jueves 20
Noviembre 2014
Beata María Fortunata Viti, monja
En Veroli, cerca de Frosinone, en el
Lacio, de Italia, beata María Fortunata (Ana Felicia) Viti, de la Orden de San
Benito, que casi toda su vida estuvo al cuidado del ropero, intentando
solamente ajustarse de todo corazón al cumplimiento de la Regla.
En su vida no hay nada de
excepcional, salvo una notable longevidad: casi 96 años. Más bien fue una vida
humilde, escondida, algunos podrían decir insignificante, que es casi difícil
de hablar de ella. Los puntos de partida no son los más felices: el padre es un
rico hacendado de Veroli que arruina su salud y su
cartera en su pasión por el juego y su tendencia a consolarse con beber
bastante vino. Su madre muere de insuficiencia cardíaca a los 36 años, después
de dar a luz a nueve hijos, y ella, a sus 14 años de edad, se vuelve la madre
precoz de los otros ocho. Tiene tanto que hacer, que no puede pensar ni en sí
misma ni en su futuro. Su ocupación principal es garantizar que en la casa
todos respeten a ese padre -colérico, alcoholizado y reducido a la miseria-
como es capaz de hacer ella misma, que cada noche besa su mano y le pide la
bendición, tragando lágrimas y humillación. ¡Y pensar que la habían bautizado
Anna Felice, y de hermana se llamará
Fortunata! A los 24 años, de hecho, se decide a entrar en el convento de las
«buenas hermanas», es decir, las benedictinas de su ciudad. Mantiene su firme
propuesta, formulada en ese día, de «ser santa»; no sabe que para alcanzar el
objetivo deberá vivir 70 años más, «sepultada en vida» en el anonimato de su
celda, con días todos idénticos, marcados por acciones repetitivas que alguien
podría incluso definir monótonas: hilar y coser, lavar y remendar.
Y rezar. Aunque para ella
esto no debería ser un problema, ya que siempre parece absorta en la
contemplación de su Dios. Sólo después se podrá descubrir cuánta aridez
espiritual se escondía tras el fervor, cuántos tormentos y batallas íntimas
fueron cubiertas por su imperturbable aparente serenidad. No sabe leer ni
escribir, por su bien conocida historia familiar, y por lo tanto no puede ser
admitida en el coro, es decir, entre las monjas dedicadas a funciones
litúrgicas. Para ella sólo hay trabajo, con una jornada que comienza a las tres
y media de la mañana y prosigue en acciones laboriosas y humildes, que cumple
tan bien que se transforman en obras maestras, sazonadas con mucha oración aun
en medio de la de la más completa aridez espiritual.
Cargada de trabajo,
consumida por la edad, afectada por un reumatismo que en los últimos años la
fuerza a permanecer en la cama, incapaz de moverse lo mínimo, termina ciega,
sorda, y paralítica, después de 72 años de reclusión, en 1922. De ella parece
no darse cuenta nadie y rápidamente es enterrada, al día siguiente, en la fosa
común. Pero la desentierran 13 años más tarde, por el clamor popular, y la
sepultan en la iglesia: tantos son los milagros que ocurren en su tumba. Y no
termina allí: Pablo VI en 1967, proclamó beata a sor María Fortunata Viti, la monja que, trabajando
y sonriendo, se iba santificando en la monotonía de la vida cotidiana, en el
encierro de un convento, y con una gran cantidad de dolencias.
fuente: Santi e Beati
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jueves 20 Noviembre 2014
San Rafael de San José
Se llamó José y nació en Vuna (Polonia) el 1/sept/1835 de noble
familia.
Pasó su juventud entregado a la piedad y al estudio, aunque después enfrió un poco en su vida de piedad.
En 1853 ingresó en la carrera militar y muy pronto escaló altos cargos en la misma, que desempeñó con gran competencia.
Se entregó a las obras de piedad y de caridad. Alejandro II de Rusia lo elogió grandemente. Se levantó para defender a su patria y, apresado, llevó una vida de mucha oración y penitencia.
Fue deportado a los campos de Siberia, donde pasó en trabajos forzados cuatro años. Iba madurando en la fe. Después fue confinado a otros campos más benignos.
Sus compañeros quedaban admirados de su virtud, caridad y paz. Le consultaban y acudían a él como a un santo. Fue el preceptor del duque Augusto y le acompañó a varias naciones de Europa.
A los 42 años dijo adiós al mundo y pidió al provincial de Austria ser carmelita teresiano (1877), cambiando su nombre por el de Rafael de San José. En Polonia se ordenó sacerdote el 15/enero/1882.
Trabajó con todas las fuerzas de su alma para extender su Orcien en Polonia. Fue vice-maestro de novicios, prior y vicario provincial y fundó el convento de Wadowice en 1892, donde desarrolló un fecundo apostolado.
En esta ciudad nació en 1920 el papa Juan Pablo II y por el afecto que sentía a los carmelitas y la veneración de los restos de este venerable carmelita, intentó Karol Woyti la, por dos veces, ser religioso carmelita.
Murió santamente el 15/nov/1907.
El papa Juan Pablo II lo beatificó en su misma patria el 22 de Junio de 1983. Fue canonizado por el mismo Papa el 17 de noviembre de 1991 en la Basílica Vaticana.
Pasó su juventud entregado a la piedad y al estudio, aunque después enfrió un poco en su vida de piedad.
En 1853 ingresó en la carrera militar y muy pronto escaló altos cargos en la misma, que desempeñó con gran competencia.
Se entregó a las obras de piedad y de caridad. Alejandro II de Rusia lo elogió grandemente. Se levantó para defender a su patria y, apresado, llevó una vida de mucha oración y penitencia.
Fue deportado a los campos de Siberia, donde pasó en trabajos forzados cuatro años. Iba madurando en la fe. Después fue confinado a otros campos más benignos.
Sus compañeros quedaban admirados de su virtud, caridad y paz. Le consultaban y acudían a él como a un santo. Fue el preceptor del duque Augusto y le acompañó a varias naciones de Europa.
A los 42 años dijo adiós al mundo y pidió al provincial de Austria ser carmelita teresiano (1877), cambiando su nombre por el de Rafael de San José. En Polonia se ordenó sacerdote el 15/enero/1882.
Trabajó con todas las fuerzas de su alma para extender su Orcien en Polonia. Fue vice-maestro de novicios, prior y vicario provincial y fundó el convento de Wadowice en 1892, donde desarrolló un fecundo apostolado.
En esta ciudad nació en 1920 el papa Juan Pablo II y por el afecto que sentía a los carmelitas y la veneración de los restos de este venerable carmelita, intentó Karol Woyti la, por dos veces, ser religioso carmelita.
Murió santamente el 15/nov/1907.
El papa Juan Pablo II lo beatificó en su misma patria el 22 de Junio de 1983. Fue canonizado por el mismo Papa el 17 de noviembre de 1991 en la Basílica Vaticana.
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jueves 20
Noviembre 2014
San Edmundo, mártir
En Inglaterra, san Edmundo,
mártir, que, siendo rey de los anglos orientales, cayó prisionero en la batalla
contra los invasores normandos y, por profesar la fe cristiana, fue coronado
con el martirio.
En el siglo IX, los daneses
empezaron a hacer incursiones cada vez más frecuentes en las costas de
Inglaterra. A mediados del siglo, «los paganos pasaron el primer invierno en
nuestra tierra». El día de Navidad del año 855, los nobles y el clero de Norfolk,
reunidos en Attleborough, coronaron por rey a
Edmundo, quien tenía entonces catorce años. Al año siguiente, el pueblo de
Suffolk reconoció también su soberanía. Se dice que fue un gobernante tan
talentoso y hábil como virtuoso. Para emular al rey David y poder participar en
los divinos oficios, aprendió todo el salterio de memoria. El benedictino Lidgate escribió en el siglo XV:
«Era piadoso y bueno, celestialmente alegre, prudente en sus actos, y la gracia
se manifestaba poderosamente en él ...» Por entonces, tuvo lugar la más
numerosa de las invasiones que los daneses habían llevado a cabo hasta entonces.
La «Crónica Anglo-Sajona» dice: «Un poderoso ejército de daneses desembarcó en
el país de los anglos. Allí pasaron el invierno y se les proporcionaron
caballos. Los anglos hicieron la paz con ellos». Los invasores cruzaron el Humber y tomaron York. En seguida
avanzaron con dirección a Mercia,
hasta Nottingham, saqueando, quemando y
esclavizando. El año 870, cruzaron Mercia,
de vuelta a Anglia del este, y establecieron
sus cuarteles de invierno en Thetford. «En aquel invierno, Edmundo les presentó batalla, los
daneses triunfaron, mataron al rey, sometieron a toda la tierra y destruyeron
todos los monasterios que encontraron».
Este resumen corto y
escueto nos dice cuanto sabemos con certeza sobre la muerte de san Edmundo. Alban Butler resume de la manera
siguiente las tradiciones que se encuentran en Abbo de Fleury y otros cronistas: Los bárbaros
invadieron los dominios de san Edmundo, incendiaron la ciudad de Thetford (que habían tomado por
sorpresa) y sembraron la desolación por donde pasaron. El rey reunió
apresuradamente un ejército. En las cercanías de Thetford se enfrentó con un
destacamento de daneses y estuvo a punto de ganar la batalla. Pero, poco
después, llegaron refuerzos al enemigo. Viendo que no podía presentar batalla
con un ejército tan reducido como el suyo, san Edmundo se retiró a su castillo
de Framlingham de Suffolk. El jefe de los
bárbaros, Ingvar, le propuso la paz bajo
condiciones que el monarca no podía aceptar, tanto por motivos religiosos como
por la lealtad que debía a sus súbditos. No le quedó, pues, otro remedio que huír, pero fue rodeado por el
enemigo en Hoxne, a orillas de Waveney. Según otros autores,
permitió voluntariamente que le tomasen preso en la iglesia. Nuevamente se le
hicieron proposiciones inadmisibles que el santo desechó, declarando que amaba
más su religión que su propia vida y que jamás salvaría ésta al precio de aquélla.
Entonces, Ingvar mandó que le atasen a un
árbol y le azotasen. San Edmundo soportó el tormento con mansedumbre, invocando
el nombre de Jesús. En seguida le cosieron a flechazos, pero sin darle muerte,
de suerte que su cuerpo «parecía un erizo, cuya piel está cubierta de púas, o
un puercoespín». Finalmente, Ingvar
desató al santo, le arrancó del árbol al que le habían clavado las flechas y
mandó que le decapitasen.
El cuerpo de san Edmundo
fue sepultado en Hoxne. Hacia el año 903 sus
reliquias fueron trasladadas a Beodricsworth, que se llama actualmente Bury St
Edmund's. El año de 1010, durante
las invasiones de los daneses, las reliquias fueron depositadas en la iglesia
de San Gregorio de Londres, cerca de la catedral de San Pablo y, tres años más
tarde, volvieron nuevamente a Bury.
Durante el reinado de Canuto, se fundó la gran abadía benedictina de St Edmundsbury, que tuvo por reliquia
principal los restos de san Edmundo. Los comentarios de Tomás Carlyle (en «Past and Present») sobre la crónica de Joselino de Brakelond, en la que se describe
cómo el abad Sansón trasladó las reliquias de san Edmundo a una nueva iglesia,
en 1198, contribuyeron a popularizar mucho los nombres de san Edmundo y su
abadía. Antiguamente, se profesaba gran devoción al mártir en Inglaterra, donde
se construyeron numerosas iglesias en honor suyo. En el siglo XIII y en los
siguientes, la fiesta de san Edmundo era de precepto. Su fiesta se celebra
todavía en la diócesis de Westminster y Northampton, así como en las abadías
benedictinas de Inglaterra.
Thomas Arnold editó en «Memorials of St Edmund's Abbey» (Rolls Series, vol. I) una pasión
escrita por Abbo de Fleury, otra debida a la pluma de
Gaufrido de Fontibus, una colección de milagros
compuesta por el archidiácono Herman y otra compuesta
por el abad Sansón. Arnold hace notar, en la
introducción, que Guillermo de Malmesbury y otros cronistas pretenden añadir algunos datos, pero que
son de poco valor. Lo mismo hay que decir de La vie de Saint Edmund le Roy (poema francés del
siglo XIII, publicado por Arnold
en el vol. II) y del poema inglés compuesto por el monje de Bury, Dan Lydgate. Lord Francis Hervey, «Corona Sti. Eadmundi» (1907) y «History of King Edmund» (1929), estudió muy
cuidadosamente el tema. Se ha discutido mucho acerca de la supuesta traslación
de las reliquias de San Edmundo a la iglesia de Saint Sernin, en Toulouse, así como de
la vuelta de una parte de ellas a Inglaterra en 1901. Véase Stanton, Menology, pp. 559-561.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
El último rey de Estanglia, tal vez sucesor de Offa en el 855, una figura que
se adornó póstumamente con todos los elogios concebibles («virtuoso,
caritativo, humilde desde sus tiernos años», sin olvidar que «su rostro hermoso
era de ángel más que de hombre») La desdicha idealizó a este monarca
que en el 869 tuvo que hacer frente a una invasión de daneses que se instalaron
en Thetford, Norfold. Edmundo les atacó con su
ejército, fue derrotado y murió posiblemente después de que le hicieran
prisionero sus enemigos. Relatos más tardíos suponen que
le azotaron y que luego fue asaeteado hasta que «no hallando ya lugar en el
santo cuerpo para nuevas heridas, por una misma herida entraban de nuevo muchas
saetas, tantas que causaba horror y compasión mirarlo, porque parecía un erizo,
siendo otro nuevo san Sebastián» Según la leyenda, sus súbditos
acabaron encontrando su cuerpo, pero la cabeza del rey no aparecía, hasta que
en medio de los campos oyeron una voz que gritaba: «Aquí estoy» Cómo siguieran
sin verla y todos preguntasen «¿Donde estás?», la cabeza respondió tres veces:
«Here, here, here», o sea, «Aquí, aquí,
aquí», hasta orientarles en su búsqueda. Venerado como mártir, su
culto fue muy popular en la Inglaterra medieval, y sus reliquias se conservaron
en Bury Saint Edmunds, en West Sufflok, donde en el año 1020 se
fundó una gran abadía. Su atributo es una flecha.
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que concediste a San Edmundo luchar por la fe hasta derramar su sangre, haz que, ayudados por su intercesión, soportemos por tu amor nuestras dificultades y con valentía caminemos hacia ti que eres la fuente de toda tu vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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