Miércoles 24
Octubre 2012
San Antonio
María Claret
Pocas vidas
sacerdotales han sido tan probadas como la de
San Antonio María Claret. Nació
en Sallent en 1807
y trabajó en un principio como tejedor, entrando más tarde
en el seminario.
Ordenado de sacerdote en 1835, no tardó en hallar su camino
como predicador popular (1843).
Recorrería Cataluña durante cinco años, pasando más tarde a Canarias a
causa de los odios suscitados contra él por su palabra sin contemplaciones. En
1849, reunió en torno a sí a algunos sacerdotes, fundando el Instituto
misionero de los Hijos del Corazón Inmaculado de María. En 1850, el P. Claret
era nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. Había de consagrar seis años, al
apostolado de la gran isla, que recorrió sin descanso, predicando, confirmando
y fustigando los vicios y abusos económicos.
Nuevamente los odios, en especial por parte de los propietarios de
esclavos, le asaltaron. Por quince veces se atentó contra su vida. En 1857, le
correspondió una tarea inesperada: era elegido como confesor por la reina de
España Isabel II, mujer de costumbres relajadas. Tomó él con toda seriedad su
función de consejero espiritual de la corona, cosa que le valió nuevamente las
peores calumnias. Diez años más tarde
la revolución expulsaba a los Borbones y Antonio Claret debió partir al
destierro (1868). Pasó a residir en Francia, al principio en Pau, después en
París y finalmente en la abadía de Fuentefría (Ande), donde murió en 1870 sin
que el odio de sus enemigos dejara de acosarle. Es el último confesor de reyes que hay en el
santoral, el último confesor regio en una época en la que parece que no hay ya
monarcas santos; y confesor además de una reina, la española Isabel II, que no
se distinguió por su ejemplaridad. Toda una hazaña la de este catalán de
aspecto campesino y aIgo tosco en cuya vida se ha cebado la calumnia. Lo cual era inevitable. En pleno siglo XIX y
en la turbulenta España isabelina, vivir en el centro de la corte aun sin
querer hacer política era influir en la política nacional, al Padre Claret no
se lo perdonaron, y la historia y la literatura siguen repletas de ataques de
una tremenda malignidad, suponiéndole una especie de eminencia gris de la
voluble y desbrujulada Isabel. Su vida
es mucho más rica que el período madrileño; empieza siendo un joven entregado
al trabajo con un ardor singular, luego hay como una conversión, con dos
intentos de entrar en órdenes tan dispares - cartujos y jesuitas que ya bastan
para indicar que andaba lejos de su camino, hasta quedarse en cura de pueblo,
que es donde da toda su medida de apóstol.
El arzobispado de Cuba es una ampliación gigantesca de su actividad en
Viladrau, y por fin Madrid, la etapa que termina con el destierro y con su
intervención, ya al borde de la muerte, en el concilio Vaticano I. Infatigable
de actividad pastoral, fundador, catequista de la pluma, asiduo al confesionario,
taumaturgo, vidente, es un impresionante santo muy próximo a nosotros en el
tiempo.
Oremos
Dios
nuestro, que infundiste en San Antonio María Claret una gran fortaleza y una
admirable caridad para llevar à cabo la evangelización de los pueblos,
concédenos, por su intercesión, que busquemos siempre tu reino en todo lo que
hagamos y que nos dediquemos, con empeño, à ganar à nuestros hermanos para
Cristo. Que vive y reina contigo.
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