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Viernes 28 Marzo 2014
San José Sebastián Pelczar
Nació el 17 de enero del 1842 en Korczyna, Polonia. Sus padres
tuvieron muy en cuenta sus grandes cualidades para el estudio, haciendo posible
que recibiese esmerada formación. Todo ello sin descuidar su educación en la
fe. Espiritualmente, muy pronto descubrió que deseaba seguir a Cristo. Aún no
había terminado la primera fase de su preparación académica y ya anotó en su
diario: «Los ideales de la tierra palidecen, el ideal de la vida lo veo en el
sacrificio y el ideal del sacrificio en el sacerdocio». Eligió esta vía sin
pensar que tal decisión implicaría asumir íntimas renuncias. En 1860 inició los
estudios eclesiásticos en el seminario de Przemyśl; cuatro años más tarde era
sacerdote. Puso en manos de Jesús y de María su acontecer humano, espiritual y apostólico,
y se dispuso a cumplir la voluntad divina bajo esta consigna: «Todo por el
sacratísimo Corazón de Jesús, a través de las manos inmaculadas de la Santísima
Virgen María». Primeramente fue vicario parroquial de Sambor. Pero no se podían
desperdiciar sus grandes dotes intelectuales. Por ello, fue enviado a Roma para
cursar estudios que simultaneó en dos universidades, la Gregoriana, entonces
Collegium Romanum, y la Lateranense, que en esa época era Instituto de san
Apolinar. Fueron dos intensos años de dedicación que luego le permitieron
impartir clases en el seminario de Przemyśl y en la universidad Jagellónica de
Cracovia.
Se doctoró en teología y en derecho canónico. Entre sus
méritos académicos se halla haber sido decano de la facultad de teología, que
se ocupó de renovar, vicerrector de la universidad y rector del Almae Matris de
Cracovia. Es obvio que su labor recibía alta estima. Pero la tarea
universitaria fundamentalmente fue para él otro instrumento apostólico que le
permitió acercarse a docentes y alumnos. Realizó con ellos una gran labor en
los veintidós años de actividad profesional. En su ejercicio pastoral tuvo
siempre presentes las necesidades de los demás que encauzó con su ingente labor
caritativo-social. Colaboró con distintas asociaciones educativas católicas.
Fue presidente de la Asociación de la educación popular y formaba parte de la
Asociación de san Vicente de Paúl. Además, impulsó «La Fraternidad de la
Inmaculada Virgen María, Reina de Polonia». A través de ella daba cobijo a trabajadores,
pobres, alcohólicos, emigrantes, huérfanos, empleadas domésticas, en particular
las que se hallaban en paro, y enfermas, para las que abrió una escuela, etc.
Impartió numerosas conferencias y distribuyó entre la gente gratuitamente miles
de obras. También a él se debe la existencia de un nutrido número de
bibliotecas y salas de lectura. Es obvio que supo aunar su labor científica y
académica con la acción apostólica.
Fue un insigne predicador y confesor. Todo en él fue un afán
de adecuar su vida a la voluntad divina: «El acuerdo con la voluntad de Dios
trae una paz inquebrantable. ¿Qué puede inquietar al que todo lo recibe con
alegría, sabiendo que todo proviene de la voluntad de Dios llena de amor?». Su
austeridad y espíritu de entrega le instaba a repartir sus bienes entre los
necesitados, pero siempre mirando a esa frontera del amor a todos en Cristo,
sin la cual nada tiene sentido. Tuvo claro el cariz espiritual de su compromiso
apostólico: «No basta dar dinero a los pobres. El dinero no tiene ojos, labios,
ni corazón. El dinero no hablará, no consolará, no aconsejará. Mientras que el
pobre necesita el consuelo, alivio, consejo y esperanza. La verdadera prueba
del amor y misericordia para con los pobres es visitarlos» […]. «Servir a Dios
es nuestra tarea principal. Tarea más importante frente a la cual todo lo demás
es nada». Su devoción al Sagrado Corazón de Jesús le llevó a fundar en 1894,
junto a la Madre Klara Szczesna, la Congregación de las Siervas del Sagrado
Corazón de Jesús. Tenían como objetivo los jóvenes, enfermos y los que
precisasen cualquier tipo de ayuda. Humilde y con el sentido de indignidad que
acompaña a los genuinos discípulos de Cristo, pasado el tiempo manifestó: «Que
Dios me perdone este atrevimiento, porque hasta hoy, fundadores eran las
personas santas, pero lo que me justifica son las circunstancias en las cuales
he visto claramente la voluntad de Dios».
En 1899 fue nombrado obispo auxiliar y un año más tarde
prelado titular de la diócesis de Przemyśl. No desperdició ningún momento de su
tiempo. Sabía del valor de la oración y su repercusión en la vida espiritual y
apostólica. Es la característica comúnmente compartida por todos los que
alcanzaron la santidad. En la oración se plantearon las grandes cuitas de su
existencia, suplicaron la conversión personal y pidieron ardientemente la
gracia de saber tocar el corazón de las gentes para llevarlas a Cristo. Fue uno
de los manjares que gustaron junto a la Eucaristía, nutriéndose a la par con la
Palabra de Dios. Sebastián no fue una excepción. Uno de los testigos de su
fecunda vida sintetizó con estas palabras lo que había aprendido de él: «Las
personas laboriosas, especialmente las que pasan más tiempo en la intimidad con
Dios que con los hombres, tienen tiempo para todo». Este es otro fruto de la
oración: la multiplicación del mismo de una forma sorprendente. No hay más que
ver las biografías de los santos con trayectorias tan intensas como
insólitamente creativas. Pelczcar, cuyo lema fue: «Todo para el único Dios»,
escribió numerosas cartas pastorales, impartió charlas y homilías que encadenó
junto a obras teológicas, históricas, textos sobre la ley canónica, manuales y
devocionarios. Viendo su quehacer en conjunto está claro que una gracia tuvo
que dilatar sus horas. Murió la madrugada del 28 de marzo de 1924. Fue
beatificado por Juan Pablo II el 2 de junio del 1991. No había sido un teórico
de la vida espiritual, sino un fidelísimo seguidor de Cristo. Por eso, el
pontífice dijo en la ceremonia: «He aquí un hombre que no solamente decía
‘Señor, Señor’ sino que cumplía la voluntad de Dios». Él mismo lo canonizó el
18 de mayo de 2003.
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