sábado 22
Noviembre 2014
Santa Cecilia de Via Apia
Memoria de santa Cecilia,
virgen y mártir, que, según la tradición, consiguió la doble palma por amor a
Jesucristo en el cementerio de Calixto, en la vía Apia de Roma. El título de
una iglesia en el Transtíber romano lleva desde antiguo
su nombre.
Esta santa, tan a menudo
glorificada en las bellas artes y en la poesía, es una de las mártires más
veneradas de la antigüedad cristiana. La más antigua referencia histórica a
santa Cecilia se encuentra en el «Martyrologio Jeronimiano»; y de él se deduce que su fiesta se celebraba
en la iglesia romana en la cuarta centuria, aunque su nombre aparece en fechas
diferentes en ese mismo martirologio. La fiesta de la santa mencionada el 22 de
noviembre -día en el cual es celebrada en la actualidad-, fue la utilizada en
el templo dedicada a ella del barrio del Trastévere, en Roma; por consiguiente, su origen probablemente se
remonta a esta iglesia. Las primeras guías medievales (Itineraria) de los sepulcros de los
mártires romanos, señalan su tumba en la Via
Appia, al lado de la cripta de
los obispos romanos del siglo tercero (De Rossi,
Roma Sotterranea, I, 180-181). De Rossi localizó el sepulcro de
Cecilia en las catacumbas de Calixto, en una cripta adjunta a la capilla de la
cripta de los papas; un nicho vacío en una de las paredes, que una vez contuvo,
probablemente, el sarcófago con los restos de la santa. Entre los frescos
posteriores que adornan la pared del sepulcro, aparece dos veces la figura de
una mujer ricamente vestida, y el Papa Urbano, quién tuvo una estrecha relación
con la santa según las Actas del martirio, aparece una vez. El antiguo templo
titular arriba mencionado, se construyó en el siglo cuarto y todavía se
conserva en el Trastévere. Este templo estaba
ciertamente dedicado en el siglo quinto a la santa enterrada en la Vía Appia; es mencionado en las
firmas del Concilio romano de 499 como «titulus
sanctæ Cæciliæ» (Mansi, Coll, Conc. VIII, 236). Así como
algunos otros antiguos templos cristianos de Roma fueron un regalo de los
santos cuyos nombres llevan, puede deducirse que la iglesia romana debe este
templo de santa Cecilia a la generosidad de la propia santa; en apoyo de este
punto de vista es de notar que la propiedad bajo la cual está construida la
parte más antigua de la verdadera catacumba de Calixto, probablemente
perteneció, según las investigaciones de De
Rossi, a la familia de santa
Cecilia (Gens Cæcilia), y pasó a ser, por
donación, propiedad de la iglesia romana. En el «Sacramentarium Leonianum», una colección de misas
completada hacia el final del siglo quinto, se encuentren al menos cinco misas
diferentes en honor de santa Cecilia, lo que testifica la gran veneración a la
santa que la Iglesia romana tenía en ese momento.
Las «Actas del Martirio de
Santa Cecilia» tienen su origen hacia la mitad del siglo quinto, y han sido
transmitidas en numerosos manuscritos, así como traducidas al griego. Fueron
asimismo utilizadas en los prefacios de las misas del mencionado «Sacramentarium Leonianum». Ellas nos informan que
Cecilia, una virgen de familia senatorial y cristiana desde su infancia, fue
dada en matrimonio por sus padres a un noble joven pagano, Valeriano. Cuando,
tras la celebración del matrimonio, la pareja se retira a la cámara nupcial,
Cecilia cuenta a Valeriano que ella está comprometida con un ángel que
celosamente guarda su cuerpo, por lo que Valeriano debe tener cuidado de no
violar su virginidad. Valeriano desea ver al ángel, y Cecilia lo manda ir a la
tercera piedra miliaria de la Via
Appia, donde se encontrará con
el obispo de Roma, Urbano. Valeriano obedeció, fue bautizado por el papa y
regresó a Cecilia hecho cristiano. Entonces se apareció un ángel a los dos y
los coronó con rosas y azucenas. Cuando Tiburcio, el hermano de Valeriano, se
acercó a ellos, también fue ganado para Cristo. Como celosos hijos de la Fe
ambos hermanos distribuyeron ricas limosnas y enterraron los cuerpos de los
confesores que habían muerto por Cristo. El prefecto, Turcio Almaquio, los condenó a muerte; el
funcionario del prefecto, Máximo, fue designado para ejecutar la sentencia, se
convirtió y sufrió el martirio con los dos hermanos. Sus restos fueron
enterrados en una tumba por Cecilia. Ahora la propia Cecilia fue buscada por los
funcionarios del prefecto. Después de una gloriosa profesión de fe, fue
condenada a morir asfixiada en el baño de su propia casa. Pero, como
permaneciera ilesa en el ardiente cuarto, el prefecto la hizo decapitar allí
mismo. El verdugo dejó caer su espada tres veces sin que se separara la cabeza
del tronco, y huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre. Vivió tres
días más, hizo disposiciones en favor de los pobres y ordenó que, tras su
muerte, su casa fuera dedicada como templo. Urbano la enterró entre los obispos
y los confesores, es decir, en la catacumba Calixtina.
El relato como tal carece
de valor histórico; es una leyenda piadosa, como tantas otras recopiladas en
los siglos quinto y sexto (y que recurren a los mismos moldes y recursos
narrativos). Sin embargo la existencia misma de los mencionados mártires, es un
hecho histórico fuera de toda duda razonable. La relación entre santa Cecilia
y Valeriano, Tiburcio y Máximo, mencionados en las Actas, tienen
quizá algún fundamento histórico. Estos tres santos fueron enterrados en las
catacumbas de Pretextato en la Via Appia, donde sus tumbas se
mencionan en las antiguas guías de peregrinos («Itineraria»).
No conocemos la fecha en
que Cecilia sufrió el martirio, ni puede deducirse nada de la mención de
Urbano; el autor de las Actas, sin autoridad alguna, simplemente introdujo el
conocido nombre de este confesor (enterrado en la catacumba de Pretextato) a causa de la proximidad
de su tumba a la de los otros mártires y lo identificó con la del Papa del
mismo nombre. A su vez el autor del «Liber
Pontificalis» usó las Actas para
referenciar a Urbano. Las Actas no ofrecen ninguna otra indicación del tiempo
del martirio. Venancio Fortunato (Miscellanea, 1, 20; 8,6) y Adón
(Martirologio, 22 noviembre) sitúan el momento de la muerte de la santa en el
reinado de Marco Aurelio y Cómodo (aproximadamente el 177), y De Rossi intenta demostrar este
dato como el más seguro históricamente. En otras fuentes occidentales de la
baja Edad Media y en el Synaxario griego, se sitúa en la
persecución de Diocleciano (inicios del s. IV). P.A.
Kirsch intentó fijarlo en el tiempo de Alejandro Severo (229-230); Aubé, en la persecución de Decio (249-250); Kellner, en el de Juliano el
Apóstata (362). Ninguna de estas opiniones está suficientemente establecida, ni
las Actas ni otras fuentes ofrecen la evidencia cronológica requerida. La única
indicación temporal segura es la localización de la tumba en la catacumba de
Calixto, en inmediata proximidad a la antiquísima cripta de los papas, en la
fueron enterrados, probablemente, Urbano y, ciertamente, Ponciano y Antero. La
parte más antigua de esta catacumba fecha todos estos eventos al final del
siglo segundo; por consiguiente, desde ese momento hasta la mitad del siglo
tercero es el período posible para el martirio de santa Cecilia.
Su iglesia en el barrio del
Trastévere de Roma fue reconstruida
por Pascual I (817-824), en cuya ocasión el papa deseó trasladar allí sus
reliquias; al principio, sin embargo, no pudo encontrarlas y creyó que habían
sido robadas por los lombardos. En una visión santa Cecilia lo exhorta a continuar
la búsqueda porque había estado ya verdaderamente cerca de ella, es decir, de
su tumba. Él entonces renovó la investigación y pronto el cuerpo de la mártir,
cubierto con costosos adornos de oro y con su ropa empapada en sangre hasta los
pies, fue encontrado en la catacumba de Pretextato. Debieron ser llevados allí desde la catacumba de Calixto
para salvarlos de los primeros saqueos de los lombardos en las cercanías de
Roma. Las reliquias de santa Cecilia, con las de Valeriano, Tiburcio y Máximo,
y también las de los papas Urbano y Lucio, fueron exhumadas por el papa
Pascual, y enterradas nuevamente, esta vez bajo el altar mayor de santa Cecilia
en el Trastévere. Los monjes de un convento
fundado en el barrio por el mismo papa, fueron encargados de cantar el oficio
diario en esta basílica. La veneración por la santa mártir continuó extendiendose y se le dedicaron
numerosas iglesias. Durante la restauración del templo, en el año 1599, el
cardenal Sfondrato examinó el altar mayor y
encontró debajo el sarcófago con las reliquias que el papa Pascual había
trasladado. Excavaciones de fines del siglo XIX, ejecutadas a instancias y a
cargo del cardenal Rampolla, descubrieron restos de
construcciones romanas, que habían permanecido accesibles.
Las representaciones más
antiguas de santa Cecilia la muestran en la actitud usual de los mártires en el
arte cristiano de los primeros siglos: o con la corona del martirio en su mano
(por ejemplo en San Apolinar la Nueva, en Rávena, en un mosaico del siglo
sexto) o en actitud de oración (por ejemplo las dos imágenes, de los siglos
sexto y séptimo, de su cripta). En el ábside de su iglesia en el Trastévere todavía se conserva el
mosaico hecho bajo el Papa Pascual, en el que es representada con ricos
vestidos, como protectora del Papa. Los cuadros medievales de la santa son muy
frecuentes; desde los siglos catorce y quince se le asigna un órgano musical como
atributo, o se le representa como tocando el órgano, o más tarde otros
instrumentos, lo que está relacionado con su carácter de Patrona de la música
sacra, tal como fue proclamada por la Academia de Música de Roma en 1584. Sin
embargo, la cuestión del patronazgo de la música constituye en sí mismo un
debatido problema, y se trata extensamente en este
escrito.
Oremos
Acoge con bondad nuestras súplicas, Señor, y, por intercesión de Santa Cecilia, dígnate escucharnos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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sábado 22
Noviembre 2014
Beato Elías Torrijo Sánchez
En Paterna, en la provincia
española de Valencia, beatos Elias
(Julián) Torrijo Sánchez y Bertrán
(Francisco) Lahoz Moliner, religiosos del Instituto de Hermanos de las Escuelas
Cristianas y mártires, los cuales, sostenidos por el ejemplo de Cristo, durante
la persecución religiosa merecieron conseguir el premio eterno prometido a los
que perseveran.
Francisco Lahoz Moliner, en
religión Hno. Bertrán, nació en Campos, Teruel, el 15 de octubre del 1912. Fue
bautizado al día siguiente de su nacimiento. Entró en el Aspirantado de Cambrils el 10 de agosto del 1925,
proveniente del de Monreal del Campo. Recibió el
hábito el 2 de febrero del 1929. Se convirtió primeramente en profesor del Aspirantado, donde se ocupó de los
alumnos más necesitados en el aprendizaje, luego encargado de la catequesis de
los Novicios. De carácter firme y austero era un trabajador incansable. En el
mes de septiembre del 1936, a causa de la persecución religiosa, fue encargado,
junto con el hermano Elías Julián, de acompañar a algunos novicios de Valencia
a Aragón. Pero fue preso, puesto en una celda de aislamiento, y luego
ajusticiado en el campo militar de Benimamet (Picadero de Paterna). Fue sepultado en una fosa común en el
cementerio de Valencia.
Julián Torrijo Sánchez, en religión Hno.
Elías, nació en Torrijo del Campo, Teruel, el 17
de noviembre de 1900, y fue bautizado al día siguiente. Entró en el Aspirantado de Cambrils el 13 de noviembre de
1916. Recibió el hábito el 11 de febrero de 1917 en Hostalets de Llers (Gerona). Comenzó su
apostolado con los niños de Santa Coloma Farnés
en 1920. Cambrils, Manlleu, San Hipólito de Voltregá, Condal, y la escuela
Nuestra Señora del Carmelo, en Barcelona, fueron sus campos de apostolado. A
causa de una enfermedad, tuvo que acudir a Cambrils. Allí le sorprendió la persecución religiosa. Junto con el
hermano Bertrán Francisco, fue encargado de acompañar a un grupo de Novicios y
Escolásticos aragoneses a sus casas, pero, antes de llegar a Sagunto, fueron
interceptados por los milicianos. Y de esa forma no pudieron llegar a Aragón.
Identificados como religiosos fueron encarcelados, juzgados sumariamente y
luego ejecutados.
Los otros cuatro compañeros
de Hermanos de las Escuelas Cristianas que fueron martirizados en relación a
los mismos hechos en Benimaclet (Valencia) estan inscriptos el día 23
de octubre.
fuente: Hermanos de las Escuelas Cristianas - La Salle
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sábado 22
Noviembre 2014
Junto al río Zihun, cerca de la ciudad de
Maras, en Cilicia, beatos Salvador Lillo,
presbítero de la Orden de Hermanos Menores, Juan, hijo de Balzi, y otros seis compañeros
de familia armenia, mártires, que ante la imposición de los soldados otomanos
de renegar de Cristo, por no acceder a traicionar su fe, emigraron al reino
eterno atravesados por lanzas. He aquí sus nombres: beatos K`adir, hijo de Xodianin; Cerun, hijo de K`urazi; Vardavar, hijo de Dimbalac; Pablo, hijo de Jeremías;
David y Teodoro, hermanos, hijos de David.
Salvador Lilli nació en Capadocia, en la
provincia italiana de L'Áquila, el 19 de junio de 1853,
en el seno de una familia dedicada al transporte de carbón y leña a Roma.
Realizó algunos estudios y, cumplidos los 18 años, ingresó en la orden
franciscana, en el noviciado que los Reformados tenían en Nazzano de Roma. En 1871 profesó
la regla de san Francisco, y dos años después, debido a la supresión de las
órdenes religiosas en Italia, marchó como misionero a Palestina. Fue ordenado
sacerdote en 1878, en Belén, y dos años más tarde fue enviado a Marasc, misión de Armenia Menor
(Turquía), perteneciente a la Custodia de Tierra Santa. Aquí aprendió las
lenguas árabe, turca y armenia, y desarrolló un provechoso apostolado entre los
cristianos del lugar, como lo demostraban los confesionarios siempre ocupados y
las comuniones frecuentes de los fieles, incluso entre semana. Mantuvo buenas
relaciones con las personas más eminentes de la ciudad, católicas, ortodoxas y
turcas. Con las limosnas de los bienhechores levantó una nueva capilla; también
adquirió un gran campo y muchas herramientas agrícolas para labrarlo.
Hubo en 1890 una epidemia
de cólera, y el P. Salvador, que se encontraba sólo en el convento, desarrolló
durante cuarenta días una labor incansable de asistencia a los apestados. Unos
años más tarde fue destinado como párroco y superior a la misión de Mujuk-Deresi, a siete horas a caballo
de Marasc. Allí, en la plenitud de
su vida y actividad religiosa, cultural, social y económica, le sorprendió en
1895 una fuerte persecución contra los cristianos armenios, despreciados desde
siempre por los musulmanes, por su fidelidad a la fe cristiana. Miles de
hombres, mujeres y niños fueron asesinados en toda la región. Los superiores le
avisaron que abandonase urgentemente el lugar. Al segundo aviso respondió
diciendo que "el pastor no puede abandonar a las ovejas en peligro",
de modo que decidió permanecer junto a los armenios perseguidos. Al cabo de un
mes, los soldados entraron en la misión a bayoneta calada, y el valiente
franciscano, que los recibió con el mayor respeto, resultó herido en una pierna
mientras trataba de ayudar a las víctimas. Fue encerrado en una celda del
convento, y allí, entre halagos y amenazas, el oficial de los soldados trató de
convencerle para que renegara de Cristo y se pasara al Islam.
Pasada una semana, los
soldados quemaron la misión y se pusieron en marcha, llevando maniatado y
herido a fray Salvador, con otros campesinos, hasta Marasc. En la iglesia, fray
Salvador los oyó en confesión y les animó a afrontar el martirio.
Reemprendieron la marcha y llegaron al borde de un torrente, cerca de Mujuk-Deresi. Aquí el jefe trató, una
vez más, de hacerles renegar de Cristo y abrazar la fe musulmana. Ante la
negativa de todos, fueron asesinados allí mismo, a golpe de bayoneta, y sus
cuerpos quemados. Era el 22 de noviembre de 1895. El P. Salvador Lilli tenía 42 años. Sus
compañeros de martirio, todos armenios, se llamaban Baldji Oghlou Ohannes, Khodianin Oghlou Kadir, Kouradji Oghlou Tzeroum, Dimbalac Oghlou Wartavar, Geremia Oghlou Boghos, David Oghlou David y Toros Oghlou David. De todos ellos,
sólo se conoce la edad aproximada de Baldji
Oghlou Ohannes (Juan hijo de Balzi), que había nacido hacia
1860. Fueron beatificados por SS Juan Pablo II el 3 de octubre de 1982.
fuente: Frate Francesco
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sábado 22
Noviembre 2014
Conmemoración de san
Filemón, en Colosas, de cuyo amor a Cristo
Jesús se goza el apóstol san Pablo, y que recibe culto al lado de santa Apia,
su esposa.
Conocemos a Filemón por la
carta que san Pablo le dirige desde su cautiverio romano, la carta más breve
del epistolario paulino, apenas 25 versículos, y de la que la autoría directa
del Apóstol no ofrece dudas. Aunque de poca extensión, el escrito es de gran
importancia, porque ayudó desde los albores de la relación entre la fe
cristiana y las instituciones civiles a tratar de orientarse en el delicado
problema de cómo convivir con una institución con la esclavitud, tan contraria
al espíritu de nuestra fe. Aun hoy la carta puede ser aplicada a repensar otros
problemas, igualmente espinosos, en esa misma relación. Pero el objeto de la
conmemoración del martirologio -y de esta hagiografía- no es abordar ese
interesante tema, sino trazar una semblanza de Filemón y Apia, lo más amplia
posible, a partir de los datos que poseamos.
Y lo primero que debemos
reconocer es que esos datos son muy escasos. La carta habla en todo momento a
Filemón, pero no se dirige particularmente a él, sino que se presenta dirigida
«a nuestro querido amigo y colaborador Filemón, a la hermana Apfia, a nuestro compañero de
armas, Arquipo, y a la Iglesia de tu
casa» (vv 1-2). Pablo va a tratar un
tema humanamente delicado (el delito de Onésimo, su transformación interior por
la fe, la actitud justiciera o misericordiosa que pueda tomar Filemón cuando
recupere al prófugo), y posiblemente el Apóstol quiere que ese tema se charle
en la comunidad, que no sea una decisión exclusiva de Filemón. estamos
posiblemente a inicios de los años 60, y las «iglesias» no eran aun edificios
consagrados, ni siquiera espacios específicos, sino comunidades familiares o
posiblemente vecinales, siguiendo en esto costumbres que venían ya del judaísmo
de la gentilidad. Así que Pablo se dirige «a la Iglesia de tu casa». Eso nos
indica que se reunían en lo de Filemón, pero no significa, ni puede deducirse
de allí, que fuera el «presidente» de esas reuniones, o que tuviera un cargo
directivo en la comunidad. En realidad tampoco puede deducirse lo contrario.
A tenor del versículo 19,
podemos entender que la conversión de Filemón fue una tarea personal del
Apóstol: «Yo mismo, Pablo, lo firmo con mi puño; yo te lo pagaré... Por no
recordarte deudas para conmigo, pues tú mismo te me debes». Posiblemente, Filemón
era de posición acomodada, no sólo porque pusiera su casa a disposición de la
comunidad, sino por la alusión que hace Pablo en el v.5 «tengo noticia de tu
caridad y de tu fe para con el Señor Jesús y para bien de todos los santos»;
parece un poco aventurado, sin embargo, afirmar que fuera comerciante de lanas,
o concretar más que lo que pueda razonablemente surgir de la carta. Todo apunta
a Colosas ya que, aunque la Carta a
los Colosenses tiene sus propios problemas de autoría y fecha, se nombran
algunos personajes en común, e incluso se dice que esa carta (la de Colosenses)
va en manos de Tíquico y Onésimo, posiblemente el
mismo esclavo objeto de la carta a Filemón; pero hay que reconocer que la carta
no da otros elementos para localizar al personaje con más precisión.
Apfia (transcripta en el
martirologio en español como Apia) sólo es mencionada en el versículo 2.
Tradicionalmente se la supone esposa de Filemón, pero hay que reconocer que no
hay demasiada base para afirmarlo, sólo la vaga idea de que las comunidades
familiares solían comprender a toda la casa, y mucho más si el convertido era
el marido, pero no deja de ser una hipótesis. Mucho más lo es la afirmación,
que ya pasa un poco de hipótesis a «peregrina idea», de que Arquipo, el otro mencionado en el
encabezado, sea el hijo de ese matrimonio, como se lee en muchos estudios. No
hay apoyo alguno para esa identificación.
Aquí acaba, y no es poco
tratándose de personajes «secundarios» del Nuevo Testamento, todo lo que
podemos decir a ciencia cierta sobre Filemón y Apfia. Más allá del texto comienza la
leyenda que, como cualquiera puede imaginar, llega a informarnos de detalles
insospechados: Filemón llegó a ser obispo de Colosas, o tal vez de Gaza; en el ministerio
fue ayudado estrechamente por Onésimo, y murió mártir, posiblemente en Éfeso,
junto con Apfia; los dos esposos
enterrados hasta la altura del pecho y apedreados, en tiempos de Nerón, el día
de la fiesta de Diana. esta forma de la leyenda era la que traía el
Martirologio Romano anterior, pero hay muchas otras variantes. El Martirologio
actual no los inscribe como mártires, ni como obispo a Filemón.
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sábado 22 Noviembre 2014
San Pedro Esqueda Ramírez, presbítero y mártir
En la ciudad de Teocaltitlán, en México, san Pedro Esqueda Ramírez, presbítero y mártir, que, por ser sacerdote, durante la Revolución mexicana fue encarcelado y fusilado.
Nació en San Juan de los Lagos, Jalisco el 29 de abril de 1887. Siendo monaguillo e infante del coro, ingresó al seminario auxiliar de San Julián y después de seis años de estudios pasó al conciliar de Guadalajara, donde concluyó su formación eclesiástica. Presbítero desde el 19 de noviembre de 1916, desarrolló su ministerio sacerdotal en San Juan de los Lagos con entera sumisión al párroco buena voluntad y laudable interés.
La Sagrada Eucaristía fue el centro de su vida y el eje de su apostolado; para promover el culto organizó la Asociación Cruzada Eucarística. Otro campo preferente de su apostolado fue la catequesis infantil. Cuando se suspendió el culto público, el presbítero Esqueda se quedó en su pueblo en calidad de encargado interino de la parroquia. Escondiéndose aquí y allá, pudo permanecer en la población. Cuando alguien le recomendó escapar, contestó: “Dios me trajo, Dios sabrá”.
La mañana del 18 de noviembre de 1927, el teniente coronel Santoyo, haciendo gala de crueldad, capturó al presbítero Esqueda; se le incomunicó en la abadía de la colegiata de San Juan de los Lagos, transformada en cuartel. Permaneció cuatro días en una pequeña habitación en tinieblas; el tiempo de su prisión en distintas ocasiones fue flagelado. Sufrió en silencio las molestias y tormentos que precedieron su muerte, entre ellos la fractura de un brazo.
El 22 de noviembre el lastimado sacerdote, atado de las manos, fue conducido al lugar del suplicio, Teocaltitán, del municipio de Jalostotitlán, Jalisco a la salida de la población el teniente coronel Santoyo localizó un árbol de mezquite cuyas ramas servían como depósito o tapanco de pastura. Con la intención de quemar a su víctima, ordenó al clérigo subirse al árbol encima del rastrojo; pero aunque quiso cumplir el mandato, se lo impidió la fractura del brazo derecho. Ante la inutilidad de sus esfuerzos Santoyo lo colmó de injurias y, acto continuó, le vació la carga de su pistola y murió. Manos piadosas sepultaron el cadáver en Teocaltitán. Después sus restos fueron trasladados a San Juan de los Lagos y actualmente se encuentran en el templo parroquial de San Juan Bautista, de dicha ciudad.
fuente: Conferencia del Episcopado Mexicano
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