 libras milanesas.
Respondió sin inmutarse: «Dejadles tranquilos; después de muerto seré todavía
más poderoso».Transcurridos quince días, concretamente el 6 de abril de 1252,
cuando regresaba a Milán desde Como, convento del que era prior, cerca de la
localidad de Barlassina recibió dos hachazos en la cabeza que le asestaron los
enemigos de la fe. Sangrando, pero aún con vida, recitaba el Credo y, según narran
las crónicas, a punto de expirar con su propia sangre escribió con un dedo en
el suelo: «Credo in Deum». Tenía 46 años. El 25 de marzo del 1253, al año
siguiente de su muerte, fue canonizado por Inocencio IV. Es protomártir de la
orden dominicana. Carino, ejecutor del santo, se arrepintió después, y se hizo
dominico. Sus signos visibles de virtud hicieron que fuese venerado por parte
del pueblo.
Oremos
« En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus
mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de
Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe;
porque, ¿ quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? « 1Juan 5, 3–5
Señor, tú que ha hecho hermosa a la Iglesia al glorificar con el triunfo
del martirio a San Pedro de Verona concédenos, te rogamos, que así como a él le
diste la gracia de imitar con su muerte la pasión de Cristo, alcancemos
nosotros, siguiendo las huellas de tu mártir, los premios eternos. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.
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Santo(s)
del día
Los Mártires de Persia
San Pedro de Verona
San Hegesipo Roma
San Samuel Profeta
San Eutiquio, 582.
San Timoteo Macedonia
Mártires persas
San Platónides
San Marcelino Mártir
San Guillermo Dinamarca
San Winebaldo
San Gerardo Rouen
San Prudencio Galindo
Beato Miguel Rua
San Celestino I
Beata Pierina Morosini
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