Martes 07
Enero 2014
San Raimundo
de Peñafort
Vivió entre
sabios y santos. Tuvo la dicha de estar rodeado de hombres tan santos y sabios
como San Alberto Magno, que fue su profesor, y San Pedro Nolasco el que dirigió
su conciencia... En su tiempo vivían hombres que marcarán época como San
Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Tomás de Aquino, Antonio de Padua...
Nació por el
1180, muy cerquita de Villafranca del Panadés -Cataluña-, y hechos los estudios
en su pueblo, marchó a Barcelona para graduarse en leyes. A la vez que
aprendía, enseñaba la moral y las virtudes a los demás y así, casi sin darse
cuenta, formó escuela que después sería famosa en toda la ciudad Condal.
Marchó a
Bolonia para ampliar estudios y se dedicó de lleno al estudio de las leyes en
las que será un gran maestro. Ya había echado raíces en esta hermosa ciudad
italiana cuando apareció su Obispo de Barcelona, D. Berenguer de Palou, para
decirle: "Os necesito en Barcelona. Por favor, venid a ayudarme en la
dirección de la diócesis y en la corrección de sus defectos. Quiero y necesito
vuestra ayuda". Viendo que era la voluntad del Señor volvió a su tierra y
pronto su fama se extendió como en Bolonia.
Todos
acudían a él con sus dificultades y a todas partes llegaba su acción
iluminadora y caritativa. Pero él se veía un tanto vacío y buscaba más tiempo
para entregarse a la oración y a su trato íntimo con el Señor. Por ello cierto
día apareció ante el P. Prior de los Dominicanos y le dijo "Padre, he
visto en Bolonia el maravilloso ejemplo que me ha dado vuestro fundador el P.
Domingo. Quiero seguir su vida. Admitidme y vestidme el hábito de vuestra
Orden"... Era el Viernes Santo de 1222 cuando vestía el hábito dominicano.
Un día le
llegó un joven con acento provenzal y le abrió su alma. Le vino a decir:
"Padre mío, ya hace días que vengo siguiendo sus clases y tratando de
imitar su vida pero necesito algo más. Vendí cuanto tenía y abandoné mi patria
para entregarme a Dios, y desde Francia llegué hasta aquí buscando a los pobres
y necesitados... pero aún quiero algo más. Quiero descubrir la voluntad del
Señor respecto a mí. Necesito que Vd. me ayude a descubrirla...". Era el
joven Pedro Nolasco quien venía de tan lejos. De aquel maravilloso encuentro
saldría una gran amistad y una obra común: La fundación de la Orden de la
Merced...
A sus 47
años dice un día al P. Provincial que se llamaba Sugerio: "Padre, écheme,
por favor una buena penitencia por mis muchos pecados, sobre todo por los que
cometí en Bolonia por mi soberbia". Y el P. Provincial le impuso el
escribir una SUMA sobre Teología moral que aún hoy es una maravilla de
precisión y seguridad y que tantos juristas durante siglos se aprovecharon de
ella.
El Señor
quería favorecer en aquellos momentos el gran apostolado de la redención de
cautivos que tanto abundaban, inspiró a tres grandes hombres lo misma idea:
Fundar la Orden de la Merced. Para ello se manifestó al rey Jaime I, a Pedro
Nolasco y a nuestro Raimundo de Peñafort. A cada uno le manifestó lo que de
ellos esperaba. Cada uno tuvo una gran misión en el nacimiento y desarrollo de
esta Orden...
Raimundo, a
pesar de huir de puestos honoríficos, fue encargado por los reyes y Papas de
grandes misiones y embajadas y en todas salió airoso y con gran fruto. Huyó
desde Palma hacia Barcelona, porque el rey no quería oír sus consejos, sobre su
propio manto haciendo de barquichuela... Fue elegido Superior General de su
Orden en la que tanto y tan bien trabajó... Recorrió varias naciones y países
para predicar, con ardiente caridad, la fe en Jesucristo a judíos y moros...
Fue el consejero de miles de personas y gran director de conciencias... Ya
centenario murió el 6 de enero de 1275 y se le hicieron funerales como de
persona regia. Otros Santos de hoy: Luciano, FéIix, Clero, Julián, Jenaro,
Teodoro, Crispín.
Oremos
Señor Dios
nuestro, tú que hiciste admirable a San Raimundo de Peñafort prebístero, por su
gran misericordia para con los pecadores y los cautivos, concédenos, por su
intercesión, que, libres de la esclavitud del pecado podamos servirte, con
libertad filial. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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