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Domingo 23 Marzo 2014
San Toribio Mogrovejo
Obispo (1538-1606)
Toribio, arzobispo de Lima, es uno de los eminentes prelados de la hora
de la evangelización. El concilio plenario americano del 1900 lo llamó:
"la lumbrera mayor de todo el episcopado americano". Era la hora de
llevar la fe cristiana al imperio inca peruano lo mismo que en México se
cristianizaba a los aztecas. Nació en
Mayorga (Valladolid), el 16 de noviembre de 1538. No se formó en seminarios, ni
en colegios exclusivamente eclesiásticos, como era frecuente entonces; Toribio
se dedicó de modo particular a los estudios de Derecho, especialmente del
Canónico, siendo licenciado en cánones por Santiago de Compostela y continuó
luego sus estudios de doctorado en la universidad de Salamanca. También residió
y enseñó dos años en Coimbra.
En Diciembre de 1573 fue nombrado por Felipe II para el
delicado cargo de presidente de la Inquisición en Granada, y allí continuó
hasta 1579; pero ya en agosto de 1578 fue presentado a la sede de Lima y
nombrado para ese arzobispado por Gregorio XIII el 16 de marzo de 1579, siendo
todavía un brillante jurista, un laico, o sólo clérigo de tonsura, cosa tampoco
infrecuente en aquella época. Recibió
las órdenes menores y mayores en Granada; la consagración episcopal fue en
Sevilla, en agosto de 1579. Llegó al
Perú en el 1581, en mayo.
Se distinguió por su celo pastoral con españoles e indios,
dando ejemplo de pastor santo y sacrificado, atento al cumplimiento de todos
sus deberes. La tarea no era fácil. Se encontraba con una diócesis tan grande
como un reino de Europa, con una población nativa india indócil y con unos
españoles muy habituados a vivir según sus caprichos y conveniencias. Celebró tres concilios provinciales limenses
_el III (1583), el IV (1591) y el V (1601)_; sobresalió por su importancia el
III limense, que señaló pautas para el mexicano de 1585 y que en algunas cosas
siguió vigente hasta el año 1900.
Aprendió el quechua, la lengua nativa, para poder entenderse con los
indios.
Se mostró como un perfecto organizador de la diócesis. Reunió
trece sínodos diocesanos. Ayudó a su clero dando normas precisas para que no se
convirtieran en servidores comisionados de los civiles. Visitó tres veces todo
su territorio, confirmando a sus fieles y consolidando la vida cristiana en
todas partes. Alguna de sus visitas a la diócesis duró siete años. Prestó muy pacientemente atención especial
a la formación de los ya bautizados que vivían como paganos. Llevado de su celo
pastoral, publicó el Catecismo en quechua y en castellano; fundó colegios en
los que compartían enseñanzas los hijos de los caciques y los de los españoles;
levantó hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la
doctrina cristiana, cantando.
No se vio libre de los inevitables roces con las autoridades
en puntos de aplicación del Patronato Real en lo eclesiástico; es verdad que
siempre se comportó con una dignidad y con unas cualidades humanas y cristianas
extraordinarias; pero tuvo que poner en su sitio a los encomenderos, proteger
los derechos de los indios y defender los privilegios eclesiásticos. Atendido por uno de sus misioneros, murió en
Saña, mientras hacía uno de sus viajes apostólicos, en 1606. Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726.
Oremos
Señor, tú que quisiste dilatar la Iglesia por medio de la
actividad apostólica de santo Toribio de Mogrovejo y por su gran amor a la
verdad, suscita también hoy en el pueblo cristiano aquellas mismas virtudes que
resplandecen en este santo obispo, para que así la Iglesia crezca,
constantemente en la fe y se renueve por la santidad. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
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