Lunes 06 Enero 2014
San Carlos de Sezze
Este humilde hermano franciscano escribió por orden expresa de
sus superiores los recuerdos de hechos especiales que le sucedieron en su vida.
Son los siguientes. Nació en 1620 en el pueblo italiano de Sezze. De familia
pobre, cuando empezó a asistir a la escuela, un día por no dar una lección, el
maestro le dio una paliza tan soberana que lo mandó a cama. Entonces los papás
lo enviaron a trabajar en el campo y allá pensaba vivir para siempre.
Pero sucedió que un día una bandada de aves espantó a los
bueyes que Carlos dirigía cuando estaba arando, y estos arremetieron contra él
con gravísimo peligro de matarlo. Cuando sintió que iba a perecer en el
accidente, prometió a Dios que si le salvaba la vida se haría religioso. Y
milagrosamente quedó ileso, sin ninguna herida.
Entonces otro día al ver pasar por allí unos religiosos
franciscanos les pidió que le ayudaran a entrar en su comunidad. Ellos lo
invitaron a que fuera a Roma a hablar con el Padre Superior, y con su
recomendación se fue allá con tres compañeros más.
El superior para probar si en verdad tenían virtud, los
recibió muy ásperamente y les dijo
que eran unos haraganes que sólo buscaban conseguirse el alimento
gratuitamente,y los echó para afuera. Pero ellos se pusieron a comentar que su
intención era buena y que deberían insistir. Y entraron por otra puerta del
convento y volvieron a suplicar al superior que los recibiera. Este, haciéndose
el bravo, les dijo que esa noche les permitía dormir allí como limosneros pero
que al día siguiente tendrían que irse definitivamente. Los cuatro aceptaron
esto con toda humildad, pero al día siguiente en vez de despacharlos les
dijeron que ya habían pasado la prueba preparatoria y que quedaban admitidos
como aspirantes.
En el noviciado el maestro lo mandó a que sembrara unos
repollos, pero con la raíz hacia
arriba. Él obedeció prontamente y los repollos retoñaron y crecieron. Después
el superior del noviciado empezó a humillarlo y humillarlo. Él aguantaba todo
con paciencia, pero al fin viendo que
iba a estallar en ira, se fue donde el maestro de novicios a decirle que se volvía otra vez
al mundo porque ya no resistía más. El
sacerdote le agradeció que le hubiera confiado sus problemas y le
arregló su situación y pudo seguir tranquilo hasta ser admitido como
franciscano.
Ya religioso, un día entraron a la huerta del convento unos
toros bravos que embestían sin
compasión a todo fraile que se les presentara. El superior, para probar qué tan obediente era el hermano Carlos, le
ordenó: "Vaya, amarre esos toros y
sáquelos de aquí". El se llevó un lazo, les echó la bendición a los
feroces animales y todos se dejaron atar de los cachos y lo fueron siguiendo
como si fueran mansos bueyes. La
gente se quedó admirada ante semejante cambio tan repentino, y consideraron
este prodigio como un premio a su obediencia.
Para que no se volviera orgulloso a causa de las cosas buenas
que le sucedían, permitió. Dios que le sucedieran también
cosas muy desagradables. Lo pusieron de cocinero y los platos se le caían de la
mano y se le rompían, y esto le ocasionaba tremendos regaños. Una noche dejó el
fogón a medio apagar y se quemó la cocina y casi se incendia todo el convento.
Entonces fue destituido de su cargo de cocinero y enviado a cultivar la huerta.
A un religioso que le preguntaba por qué le sucedían hechos tan desagradables,
le respondió: "Los permite Dios
para que no me llene de orgullo y me mantenga siempre humilde".
Después lo nombraron portero del convento y admitía a todo
caminante pobre que pidiera hospedaje
en las noches frías. Y repartía de limosna cuanto la gente traía. Al principio el superior del convento le
aceptaba esto, pero después lo llamó y le dijo: "De hoy en adelante no admitiremos a
hospedarse sino a unas poquísimas personas, y
no repartiremos sino unas pocas limosnas, porque estamos dando
demasiado". Él obedeció, pero
sucedió entonces que dejaron de llegar las cuantiosas ayudas que llevaban los bienhechores. El superior lo llamó para
preguntarle: "¿Cuál será la causa por la que han disminuido tanto las
ayudas que nos trae la gente?"
"La causa es muy sencilla –le respondió el hermano
Carlos-. Es que dejamos de dar a los necesitados, y Dios dejó de darnos a
nosotros. Porque con la medida con la
que repartamos a los demás, con esa medida nos dará Dios a
nosotros".
Desde ese día recibió permiso para recibir a cuanto huésped
pobre llegara, y de repartir las
limosnas que la gente llevaba, y Dios volvió a enviarles cuantiosas donativos.
Tuvo que hacer un viaje muy largo acompañado de un religioso y
en plena selva se perdieron y no
hallaban qué hacer. Se pusieron a rezar con toda fe y entonces apareció una
bandada de aves que volaban despacio delante de ellos y los fueros guiando
hasta lograr salir de tan tupida arboleda.
El director de su convento empezó a tratarlo con una dureza
impresionante. Lo regañaba por todo y
lo humillaba delante de los demás. Un día el hermano Carlos sintió un inmenso
deseo de darle el golpe e insultarlo. Fue una tentación del demonio. Se dominó,
se mordió los labios, y se quedó arrodillado delante del otro, como si fuera
una estatua, y no le dijo ni le hizo nada. Era un acto heroico de paciencia.
¿Qué era lo que había sucedido? Que el Superior Provincial
había enviado una carta muy fuerte al
director diciéndole que le había escrito contándole faltas de él. Y éste al pasar por la celda de Carlos había
visto varias veces que estaba escribiendo. Entonces se imaginó que era él quien
lo estaba acusando. Su apatía llegó a tal grado
que le hizo echar de ese convento y fue enviado a otra casa de la
comunidad.
Al llegar a aquel convento el provincial, le dijo al tal
superior que no era Carlos quien le
había escrito. Y averiguaron qué era lo que este religioso escribía y
vieron que era una serie de consejos
para quienes deseaban orar mejor. El irritado director tuvo que ofrecerle
excusas por su injusto trato y sus humillaciones. Pero con esto el sencillo
hermano había crecido en santidad.
Las gentes le pedían que redactara algunas normas para orar
mejor y crecer en santidad. El lo
hizo así y permitió que le publicara el folleto. Esto le trajo terribles regaños y casi lo expulsan de la
comunidad. El pobre hombre no sabía que para esas publicaciones se necesitan muchos permisos. Humillado
se arrodilló ante un crucifijo para contarle sus angustias, y oyó que Nuestro
Señor le decía: "Animo, que estas cosas no te van a impedir entrar en el
paraíso".
La petición más frecuente del hermano Carlos a Dios era esta:
"Señor, enciéndeme en amor a Ti". Y tanto la repitió que un día
durante la elevación de la santa hostia en la Misa, sintió que un rayo de luz
salía de la Sagrada Forma y llegaba a su corazón. Desde ese día su amor a Dios
creció inmensamente.
Al fin los superiores se convencieron de que este sencillo
religioso era un verdadero hombre de
Dios y le permitieron escribir su autobiografía y publicar dos libros más, uno
acerca de la oración y otro acerca de la meditación.
El Papa Juan XXIII lo declaró santo en 1959.
Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a
San Carlos de Sezze para que manifestara à sus hermanos el camino que conduce a
ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro,
para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria
de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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