OOOOOOOOOOOOO
Miércoles 12 Marzo 2014
San Luis Orione
Nació en Pontecurone, Italia, el 23 de junio de 1872. Tenía 13
años cuando se abrazó a la vida religiosa ingresando en el convento franciscano
de Voghera, Pavía. Pero graves problemas de salud dieron al traste
momentáneamente con su sueño. Su destino sería otro. Durante tres años, los que
median entre 1886 y 1889, tuvo la gracia de formar parte de los discípulos de
Don Bosco en el Oratorio turinés de Valdocco. Y concluida allí su formación,
ingresó en el seminario de Tortona. Lo que aprendió en Valdocco, con el
testimonio de Don Bosco, dejó en él una huella imborrable. Antes de ser
sacerdote, ya había puesto en marcha el Oratorio «San Luis», y un colegio en el
barrio de San Bernardino. Eran los primeros signos de su impronta apostólica
con niños y jóvenes que no tenían recursos económicos. Fue ordenado en abril de
1895. Ese año fundó la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Y en 1899 los
Ermitaños de la Divina Providencia, integrada por el grupo de clérigos y
sacerdotes que se aglutinaron en torno a él. En 1903 el obispo de Tortona,
Mons. Bandi, se apresuró a reconocer canónicamente estas fundaciones que tenían
como objeto de su acción los desposeídos, los humildes, los afectados por
lesiones físicas y morales, etc., atendidos en sus «Pequeños Cottolengos». Para
los enfermos y ancianos, entre otros, Luis puso en marcha hospitales diversos.
El admirable plan de vida que se había trazado, basado exlusivamente en el
Evangelio: «hacer el bien siempre a todos, el mal nunca a nadie», estaba dando
sus frutos. Aspiró a tener «un corazón grande y generoso capaz de llegar a
todos los dolores y a todas las lágrimas», y lo consiguió.
En 1915 vio la luz otra de sus obras: las Pequeñas Hermanas
Misioneras de la Caridad, y creó el primer Cottolengo. Los frutos se
multiplicaban. Se había implicado de lleno en la Sociedad de Mutuo Socorro San
Marciano y en la Conferencia de San Vicente, y toda acción que lleva a cabo un
apóstol redunda en numerosas bendiciones. Surgieron casas en Pavía, Sicilia,
Roma… Prestó su ayuda a los damnificados en los terremotos que asolaron las
regiones de Reggio, Messina y Marsica. Desempeñó la misión de vicario general
de Messina a petición de Pío X, ante quien realizó sus votos perpetuos en 1912.
Entre 1920 y 1927 fundó las Hermanas adoratrices Sacramentinas invidentes, y
las Contemplativas de Jesús crucificado. Este prolífico fundador no fue ajeno a
las dificultades histórico-sociales que afectaron a la Iglesia y al mundo en la
época que le tocó vivir. Para contrarrestarlas solo cabía la santidad, y así lo
dijo: «Tenemos que ser santos, pero no tales que nuestra santidad pertenezca
solo al culto de los fieles o quede solo en la Iglesia, sino que trascienda y
proyecte sobre la sociedad tanto esplendor de luz, tanta vida de amor a Dios y
a los hombres que más que ser santos de la Iglesia seamos santos del pueblo y
de la salvación social». Envió misioneros a diversos países de Europa y de
América del Sur. Y él mismo viajó por diversos países del Cono Sur en 1921.
Volvió después y entre 1934 hasta 1937 permaneció en esta zona impulsando las
fundaciones y asociaciones para laicos, entre las que también se cuentan las
«Damas de la Divina Providencia», los «Ex Alumnos» y los «Amigos».
Su edificante existencia fue la de un hombre de oración,
devoto de María, sencillo, humilde, intrépido. Un apóstol entregado a Cristo
por completo, que viendo su rostro en el sufrimiento de las personas que
conoció, hizo todo lo que estuvo en su mano para asistirlas. Un insigne
predicador y confesor. Un fundador que gozó de la confianza de la Santa Sede,
pero al que no faltaron incomprensiones, oposiciones, dificultades, y
sufrimientos a todos los niveles. Su amor al Santo Padre le llevó a incluir un
cuarto voto de fidelidad a él. Fue impulsor de dos santuarios. A lo largo de su
vida llegó a «ver y sentir a Cristo en el hombre». Con gran visión se adelantó
a los tiempos, impulsando todas las vías de la nueva evangelización. Decía a
los suyos: «¿Son tiempos nuevos? Fuera los miedos. No dudemos. Lancémonos en
las formas nuevas, en los nuevos métodos… No nos fosilicemos: basta conseguir
sembrar, basta poder arar a Jesucristo en la sociedad y fecundarla de Cristo».
Estaba claro que quería combatir el inmovilismo y la rutina enemigos del
apóstol. Murió el 12 de marzo de 1940 en la casa de San Remo, exclamando:
«¡Jesús! ¡Jesús! Voy». Fue beatificado por Juan Pablo II el 26 de octubre de
1980, quien glosó su existencia recordando que fue: «un hombre tierno y sensible
hasta las lágrimas; infatigable y valiente hasta el agotamiento; tenaz y
dinámico hasta el heroísmo; afrontando peligros de todo género; iluminando a
hombres sin fe; convirtiendo a pecadores; siempre recogido en continua y
confiada oración...». Este mismo pontífice lo canonizó el 16 de mayo de 2004.
OOOOOOOOOOOOO
No hay comentarios:
Publicar un comentario