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Jueves 01
Noviembre 2012
Fiesta de
todos los Santos
DÍA 306 __SEMANA 44 __
La fiesta de
hoy se dedica a lo que san Juan describe como «una gran muchedumbre que nadie
podía contar, de todas las naciones, tribus y lenguas»; los que gozan de Dios,
canonizados o no, desconocidos las más de las veces por nosotros, pero
individualmente amados y redimidos por Dios, que conoce a cada uno de sus hijos
por su nombre y su afán de perfección.
Hay quien pone reparos a éste o aquél, reduce el número de las legiones
de mártires, supone un origen fabuloso para tal o cual figura venerada. La
Iglesia puede permitirse esos lujos, un solo santo en la tierra bastaría para
llenar de gozo al universo entero, y hay carretadas. ¡Aquellos veinticuatro carros repletos de
huesos de mártires que Bonifacio IV hace trasladar al Panteón del paganismo
para fundarlo de nuevo sobre cimientos de santidad! Montones, carretadas de
santos, sobreabundancia de cristianos de quienes ni siquiera por aproximación
conocemos el número, para los que faltan días en el calendario. Por eso hoy se aglomeran en la gran fiesta
común. Los humanamente ilustres, Pedro, Pablo, Agustín, Jerónimo, Francisco,
Domingo, Tomás, Ignacio, y los oscuros: el enfermo, el niño, la madre de
familia, un oficinista, un albañil, la monjita que nadie recuerda, gente que en
vida parecía tan gris, tan irreconocible, tan poco llamativa, la gente vulgar y
buena de todos los tiempos y todos los lugares. Cualquiera que en cualquier momento y
situación supo ser fiel sin que a su alrededor se enterara casi nadie,
cualquiera sobre quien, al morir, alguien quizá comentó en una frase
convencional: Era un santo. Y no sabíamos que se había dicho con tanta
propiedad. Cristianos anónimos que a su manera, a escala humana, se parecían a
Cristo. La solemnidad de Todos los
Santos nació en el siglo Vlll entre los celtas la Iglesia nos propone esta
Visión de gloria al comienzo del invierno, para invitarnos a vivir en la
esperanza de una primavera, más allá de la muerte. Quiere también que caigamos
en la cuenta de nuestra solidaridad con cuantos han pasado al mundo
invisible. Festejamos con alegría a los
Santos, pues creemos «que gozan de la gloria de la inmortalidad», en donde
interceden por nosotros. Cada Santo vive intensamente la visión de Dios y su
amor, mas su conjunto forma una ciudad, «la Jerusalén celeste», un Reino
abierto a cuantos vivan de acuerdo con las Bienaventuranzas. Son la Iglesia del
cielo. La Gloria de los «Santos,
nuestros hermanos», procede de Dios, cuya imagen reproduce cada uno de ellos de
una manera única. Por consiguiente, al venerarlos, proclamamos a Dios «admirable
y solo Santo entre todos los Santos». Todos fueron salvados por Cristo, todos
nacieron de su costado abierto. Este es el motivo por el que el lugar por
excelencia de comunión con los Santos es la Eucaristía. En ella les santificó el Señor Jesús con la
plenitud de su amor»; en ella podemos también nosotros suplicarle con humildad
a Dios que nos haga pasar «de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del
Reino de los cielos».
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