Miércoles 08 Enero 2014
San Lorenzo Giustiniani
El beato Juan XXIII,
que fue patriarca de Venecia al igual que Lorenzo, tomó a éste como ejemplo de
buen gobierno y modelo para su pontificado. Nació en Venecia el 1 de julio de
1381 al inicio del Renacimiento. Sus padres pertenecían a la nobleza. Bernardo,
su progenitor, falleció siendo Lorenzo un niño, y su madre se ocupó de la
educación de él y de sus hermanos. Muy bien lo hizo Querina, llenando el
acontecer de sus hijos con sumas muestras de piedad. En Lorenzo vio plasmados
signos preclaros de virtud que eran ya atisbos de la santidad a la que
tempranamente se sintió llamado. Con todo, la buena madre pensó en casarlo
convenientemente, aunque los planes de Lorenzo eran diametralmente opuestos.
Alrededor de sus 20 años perseguía con celo todo lo que condujera
a la ciencia y amor de Dios. Gran penitente se caracterizaba por sus severas
mortificaciones efectuadas en un estado de oración continua, al punto que su
madre temía por su salud. Lorenzo se trasladó a san Giorgio in Alga, donde un
tío suyo era canónigo, y sus sabios consejos le dieron luz para discernir entre
la oferta del mundo y su renuncia al mismo por amor a Dios. Afrontó
valientemente la propuesta que le hizo su tío de sopesar ambas opciones:
«¿Tengo el valor de despreciar estos deleites para aceptar una vida de
penitencia y mortificación?». Mirando al crucifijo, no tuvo dudas: «Tú, ¡oh
Señor! eres mi esperanza. En Ti encontraré el árbol de la fortaleza y el
consuelo».
En Alga tuvo la fortuna de hallar a otros jóvenes,
pertenecientes también a la nobleza, con los que compartió sus ideales y forma
ejemplar de vida. Uno de ellos sería el futuro pontífice Eugenio IV. En 1404
fundaron la Congregación de san Giorgio de canónigos seculares. El joven,
nacido en buena cuna, tomó el hatillo y se dispuso a recorrer de punta a punta
la ciudad, pidiendo limosna para los pobres, sin excluir las puertas de su casa
materna. Puso todo su esfuerzo en derrocar sus hábitos como el de la
autojustificación y disculpa cuando era reconvenido por algo que juzgaba injusto;
para ello se mordía los labios, hasta que venció su tendencia. Sería modélico
también por su humildad. Fue un gran predicador y confesor. Entre otros
favores, como el éxtasis, tuvo el don de lágrimas que no podía contener cuando
oficiaba la Santa Misa. Sabedor de sus virtudes, Gregorio XII le encomendó el
priorato de san Agustín de Vicenza a cuyo frente estuvo hasta 1409 fecha en la
que fue elegido prior de la Congregación que había fundado. En 1423 dio heroico
testimonio prestando auxilio y consuelo a los damnificados por la epidemia de
peste. Al año siguiente fue designado general de su Orden.
En 1443 fue nombrado arzobispo de Castello por el papa Eugenio
IV y continuó dando ejemplo de piedad y de caridad, asistiendo de forma
particular a los pobres, amén de emprender una fecunda reforma. En 1451 Nicolás
V lo nombró patriarca de Venecia (a su pesar, porque hubiese deseado no ejercer
un cargo para el que no se sentía dotado) y en su ejercicio pastoral prosiguió
con la misma característica: austeridad de vida sellada por la caridad,
paciencia, sabiduría y celo apostólico. Ni se arredró por las acusaciones y
críticas que recibió, ni aceptó halagos de ningún tipo. La gente en masa iba a
escucharle, a pedirle consejo, y él dispensaba a manos llenas bienes materiales
(más bien en especies, para que no malgastaran el dinero), y espirituales.
Fueron años intensos de oración, trabajo y estudio. Escribió
diversos tratados de ascesis, el último «Los grados de perfección» a sus 74
años. Al concluirlo le asaltó una grave enfermedad, y se negó a admitir un
trato especial: «¿Disponéis ese lecho de plumas para mí?». Y al saber que así
era, replicó: «¡No! Eso no debe ser así ... Mi Señor fue recostado sobre un
madero duro y basto. ¿No recordáis que san Martín, en sus últimos momentos,
afirmó que un cristiano debe morir envuelto en telas burdas y sobre un lecho de
cenizas?». Y tendido sobre un jergón de paja, bendijo a la multitud que se
acercó a visitarle. Falleció el 8 de enero de 1456. Fue canonizado por
Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690.
Oremos
Señor, tú que colocaste a San Lorenzo Giustiniani en el número
de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de
aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión,
perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así
participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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