Miércoles 15 Enero 2014
San Pablo de Tebas
San Pablo es venerado por la Iglesia como modelo de la vida
solitaria, por ser el primer ermitaño o anacoreta de quien habla la historia.
Nació en la Tebaida, hacia el año 228. Sus padres le dieron una esmerada
educación en las ciencias humanas, pero él cada día progresaba más en las
divinas. Quedó huérfano muy joven, heredero de los bienes paternos, de los que
muy pronto se desprendió totalmente para siempre.
Ante la persecución contra los cristianos decretada por el
emperador Decio, huyó al desierto. En principio su idea era estar allí sólo
hasta que amainase la persecución. Pero empezó a tomarle gusto al silencio del
desierto, a la oración sin estorbos. Perdió el miedo a las fieras que al
principio le asustaban. Y se quedó en el desierto, para no salir nunca más. Una
pléyade de anacoretas le seguirían, y "el desierto se cubrió de
flores".
Se adentró más y más en aquellas soledades. Encontró una cueva
como destinada para él por la divina Providencia, y determinó sepultarse en
ella para todos los días de su vida, sin otra ocupación que contemplar las
verdades eternas y gastar en oración los días y las noches.
Había a la entrada de la cueva una palmera que con sus hojas y
dátiles le daba para cubrirse y alimentarse. Más tarde cuenta la tradición que,
la divina Providencia, que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del
campo, dispuso que un cuervo, como al santo profeta Elías, le trajese cada día
medio pan, prodigio que duró hasta el día de su muerte.
Tenía Pablo 113 años y llevaba ya 90 en el desierto. Entonces
San Antonio, que tenía 90 años y vivía en otro desierto - la región de la
Tebaida estaba llena de anacoretas y cenobita - tuvo el deseo de saber si
habría algún otro anacoreta que viviese por aquellos agrestes parajes. Se
sintió inspirado por Dios y desafiando las fieras que, según San Jerónimo, le
salían al paso, caminó sin parar hasta dar con la cueva de Pablo. Así vencería
la tentación de vanagloria al creer que no había en todo el desierto otro más
antiguo y santo que él.
Una escena entrañable tuvo lugar entonces. Se abrazaron con
ternura los dos ancianos, se saludaron por sus nombres, y pasaron muchas horas
en oración y en santas conversaciones. En esto vieron llegar al cuervo con un
pan entero en el pico. Admirado Pablo, dijo: Alabado sea Dios. Hace 60 años que
este cuervo me trae medio pan cada día, pero hoy Jesucristo, en tu honor, ha
doblado la ración. Demos gracias a Dios por su bondad.
Pablo anunció a Antonio - sigue la leyenda dorada - que estaba
muy próxima su muerte, y le pidió que le trajese el manto de San Atanasio.
Cuando Antonio volvía con el manto, vio subir al cielo el alma de Pablo, llena
de esplendor. Llegó a la cueva, lo amortajó con el manto y, con la ayuda de dos
leones que abrieron la sepultura, lo enterró. Era el año 342. Antonio se quedó
con la túnica de Pablo, que luego vestía en las solemnidades.
San Jerónimo termina su relato comparando a los que tienen
fortunas fabulosas con la vida del más perfecto solitario de todos los tiempos.
Vosotros, les dice, lo tenéis todo, él no tenía nada. Pero el cielo se le ha
abierto a este pobre, a vosotros, en cambio, se os va a abrir el infierno. Por
mi parte, prefiero la túnica de Pablo a la púrpura de los reyes.
Velásquez inmortalizó con su pincel la figura de Pablo el
Tebano.
Oremos
Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Pablo de
Tebas nos estimule à una vida más perfecta y que cuantos celebramos su fiesta
sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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