miércoles
26 Noviembre 2014
San Leonardo Puerto
San Leonardo de Porto Maurizio, religioso presbítero
En Roma, en el convento de
San Buenaventura, san Leonardo de Porto Maurizio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que,
desbordante de celo por las personas, empleó casi toda su vida en la
predicación, en la publicación de libros de piedad y en dar más de trescientas
misiones en la Urbe, en la isla de Córcega y por toda Italia septentrional.
Leonardo nació en Porto Maurizio, en la Riviera italiana,
en 1676. En el bautismo recibió el nombre de Pablo Jerónimo. Su padre, Domingo
Casanova, era un excelente cristiano que trabajaba en la marina. Cuando su hijo
mayor cumplió trece años, Domingo le confió al cuidado de su acaudalado tío
Agustín, que vivía en Roma. Este envió al joven al Colegio Romano de los
jesuitas. Pablo se sintió pronto llamado a la vida religiosa y decidió ingresar
en la orden de San Francisco. Pero su tío, que quería que fuese médico, se
opuso a ello y acabó por echarle de su casa. Pablo se refugió con otro pariente
suyo, Leonardo Ponzetti, y allí permaneció hasta
que su padre le otorgó el permiso de hacerse fraile. A los veintiún años, tomó
el hábito de San Francisco en el noviciado de Ponticelli y adoptó el nombre de
Leonardo como muestra de agradecimiento a Ponzetti. Después de terminar sus estudios en el Colegio de San
Buenaventura del Palatino, recibió allí mismo la ordenación sacerdotal en 1703.
Dicho convento era la principal casa de Ia
«Riformella» (retoño de la rama de los
«Riformati» franciscanos). San
Leonardo supo combinar durante toda su vida el trabajo misional con la más
estricta observancia monástica, y largos períodos de soledad. Según decía él
mismo, «la predicación hacía que viviese para Dios y la soledad hacía que
viviese en Dios».
En 1709, san Leonardo y
otros frailes, encabezados por el P. Pío, fuero en enviados a tomar posesión
del monasterio de San Francisco Monte, en Florencia, que el gran duque Cosme I
de Médicis había regalado a la «Riformella». La comunidad se sujetó a
las normas de San Francisco en toda su austeridad; por ejemplo, no aceptaba
renta ninguna del gran duque, ni recibían estipendio alguno por la misa y
predicación, contentándose con las limosnas que los frailes pedían de puerta en
puerta. El convento se pobló rápidamente y se convirtió en un gran centro
religioso del que Leonardo y sus hermanos salían a predicar por toda Toscana,
con gran fruto. Un párroco de Pistoia escribió al guardián del convento:
«Bendita sea la hora en que se me ocurrió pedir al P. Leonardo. Sólo Dios sabe
el bien que ha hecho aquí. Su predicación llega al fondo de todos los corazones
... Todos los confesores de la región han tenido mucho trabajo». San Leonardo
fue nombrado guardián de San Francisco del Monte, y estableció en las montañas
cercanas la ermita de Santa María del Encuentro para que cada uno de los
religiosos pudiese retirarse a ella dos veces al año. A propósito de eso decía:
«Vamos a hacer el noviciado para el paraíso. He predicado muchas misiones a
otros y ahora voy a predicar una al hermano Leonardo». En la ermita impuso el
santo la estricta clausura. Los monjes que se retiraban a ella debían guardar
silencio casi constantemente; sólo podían comer pan, verduras y frutos; estaban
obligados a tomar diariamente una disciplina; debían consagrar nueve horas al
oficio divino y otros ejercicios espirituales y el resto del tiempo al trabajo
manual.
San Leonardo trabajó muchos
años en Toscana, aunque con frecuencia se le invitaba a predicar en otras
partes. La primera vez que fue a predicar en Roma, se entretuvo tanto tiempo en
la Ciudad Eterna, que el duque de Médicis
le envió un navío por el Tíber para que volviese a
Toscana. Al cabo de seis años de misionar en los alrededores de Roma, el santo
fue nombrado guardián de San Buenaventura en 1736, a los sesenta años de edad.
En una ocasión, dio una misión de tres semanas en Civita Vecchia. En ella predicó
especialmente a los soldados, a los marineros, a los presos y a los esclavos de
las galeras. Hizo también «una visita a un capitán que se empeñó en que fuese a
su navío. Allí encontramos a tres o cuatro de los que habían asistido a los sermones,
y parecían dispuestos a abandonar sus errores. Los pobrecillos habían quedado
más conmovidos por lo que habían visto y oído, pues apenas entendían el idioma.
Lo que demuestra que la gracia es realmente la que mueve los corazones». Un año
más tarde, san Leonardo dejó de ser superior. Fue entonces a predicar en
Umbría, Génova y las Marcas. Las gentes acudían en tal cantidad que, con
frecuencia, tenía que predicar fuera de las iglesias. A fin de llamar la
atención de los pecadores empedernidos y de los que no se interesaban por la
misión, el santo se disciplinaba en público algunas veces. Pero subre todo recurría al
Viacrucis, y a él se debe en grao parte la popularidad de esa devoción. Con
frecuencia la imponía como penitencia, y la predicaba continuamente. En todas
sus misiones ponía las estaciones del Viacrucis. Según se dice, las erigió en
571 poblaciones de Italia. Solía también difundir la exposición del Santísimo
Sacramento y la devoción al Sagrado Corazón y a la Inmaculada Concepción de
María. Como se sabe, esas devociones estaban entonces mucho menos popularizadas
que en la actualidad. San Leonardo se esforzó particularmente por conseguir la
definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Él fue el primero que sugirió
la idea de sondear la opinión de los cristianos sobre ese punto, sin reunir un
concilio ecuménico, como se hizo un siglo más tarde.
Benedicto XIV profesaba
gran respeto al santo. En 1744, de concierto con la República de Génova, a la
que pertenecía la isla de Córcega, el Pontífice envió allá a san Leonardo a
restablecer la paz y el orden. El pueblo no le recibió bien, pues le tomó por
un agente del «dogo», disfrazado de misionero. Evidentemente, la misión de san
Leonardo tenía algo de político, ya que los desórdenes de Córcega habían sido
provocados en gran parte por el descontento contra el dominio genovés. La
situación política, el temperamento turbulento de los corsos (que acudían a los
sermones de san Leonardo con las armas en la mano), y la configuración
montañosa del país, hicieron de esa misión la más difícil de cuantas tuvo que
predicar san Leonardo. Éste escribió muchas cartas desde Córcega. En una de
ellas decía: «En cada parroquia encontramos pleitos de lo más terribles; pero
generalmente acabamos por restablecer la paz y la calma. Sin embargo, en tanto
que la justicia no sea suficientemente fuerte para desarraigar las 'vendettas',
el bien que hagamos será sólo transitorio ... Durante estos tres años de
guerra, el pueblo no ha recibido instrucción alguna. Los jóvenes son disolutos,
alocados y no se acercan a los sacramentos. Muchos de ellos ni siquiera cumplen
con la Pascua y, lo que es aún peor, nadie les llama la atención por ello. En
la primera oportunidad que tenga de ver a los obispos, les diré lo que pienso
... Pero, aunque el trabajo es muy duro, la cosecha es abundante ...»
La fatiga, las intrigas y
la constante vigilancia sobre sí mismo, acabaron con la salud del santo, que
tenía ya sesenta y seis años. Al cabo de seis meses estaba ya tan enfermo, que
hubo que enviar un barco de Génova para que volviese al continente. Su diagnóstico
sobre el estado de Córcega había sido correcto, pues el Papa le escribió poco
después: «La situación en Córcega está peor que nunca, de suerte que no
conviene que volváis». Al mismo tiempo que predicaba en las iglesias, san
Leonardo solía dar retiros a religiosas y laicos. Así lo hizo sobre todo en
Roma durante los meses de preparación para el año jubilar de 1750. En ese año,
san Leonardo vio realizarse una de sus más caras ambiciones, ya que Benedicto
XIV le permitió erigir las estaciones del Viacrucis en el Coliseo. Con tal
ocasión, predicó a una numerosa y ferviente multitud un sermón que se conserva
todavía. Por entonces escribió: «Me estoy haciendo viejo. Mi voz tenía la misma
potencia que hace dos años, pero me cansé mucho. De todas maneras consuela ver
que el Coliseo ha dejado de ser un sitio de atracción para convertirse en un
verdadero santuario ...» En la primavera del año siguiente, san Leonardo partió
de Roma para predicar en Lucca y otros sitios. El Papa le ordenó que no hiciese
el viaje a pie, sino en coche. El santo había sido un enérgico misionero
durante cuarenta y tres años, y sus fuerzas empezaban a decaer. Por eso, y
debido a la hostilidad e indiferencia que encontraba en ciertas ciudades, sus
últimas misiones fueron relativamente poco fructuosas. A principios de
noviembre, san Leonardo se dirigió al sur y entonces comprendió que su carrera
había terminado. El coche en que iba se descompuso, de suerte que tuvo que
hacer a pie una parte del viaje. Los franciscanos de Espoleto trataron de detenerle
cuando pasó por allí, pero no lo consiguieron. El 26 de noviembre llegó a Roma
y tuvo que meterse en cama en el convento de San Buenaventura. Poco antes de
recibir los últimos sacramentos, escribió al Papa que había cumplido su promesa
de ir a morir a Roma. A las 9, llegó Mons. Belmonte del Vaticano con un mensaje
muy afectuoso del Pontífice. El santo murió antes de media noche.
A pesar de su increíble
actividad, san Leonardo encontró tiempo, en los intervalos de soledad y
contemplación que él apreciaba tanto, para escribir numerosas cartas, sermones
y tratados devotos. La obra titulada «Resoluciones», que trata de los medios de
alcanzar la perfección, no sólo vale por sí misma, sino también por lo que nos
revela sobre el santo. El cardenal Enrique de York, hijo de la reina
Clementina, de la que san Leonardo había sido director espiritual, promovió su
causa de beatificación, que tuvo lugar en 1796. Fue canonizado en 1867.
La colección
publicada en Roma, en 1853-1854, estaba muy lejos de ser completa. En 1872
fueron publicadas ochenta y seis de las cartas del santo a su penitente Elena Colonna, con el título de Soavitá di spirito di S. Leonardo. Los PP. Inocenti (1925 y 1929) y Ciro Ortolani da Pesaro (1927)
publicaron otras cartas. Muchos artículos del Archivum Franciscanum Historicum han enriquecido nuestros
conocimientos sobre san Leonardo. Hay un buen artículo del P. M. Bihl en Catholic Encyclopedia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Oremos
Señor, tú que diste a San Leonardo la abundancia del espíritu de verdad y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
, no sólo vale por sí misma, sino también por lo que nos revela sobre el santo. El cardenal Enrique de York, hijo de la reina Clementina, de la que san Leonardo había sido director espiritual, promovió su causa de beatificación, que tuvo lugar en 1796. Fue canonizado en 1867.
La colección publicada en Roma, en 1853-1854, estaba muy lejos de ser completa. En 1872 fueron publicadas ochenta y seis de las cartas del santo a su penitente Elena Colonna, con el título de Soavitá di spirito di S. Leonardo. Los PP. Inocenti (1925 y 1929) y Ciro Ortolani da Pesaro (1927) publicaron otras cartas. Muchos artículos del Archivum Franciscanum Historicum han enriquecido nuestros conocimientos sobre san Leonardo. Hay un buen artículo del P. M. Bihl en Catholic Encyclopedia.fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Señor, tú que diste a San Leonardo la abundancia del espíritu de verdad y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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