domingo
16 Noviembre 2014
Santa Margarita de Escocia
Santa Margarita de Escocia, reina
Santa Margarita, nacida en
Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, y
fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia; a la oración y a
los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo
ejemplo como esposa, madre y reina.
Margarita era una de las
hijas de Eduardo d'Outremer («El Exilado»), pariente
muy cercano de Eduardo el Confesor, y hermana del príncipe Edgardo. Este
último, cuando huía de las acechanzas de Guillermo el Conquistador, se refugió
junto con su hermana, en la corte del rey Malcolm Canmore, en Escocia. Una vez allí,
Margarita, tan hermosa como buena y recatada, cautivó el corazón de Malcolm y,
en el año de 1070, cuando ella tenía veinticuatro años de edad, se casó con el
rey en el castillo de Dunfermline. Aquel matrimonio atrajo
muchos beneficios para Malcolm y para Escocia. El rey era un hombre rudo e
inculto, pero de buena disposición, y Margarita, atenida a la gran influencia
que ejercía sobre él, suavizó su carácter, educó sus modales y le convirtió en
uno de los monarcas más virtuosos de cuantos ocuparon el trono de Escocia.
Gracias a aquella admirable mujer, las metas del reino fueron, desde entonces,
establecer la religión cristiana y hacer felices a los súbditos. «Ella incitaba
al monarca a realizar las obras de justicia, caridad, misericordia y otras
virtudes», escribió un antiguo autor, «y en todas ellas, por la gracia divina,
consiguió que él realizara sus piadosos deseos. Porque el rey presentía que
Cristo se hallaba en el corazón de su reina y siempre estaba dispuesto a seguir
sus consejos». Así fue por cierto, ya que no sólo dejó en manos de la reina la
total administración de los asuntos domésticos, sino que continuamente la
consultaba en los asuntos de Estado.
Margarita hizo tanto bien a
su marido como a su patria adoptiva, donde dio impulso a las artes de la
civilización y alentó la educación y la religión. Escocia era víctima de la
ignorancia y de muchos abusos y desórdenes, tanto entre los sacerdotes como entre
los laicos; pero la reina organizó y convocó a sínodos que tomaron medidas para
acabar con aquellos males. Ella misma estuvo presente en aquellas reuniones y
tomó parte en los debates. Se impuso la obligación de celebrar los domingos,
los días de fiesta y los ayunos. A todos se les recomendó que se unieran en la
comunión pascual y se prohibieron estrictamente muchas prácticas escandalosas,
como la simonía, la usura y el incesto. Santa Margarita se esforzó
constantemente para obtener buenos sacerdotes y maestros para todas las
regiones del país y formó una especie de asociación de costura entre las damas
de la corte, a fin de proveer de vestiduras y ornamentos a las iglesias. Junto
con su esposo, fundó y edificó varias iglesias, entre las que destaca, por su
grandiosidad, la de Dunfermline, dedicada a la Santísima
Trinidad.
Dios bendijo a los reyes
con seis varones y dos hijas, a quienes su madre educó con escrupuloso cuidado;
ella misma los instruyó en la fe cristiana y, ni por un momento dejó de vigilar
sus estudios. Su hija Matilde se casó después con Enrique I de Inglaterra y
pasó a la historia con el sobrenombre de «Good
Queen Maud» («la buena reina Maud», por este matrimonio, la
actual Casa Real Británica desciende de los reyes de Wessex y de Inglaterra,
anteriores a la conquista), mientras que tres de sus hijos, Edgardo, Alejandro
y David, ocuparon sucesivamente el trono de Escocia; al último de los nombrados
se le veneraba localmente como santo. Los cuidados y la solicitud de Margarita
se prodigaban entre los servidores de palacio, en el mismo grado que entre su
propia familia. Y todavía, a pesar de los asuntos de Estado y las obligaciones
domésticas que debía atender, mantenía su espíritu en total desprendimiento de
las cosas de este mundo y enteramente recogido en Dios. En su vida privada,
observaba una extrema austeridad: comía frugalmente y, a fin de que le quedara
tiempo para sus devociones, se lo robaba al sueño. Cada año observaba dos
cuaresmas: una en la fecha correspondiente y la otra antes de la Navidad. En
esas ocasiones, dejaba el lecho a la media noche y asistía a la iglesia para
oír los maitines; a menudo, el rey la acompañaba. Al regreso a palacio, lavaba
los pies a seis pobres y les daba limosnas. También durante el día empleaba
algunas horas en la oración y sobre todo, en la lectura de las Sagradas
Escrituras. El librito en que leía los Evangelios, cayó en cierta ocasión al
río; pero no quedó dañado en lo más mínimo, aparte de una mancha de agua en la
cubierta; ese mismo volumen se conserva todavía entre los tesoros más preciados
de la Biblioteca Bodleiana en Oxford. Quizá la mayor
virtud de la reina Margarita era su amor hacia los pobres. Con frecuencia salía
a visitar a los enfermos y los cuidaba y limpiaba con sus propias manos. Hizo
que se construyeran posadas para los peregrinos y rescató a innumerables
cautivos, sobre todo a los de nacionalidad inglesa. Siempre que aparecía en
público, lo hacía rodeada por mendigos y ninguno de ellos quedaba sin una
generosa recompensa. Nunca llegó a sentarse a la mesa, sin haber dado de comer
antes a nueve niños huérfanos y a veinticuatro adultos. Muchas veces,
especialmente durante el Adviento y la Cuaresma, el rey y la reina invitaban a
comer en palacio a trescientos pobres y ellos mismos los atendían, a veces de
rodillas, y con platos y cubiertos semejantes a los que usaban en su propia
mesa.
En 1093, el rey Guillermo Rufus tomó por sorpresa el
castillo de Alnwick y pasó por la espada a
toda la guarnición. En el curso de la contienda que siguió a aquel suceso, el
rey Malcolm fue muerto a traición y su hijo Eduardo pereció asesinado. Por
aquel entonces, la reina Margarita yacía en su lecho de muerte. Al enterarse del
asesinato de su marido, quedó embargada por una profunda tristeza y, entre
lágrimas, dijo a los que estaban con ella: «Tal vez en este día haya caído
sobre Escocia la mayor desgracia en mucho tiempo». Cuando su hijo Edgardo
regresó del campo de batalla de Alnwick,
ella, en su desvarío, le preguntó cómo estaban su padre y su hermano. Temeroso
de que las malas noticias pudiesen afectarle, Edgardo repuso que se hallaban
bien. Entonces, la reina exclamó con voz fuerte: «¡Ya sé lo que ha pasado!».
Después alzó las manos hacia el cielo y murmuró: «Te doy gracias, Dios
Todopoderoso, porque al mandarme tan grandes aflicciones en la última hora de
mi vida, Tú me purificas de mis culpas. Así lo espero de Tu misericordia». Poco
después, repitió una y otra vez estas palabras: «¡0h, Señor mío Jesucristo, que
por tu muerte diste vida al mundo, líbrame de todo mal!». El 16 de noviembre de
1093, cuatro días después de muerto su marido, Margarita pasó a mejor vida, a
los cuarenta y siete años de edad. Fue sepultada en la iglesia de la abadía de Dunfermline, que ella y su marido
habían fundado. Santa Margarita fue canonizada en 1250 y se la nombró patrona
de Escocia en 1673.
Las bellas memorias de
santa Margarita, que probablemente debemos a Turgot, prior de Durham y posteriormente
obispo de Saint Andrews, quien conoció bien a la
reina, puesto que, durante toda su vida oyó sus confesiones, nos hacen una
inspirada descripción de la influencia que ejerció sobre la ruda corte
escocesa. Al hablarnos sobre su constante preocupación por tener bien provistas
a las iglesias con manteles y ornamentos para los altares y vestiduras para los
sacerdotes, dice:
Aquellas labores se confiaban a ciertas mujeres de noble linaje y comprobada virtud, que fueran dignas de tomar parte en los servicios de la reina. A ningún hombre se le permitía el acceso al lugar donde cosían las mujeres, a menos que la propia reina llevase un acompañante en sus ocasionales visitas. Entre las damas no había envidias ni rivalidades, y ninguna se permitía familiaridades o ligerezas con los hombres; todo esto, porque la reina unía a la dulzura de su carácter un estricto sentido del deber y, aun dentro de su severidad, era tan gentil, que todos cuanto la rodeaban, hombres o mujeres, llegaban instintivamente a amarla, al tiempo que la temían, y por temerla, la amaban. Así sucedía que, cuando ella estaba presente, nadie se atrevía a levantar la voz para pronunciar una palabra dura y mucho menos a hacer algún acto desagradable. Hasta en su mismo contento había cierta gravedad, y su cólera era majestuosa. Ante ella, el contento no se expresaba jamás en carcajadas, ni el disgusto llegaba a convertirse en furia. Algunas veces señalaba las faltas de los demás -siempre las suyas-, con esa aceptable severidad atemperada por la justicia que el Salmista nos recomienda usar siempre, al decirnos: «Encolerízate, pero no llegues a pecar». Todas las acciones de su vida estaban reglamentadas por el equilibrio de la más gentil de las discreciones, cualidad ésta que ponía un sello distintivo sobre cada una de sus virtudes. Al hablar, su conversación estaba sazonada con la sal de su sabiduría; al callar, su silencio estaba lleno de buenos pensamientos. Su porte y su aspecto exterior correspondían de manera tan cabal a la firme serenidad de su carácter, que bastaba verla para sentir que estaba hecha para llevar una vida de virtud. En resumen, puedo decir que cada palabra que pronunciaba, cada acción que realizaba, parecía demostrar que la reina meditaba en las cosas del cielo.
Acta Sanctorum,
junio, vol. V, debe consultarse, lo mismo que una excelente traducción del
mismo al inglés, hecha por Fr. W. Forbes-Leith (1884). El resto del material
nos lo proporcionan cronistas como Guillermo de Malmesbury y Simeón de Durham: la
mayoría de estas crónicas han sido resumidas con provecho por Freeman, en Norman Conquest. Se encontrará un
interesante relato sobre la historia de sus reliquias, en Dictionary of National Biography, vol. XXXVI. Hay modernas
biografías de Santa Margarita, como la de S. Cowan (1911) , L. Menzies (1925), J. R. Barnett (1926) y otras.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
oración:
Señor Dios nuestro, que hiciste de santa Margarita de Escocia un modelo admirable de caridad para con los pobres, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo su ejemplo, seamos nosotros fiel reflejo de tu bondad entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
OOOOOOOOOOOO
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