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lunes 03 Marzo 2014
Santa Catalina Drexel
Nació en Filadelfia, Pennsylvania, Estados Unidos, el 26 de
noviembre de 1858. Era la segunda hija de un filántropo, el conocido financiero
Francis Anthony Drexel. Perdió a su madre Hannah Jane Langstroth al mes de
nacer. Francis contrajo nuevo matrimonio con Emma Bouvier, y ambos educaron a
las niñas –dos habidas en el primer matrimonio del banquero– para que
compartiesen sus posesiones, inculcándoles la idea de que sus cuantiosos bienes
eran un simple préstamo que habían recibido. Catalina llevó a rajatabla esta
enseñanza. En su casa se abrían las puertas constantemente a los necesitados.
Además, su padre ejercía un mecenazgo sobre ellos con el cariz evangélico del
anonimato: dar sin que nadie lo sepa. En ese amplio abanico de receptores, el
Sr. Drexel incluía a los sacerdotes que ejercían su admirable labor pastoral
entre los desfavorecidos. Junto a estas acciones caritativas, oraban y asistían
a misa comunitariamente. Las tres hermanas recibieron una espléndida formación.
La gran visión de Emma propició la inclusión de otras enseñanzas útiles y
prácticas para la vida cotidiana de las jóvenes: confección y cocina,
complementarias al eficaz aprendizaje que les proporcionaba la labor
asistencial que llevaban a cabo. De este modo se acostumbraron a apreciar el
valor del esfuerzo y a ser agradecidas por lo que tenían, entre otras virtudes
que adquirieron como la sencillez y la humildad.
Durante unos años, la familia gozó de la situación ventajosa
que tenía, viajando en completa armonía por distintos países de Europa que
abrieron los ojos de Catalina a un mundo nuevo, desconocido, lleno de rica
tradición espiritual en su cultura. Cuando tenía 21 años ese paradisíaco hogar
se quebró por la súbita enfermedad de Emma. Y durante tres años ella se
convirtió en su ángel tutelar. La cubrió de atenciones con exquisita ternura, y
constató las crudas aristas del dolor. Ningún bien de este mundo pudo
devolverle la salud y la vida a Emma. Catalina entendió de golpe, y de manera
definitiva, la futilidad de las riquezas. En enero de 1883 Emma fallecía, y en
noviembre de ese año el resto de la familia fue a Venecia. Allí una imagen de
María en la Basílica de San Marcos se hizo notar para Catalina recordándole el
gratis data evangélico. Quedaba marcado su acontecer.
Dos años más tarde moría su padre y heredaba una gran fortuna.
Pero quedó destrozada, y buscando otros aires viajó a Europa nuevamente. Poco
antes había recorrido con su familia el oeste de los Estados Unidos y estaba
impactada por las carencias que detectó. En Alemania buscó misioneros para
paliarlas, y desde allí se trasladó a Roma con la misma idea. En la audiencia
mantenida con León XIII, esta laica solicitó que le enviara personas entregadas
para las misiones que financiaba. El pontífice hizo notar que ella misma podía
ser misionera, una propuesta que Catalina acogió con visible sorpresa ya que no
había pensando en esa opción vital. Conoció a los indios americanos y a los
afro-americanos viendo in situ las pésimas condiciones de vida. Y en 1887
estableció la escuela St. Catherine Indian School en Santa Fe, Nuevo México.
Trece nuevos centros fundados en cuatro años dan idea de su ardor apostólico.
En su ánimo pesaba desde hacía mucho tiempo su anhelo de ser religiosa, aunque
su director espiritual, el obispo James O’Connor no lo tenía tan claro. Pensaba
más en las dificultades que le esperaban y le sugirió orar.
Como en 1888 seguía experimentando el anhelo de consagrarse,
el prelado la animó a fundar una Institución, hasta entonces desconocida, que
tuviera entre sus fines la asistencia de indios y negros. «La responsabilidad
de semejante llamada me abruma, porque soy infinitamente pobre en las virtudes
necesarias», dijo ella humildemente. Pero el 19 de marzo, bajo el amparo de san
José, dio el paso. El obispo murió sin ver materializada la Obra que finalmente
surgió con la ayuda del arzobispo de Filadelfia que alentó a Catalina. Emitió
los votos en febrero de 1891 y fundó la Congregación de las Hermanas del
Santísimo Sacramento. Donó toda su herencia reservándose lo imprescindible para
su mantenimiento, y poco a poco puso en marcha casi 60 escuelas y misiones
extendidas por el oeste y sudoeste de Estados Unidos. Creó la institución de
educación superior Xavier University en Louisiana y se manifestó contra la
injusticia y la discriminación racial. El camino no fue fácil, pero en la
contrariedad entrevió la riqueza de un itinerario único que conduce a la vida
eterna: «Cada prueba que sufrimos, manifestó, es un acto de misericordia de
Dios, para que podamos desatarnos de la tierra y aproximarnos a Dios». Sufrió
una grave enfermedad que la mantuvo prácticamente inmóvil durante 18 años.
Entonces pudo dedicarse por completo a una vida de adoración y contemplación.
Encarnó lo que había expresado en otro tiempo: «La aceptación humilde y
paciente de la cruz, sea cual fuera su naturaleza, es la obra más elevada que
podamos hacer». Murió el 3 de marzo de 1955. Juan Pablo II la beatificó el 20
de noviembre de 1980. Y él mismo la canonizó el 1 de octubre de 2000.
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