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Lunes 17 Marzo 2014
Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno (1831-1905)
Nació en Granada el 11 de octubre de 1831. Su raigambre
cristiana estaba fuertemente asentada por la fe que sus padres Antonio y
Josefa, ciudadanos estimados y de gran relevancia en la capital, ya profesaban.
Ello, junto a la cuidada educación que recibió, fue determinante para su
vocación sacerdotal. Su padre, reputado médico y catedrático de la universidad,
era un hombre sensible que no pasaba por alto las necesidades ajenas. Siempre
que estuvo en su mano atenderlas, actuó generosamente.
Juan, imbuido de tantos
valores, destacó entre los compañeros de clase por su aplicación al estudio y
ejemplar comportamiento. Y cuando se hallaba en el frontispicio de un futuro
halagüeño, pudiendo adquirir la notoriedad que le permitían sus muchas
cualidades personales junto al estatus social familiar que disfrutaba,
conquistando escalas circundadas por el éxito, optó por entregarse a Cristo.
Ingresó en el seminario en 1850 y en el transcurso de esos
años de formación se hicieron patentes sus magníficas dotes de oratoria. Casi
doscientos sermones recogidos por él dan cuenta de la fecundidad de su palabra
que brotaba de su oración. No era un simple predicador, sino un confesor de la
fe; por eso llegaba a calar en el corazón de tantas personas.
En estos
valiosísimos escritos queda patente su inclinación a los débiles desamparados y
aquéllos cuya existencia discurría por un continuo valle de lágrimas por los
motivos que fuesen. Fue ordenado sacerdote en 1855. A los pocos días, perdió a
su madre víctima del cólera. Abrazado a la cruz inició su trayectoria pastoral,
que compaginó con la docencia en el colegio de San Bartolomé y Santiago.
Entretanto, proseguía sus estudios, que culminaron con la obtención del
doctorado en teología, la licenciatura en derecho civil y canónico, y un
bachillerato en filosofía y letras.
Esta formidable preparación le capacitó
para asumir la cátedra de psicología, lógica y ética del Instituto de Granada,
al tiempo que se hacía cargo de las parroquias de Huétor Santillán y de Loja.
Además, ejerció como predicador numerario de la reina Isabel II, fue sacerdote
castrense, formador de seminaristas, arcipreste y examinador sinodal en
Granada, Jaén y Orihuela. Su finura humana y espiritual, el talante humilde,
misericordioso, paciente, afable, lleno de dulzura, y su manifiesta ternura
hacia los demás, suscitó gran estima hacia su persona.
En 1869 fue destinado a la diócesis de Málaga como vicario
general, canónigo de la catedral y visitador de religiosas. La providencia guió
sus pasos y le puso al frente de la casa de la misericordia de Santa María
Magdalena y San Carlos. Para un espíritu tan sensible como el suyo, consternado
por las necesidades y el sufrimiento ajeno, la oportunidad de hallarse inmerso
en ese colectivo de desfavorecidos no hizo más que acrecentar el anhelo de
servirles que formaba parte de su manera de ser.
Contemplaba afligido y lleno
de piedad a las jóvenes descarriadas que anhelaban modificar el rumbo de su
desdichada existencia. En 1872 murió su padre. Y en 1878 impulsó la fundación
de las Hermanas Mercedarias de la Caridad asociada a la orden mercedaria. Esta
obra sería su cruz y su gloria.
Las primeras religiosas tomaron el hábito en
Granada en la primavera de ese año, trasladándose a continuación a Málaga. En
medio de tenebrosos y espurios intereses, esos que impulsa el maligno, cinco de
las nueve primeras integrantes de este movimiento eclesial quedaron seducidas
por la oferta de un sacerdote, Diego Aparicio, que había estado al lado de Juan
al inicio de la fundación, y le abandonaron. Optaron por regresar a Granada
junto al presbítero para volver a poner en marcha allí la orden. Con el corazón
afligido e incontenible emoción, el beato manifestó: «Con dos que haya, la obra
sigue; no se desanimen, Dios proveerá… ». Fijada la sede de Granada como origen
de la casa general y noviciado en 1880, a todas quedó claro, porque así lo dijo
su fundador, que sus objetivos habrían de ser: «ejercer todas las obras de
misericordia espiritual y corporal en la persona de los pobres... ».
Después de un primer periodo de fecunda andadura, se
desencadenaron graves acontecimientos.
En 1888 Juan fue ignominiosamente
acusado por una de sus hijas. La creyeron y él fue destituido de su misión al
frente de la congregación. Los arzobispos de Granada y de Sevilla, provincia de
la que procedía la hostigadora, emprendieron una labor de esclarecimiento de
los hechos que discurrió de forma confusa, con el desacuerdo de las religiosas
de ambas ciudades.
Además, se mezclaron otras ambiciones respecto a la orden
instigadas por varios eclesiásticos, con lo cual el P. Zegrí se entrevistó en
Roma con León XIII. Se rehabilitó su imagen y se le permitió retomar sus
funciones. Pero no fue bien recibido por el arzobispo de Granada ni por las
religiosas. En julio de 1896 les dirigió una carta haciendo notar su inocencia.
No logró llegar a sus entrañas.
En 1901 conoció la aprobación de la obra que
tantos sufrimientos le había causado. Pero murió a causa de una pertinaz
diabetes, y lo hizo solo, completamente abandonado, el 17 de marzo de 1905. Dos
décadas más tarde, sus hijas repararon su error. Él contempló en el cielo este
gesto. Juan Pablo II lo beatificó el 9 de noviembre de 2003.
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