martes, 5 de agosto de 2014

5 AGOSTO

OOOOOOOOOOOOO


martes 05 Agosto 2014

Beato Federico Janssoone





Este franciscano, devoto de María, apóstol en Tierra Santa y en cuantas misiones le encomendaron, nació en la localidad francesa de
Ghyvelde, el 19 de noviembre de 1838. Sus padres eran unos honrados campesinos que gozaban de buena posición económica. Coherentes con su fe católica habían alentado la de sus numerosos hijos. Así Federico, siendo un adolescente, vio en el sacerdocio el más preciado ideal para su vida. Y después de cursar estudios en el colegio de Hazebrouck y en el Instituto de Ntra. Sra. de las Dunas, de Dunquerque, ingresó en el seminario. Tenía buena base, porque cuando hizo la Primera Comunión a la edad de 14 años había recibido una intensa y dilatada formación. Entonces hacía cuatro años que su padre había muerto. Y precisamente esta circunstancia que influyó en la economía doméstica le obligó a dejar aparcada su preparación eclesiástica. Su sentido de la responsabilidad le hizo ver que su familia precisaba de su ayuda para salir adelante. En 1861 fue su madre quien partió de este mundo, mientras su vocación franciscana se hacía cada vez más palpable en su interior. Entonces tenía 23 años y a los 26 dio cauce a este sentimiento ingresando en el convento de Amiens donde hizo el noviciado. Luego pasó por Limoges y por Bruges donde completó las etapas de su consagración. En 1868 emitió la profesión, y en 1870 recibió el sacramento del orden.
Una de sus primeras misiones fue el frente para asistir como capellán a los soldados que se batían en la guerra franco-prusiana. Cuando ésta culminó lo destinaron sucesivamente a Branday, a Burdeos, con el fin de abrir un nuevo convento, y a París donde se hizo cargo de la biblioteca. A partir de entonces su labor iba a desarrollarse lejos de Europa marcada con el mismo sello: el celo apostólico que había tenido hasta ese momento. Los cinco primeros años que pasó en Tierra Santa, desde 1876 hasta 1881, como vicario custodial de ese patrimonio incomparable de la fe que se halla bajo el amparo de los franciscanos, dejaron una profunda huella en su vida. Tras un periodo de estancia en Canadá donde recaudó limosnas para el sostenimiento de los Santos Lugares, además de implicar a los fieles en la tarea apostólica, volvió a Tierra Santa en 1882. Otros seis años de estancia en ella sirvieron, entre otras cosas, para poner al descubierto cualidades que anteriormente permanecieron veladas. De hecho, no se había presentado la ocasión de constatar su valía para el mundo diplomático, pero en ese periodo solventó asuntos delicados con notable éxito. Cuando volvió a Canadá en 1888 dejaba atrás obras como la iglesia de santa Catalina construida por él, y los reglamentos del Santo Sepulcro y de Belén. No regresó a Tierra Santa, pero siguió vinculado a ella en calidad de comisario.
El resto de su existencia discurrió en tierras canadienses, primero en Montreal y después en Trois-Rivières, Quebec. Su vida religiosa era un vivo testimonio de amor a Cristo. Era un hombre austero, que había encarnado el carisma franciscano admirablemente, sencillo, confiado, paciente, acogiendo las dificultades con paz, dispuesto a cumplir en todo momento la voluntad de Dios. Vivía el ideal de pobreza con rigor, y trataba con ternura a los pobres, que eran sus dilectos hermanos en Cristo. Adoraba con sumo fervor la Eucaristía y llevaba grabado en su corazón el amor a María. Con ese espíritu mariano alentó a los fieles a involucrarse en el culto, y a vivir piadosamente. Impulsó peregrinaciones al santuario de la Virgen Du-Cap, cercano a Trois-Rivières, que presidía; le servían para recordar a todos que se llega al Hijo a través de la Madre. También fue devoto del Sagrado Corazón de Jesús y de San José. Compartió estas tres dilecciones con la gente y se produjo un notable incremento de fieles que acudían a Jesús, María y José. Por mediación de la Virgen, Federico recibió gracias extraordinarias y se obraron milagrosas curaciones. Convirtió a muchas personas.
Asimismo, infundió gran amor a la adoración eucarística. Predicaba, impartía catequesis, asistía a fraternidades franciscanas seglares difundiendo el carisma al que se había abrazado. También redactaba escritos, y buscaba ayuda para erigir obras de gran calado como el santuario de la Virgen del Rosario, de Cap La Madeleine que logró convertir en el templo de la adoración perpetua de Québec, y el monasterio de las clarisas de Valleyfield. A instancias suyas se erigieron imponentes Via crucis en distintos lugares. Nada de ello habría salido adelante si no hubiese estado sumergido en la oración y en la penitencia. Murió en Montreal el 4 de agosto de 1916. Tenía 77 años. Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988. Sus restos se veneran en Trois-Rivières.



OOOOOOOOOOOO


martes 05 Agosto 2014
San Osvaldo de Northumbria



San Osvaldo de Northumbriamártir
En el lugar de Maserfield, posteriormente llamado Oswestria en su honor, en la región de Shropshire, en Inglaterra, san Osvaldo, mártir, el cual, siendo rey de Northumbria, ilustre en el arte militar, pero todavía más amante de la paz, divulgó con decisión la fe cristiana en aquel territorio y fue muerto en odio a Cristo mientras combatía contra los paganos.
El rey san Edwino pereció el año 633 en una batalla contra Penda y Cadwallon. Entonces, su sobrino Oswaldo determinó proseguir la obra de Edwino y tomar posesión de las regiones de Nortumbría. Oswaldo se había convertido sinceramente al cristianismo; así, en vez de traicionar a Cristo para ganarse a sus súbditos, como lo habían hecho sus desventurados hermanos, hizo cuanto pudo por ganarlos a la causa de Cristo. En tanto que Cadwallon saqueaba las provincias de Nortumbría, Oswaldo reunió un ejército relativamente pequeño y salió valientemente al encuentro del enemigo. El encuentro de los dos ejércitos tuvo lugar el año 634, a unos cinco kilómetros de Hexham, cerca de Rowley Burn. La víspera de la batalla, Oswaldo mandó hacer una gran cruz de madera, la plantó en la tierra y la sostuvo en tanto que sus hombres llenaban de tierra el agujero en que la había colocado. Una vez hecho esto, san Oswaldo gritó a sus soldados, entre los cuales había apenas un puñado de cristianos: «Postrémonos juntos a pedir al Dios verdadero y todopoderoso que nos defienda misericordiosamente de nuestros enemigos, ya que luchamos en defensa de nuestra vida y de nuestro país». Todos los soldados se arrodillaron. Esa misma noche, Oswaldo soñó que san Columba de lona tendía su manto sobre los soldados dormidos y le prometía la victoria para el día siguiente. Y así sucedió, en efecto. Dios bendijo a Oswaldo, cuyas tropas derrotaron al numeroso ejército de Cadwallon; este último pereció en la refriega. Como lo hace notar Beda, fue una buena señal que se llamase al sitio donde se había plantado la cruz «Campo Celeste», (aunque tal nombre data de una época posterior). La cruz fue el primer signo de cristianismo en la región, pues hasta entonces no se había visto jamás un altar o una iglesia en el reino de los bernicios. Con el tiempo se hizo muy famosa la cruz de san Oswaldo. En la época de san Beda, los enfermos solían beber agua en la que había una astilla de dicha cruz y muchos recobraban la salud. Después de la muerte del rey Oswaldo, los monjes de Hexham acostumbraban acudir al «Campo Celeste» la víspera del aniversario de la muerte del monarca; cantaban ahí por la noche, el oficio divino y al día siguiente celebraban la misa. Poco después de que Beda escribió estos detalles, se erigió ahí una iglesia.

San Oswaldo se consagró inmediatamente a restablecer el orden en sus dominios y a implantar en ellos el cristianismo. Como era natural, para la obra de evangelización pensó en Escocia y no en Canterbury, ya que ahí se había convertido al cristianismo. De Escocia le enviaron, pues, un obispo y varios sacerdotes para que predicasen y bautizasen a su pueblo. San Aidano, un monje de lona originario de Irlanda, fue el elegido para aquella ardua empresa. Dicho santo consiguió reparar con su mansedumbre el mal causado por otro monje que le había precedido, el cual trataba al pueblo con tal rudeza que, en vez de atraerlo, le había alejado de la fe que predicaba. El rey fijó la sede de Aidano en la isla de Lindisfarne. Como el nuevo obispo no conocía suficientemente el inglés, el monarca le sirvió personalmente de intérprete, al principio y traducía al pueblo sus sermones e instrucciones. «A partir de entonces, muchos escoceses (irlandeses) fueron a Inglaterra a predicar con gran fervor en los dominios del rey Oswaldo... Se construyeron numerosas iglesias; el pueblo se reunía a escuchar a los predicadores; el rey regaló tierras y dinero para la construcción de monasterios y los ingleses, así los nobles como los plebeyos, aprendieron las reglas y costumbres de la disciplina regular, pues casi todos los predicadores eran monjes.» (Beda).

Al mismo tiempo que gobernaba su reino temporal, Oswaldo oraba y trabajaba por ganar la eterna corona y, como oraba y daba gracias continuamente, se dice que se sentaba siempre con las manos sobre las rodillas y las palmas vueltas hacia el cielo. El reino de Nortumbría se extendió en aquella época hasta Firth of Forth, y el poder de Oswaldo llegó a ser tan grande, que los otros reyes de Inglaterra le consideraban nominalmente como su señor. Por ello, san Adamnán, en su vida de san Columba, llama a Oswaldo «Emperador de la Gran Bretaña». Beda narra el siguiente ejemplo de la caridad del monarca en medio de tanta prosperidad: un día de Pascua, en el momento que se sentaba a comer, un oficial le dijo que había a la puerta una gran multitud de pobres que pedían limosna. El rey les envió una enorme fuente de plata llena de carne y ordenó que se diese a cada uno una porción de carne y un fragmento del plato. Entonces san Aidán, que se hallaba con el rey, le tomó por la diestra y dijo: «Guarde Dios para siempre esta mano». Después de la muerte de San Oswaldo, se le cortó el brazo derecho, el cual permaneció incorrupto, por lo menos hasta la época de Simeón de Durham (c. 1136), en el monasterio de Peterborough. San Oswaldo se casó con Cineburga, hija de Cinegildo, el primer rey cristiano de Wessex. Oswaldo había sido padrino de bautismo de su suegro. Cineburga y Oswaldo tuvieron un hijo, Etelwoldo, quien fue rey de Deira e hizo poco honor a su padre.

Algunos años después del acceso de Oswaldo al trono, estalló una guerra contra el pagano Penda de Mercia y sus aliados. La contienda se prolongó hasta la batalla de Maserfield, donde fue derrotado el reducido ejército de san Oswaldo, quien pereció en la lucha. Cuando se vio rodeado de enemigos, Oswaldo hizo la última oración por las almas de sus soldados. Tal fue el origen del proverbio inglés que dice: «Señor, ten misericordia de sus almas, como dijo san Oswaldo al morir». La batalla de Maserfield tuvo lugar el 5 de agosto de 642; Oswaldo tenía treinta y ocho años. Sus reliquias se repartieron entre varios santuarios. Beda cuenta algunos de los milagros que se les atribuían. Era muy natural que aquel monarca que tanto se había preocupado en vida por los pobres y los enfermos, les restituyese la salud después de su muerte. Antiguamente se veneraba a san Oswaldo como héroe nacional de Inglaterra, y su culto se popularizó en Escocia, Irlanda, Portugal, el norte de Italia, Bohemia, el sur de Alemania y Suiza. El santo es el patrono de Zug, en Suiza. Su culto ha decaído un tanto, pero todavía se celebra su fiesta en varias diócesis de Inglaterra.

Lo que sabemos sobre san Oswaldo procede de la Historia Eclesiástica de Beda. Sin embargo, C. Plummer enumera varias biografías posteriores (vol. II, p. 161). En Acta Sanctorum, agosto, vol. II, puede verse la que escribió Drogo en el siglo XI; la de Reginaldo de Durham se encuentra en la edición que bizo Arnold de las obras de Simeón de Durham (Rolls Series). Plummer (pp. 159-160) estudia el culto de san Oswaldo en Europa Central. Las notas del mismo autor al texto de Beda son importantes, así como las de la edición hecha por Mayor y Lumby (1881). Acerca del culto del santo en Suiza, cf. el artículo de E. P. Baker en Archaelogia, vol. XCIII (1949), pp. 103-123; por lo que se refiere al norte de Italia, véase otro artículo del mismo autor en Archaeologia, vol. XCIV (1951), pp. 167-194.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



OOOOOOOOOOOOO

martes 05 Agosto 2014
San Páride de Teano

En
Teano, de la Campania, san Páride, obispo, que fue el primero, según se cree, en ocupar esta sede episcopal.


Una leyenda piadosa -sin valor histórico- cuenta que
Páride era ateniense, y se había ido a refugiar a Roma en tiempo de persecución, y allí fue consagrado obispo de Teano por el papa san Silvestre, no sin haber primero adquirido grandes méritos entre los habitantes de esta ciudad, en la que habría milagrosamente domesticado un enorme y terrible dragón que provocaba continuamente daños entre el pueblo.

 

Páride es considerado como el primer apóstol y patrono principal de la ciudad de Teano, donde habría muerto hacia el 346. Su cuerpo, conservado en la catedral, ha recibido culto inmemorial, y se ha difundido también por otros lugares, como Capua.

 

                                  OOOOOOOOOOOOOOOO                  

Santo(s) del día



OOOOOOOOOOOOOOO

No hay comentarios:

Publicar un comentario