martes 16
Diciembre 2014
Beata María de los Ángeles Fontanella, virgen
En Turín, del Piamonte,
beata María de los Ángeles (Mariana) Fontanella, virgen de la Orden de
Carmelitas, que brilló por sus penitencias voluntarias y por la virtud de la
obediencia.
Nació en Turín (Italia) el
7 de enero de 1661. Fue la última de los once hijos de los condes Juan y María.
A los 14 años quedó huérfana de padre y, a disgusto de su madre, vistió el
hábito en el Carmelo de su ciudad en 1675, cambiando su nombre de Mariana por
el de María de los Angeles. Hizo su profesión en
diciembre de 1676. Ya antes de ingresar en el Carmelo manifestó una singular
disposición para conservarse pura y virtuosa. A los 13 años era su contento
pasar horas ante el Santísimo. Todas sus ansias eran de mortificarse privándose
en la mesa de lo más apetitoso; por la noche se levantaba para hacer oración.
Su humildad y mansedumbre eran la admiración de todos; su caridad en palabras y
acciones era de santa. Socorría a los pobres dándoles cuanto tenía.
Su espíritu de mortifcación está condensado en la
súplica que continuamente dirigía al Señor: "O dadme mortificaciones o
hacedme morir". Escogida de Dios para participar de la unión que
transforma en él, fue probada con sensibles arideces y tentaciones infernales,
sintiendo repugnan-cia en practicar el bien,
atormentándola el estar en desgracia de Dios, sufriendo por parte del diablo
representaciones deshonestas o contra la fe, etc. Hablaba de Dios con tanta
suavidad y tiernas palabras que encendía a las almas en el mismo afecto. Los pecadores
eran objeto de su caridad alcanzando con sus oraciones notables conversiones.
Profesó una devoción singular al glorioso San José, en cuyo honor hizo erigir
un nuevo convento de monjas en la ciudad de Moncalieri.
En 1702 fundó un nuevo
Carmelo en Moncalien. Practicó la pobreza con
cariño, usando el hábito más pobre, la celda más incómoda y el peor jergón. Por
convicción se tenía por la más inútil de la comunidad, aunque cuatro veces la
eligieron priora y también maesta
de novicias. Las monjas quisieron elegirla priora por quinta vez, pero ella
contestó: "Pueden empeñarse en hacerme priora; yo me empeñaré con mi Jesús
a ver quien puede más". El mismo año la asaltó una fiebre devoradora y,
conseguido el permiso para morir, miró al crucifijo y expiró dulcemente. Era el
16 de diciembre de 1717. Fue beatificada por el papa Pío IX el 25 de abril de
1865.
fuente: Los santos carmelitas - P. López-Melús, O.C
..............................
Nació en Turín el 7 de
enero de 1661. Era la última de once hermanos habidos en el matrimonio de los
condes Giovanni Donato y María Tana, que estaba emparentada con san Luis
Gonzaga. Fue educada conforme convenía a su origen aristocrático y se convirtió
en una joven despierta e inteligente, de trato exquisito. Su gran temperamento
y vivacidad discurría parejo al equilibrio y templanza que exhibió en muchos
aspectos de su vida. Su infancia estuvo caracterizada por una poderosa
inclinación hacia lo espiritual; construía altares, y le agradaba leer vidas de
santos. Su modelo era san Luis Gonzaga. Como santa Teresa de Jesús, huyó de
casa con su hermano en busca del martirio. Esta sensibilidad tuvo otro momento
de fulgor al descubrir un Crucificado sin brazos en el ático de su hogar, que
le dejó profundamente conmocionada. Tanto es así, que desterró a su muñeca del
dormitorio y convirtió a la imagen en objeto de su ternura. Ante ella suplicaba
con lágrimas el perdón de sus pecados. Humanamente, su pasión era la danza, en
la que sobresalía con creces.
Poco a poco se iba dando
cuenta de que le atrapaban ciertas flaquezas, experimentando vanidad y agrado
ante los halagos de los que era objeto. Una visión de Cristo ensangrentado y
coronado de espinas, que contempló en el espejo, le hizo aborrecer la vanidad.
Otro momento de inflexión en su vida, fue la primera comunión que recibió en
1672. Después, inclinada a luchar contra sus tendencias, buscaba en la oración
la fuerza precisa para hacerles frente, iniciando un camino de mortificación y
penitencia que no abandonaría. Se dedicó a visitar enfermos y a ejercitar obras
de caridad. Su director, el párroco P. Malliano, acertadamente la condujo
por el sendero de la virtud. En 1673 ingresó en el monasterio cisterciense de
Santa María de la Estrella para recibir formación. Permaneció allí año y medio
porque su madre, viendo sus muchas cualidades, y dado que el conde había muerto
en 1668, no dudó en ponerla al frente de la administración de la casa y tuvo
que dejar la comunidad.
Dos años más tarde, la
beata sondeó nuevamente el parecer materno, porque quería ser religiosa, pero
su madre fraguaba su matrimonio. No hubo acuerdo, y comenzó una enconada lucha
en defensa de su vocación que se dilató en el tiempo en medio de numerosas
vicisitudes y contrariedades. Por fin, convencida su madre de que no podía
disuadirla, dio su consentimiento para que ingresara con las cistercienses de Saluzzo. Pero en 1676, en el
transcurso de un viaje a Turín, la joven conoció a un padre carmelita. Tuvieron
una conversación tan decisiva, que determinó ingresar en el Carmelo de Santa
Cristina. De nuevo su madre se opuso a que consagrara su vida en una Orden con
Regla tan austera, pero el 19 de noviembre de ese año Marianna logró su propósito.
La vida conventual fue
extremadamente difícil para ella, como narró en su autobiografía. Las pruebas
espirituales que duraron catorce años incluyeron sequedad en la oración,
animadversión a sus hermanas así como a las penitencias y mortificaciones,
asechanzas del demonio, una hipersensibilidad a su entorno percibido con un
insoportable hedor que le llevaba a aborrecer el alimento. Ella, que había
gustado de los favores divinos, de repente no encontraba consuelo en la oración
y debía caminar en fe porque no vislumbraba a Dios. Sus súplicas insistentes a
Cristo le sumían aún en una sima más oscura, y la experiencia de aborrecimiento
de sí llenaba su existencia de angustia y repugnancia por sus muchas ofensas.
En ese desierto surgieron las dudas acerca de su vocación, atentados y
tentaciones contra la caridad, el abandono del convento y hasta la
desesperación, además de incitaciones contra la pureza. Frente a ello, con su
oración insistente forjada en la fe, ofrecida con espíritu de reparación y
fidelidad en la obediencia, alcanzó la gracia de la perseverancia.
De ese estado interior de
luchas que terminaron en 1691 nadie tuvo noticia. Ante los demás, su virtud
brillaba poderosamente. Austera en su vida, se consideraba la más indigna de
todas. «O dadme mortificaciones o hacedme morir», rogaba a Dios. En 1682
los éxtasis ya habían comenzado a ser frecuentes y, en ocasiones, públicos. Era
devota de María y de San José, y a él dedicó el Carmelo de Moncalieri que fundó con gran celo
apostólico en 1702 aunque no pudo inaugurarlo hasta el año siguiente. Fue una
excelente maestra de novicias. Elegida priora cuatro veces, se negó a una
quinta en 1717 fecha ya cercana a su muerte: «Pueden
empeñarse en hacerme priora; yo me empeñaré con mi Jesús a ver quien puede
más». Murió
el 16 de diciembre de ese año. Fue beatificada por el papa Pío IX el 25 de
abril de 1865.
OOOOOOOOOOOOO
No hay comentarios:
Publicar un comentario