domingo
28 Diciembre 2014
Santos Niños Inocentes, mártires
Fiesta de los Santos
Inocentes, mártires, niños que fueron ejecutados en Belén de Judea por el impío
rey Herodes, para que pereciera con ellos el niño Jesús, a quien habían adorado
los Magos. Fueron honrados como mártires desde los primeros siglos de la Iglesia,
primicia de todos los que habían de derramar su sangre por Dios y el Cordero.
Entonces Herodes, al ver
que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a
matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo,
según el tiempo que había precisado por los magos.
Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías:
Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse, porque ya no existen.
(Mt 2,16-18)
Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías:
Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse, porque ya no existen.
(Mt 2,16-18)
Los mártires que celebramos
hoy son también, como san Juan Apóstol y san Esteban Protomártir, «comites Christi», escoltas de
Cristo, de allí el puesto privilegiado de su celebración, en los días sucesivos
a la Natividad. Sin embargo es muy difícil escribir sobre estos pequeños
mártires, pequeños nada más que en edad, y doblemente difícil en la actualidad.
Las dificultades son de dos órdenes: histórico y teológico.
La dificultad histórica
proviene de que éste es el único testimonio que tenemos del hecho, no sólo
dentro de la Biblia (en la que sólo Mateo lo cuenta), sino también fuera de
ella. Por supuesto que no es esperable que haya un documento firmado por Herodes
atribuyéndose tan «gloriosa» decisión como es la aniquilación inmisericorde de
unos niños cuyo único pecado era haber nacido en tal fecha y tal lugar; sin
embargo, ayudaría más a situar el acontecimiento si alguna crónica de la época
contara lo mismo de manera «independiente». Esto ha hecho surgir muchas dudas,
sobre todo en el siglo XX, de la «historicidad» del hecho, es decir, de que se
trate de un hecho realmente ocurrido y no de un símbolo teológico. No hay nada
definido al respecto, y es admisible (no está fuera de otros ejemplos que
conocemos por la misma Biblia) que se trate de una «historia simbólica», máxime
teniendo en cuenta que sólo la narra san Mateo, y para ponerla en relación con
el cumplimiento de Jeremías 31,15. Sin embargo debe notarse que, por lo que
conocemos de la historia de Herodes el Grande -a través de las «Antigüedades
Judías» de Flavio Josefo y otras fuentes-, fue una
persona de carácter cruel, arbitrario y celosísimo, hasta la enfermedad, de su
poder. Coincide con los presupuestos necesarios para una decisión como la que
toma según san Mateo. Es verdad que Flavio Josefo -que estaba interesado en encontrar
ejemplos de lo que dice sobre Herodes- podría haber contado el suceso de Belén,
pero ¿lo habrá conocido? Por otra parte, el reinado de Herodes está tan lleno
de asesinatos (incluyenddo a sus propios hijos), que
para quien no sea cristiano, probablemente éste de los niños de Belén no tiene
más importancia que otros.
En esto incide, por
supuesto, la cuestión del número de los muertos. El modo como lo presenta san
Mateo, comparándolo con el clamor en Ramá por la destrucción del pueblo de
Israel (Jr 31,15) hace imaginar un
número enorme de muertos, diríamos que inocultable. Muchos cristianos, cuando
se refieren a los Inocentes, hablan de los «miles» de niños martirizados; en la
liturgia bizantina se habla de 14.000, y en algunos santorales griegos, de
64.000. Lo cierto es que en todo Belén habría, como mucho, unos 1.000
habitantes, comprendiendo todas las edades, lo que reduce el número, según los
que han hecho estos cálculos, a no más de 10 o 20 niños. Por supuesto, esto no
quita importancia real al hecho, pero permite entender por qué fue un dato que
pasó desapercibido, y al que sólo prestaron atención los que, con la mirada
formada en el Antiguo Testamento, supieron leer el sentido profundo de un hecho
histórico aparentemente insignificante. Este dato del número, ampliamente
aceptado en la actualidad, permite imaginar cómo ha sido el proceso que lleva
del hecho histórico al hecho narrado por el Evangelio:
-Hubo una matanza, de escasa relevancia numérica y de alcance puramente local, pero de gran fiereza, y sobre todo arbitrariedad, que fue recordada precisamente por estar ligada a los orígenes de Jesús.
-Mateo, escudriñando el Antiguo Testamento con la mirada «profética» de la primera Iglesia, que buscaba en el AT aquellos rasgos que permitían ver un «modelo histórico» en relación a los hechos de la vida de Jesús, relaciona ese recuerdo local de Belén con la profecía de Jeremías
-y sobre esa base interpretativa produce un relato dentro del método judío de explicar la historia de la salvación (un «midrash»): un relato que desarrolla elípticamente una historia en un nuevo contexto; la historia desarrollada en este caso es la matanza ordenada por el Faraón de la que se salva milagrosamente Moisés.
-Hubo una matanza, de escasa relevancia numérica y de alcance puramente local, pero de gran fiereza, y sobre todo arbitrariedad, que fue recordada precisamente por estar ligada a los orígenes de Jesús.
-Mateo, escudriñando el Antiguo Testamento con la mirada «profética» de la primera Iglesia, que buscaba en el AT aquellos rasgos que permitían ver un «modelo histórico» en relación a los hechos de la vida de Jesús, relaciona ese recuerdo local de Belén con la profecía de Jeremías
-y sobre esa base interpretativa produce un relato dentro del método judío de explicar la historia de la salvación (un «midrash»): un relato que desarrolla elípticamente una historia en un nuevo contexto; la historia desarrollada en este caso es la matanza ordenada por el Faraón de la que se salva milagrosamente Moisés.
Es decir que si bien san
Mateo se ha basado en un recuerdo histórico completamente genuino, ha
estilizado los rasgos de la historia para producir una catequesis en la que el
lector es llevado a relacionar el nacimiento de Jesús con la nueva y definitiva
venida de Moisés, precupación constante de todo este
evangelio. De esta «estilización» de la historia proviene que, en ausencia de
otros testimonios paralelos, el relato pueda dar la impresión -a quien
desconoce el midrash judío- de retratar un
acontecimiento meramente esquemático y literario. ¿Por qué no lo contaron los
otros evangelios? Porque ninguno de los evangelios fue escrito con intención
biográfica, sino siempre (y exclusivamente) catequética, y ninguno de ellos cuenta
todo lo que era posible contar de Jesús, sino sólo aquello que servía a
comprender su persona y misión dentro de los intereses de predicación de cada
uno de los cuatro
Ahora bien: siendo que no
se trata de un acontecimiento ejemplificador fantaseado por san Mateo sino de la
muerte real de unos chicos reales -10, 20, no importa cuántos- que no eligieron
estar allí ni nacer cuando nacieron, la dificultad de orden teológico se vuelve
más fuerte: ¿puede considerarse martirio una muerte en la que ellos no pudieron
elegir su testimonio? ¿puede aceptarse un Dios tan sanguinario que para nacer
«dulcemente en el portal de Belén» necesita semejante baño de sangre inocente?
Sería mejor no tener que hacernos estas preguntas, pero son cuestiones que
surgen en nuestro espíritu, y no tiene sentido acallarlas por comodidad. A Dios
no le ofenden nuestros cuestionamientos, pero ofenderíamos la memoria de los
Santos Inocentes si tomáramos a la ligera su sacrificio.
Nosotros, quizás más en la
modernidad, pero vale también en toda otra época de la historia, ponemos en el
centro de la vida nuestra conciencia y nuestro yo, nuestras decisiones,
nuestras elecciones. Sin duda que todo eso es «nuestro» y va creciendo con el
tiempo, vamos llegando a ser «más yo». También ese yo va quedando más aislado,
apoyado sólo en sí mismo. Por eso una de las cosas que Jesús pide a sus
seguidores es que lleguemos, de grandes, a poder ser «como niños». No se trata
de la «inocencia» en el sentido de «incapaces de hacer mal» (los niños no son
inocentes en ese sentido), sino de la total disposición de su yo, de su total
descentramiento y pertenencia a otros -normalmente sus padres-; su mundo es un
mundo leído, visto, custodiado por otros; su yo camina -aprende a caminar- en
el yo de otros. También así el niño es símbolo eterno del proyecto de Dios para
todo hombre: que cada uno llegue a ser libre disposición de sí mismo al
misterioso caminar de Dios. Los santos Inocentes no tienen el «mérito» de
elegir la muerte, pero en ellos el mérito de Jesús de morir por otros, de
morir vicariamente, recibe una primera concresión: obtuvieron, como todo
mártir, la perfecta imitación de Cristo, pero casi con el primer aliento de
vida. No sabemos si hubieran elegido morir por Cristo si hubieran crecido y se
les hubiera podido preguntar, pero sabemos que si nuestro espíritu pudiera estar
despojado de tinieblas y egoísmo, siempre elegiría la verdad: sabemos que
morimos por la verdad cuando creemos firmemente en ella, y no sólo los mártires
de Cristo sino los mártires de toda forma de verdad, de la justicia, del bien,
incluso del bien común. Entonces, aunque no sabemos si hubieran muerto por
Cristo en su adultez, sí sabemos que no se violentó su espíritu para que
realizaran algo para lo que no estuvieran preparados: mueren vicariamente por
Cristo, para que él viva y pueda morir vicariamente por ellos.
Pero, ¿necesitaba Dios
tanto despliegue de sangre para decir «aquí estoy»? No, no lo necesitaba Dios,
sino un mundo sumido en la tiniebla del puro poder. No necesita Dios la muerte
de Cristo, la necesita un mundo que reclama de Dios toda su sangre, y no necesita
Dios la muerte de los Inocentes, sino que la necesita el mundo, que no puede
cobrarse la vida de Dios, sin cobrarse, al mismo tiempo, la de los que son de
Dios. Sin ninguna afectación, sino con total realismo dirá Jesús en Jn 15,20: «Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros». Los Inocentes no son una
excepción a esa regla.
Una palabras sobre la
celebración litúrgica en sí misma: la fiesta está atestiguada para toda la
Iglesia desde el siglo VI, sin embargo, es anterior. Es mencionada por
distintos escritores eclesiásticos, entre ellos san Agustín, y aparece también
en al enumeración del Martirologio Jeronimiano. Sin embargo, según parece,
antes de evocarse a los niños inocentes de Belén, esta fiesta evocaba, como
compañeros de Cristo, a los niños que habían sido recientemente bautizados y
habían muerto, y por tanto posiblemente en su origen no tuvo relación con los
Inocentes de Belén. El Martirologio Jeronimiano habla vagamente de «natale sanctorum infantium et lactantium», «nacimiento [en el
cielo, es decir, muerte] de los santos infantes y lactantes», y en parecido
sentido parece que se pronuncia san Agustín en algunos sermones.
OOOOOOOOOOOOO
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