Miércoles 21
Noviembre 2012
Beato Andrés
Solá
_-DÍA 326
__SEMANA 47 __
Andrés que soñaba con la palma del martirio,
la alcanzó en México. Vino al mundo el 7 de octubre de 1895 en Taradell
(Barcelona, España). Sus padres, agricultores, educaron a sus once hijos en la
fe. Andrés era el tercero y desde niño mostró su inclinación a la consagración.
De hecho, en 1908 confesó a su padre que quería ser misionero.
Piadoso,
devoto de María, y responsable en sus estudios, entre otras virtudes que se
apreciaban en él, quienes le conocían más de cerca no debieron sorprenderse
cuando dio el paso definitivo hacia la vida religiosa. Ingresó en el seminario
de los claretianos después de quedar conmovido por la predicación de uno de
ellos. Y allí, mientras se formaba para ser sacerdote, tuvo ocasión de seguir
profundizando en el evangelio y aprender a desasirse de tendencias y salidas de
carácter que le dieron algunos disgustos.
Admitía
humildemente sus errores y se aplicaba en la fidelidad y obediencia. Era
agradecido, modesto, servicial y observante de la regla. Tenía gran nobleza, y
como «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12:34), de la suya
brotaban sueños e ilusiones apostólicas a cada paso que tenían como horizonte
la evangelización sustentada en su ardiente amor al Corazón de la Virgen María.
Eran frecuentes sus visitas al Sagrario y se le veía orar fervorosamente ante
el Santísimo.
Después de
ser ordenado sacerdote en 1922 tras una corta estancia de un año en Aranda de
Duero, partió a Veracruz donde llegó en agosto de 1923. Su gran devoción a
María le condujo al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe poniéndose bajo su
amparo. Ejerció su ministerio en México y en León (Guanajuato) por espacio de
unos cinco años, dedicado a los fieles y a las religiosas en una intensa labor
misionera en medio de una complicada situación política que afectaba de lleno a
la Iglesia con expresión concreta en los sacerdotes y religiosos, y de la que
tuvo noticia en diciembre de 1924. De hecho, en un primer momento, ya tuvo que
buscar amparo en casa de unas conocidas porque las autoridades gubernamentales
habían dictado una orden de expulsión.
En la
primavera de 1927 las dificultades lejos de suavizarse, empeoraron notablemente.
Tanto es así que fue instado por sus superiores para abandonar León y proseguir
su labor en México. Pero apenas hizo acto de presencia, le fue comunicada la
noticia de su eventual detención anunciada por carta. De modo que no tenía otro
horizonte que proteger su vida. Era valiente y así lo había mostrado en la
infancia y siendo religioso. Sus familiares y compañeros reconocerían después
de su muerte este nuevo matiz de su carácter que seguramente le hizo
minusvalorar el alcance de la amenaza que se cernía sobre él. Decidió
permanecer allí, con la prudencia debida, desde luego. Sin embargo esta cautela
no fue tenida en cuenta debidamente por las personas que le alojaban y al día
siguiente el efecto de su descuido conllevó la detención de Andrés.
Como ha sido
propio de quienes han derramado su sangre por Cristo dio testimonio inmediato
de su condición sacerdotal y se dispuso a beber el cáliz que le aguardaba. Era
el signo inequívoco de un hombre coherente con su vocación. Si en un momento
dado vino a su mente este sentimiento acerca del martirio: «¡Quién sabe si
ahora el Señor me concederá esta Gracia! Si así fuera, que acepte mi sangre por
el triunfo de la Iglesia Católica en México», el velo quedaba descorrido y
llegada su hora suprema. Fue ajusticiado el 25 de abril de 1927 en crudo
suplicio al que sobrevivió unas horas mientras repetía: «Jesús mío, Jesús mío,
por Ti muero». Herido de muerte, pero aún con vida, brazos bondadosos y
humanitarios le extrajeron del espeso «chapopote» (alquitrán) al que sus verdugos
le habían arrojado. Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005.
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