sábado 13
Diciembre 2014
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, viuda y fundadora
En el monasterio de la
Visitación, de Moulins, en Francia, muerte de
santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, cuya memoria
se celebra el doce de agosto.
El padre de santa Juana de
Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento
de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo cuando
sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo para educarlos
en la práctica de la virtud y prepararlos para la vida. Juana, que recibió en
la confirmación el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo
aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su
padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal,
Cristóbal de Rabutin. El barón tenía
veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo
historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la beata Humbelina. El matrimonio tuvo lugar
en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su
madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la
servidumbre de su casa se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en
consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa fue establecer el orden
en su casa. Los tres primeros hijos del matrimonio murieron poco después de
nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron después un niño y tres niñas que
vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad a los
ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas bendiciones del cielo. Cuando
su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta y, si
alguien le preguntase por qué, ella respondía: «Los ojos de aquél a quien
quiero agradar están a cien leguas de aquí». Las palabras que san Francisco
de Salesdijo más tarde sobre santa
Juana Francisca podían aplicársele ya desde entonces: «La señora de Chantal es
la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar en Jerusalén».
Pero la felicidad de la
familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con
su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le
hirió en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante
los cuales sufrió un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y
recibió los últimos sacramentos con ejemplar resignación. La baronesa había
vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector puede suponer
fácilmente su dolor al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses
estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre le
recordó sus obligaciones para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado
de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó
cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte,
redobló sus limosnas a los pobres y consagró su tiempo a la educación e
instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a Dios que le diese un
guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su
voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre
cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde, al encontrar en Dijon a
san Francisco de Sales. En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo,
tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a
entender que el amor divino tenía que consumir la imperfección del amor propio
que había en su corazón y que se vería obligada a enfrentarse con numerosas
dificultades.
La futura santa fue a pasar
el año del luto en Dijon, en casa de su padre. Más tarde, se transladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro,
que tenía ya setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida
casa de Bourbilly por un viejo castillo. A
pesar de que su suegro era un anciano vanidoso, orgulloso y extravagante,
dominado por una ama de llaves insolente y de mala reputación, la noble dama no
pronunció jamás una sola palabra de queja y se esforzó por mostrarse alegre y
amable. En 1604, san Francisco de Sales fue a predicar la cuaresma a Dijon y
Juana se transladó ahí con su suegro para oír
al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado
en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido
a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana
Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba
abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un
director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro
sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del
santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad
de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente
que de ordinario, san Francisco de Sales le dijo: «¿Pensáis casaros de nuevo?»
«De ninguna manera, Excelencia», replicó ella. «Entonces os aconsejo que no
tentéis al diablo», le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus
escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales
aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y
ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas én tanto que vivía con su
padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: «Esta
dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». De acuerdo con una
estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo a sus hijos,
visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela noches
enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter
mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque
en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo
consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y
paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de san Francisco
de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, en Saboya, y con quien
sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó mucho en materia de
mortificaciones corporales, recordándole que san Carlos Borromeo, «cuya libertad de
espíritu tenía por base la verdadera caridad», no vacilaba en brindar con sus
vecinos, y que san Ignacio de Loyola había comido tranquilamente carne los
viernes por consejo de un médico, «en tanto que un hombre de espíritu estrecho
hubiese discutido esa orden cuando menos durante tres días». San Francisco de
Sales no permitía que su dirigida olvidase que estaba todavía en el mundo, que
tenía un padre anciano y, sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba
de la educación de sus hijos y moderaba su tendencia a ser demasiado estricta
con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca se beneficiaron de la
dirección de san Francisco de Sales tanto como su madre.
Durante algún tiempo, la
señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos,
entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco
de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en
1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa
Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias
obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían,
por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su
director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el
santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro
podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta
que los dos mayores estaban ya en edad de «entrar en el mundo». En esa forma,
lógica y serena, resolvió san Francisco de Sales todas las dificultades de la
señora de Chantal. Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija
mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco
de Sales, y se llevó consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera
murió al poco tiempo, y la segunda se caso más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo
mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse
de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había
tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el
dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no
se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre
el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre. Juana
Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano
le impuso las manos y le dijo: «No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi
bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba
tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por
mí». La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de
1610, en una casa que san Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas
del lago de Annecy. Las primeras compañeras
de Juana Francisca fueron María Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada
Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento otras diez religiosas. Hasta ese
momento, la congregación no tenía todavía nombre y la única idea clara que san
Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de
refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y que las
religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse con mayor
facilidad a las obras de apostolado y caridad.
Naturalmente, la idea
provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de
aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y
aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas
constituciones admirables por su sabiduría y moderación, «no demasiado duras
para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes». Lo único que se negó
a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra
Señora", y santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese
punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la
observancia. «Pero en la práctica -decía a sus religiosas- la humildad es la
fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de
ella el principio de todas vuestras acciones». Para bien de santa Juana y de
las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el «Tratado del amor
de Dios». Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de san
Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas
las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios.
Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en
el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo
que salir frecuentemente de Annecy,
tanto para fundar nuevos conventos como para cumplir con sus obligaciones de
familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres
meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus
asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión para intentar hacerla volver al
mundo. Una mujer imaginativa exclamó al verla: «¿Cómo podéis sepultaron en dos
metros de tela basta? Deberíais hacer pedazos ese velo». San Francisco de Sales
le escribió entonces las palabras decisivas: «Si os hubiéseis casado de nuevo con algún
señor de Gascuña o de Bretaña, habríais
tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese caso la
menor objeción ...» Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges, san Francisco de Sales,
que estaba entonces en París, mandó llamar a la madre de Chantal para que
fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición,
santa Juana Francisca consiguió fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor
y la santa se ganó la admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia
y mansedumbre. Ella misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo
la dirección de san Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal,
quien no consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la
Congregación de la Visitación. En 1622, murió san Francisco de Sales y su
muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad
con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo
fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso Benigno en la
isla de Ré, durante las batallas
contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino
treinta y un años, dejaba a su esposa viuda y con una hijita de un año, la que
con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la
noticia con heroica fortaleza y ofreció su corazón a Dios, diciendo: «Destruye,
corta y quema cuanto se oponga a tu santa voluntad».
El año siguiente, se desató
una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios
conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a
abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su
convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir
a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a
quien ésta quería mucho) y el P. Miguel Favre, quien había sido el confesor de san
Francisco y era muy amigo de las visitandinas. A estas pruebas se
añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos
momentos eran casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana
Francisca. Dios permite con frecuencia que las almas que le son más queridas
atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de
ellos las lleva con mano segura a las fuentes de la felicidad y al centro de la
luz. En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la
Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos no habían tenido
aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de
Montmorency en una misión de caridad. Ese fue su último viaje. La reina Ana de
Austria la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones, con gran
confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma en el convento
de Moulins, donde murió el 13 de
diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue transladado a Annecy y sepultado cerca del de
san Francisco de Sales. La canonización de santa Juana Francisca tuvo lugar en
1767. San Vicente de Paul dijo de ella: «Era una mujer de gran fe y, sin
embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque aparentemente había
alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas virtuosas, sufría
terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces. Se veía tan
asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma
para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma la
horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan
grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en la plena fidelidad
que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas que
me haya sido dado encontrar sobre la tierra».
Mémoires de la Madre de Chaugy. Dicha obra constituye el
primer volumen de la colección Sainte
Chantal, sa vie et ses oeuvres (1874-1879, 8 vols.). Las
cartas de san Francisco se hallan en la imponente edición de sus obras (20
vols.), publicada por las religiosas de la Visitación de Annecy; naturalmente, las cartas
de san Francisco son muy importantes por la luz que arrojan sobre los orígenes
de la Congregación de la Visitación. Además, la fundadora tuvo la suerte de
encontrar en los tiempos modernos, un biógrafo ideal: la Histoire de Sainte Chantal et des origines de
la Visitation de Mons. Bougaud resulta ser una de las
obras maestras de la hagiografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Señor, Dios nuestro, que adornaste con excelsas virtudes a santa Juana Francisca de Chantal en los distintos estados de su vida, concédenos, por su intercesión, caminar fielmente según nuestra vocación, para dar siempre testimonio de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
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Santo(s)
del día
Santa
Juana Francisca Frémiot
de Chantal
Santa Lucía de Siracusa
Baruc Profeta
San Antíoco de Sulcis,
Santos Eustrato de Armenia
San Judoco de Neustria
San Auberto de Cambrai
Beato Juan Marinoni
Beato Antonio Grassi
San Pedro Cho Hwa-so
Beata María Magdalena de la Pasión
Santa Odilia d Estrasburgo
Santa Lucía de Siracusa
Baruc Profeta
San Antíoco de Sulcis,
Santos Eustrato de Armenia
San Judoco de Neustria
San Auberto de Cambrai
Beato Juan Marinoni
Beato Antonio Grassi
San Pedro Cho Hwa-so
Beata María Magdalena de la Pasión
Santa Odilia d Estrasburgo
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