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Sábado 08 Marzo 2014
San Juan de Dios
Fundador (1495-1550) Juan Ciudad Duarte nació de padres
humildes en Montemayor el Nuevo (Portugal), el año 1495. Eran años de
efervescencia, al reclamo de los nuevos descubrimientos. Juan partió de su pueblo cuando sólo tenía
ocho años. Entró en España y se quedó en Oropesa. Más tarde seguiría su
aventura.
Entra a servir en casa de un rico propietario. El dueño le
propone un ventajoso matrimonio con su hija. Juan no quiere atarse y
desaparece. Se alista en el ejército. Lucha como San Ignacio en
Fuenterrabía. Sufre muchas peripecias.
Por un descuido es expulsado y regresa a Oropesa. Vuelve al ejército contra los
turcos y llega hasta Viena. A la vuelta pasa por su pueblo. Luego reside en
Sevilla, Ceuta, Gibraltar y Algeciras, siempre con ocupaciones diversas.
Su vida es una perpetua aventura. A los 42 años llega a
Granada. Allí se realizó su conversión. «Granada será tu cruz», le dice el
Señor. Desde ahora se llamará Juan de Dios.
Predicaba en Granada San Juan de Ávila, y con tales colores y tonos
predicó sobre la belleza de la virtud y sobre la fealdad del pecado, con tantos
ardores habló sobre el amor de Dios, que Juan se sintió como herido por un
rayo. Se tiraba por el suelo, mientras repetía: «Misericordia, Señor,
misericordia». Quemó los libros que vendía de caballería, repartió los
piadosos, lo dio todo, y corrió por las calles de la ciudad descalzo y gritando
sus pecados y su arrepentimiento como uno que ha perdido el juicio.
Sólo Juan de Ávila que le animó a encauzar aquellos arrebatos
en alguna obra permanente de caridad. Y Juan concentró ahora todo su entusiasmo
en una nueva Orden: La Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios.
«Haceos el bien, hermanos», repetía sin cesar. Sus primeros compañeros los
reclutó el fundador entre la gente más desarrapada: un alcahuete, un asesino,
un espía y un usurero. Esa es la fuerza del amor. Un converso que saca del fango a cuatro
truhanes y los hace héroes cristianos. Sobre estas cuatro columnas apoyará su
obra. Peregrina a Guadalupe. Vuelve a Granada y recoge los primeros enfermos.
Es el precursor de la beneficencia moderna. Acoge a los enfermos,
los cura, los limpia, los consuela, les da de comer. Todo es limpieza, orden y
paz en la casa. Por la noche mendiga por la ciudad para los enfermos. Todos se
le abren. Todos le ayudan. Es muy
expresivo el cuadro de Murillo: va el Santo con el cesto lleno por la ciudad,
carga con un enfermo ulceroso que representa a Jesucristo y un ángel le
sostiene y le guía. Un día se declaró un incendio en el Hospital.
Había peligro de que todos los enfermos quedaran abrasados.
Juan de Dios, desoyendo a los prudentes, se metió en el fuego, dispuesto a dar
la vida, cogió uno a uno sobre sus espaldas y los salvó a todos. A él
únicamente se le chamuscaron los vestidos. Las llamas de su amor fueron más
fuertes que el fuego. Murió en Granada
el año 1550.
Oremos
Padre de misericordia, que concediste a San Juan de Dios un
gran amor y compasión hacia los pobres y los enfermos, haz que también nosotros
sirvamos a nuestros hermanos con espíritu de caridad y merezcamos, por ello,
ser colocados a tu derecha en el día del retorno de tu Hijo. Que vive y reina
contigo.
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