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Viernes 21 Marzo 2014
Beato Miguel Gómez Loza
La intensa vida de este laico, altamente comprometido con la
Iglesia, se inició el 11 de agosto de 1888 en Paredones, Jalisco, México, en el
seno de una humilde familia de campesinos. La exquisita tutela ejercida por su
madre Victoriana, unida a un infinito agradecimiento por haberle dado la vida,
hizo que él y Elías, el primogénito y su único hermano, alteraran el orden de
sus apellidos cuando ya el cabeza de familia había muerto y Elías se disponía a
ingresar en el seminario. También influyó en las decisiones que Miguel tuvo que
tomar relacionadas con su futuro, en particular sus estudios, ya que eso
suponía tener que abandonar la aldea donde vivían y dejar sola a la madre que
dependía de él. Un gesto que da idea de la sensibilidad de este gran hombre, que
iba a coronar con su sangre su amor por Cristo y la Iglesia. Era valeroso,
audaz, creativo, apasionado, coherente y fiel. No le costó acceder a misiones
de responsabilidad dentro de los movimientos defensores de la Iglesia.
Hermanado con el también beato Anacleto González, ambos lideraron la Asociación
católica siendo referentes ineludibles para los jóvenes mexicanos. La huella
que había dejado en su parroquia como acólito, catequista y sacristán, unida a
su actividad como promotor de acciones que repercutían en el bien de los
vecinos, como el establecimiento de cajas de ahorros, ponían de relieve su
valía.
Ingresó en el seminario de Guadalajara, que abandonó al
constatar que no tenía vocación para el sacerdocio, y cursó derecho. Pero, poco
antes, en 1913, marcando una época de febril actividad se afilió al Partido
Católico Nacional y al grupo estudiantil de La Gironda. Anacleto y él, que
fueron parejos casi hasta en la muerte, se vincularon a la Congregación Mariana
del Santuario de San José de Gracia y asumieron la dirección de la Unión
Latinoamericana, que se había creado entonces. Hombre idealista, llevado de su
pasión y ardor apostólico, Miguel no dudaba en enfrentarse a quien se pusiera
en contra de los principios cristianos. Eso le acarreó disgustos y
contratiempos, entre otros, un arresto. Siendo estudiante universitario en
Morelos el celo que le caracterizaba le llevó a mostrar su frontal oposición a
las tesis sostenidas por un partidario del presidente Juárez. Si había que ir
lejos, lo hacía. Esa fue la tónica de su vida. Impulsó la prensa católica y
fundó la sociedad de Propagación de la Buena Prensa. Siendo uno de los
instauradores de la Asociación católica de la juventud mexicana, desde ella
siguió promoviendo numerosas acciones sociales y editoriales marcadas por la
aparición de diversas publicaciones. Su papel activo en defensa de la fe
eclesial seguía ocasionándole problemas, en este caso, profesionales. De hecho,
no logró que avalaran sus estudios con el título acreditativo correspondiente.
Aún así, continuó luchando sin desmayo.
Contrajo matrimonio con Mª Guadalupe Sánchez Barragán a
finales de 1922. De él nacerían tres hijas. Establecido con su familia en los
Altos de Jalisco se integró en la parroquia y desplegó su buen hacer entre los
vecinos, granjeándose su respeto y afecto. Fue testigo de la bendición de la
primera piedra del monumento dedicado a Cristo Rey que pensaba erigirse en
Guanajuato. Ello se produjo en un momento difícil desde el punto de vista
político, que fue derivando progresivamente a situaciones de alta incomodidad y
serio riesgo para su vida. Sufrió el destierro instigado por el alcalde de
Arandas de manera arbitraria e injusta, sin que mediara juicio alguno. Durante
tres meses tuvo que afincarse en Jalpa de Cánovas, siendo, como siempre,
ardiente y activo promotor de los valores cristianos. De regreso a Guadalajara
ingresó en la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento. Cuando en 1924 el
gobernador de Jalisco decretó el cierre del seminario, tuvo en Miguel un bravo
competidor a través de la Unión Popular fundada por él junto a Anacleto en
1925. Llegó a oídos de la Santa Sede su excepcional labor y le otorgó la cruz
Pro Ecclesia et Pontifice, siendo galardonados también sus compañeros. En
febrero de 1926 volvió a ser encarcelado y prosiguió una encendida labor
apostólica orando junto a los reclusos y difundiendo la Palabra de Dios. En
abril salía de la cárcel, cuando fue nuevamente apresado por la policía
secreta. En ese instante se libró, puede que hasta de una muerte segura, por la
mediación que ejerció un puñado de amigos. Una vez se vio en la calle lideró un
movimiento de jóvenes afines a la Unión Popular que partieron dispuestos a todo
con el fin de establecer sus principios en distintos lugares. Todo ello en
medio de una precariedad económica seria, impuesta por el boicot del que eran
objeto.
El hermano de Miguel falleció a finales de diciembre de 1926.
Y en enero del año siguiente éste partió hacia los Altos. Se unió a una vía de
resistencia pacífica contra el estado que se había empeñado en poner contra las
cuerdas a los seguidores de Cristo. Nombrado gobernador de Jalisco en abril de
1927, se estableció en la Presa de López sosteniendo con firmeza la fe de la
gente, al tiempo que mantenía activa la revista Glaudium. Hizo de comisario
castrense entre los afiliados del movimiento que presidía, y congregó a los
cristeros en octubre de ese año para celebrar unidos la festividad de Cristo
Rey. En los primeros meses de 1928 el modo de sostener la resistencia
emprendida por los católicos parecía estar más o menos bajo control. Sin
embargo, el 21 de marzo, hallándose en un lugar cercano a Atotonilco, no pudo
impedir que unos militares federales le asesinaran acribillado a balazos por el
pecho y por la espalda, junto a su secretario Dionisio Vázquez. Antes intentó
destruir la documentación que revelaba la identidad de católicos que
conformaban su grupo. Juan Pablo II lo beatificó el 20 de noviembre de 2005
junto a otros mártires mexicanos incluido Anacleto.
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