Domingo 05 Enero 2014
Beato Diego José de Cádiz
PRESBÍTERO, I ORDEN
OFM Cap Andalucía: MO
(la Familia Franciscana celebra su ML el 5 de enero)
Nació en Cádiz en 1743.
De jovencito entró en la Orden Capuchina. Fue un predicador
asombroso, así en Andalucía como en buena parte de la Península.
Los mayores templos eran incapaces de contener a sus oyentes.
Sus dotes oratorias iban acompañadas de
singulares gracias del cielo.
Se le consideraba apóstol de la misericordia. Escribió
numerosas obras. Murió en Ronda en 1801.
Lo beatificó León XIII en 1894.
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De las cartas del beato Diego José de Cádiz, presbítero, a su
director espiritual Francisco Javier González
(El director perfecto y el dirigido santo, Sevilla 1901, pp.
126, 210, 280, 287)
Deseo un altísimo trato con Dios
¿Es verdad, Padre mío,
que ha de verlo cumplido este su ruín, vilísimo y miserabilísimo hijo de usted? ¡Sería tan
dichoso, que así lo vea cumplido, y
después dé mi vida y derrame mi sangre por mi Dios y por mis prójimos!
Los pecados del pueblo
no dejan de abrumarme bastante; sin duda porque no reconozco los gravísimos míos. Con este
pensamiento estaba un día en el coro con
la comunidad como queriendo disuadirme de su peso, y se me ocurrió, con viveza y eficacia, cuánta era mi
deuda a satisfacerlos, en vista de lo
que mi Señor Jesucristo hizo y padeció, aun siendo justo, con los ajenos que tomó a su cargo. Con este
mismo peso suelo sobresaltarme, cuando
hay alguna ocurrencia de males temporales en el
pueblo.
Qué saeta no es para mi
corazón aquella repetida expresión que usa usted en sus cartas: que soy llamado para «capuchino,
misionero y santo». No puedo leerla sin
que todo el interior y aun las entrañas se me conmuevan con dulce, pero extraña fuerza. Ella es un
clavo que a todas horas punza sin
lastimar, y en toda ocasión y circunstancia la veo inseparable de mí. Usted me lo dice inspirado de Dios,
sin haberle yo manifestado los prodigios
que motivaron y acompañaron mi vocación. Revienta mi corazón por ser todo de Dios, por lograr su
intento, que es no faltar un ápice a lo
que el Señor quiere de mí. De aquí es que, cuando oigo o pienso que en mis tareas censuran algo, se
quejan, me delatan, etc., toda mi
angustia es: «Yo he faltado a lo que mi Dios quiere de mí; éstos lo conocen y yo no.» Si temo como miserable
la desgracia de los poderosos, me parece
que sin mucho trabajo se desvanecen; mas en
llegando a esto de haber faltado en un átomo a la voluntad de Dios y
a lo que quiere de mí, no cabe consuelo
en mi corazón. No me turbo ni me inquieto, pero si me es una congoja tan
interior y profunda que, sino me engaño,
es ella la que debilita mis fuerzas más que las tareas corporales. Toda mi ansia es llenar lo que
Dios ha dispuesto de mí, y, en una
palabra, Padre de mi corazón y de mi alma, ser en esto una perfecta semejanza de mi Señor Jesucristo,
porque así lo sería en todo.
Deseo un interior,
familiar y altísimo trato con Dios, seco, amargo y lejos de toda sensibilidad; quisiera hacer
asombrosos prodigios en el mundo,
quisiera pasar las noches en oración, sin necesitar dormir, quisiera
que a cuantos hablase y mirase, se
convirtiesen, y quisiera qué sé yo qué;
pues nada, nada, nada llena mi corazón, y creo que uno de los
mayores quebrantos que padecieron los
santos fue esta insaciabilidad de sus
corazones en lo que deseaban obrar con Dios.
Hosanna a ti, Señor, porque a los hombres
de todos los sectores de su época
tú enviaste a fray Diego, como apóstol,
con el fuego y la fe de tus profetas.
Honor a ti, Señor, porque al llamarle
al retiro, a la paz, a la pobreza,
su firme vocación de capuchino
dio sentido total a su existencia.
Bendito seas tú, porque en el cruce
de sus largas campañas evangélicas,
para su afán tenaz de misionero
tu palabra fue siempre luz y fuerza.
Loado seas tú, porque en su vida,
testigo de tu amor sobre la tierra,
para su empeño libre de ser santo
hermanaste tu gracia con su entrega.
Gloria a ti, Dios eterno, trino y uno:
Padre, Hijo y Espíritu, en tu Iglesia,
porque por ti fray Diego, ya sin término,
es signo de tu amor y tu presencia. Amén.
Señor Dios, que has
concedido al beato Diego José la sabiduría de los santos, y le has encomendado la salvación de su
pueblo, concédenos, por su intercesión,
discernir lo que es bueno y justo, y anunciar a todos los hombres la riqueza insondable que es Cristo.
Que vive y reina contigo.
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