Viernes 03 Enero 2014
Santísimo Nombre de Jesús
Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un
poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre
de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro
Santo Redentor.
Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo
Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz (Colvenerius,
"De festo SS. Nominis", ix). Descubrimos nuestras cabezas y doblamos
nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús.
Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el
emperador Justiniano en su libro de leyes: "En el Nombre de Nuestro Señor
Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones". El Nombre de Jesús,
invocado con confianza:
> Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa
de Cristo: "En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño;
impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Marcos 16,
17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados
(Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
> Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de
Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano;
le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
> Nos protege de
Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha
vencido en la Cruz.
> En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia
en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidáis al Padre os
lo dará en mi nombre." (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas
sus plegarias con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc.
Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos." (Fil 2, 10).
Un especial devoto del Santísimo Nombre fue San Bernardo,
quien habla de él con especial ardor en muchos de sus sermones. Pero los
promotores más destacados de esta devoción fueron San Bernardino de Siena y San
Juan Capistrano.
Llevaron consigo en sus misiones en las turbulentas ciudades
de Italia una copia del monograma del Santísimo Nombre, rodeado de rayos,
pintado en una tabla de madera, con el cual bendecían a los enfermos y obraban
grandes milagros. Al finalizar sus sermones mostraban el emblema a los fieles y
les pedían que se postraran a adorar al Redentor de la humanidad.
Les recomendaban que tuviesen el monograma de Jesús ubicado
sobre las puertas de sus ciudades y sobre las puertas de sus viviendas (cf.
Seeberger, "Key to the Spiritual Treasures", 1897, 102). Debido a que
la manera en que San Bernardino predicaba esta devoción era nueva, fue acusado
por sus enemigos y llevado al tribunal del Papa Martín V. Pero San Juan
Capistrano defendió a su maestro tan exitosamente que el papa no sólo permitió
la adoración del Santísimo Nombre, sino que asistió a una procesión en la que
se llevaba el Santo Monograma. La tabla usada por San Bernardino es venerada en
Santa María en Ara Coeli en Roma.
El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de
Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre
de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última
letra del Santísimo Nombre.
Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo
VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos
equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de "Jesús
Hominum Salvator" (Jesús Salvador de los Hombres).
Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su
Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella.
Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo
explicar que los clavos eran originalmente una "V", y que el
monograma significaba "In Hoc Signo Vinces" (En Esta Señal deben
Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio
Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el
puente Milvian (312)-
También se sostiene que Urbano IV y Juan XXII concedieron una
indulgencia de treinta días a aquellos que añadieran el nombre de Jesús al Ave
María o se hincaran, o por lo menos hicieran una venia con las cabezas al
escuchar el Nombre de Jesús (Alanus, "Psal. Christi et Mariae", i,
13, and iv, 25, 33; Michael ab Insulis, "Quodlibet", v; Colvenerius,
"De festo SS. Nominis", x).
Esta afirmación puede ser cierta; pero fue gracias a los
esfuerzos de San Bernardino que la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al
Ave María fue difundida en Italia, y de ahí a la Iglesia Universal. Pero hasta
el siglo XVI era desconocida en Bélgica (Colven., op. Cit., x), mientras que en
Bavaria y Austria los fieles aún añaden al Ave María las palabras: "Jesús
Christus" (ventris tui, Jesús Christus).
Sixto V (2 de julio de 1587) concedió una indulgencia de
cincuenta días a la jaculatoria: "¡Bendito sea el Nombre del Señor!"
con la respuesta "Ahora y por siempre", o "Amén". En el sur
de Alemania los campesinos se saludan entre ellos con esta fórmula piadosa.
Sixto V y Benedicto XIII concedieron una indulgencia de cincuenta días para
todo aquél que pronuncie el Nombre de Jesús reverentemente, y una indulgencia
plenaria al momento de la muerte.
Estas dos indulgencias fueron confirmadas por Clemente XIII,
el 5 de septiembre de 1759. Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y
de María ("¡Jesús!", "¡Maria"!) podremos ganar una
indulgencia de 300 días, por decreto de Pío X, el 10 de octubre de 1904.
Es también necesario, para ganar la indulgencia papal al
momento de la muerte, pronunciar aunque sea mentalmente el Nombre de Jesús.
Oremos
Dios nuestro, que quisiste que en el parto de la Santísima
Virgen María la carne de tu Hijo no quedase sometida a la antigua sentencia
dada al género humano, concédenos, ya que por el nacimiento de Cristo hemos
entrado a participar de esta renovación de la criatura, que nos veamos libres
del contagio de la antigua condición. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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