sábado, 20 de diciembre de 2014

Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (20 dic.)

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sábado 20 Diciembre 2014
Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (20 dic.)



Con el profeta Isaías cantamos en la entrada de esta celebración: «Saldrá un renuevo de la raíz de
Jesé y la gloria del Señor llenará toda la tierra. Todos los hombres verán la salvación de Dios» (Is 11,1.40, 3). En la oración colecta (Rótulus de Rávena) se pide al Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada, aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo, que ya que Él la ha transformado, por el don del Espíritu Santo, en templo de la divinidad, nos conceda, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar sus designios con humildad de corazón.
–Isaías 7,10-14: Ésta será la señal: la virgen concebirá un hijo. El profeta y el rey se hallan frente a frente. Acaz solicita la ayuda de Asiria para vencer a sus enemigos. Bajo una falsa religiosidad, oculta una absoluta falta de fe en la intervención divina. En esa coyuntura nacional, Isaías, el hombre de Dios y de la fe, le ofrece un signo: «La Virgen concibe y da a luz un hijo y le pone por nombre Dios-con-nosotros». Palabras tan grandiosas solo pueden decirse del Mesías, Jesucristo bendito, y así se dicen en el Evangelio (Mt 1,18-25). Él es el signo de la ayuda de Dios al mundo.
Tal vez hoy no se perciba en muchos casos la presencia de Dios en los acontecimientos de cada día, pues nos fiamos mucho del progreso. Pero, en realidad, ese progreso falla muchas veces. Aunque hay medicinas para todo, éstas a veces no curan, y los hombres se siguen muriendo. Tenemos necesidad del auxilio divino, incluso en la evolución del progreso. Todo lo debemos a Dios.
Además hemos de ver a Dios en los hombres, porque éstos son como sombras de Cristo, que continúa caminando en el paso del pobre, del necesitado, del fiel que está injertado en Él. Por eso todo hombre, y el cristiano de modo especial, es signo y transmisor de la presencia divina en el mundo.
«He aquí que una virgen concebirá». Con la sagrada liturgia, reconozcamos también nosotros a María, la Virgen Madre de Dios, en la santa Iglesia. Como aquella, también la Iglesia lleva en su seno a Cristo, la verdad, la salvación, la gracia. Solo en ella encontrará la humanidad a Cristo. Venid, subamos al monte del Señor –al monte Sión–, vayamos a la casa del Señor –al templo de Jerusalén, a la morada de Dios, a la Virgen María, a la Iglesia–. Allí nos enseñará Él sus caminos. Seamos fieles al Señor, a la Virgen María, a la santa Iglesia.
–Por la venida de Cristo todo el mundo se transformará en un templo de su presencia. Esto debe ser cada vez más explícito y manifiesto, por eso cantamos con el Salmo 23:
«Ya llega el Señor, Él es el Rey de la gloria. Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó sobre los mares. Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob».
Así cantamos nosotros, que en este Adviento nos preparamos para celebrar dignamente el Nacimiento del Salvador.
–Lucas 1,26-38: El Señor solicita por el ángel la aquiescencia de María. Dios tiene necesidad de la nada de su criatura abierta a Él. Las más grandes obras de Dios se realizan en el silencio y la oscuridad. En la Anunciación la Virgen María tiene una misión relevante. Ha llegado la plenitud de los tiempos, el tiempo mesiánico. Sus signos son sencillez, humildad, plenitud, alegría. María es la nueva Jerusalén, el nuevo Templo. La Gloria de Dios habita en Ella. San Bernardo, en el nombre de toda la humanidad, le habla así con inmensa devoción:
«Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo. Oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo... También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, la palabra misericordiosa de tu respuesta. Se pone en tus manos el precio de nuestra salvación. En seguida seremos librados, si tú das tu consentimiento...
«Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso, con todos los antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte. Este te pide el mundo postrado a tus pies...
«Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel. Responde una palabra y concibe la Palabra divina. Emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna...
«Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas a tu Creador. Mira que el Deseado de todas las naciones está llamando a tu puerta... Levántate, corre, ábrele. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
«“Aquí está, dice la Virgen, la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”» (Homilía 4).
Así, con la fe de María comienza la nueva Alianza. Ella es elegida y preparada para ser signo de la presencia de Dios, y es signo tan transparente y eficaz, que se hace para nosotros como su tabernáculo viviente, una custodia viva, en la que mora plenamente el Señor.
Ante la propuesta divina, traída por el ángel, María no conoce más que una obediencia ciega, una entrega y un abandono absolutos: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». El Verbo entonces se hace carne en Ella por obra del Espíritu Santo. ¡Venid, adoremos! La Virgen de Nazaret es el Templo nuevo, la nueva Arca de la Alianza, en la que se acerca a nosotros el mismo Dios en persona.
«He aquí que una Virgen concebirá». ¡El alma virginal! La mujer llena de gracia, que vive enteramente de Dios y de Cristo. La fortaleza virginal clausurada, que abre sus puertas para que entre en ella el Rey de la gloria. Ella es la Virgen de corazón puro y de manos inmaculadas. Es la Virgen que no tiene más que una respuesta a la llamada divina: «He aquí la esclava del Señor». Con su poder el Redentor se acerca a la prisión donde el hombre, pobre y pecador, yace en las sombras de la muerte. Viene a él, miserable, por la Virgen María.
Por eso hoy la liturgia canta en Vísperas, en la antífona del Magníficat: «oh llave de David, y cetro de la casa de Israel. Tú abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir. Ven y libra al que yace aherrojado en la prisión, sentado en tinieblas y sombras de muerte».







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