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Jueves 06 Marzo 2014
Santa Coleta
Virgen (1380-1447)
Hija única. Su padre fue un carpintero de Corbie, en la Picardía, que en
agradecimiento a san Nicolás por haberle dado la niña tan deseada, esperada y
que parecía que no iba a llegar nunca, le puso por nombre Nicolette. Quedó
huérfana a los dieciocho años.
La mitad de su vida transcurrió durante el Cisma de Occidente
(1378-1417), donde se simultaneaban papas y antipapas a granel; hasta tres
papas llegó a tener la Iglesia, uno en Roma, otro en Avignón y otro en Pisa.
Coleta, que como la gran mayoría de los franceses, aceptaba la obediencia al
papa de Avignón, tomó en el mismo año tres hábitos distintos por la entrada en
tres monasterios diferentes. Tal como
entró salió en las beguinas de Amiens, en las benedictinas de Corbie y en las
clarisas "suaves" o mitigadas en su rigor primitivo por bula de
Urbano IV (muerto en 1264) y por ello llamadas "urbanistas"; todos
los monasterios le parecían demasiado cómodos y relajados; todos los ella
conoció habían perdido el rigor primitivo.
Ciertamente los males eran muy grandes en la Iglesia. Por fin
recaló en la Tercera Orden de san Francisco, sin vida en común. Decidió enclaustrarse ella misma, haciendo
que le tapiaran entre dos contrafuertes de la iglesia de Nuestra Señora de
Corbie; allí tenía la suerte de no tener nada, de poder emplear el día y la noche
en oración contemplativa y dedicarse a las penitencias que el espíritu le
sugería. Vivía reclusa, vestida con su hábito, y consiguió hacer de aquel
espacio su celda particular desde la que podía asistir a la misa diaria y
recibir a Jesús Sacramentado.
Por cuatro años llevó aquella vida solitaria y penitente,
ayunando toda la Cuaresma a pan agua y repitiendo en alguna que otra temporada
la misma pauta; con poco sueño y mala cama, si es que puede recibir este nombre
el manojo de sarmientos desparramados por el suelo y que le servían para estirar
sus huesos. En esas circunstancias tuvo
éxtasis en los que le parecía contemplar el lastimoso estado de las personas
consagradas a Dios, que habían perdido el fervor de la primera caridad.
Lágrimas y más penitencia para expiar.
Tuvo visiones de la Virgen, de san Francisco y santa Clara que
le pedían dedicase su tiempo y fuerzas a reformar la Orden franciscana; pero
como se veía a sí misma como la criatura más tosca, vil y torpe para tamaña
empresa, no se atrevió a hacer nada hasta que recibió la prueba de lo que desde
el Cielo se le pedía. Animada por fray
Enrique de la Beaume y ayudada por la Sra. De Brisay, se trasladó de Niza a
Provenza para entrevistarse con Benedicto XIII, en Avignón. Tiene veinticinco años.
Asombrado quedó el papa con las propuestas de Coleta; autorizó la reforma para
todas aquellas monjas que quisieran aceptarla y la autorizó para fundar nuevos
conventos; aprobó con todas sus bendiciones el propósito de Colette,
vistiéndole él mismo el hábito de la Orden Franciscana, otorgándole el velo y
el cíngulo, y nombrándola abadesa y superiora general tanto de los conventos
que reformase como de los que fundase.
Toda Francia se puso en su contra: los seglares, los
religiosos y los mismos prelados consideraron aquella aventura poco menos que
imposible. Las monjas la juzgaron como amotinada, orgullosa, hipócrita e ilusa.
Tuvo que retirarse a Saboya por la persecución; después pasó a Borgoña. Gracias a su perseverancia se consiguió
aquel imposible por la cantidad de sinsabores, humillaciones, mortificación y
trabajo que debió padecer para sacar la reforma adelante. La peste ayudó un
poco también, llevándose por delante con sus estragos a las que mostraron mayor
resistencia a la reforma. El primer convento que aceptó la vuelta al primitivo
espíritu fue el de Besanzon; luego se corrió el buen deseo por toda centro
Europa y dejó atrás a los Pirineos, cuando pasó a España.
Murió Coleta, después de recibir fervorosamente los
sacramentos, en Gante (Bélgica), el día 6 de marzo de 1447, con sesenta y seis
años de edad, después de haber sido adornada con los dones de profecía y
milagros. Ella misma fundó dieciocho nuevos conventos llamados de las Clarisas
Pobres, las descalzas, que viven en alegría el espíritu de Coleta.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a Santa Coleta el don de imitar con
fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por
intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra
vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu
Hijo. Que vive y reina contigo.
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