Miércoles 30 Abril 2014
San José Benito de Cottolengo
Como San Juan Bosco, San Luis Orione y San Leonardo Murialdo,
San José Benito Cottolengo vino al mundo en el Piamonte, una región marcada por
los avatares trágicos de la Revolución Francesa, donde en el siglo XIX llevó a
cabo una heroica labor en pro del desamparado y el necesitado
El 3 de mayo de 1786 vino al mundo en la pequeña población de
Bra, provincia de Cuneo, José Benito Cottolengo, el primero de los doce hijos
de un comerciante de lanas y de una devota y piadosa dama piamontesa de quien
aprendió los principios de la Fe cristiana.
La infancia y adolescencia del muchacho estuvieron marcadas
por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, que estremeció al Piamonte
casi tanto como a la misma Francia, y por la posterior invasión napoleónica que
sujetó toda Europa a su dominio.
Encontrándose su tierra sometida al imperio francés, José
Benito debió cursar sus estudios sacerdotales en la clandestinidad y como no le
resultaron fáciles se encomendó a Santo Tomás de Aquino. ¡Su intercesión ante
Dios fue tan eficaz que aprobó con éxito todos los exámenes!
El 8 de junio de 1811 fue ordenado sacerdote en la capilla del
seminario de Turín y al poco tiempo se lo designó vicepárroco de Corneliano
d’Alba. Doctorado en Teología en 1816, fue convocado a integrar la Congregación
de los Canónicos de la iglesia de Corpus Domini en Torino (Turín), pero
rápidamente comenzó a sentir una profunda insatisfacción por lo que suponía era
una suerte de inacción de su parte. En esas circunstancias comenzó a
profundizar y meditar sobre las grandezasde la vida y las enseñanzas de San
Vicente de Paul, actitud que, según sus biógrafos lo condujo a una madurez
espiritual sin precedentes.
Fue entonces que ocurrió un hecho que habría de marcarlo para
toda la vida. El 2 de septiembre de 1827, una humilde mujer de origen francés
que viajaba desde Milán a Lyon con su esposo y sus tres hijos, llamó a las
puertas de su parroquia en busca de auxilio. La mujer, gravemente enferma, se
hallaba en el sexto mes de embarazo y necesitaba urgente atención. Benito al
verla en ese estado la condujo en su carruaje hasta el cercano hospital de
tuberculosos con la intención de que la atendiesen lo más rápidamente posible
pero, grande fue su sorpresa cuando sus autoridades le manifestaron que no estaban
en condiciones de hacerlo por tratarse de una extranjera que no reunía los
requisitos legales para ser internada. Además, dada su extrema pobreza, no
podía costearse ningún tratamiento. De inmediato, partió Benito rumbo a otro
nosocomio, el Hospicio de Maternidad, donde obtuvo los mismos resultados.
Afligido, hizo nuevos intentos en otras instituciones sanitarias pero todo fue
en vano: la pobre mujer expiró en sus brazos tras una larga agonía y mucho
sufrimiento.
Grande fue su desconsuelo, tremendo su dolor; dolor que se
tornó insoportable al ver los rostros desolados del marido y los tres niños,
ahora huérfanos. «Esto no puede volver a
ocurrir. Debo hacer algo para que la gente desamparada tenga un sitio al que acudir», pensó Benito,
atormentado por el recuerdo de la mujer
muerta en sus brazos.
El 17 de enero de 1828 José Benito Cottolengo alquiló a un
particular una sencilla habitación frente a la iglesia parroquialy en ella
instaló cuatro camas, abriendo de esa manera un pequeño hospital llamado la
«Valle Rossa». Lo asistían el médico Lorenzo Granetti y el farmacéutico Pablo
Anglesio, bajo la atentadirección de doña Mariana Nasi Pullini, rica viuda de
la región que efectuó los primeros aportes a la naciente obra, llamada en un
primer momento Damas de la Caridad. La
institución fue creciendo y al cabo de tres años contaba con 210 internados y 170 asistentes.
Necesitado de más colaboración, el P. Benito fundó una
congregación dedicada exclusivamente a prestar asistencia al nosocomio
recientemente fundado y designó superiora a Mariana Nasi.
En 1831 estalló una epidemia de cólera que azotó ferozmente a
Turín. Las autoridades, temerosas de que el hospital se convirtiese en un
centro de propagación del temible flagelo, ordenaron clausurarlo y dejaron una
vez más a los pobres enfermos totalmente desamparados.
Lejos de amilanarse, Cottolengo se encaminó al barrio de
Valdocco, por entonces en las afueras de la ciudad, y allí fundó la Pequeña
Casa de la Divina Providencia«La caridad de Cristo nos anima». que, andando el
tiempo, habría de convertirse en un magnífico hospital con capacidad para
10.000 pacientes. Y sobre sus puertas mandó esculpir las palabras de San Pablo:
Su fuerza de espíritu y la ayuda de almas caritativas le
permitieron inaugurar nuevos pabellones que engrandecieron considerablemente el
establecimiento. Así vieron la luz la Casa de la Esperanza, la Casa de la Fe, la Casa de
Nuestra Señora y el Arca de Noé, donde
fueron internados pacientes de extrema pobreza. El pabellón denominado Amigos Queridos fue destinado a
los enfermos mentales, siguiéndole el de
los huérfanos, los inválidos, los desamparados y los sordomudos.
Tal fue la grandeza y amplitud de la obra que un escritor
francés de visita en Turín en aquellos días manifestó asombrado: «Esto es la
universidad de la caridad cristiana».
San Benito José Cottolengo
Los restos del santo
se encuentran en una imagen de cera dentro de un relicario de cristal en la Piccola Casa della Divina
Providenza, en la via Cottolengo de Turín
Hechos prodigiosos
El Padre Cottolengo jamás llevó cuentas ni hizo inversiones.
Solía gastar todo en su obra sin guardar nada para el día siguiente. En cierta
oportunidad uno de sus asistentes le dijo que no había alimento para los
enfermos y que la situación era apremiante. El padre Benito reu-nió a la
comunidad y preguntó si alguno de los presentes tenía dinero. Cuando alguien le
dio un par de billetes los alzó a la vista de todos y los arrojó por la
ventana. Poco después llegó desde la ciudad todo lo necesario para los
internados.
Otro día, a la misma hora, ocurrió un hecho similar. No había
nada para los pacientes. En vista de ello el santo se retiró con sus religiosas
y algunos enfermos a rezar. Y enfrascado se hallaba en sus oraciones cuando
cerca del medio día se detuvieron frente al hospicio ¡varios carros del
ejército con el almuerzo que los regimientos no iban a utilizar por encontrarse
en maniobras a mucha distancia!
Rumbo a los altares
Tanto trabajo y tanta vocación, minaron la salud de
Cottolengo. Intuyendo que su fin estaba cerca, escribió al conde Castegnetto
manifestándole, entre otras cosas, que temía llegar a la siguiente Pascua sin
ver extendida la mano de Dios sobre la Pequeña
Casa. Hacía alusión a un importante crédito que se debíacubrir y que lo
tenía sumamente angustiado. Y una vez más el Señor respondió a su pedido ya que
a los pocos días el rey Víctor Manuel le envió sorpresivamente 5.000 liras,
seguidas de otras 36.000 que le dejaba en herencia el canónico Valletti. Para
la Pascua, ¡el crédito estaba cubierto!.
En 1842 la peste de tifus se abatió sobre Turín. San José
Benito enfermó y el 30 de abril falleció, a los 56 años de edad, después de
recibir la Unción de los Enfermos en Chieri, el día anterior. Esa misma tarde
se casaba el rey Víctor Manuel y para no amargar tan fastuoso acontecimiento,
su cuerpo fue trasladado en el más absoluto silencio a la capilla de la Pequeña
Casa donde fue velado sin pompa y con
sencillez.
El 29 de abril de 1917 el Papa Benedicto XIV lo declaró beato
y el 19 de marzo de 1934 Pío XI lo proclamó santo.
San José Benito Cottolengo conoció y trabó amistad con otro
hombre de Dios, San Juan Bosco, a través del cual un discípulo de este último,
el joven estudiante Luis Orione, supo de sus obras, su grandeza y su fortaleza
espiritual. Y tanto fue lo que Cottolengo influenció en el futuro seminarista,
que cuando varios años después él mismo inició su camino de santidad, bautizó a
su naciente congregación con el nombre de Pequeña Obra de la Divina
Providencia, en recuerdo de la fundada
por el gran apóstol de Valdocco.
Hoy se denomina a las
instituciones que cobijan a huérfanos y desvalidos con el nombre de
«cottolengos», prueba evidente de la
grandeza de su mentor.
El Piamonte es tierra de grandes santos que hicieron de la
piedad y la ayuda al necesitado, su cruzada y evangelio. San José Benito
Cottolengo fue quizás el precursor de todos ellos.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a
San José Benito de Cottolengo para que manifestara a sus hermanos el camino que
conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo,
nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros
hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santo(s) del día
San José Benito de Cottolengo
San Pío V
San Amador España
Santa Guyart
Beata Mallinckrod
San Mariano (s. III)
San Eutropio Saintes
San Lorenzo Novara
San Afrodiso
San Máximo Éfeso
Santa Sofía Fermo
San Severo Nápoles
San Donato Albania
San Erkembaldo
Beata Sabina
San Ponce
Beato Raimundo
San Indalecio
San Aimón
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