sábado 15
Noviembre 2014
San Alberto Magno
San Alberto, llamado
«Magno», obispo y doctor de la Iglesia, que ingresó en la Orden de Predicadores
en París, enseñó de palabra y en sus escritos las disciplinas filosóficas y
divinas, y fue maestro de santo Tomás de Aquino, uniendo maravillosamente la sabiduría
de los santos con la ciencias humanas y naturales. Después se vio obligado a
aceptar la sede episcopal de Ratisbona, desde la cual se esforzó asiduamente en
fortalecer la paz entre los pueblos, aunque al cabo de un año prefirió la
pobreza de la Orden a toda clase de honores, y murió santamente en Colonia, en
la Lotaringia Germánica.
Fueron los propios
contemporáneos de san Alberto quienes le dieron el título de «Magno». Por la
profundidad y amplitud de sus conocimientos solían llamarle también «el Doctor
Universal» y decían que «sus conocimientos en todos los campos son casi divinos,
de suerte que merece que le llamemos la maravilla y el milagro de nuestra
época». Aun el monje Roger Bacon
le consideraba como «una autoridad» y calificaba sus obras de «fuentes
originales». El hecho de haber sido el maestro de santo
Tomás de Aquino contribuyó
también a la fama de san Alberto; pero sus contemporáneos, lo mismo que la
posteridad, le han juzgado como un hombre grande por sí mismo. Alberto era de
origen suabo. Pertenecía a la familia Bollstädt; nació en el castillo de Lauingen, a orillas del Danubio, en
1206. Lo único que sabemos sobre su juventud, es que estudió en la Universidad
de Padua. En 1222, el beato Jordán de Sajonia, segundo maestro general
de la orden de Santo Domingo, escribía desde Padua a la beata Diana de Andelo, que estaba en Bolonia,
anunciándole que había admitido en la orden a diez postulantes, «y dos de ellos
son hijos de condes alemanes». Uno era Alberto. Un tío suyo, que vivía en
Padua, había tratado de impedir que ingresase en la orden de Santo Domingo,
pero la influencia del beato Jordán había sido más fuerte que la suya. Cuando
el conde de Bollstädt se enteró de que su hijo
vestía el hábito de los frailes mendicantes, se enfureció sobremanera y habló
de sacarlo por la fuerza de la orden. Pero los superiores de Alberto le
enviaron discretamente a otro convento, y la cosa paró ahí. Probablemente se trataba
del convento de Colonia, ya que allí enseñaba Alberto en 1228. Más tarde, fue
prefecto de estudios y profesor en Hildesheim, Friburgo de Brisgovia y Estrasburgo. Cuando volvió a Colonia, era ya famoso en
toda la provincia alemana. Como París era entonces el centro intelectual de
Europa occidental, Alberto pasó allí algunos años como maestro subordinado,
hasta que obtuvo el grado de profesor. En 1248, los dominicos determinaron
abrir una nueva Universidad («studia
generalia») en Colonia y nombraron
rector a san Alberto. Desde entonces hasta 1252, tuvo entre sus discípulos a un
joven fraile llamado Tomás de Aquino.
En aquella época, la
filosofía comprendía las principales ramas del saber humano accesibles a la
razón natural: la lógica, la metafísica, las matemáticas, la ética y las
ciencias naturales. Entre los escritos de san Alberto, que forman una colección
de treinta y ocho volúmenes in-quarto,
hay obras sobre todas esas materias, por no decir nada de los sermones y de los
tratados bíblicos y teológicos. La figura de san Alberto y la de Roger Bacon se destacan en el campo de
las ciencias naturales, cuya finalidad, según dice el santo, consiste en
«investigar las causas que operan en la naturaleza». Algunos autores llegan
incluso a decir que san Alberto contribuyó aún más que Bacon al desarrollo de la
ciencia. En efecto, fue una autoridad en física, geografía, astronomía,
mineralogía, alquimia (es decir, química) y biología, por lo cual nada tiene de
sorprendente que la leyenda le haya atribuido poderes mágicos. En sus tratados
de botánica y fisiología animal, su capacidad de observación le permitió
disipar leyendas como la del águila, la cual, según Plinio, envolvía sus huevos
en una piel de zorra y los ponía a incubar al sol. También han sido muy
alabadas las observaciones geográficas del santo, ya que hizo mapas de las
principales cadenas montañosas de Europa, explicó la influencia de la latitud
sobre el clima y, en su excelente descripción física de la tierra, demostró por
un argumento muy complicado que era redonda. Pero el principal mérito
científico de san Alberto no reside en esto, sino en que, al caer en la cuenta
de la autonomía de la filosofía y del uso que se podía hacer de la filosofía
aristotélica para ordenar la teología, reescribió, por decirlo así, las obras
del filósofo para hacerlas aceptables a los ojos de los críticos cristianos.
Por otra parte, aplicó el método y los principios aristotélicos al estudio de
la teología, por lo que fue el iniciador del sistema escolástico, que su
discípulo Tomás de Aquino había de perfeccionar. Así pues, fue san Alberto el
principal creador del «sistema predilecto de la Iglesia». El reunió y
seleccionó los materiales, echó los fundamentos y santo Tomás construyó el
edificio.
San Alberto escribió
durante sus largos años de enseñanza y no dejó de hacerlo cuando se dedicó a
otras actividades. Como rector del «Studium»
de Colonia, se distinguió por su talento práctico, de suerte que de todas
partes le llamaban a arreglar las dificultades administrativas y de otro orden.
En 1254, fue nombrado provincial en Alemania. Dos años más tarde, con su alto
cargo asistió al capítulo general de la orden en París, donde se prohibió a los
dominicos que aceptasen que en las universidades se les diese el título de
«maestro» o «doctor» o cualquier otro tratamiento que no fuera el de su propio
nombre. Para entonces, ya se llamaba a san Alberto «el doctor universal», y el
prestigio de que gozaba había provocado la envidia de los profesores laicos
contra los dominicos. En vista de esa dificultad, que había costado a santo
Tomás y a san Buenaventura un retraso en la obtención del doctorado, san
Alberto fue a Italia a defender a las órdenes mendicantes contra los ataques de
que eran objeto en París y otras ciudades. Guillermo de Saint-Amour se había hecho eco de
dichos ataques en su panfleto «Sobre los peligros de la época actual». Durante
su estancia en Roma, san Alberto desempeñó el cargo de maestro del sacro
palacio, es decir, de teólogo y canonista personal del Papa. Por entonces, predicó
en las diversas iglesias de la ciudad. En 1260, la Santa Sede le ordenó aceptar
el gobierno de la sede de Regensburgo, la cual, según se le informó, era «un caos, tanto en lo
espiritual como en lo material». San Alberto fue obispo de Regensburgo menos de dos años, pues el
papa Urbano IV aceptó su renuncia, pero en ese breve período hizo mucho por
remediar los problemas de su diócesis. Desgraciadamente, los intereses creados
y la persistencia de ciertos abusos no permitieron al santo terminar la obra
comenzada. Para gran gozo del maestro general de los dominicos, Humberto de
Romanos, que había tratado en vano de impedir que Alejandro le consagrase
obispo, san Alberto volvió al «Studium»
de Colonia. Pero al año siguiente, el santo recibió la orden de colaborar en la
predicación de la Cruzada en Alemania con el franciscano Bertoldo de Ratisbona.
Una vez terminada esa tarea, san Alberto volvió a Colonia, donde pudo dedicarse
a escribir y enseñar hasta 1274, cuando se le mandó asistir al Concilio
Ecuménico de Lyon. En vísperas de partir, se enteró de la muerte de su querido
discípulo, santo Tomás de Aquino (según se dice, lo supo por revelación
divina). A pesar de esta impresión y de su avanzada edad, san Alberto tomó
parte muy activa en el Concilio, ya que, junto con el beato
Pedro de Tarentaise (luego Inocencio V) y Guillermo de Moerbeke, trabajó ardientemente por
la reunión de los griegos, apoyando con toda su influencia la causa de la paz y
de la reconciliación.
Probablemente, la última
aparición que hizo en público tuvo lugar tres años más tarde, cuando el obispo
de París, Esteban Tempier, y otros personajes,
atacaron violentamente ciertos escritos de santo Tomás. San Alberto partió
apresuradamente a París para defender la doctrina de su difunto discípulo, que
coincidía en muchos puntos con la suya, y propuso a la Universidad que le diese
la oportunidad de responder personalmente a los ataques; pero ni aun así
consiguió evitar que se condenasen en París ciertos puntos. En 1278, cuando
dictaba una clase, le falló súbitamente la memoria. Según la leyenda, que no se
basa en testimonios suficientemente sólidos, el santo contó a sus oyentes que,
cuando era joven en la vida religiosa, el desaliento le había hecho pensar en
volver al mundo, pero la Santísima Virgen se le apareció en sueños y le
prometió que, si perseveraba, ella le alcanzaría la gracia necesaria para
llevar a cabo sus estudios. También le vaticinó que, en su ancianidad, volvería
nuevamente a desfallecer su intelingencia y que ésa sería la señal de que su muerte estaba próxima.
Como quiera que fuese, san Alberto perdió casi enteramente la memoria y la
agudeza de entendimiento. Dos años después, murió apaciblemente, sin que
hubiese padecido antes enfermedad alguna, cuando se hallaba sentado conversando
con sus hermanos en Colonia. Era el 15 de noviembre de 1280.
Alguien ha dicho: «Aunque
en las obras de Alberto hay frecuentes indicios de que llevaba una vida de gran
santidad, los hay también de que, en cuanto empuñaba la pluma, perdía ese
olvido de sí mismo que caracteriza a Santo Tomás. Para sentirnos frente a un
candidato a la canonización, es preciso esperar a que Alberto deje la pluma y
exprese con lágrimas lo más íntimo de su pensamiento». Este acceso gradual a
las alturas de la santidad, refleja la lentitud con que san Alberto llegó a la
gloria de los altares. En efecto, no fue beatificado sino hasta 1622, y aunque
se le veneraba ya mucho, especialmente en Alemania, la canonización se hizo
esperar todavía. En 1872 y en 1927, los obispos alemanes pidieron a la Santa
Sede su canonización, pero al parecer, fracasaron. Finalmente, el 16 de
diciembre de 1931, Pío XI, en una carta decretal, proclamó a Alberto Magno
Doctor de la Iglesia, lo que equivalía a la canonización e imponía a toda la
Iglesia de Occidente la obligación de celebrar su fiesta. San Alberto, según
dijo el Sumo Pontífice, «poseyó en el más alto grado cl don raro y divino del
espíritu científico ... Es exactamente el tipo de santo que puede inspirar a
nuestra época, que busca con tantas ansias la paz y tiene tanta esperanza en
sus descubrimientos científicos». San Alberto es el patrono de los estudiantes
de ciencias naturales.
«La
filosofía en la Edad Media», de E. Gilson,
Cap. VIII,4. una confiable síntesis de su pensamiento puede verse en Diccionario
de Filosofía,
de Ferrater Mora, art. «Alberto
(san)». El papa Benedicto XVI dedicó su catequesis del 24 de
marzo de 2010 a
presentar la figura del santo doctor.
fuente: Mercabá
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sábado 15
Noviembre 2014
Santos Roque
González y Alfonso Rodríguez, presbíteros y mártires
En Caaró, del Paraguay, santos
Roque González y Alfonso Rodríguez, presbíteros de la Orden de la Compañía de
Jesús y mártires, que ganaron para Cristo a los pueblos indígenas abandonados,
fundando las llamadas «reducciones», donde el trabajo y la vida social se compaginaban
libremente con los valores del cristianismo, y por esto fueron asesinados a
traición por el sicario de un personaje adicto a las artes mágicas.
El p.
Juan del Castillo, aunque en la liturgia propia que se celebra en Paraguay se
conmemora junto a los otros dos, queda inscripto, naturalmente, dos días más
tarde en el Martirologio. La presente hagiografía corresponde a los tres
sacerdotes.
Los primeros mártires de
América que alcanzaron el honor de los altares, murieron por Cristo en 1628.
Ello no significa que hayan sido los primeros mártires de América, puesto que
tres franciscanos habían perecido a manos de los caribes en las Antillas, en 1516; a esto siguieroo las matanzas en la América
del Sur y, ya antes, Fray Juan de Padilla, el primer mártir de América del
Norte, había muerto en 1544. No sabemos exactamente dónde tuvo lugar este
martirio. A este propósito, se ha hablado del este de Colorado, del este de Kansas
y de Texas. Pero ni Fray Juan, ni ninguno de los mencionados mártires ha
alcanzado el honor de los altares, por falta de documentos suficientes sobre su
martirio. No es imposible que tales documentos aparezcan algún día pero, hasta
el momento, los mártires más antiguos de los que han sido elevados a los
altares fueron tres jesuitas misioneros en el Paraguay. Uno de ellos había
nacido en América.
Roque González de Santa
Cruz era hijo de nobles españoles. Nació en Asunción, capital del Paraguay, en
1576. Recibió la ordenación a los veintitrés años, por más que se consideraba
indigno del sacerdocio. Al punto, empezó a preocuparse por los indios, a quienes
iba a predicar e instruir en las aldeas más remotas. Diez años más tarde,
ingresó en la Compañía de Jesús con el objeto de evitar las dignidades
eclesiásticas y de poder trabajar más eficazmente como misionero.
Por aquella época, los
jesuitas instituían las famosas «reducciones» del Paraguay, y el P. Roque
González desempeñó en ello un papel muy importante. Dichas reducciones eran
colonias de indios gobernadas por los jesuitas, los cuales, a diferencia de
tantos españoles que tenían indios en encomienda, no se consideraban como
conquistadores y amos de los indios, sino como guardianes y administradores de
sus bienes. Los jesuitas no veían en los indios una casta de esclavos, sino que
los miraban como a hijos de Dios y respetaban su civilización y su forma de
vida en todo lo que no se oponía a la ley de Dios. En una palabra, querían
hacer de ellos «indios cristianos» y no una mala copia de los españoles. La
resistencia que ofrecieron los jesuitas a la inhumanidad de los encomenderos
españoles, a la esclavitud y a los métodos de la Inquisición, acabaron por
acarrearles la ruina en la América Española, así como la desaparición de las
reducciones. Ello tuvo lugar un siglo después de la muerte de san Roque González.
Aun el irónico Voltaire admiraba la obra de los jesuitas y a este propósito
escribió: «Cuando se arrebataron a los jesuitas las misiones del Paraguay, en
1768, los indios habían llegado al grado más alto de civilización que un pueblo
joven puede alcanzar ... En las misiones se respetaba la ley, se llevaba una
vida limpia, los hombres se consideraban como hermanos, florecían las ciencias
útiles y aun algunas de las artes más bellas, y en todo reinaba la abundancia».
Para conseguir eso, el P. Roque trabajó casi veinte años, enfrentándose, con
paciencia y confianza, a toda clase de dificultades, peligros y reveses, con
tribus salvajes y agresivas y con la oposición de los colonos europeos. El
santo se entregó en cuerpo y alma a la tarea. Durante tres años dirigió la
reducción de San Ignacio, que fue una de las primeras, y pasó el resto de su
vida en establecer otra media docena de reducciones al este de los ríos Paraná
y Uruguay. Fue el primer europeo conocido que penetró en algunas regiones
vírgenes de América del Sur. Uno de sus contemporáneos, el gobernador español
de la provincia de Corrientes, que conocía lo que era la vida en aquellas
regiones, atestiguó que «podía adivinar lo que había costado al P. Roque la
vida que llevó: hambre, frío, fatiga, ríos atravesados a nado, por no hablar de
la molestia de los insectos y de otras incomodidades, que sólo un apóstol, un
sacerdote santo como él, podía haber soportado con tal fortaleza». El P. Roque
llegó a tener una influencia enorme sobre los indios; pero las autoridades
civiles entorpecieron su trabajo en los últimos años, tratando de emplear su
influencia para sus fines propios. En efecto, las autoridades insistieron en
que en cada reducción hubiese representantes de la corona, y la brutalidad de
esos europeos suscitó entre los indios el odio y la desconfianza hacia los
europeos en general. Desgraciadamente eso se ha repetido en una forma o en
otra, en la historia de las misiones de todo el mundo. ¡Cuántas veces la
conducta de cristianos indignos ha echado a perder la obra de los misioneros!
En 1628, fueron a reunirse
con el P. Roque dos jóvenes misioneros españoles, Alonso Rodríguez y Juan de
Castillo. Entre los tres fundaron una nueva reducción en las proximidades del
río Ijuhi, y la consagraron a la
Asunción de María. El P. Castillo se encargó de la dirección, en tanto que los
otros dos misioneros partieron a Caaró,
donde fundaron la reducción de Todos los Santos. Ahí tuvieron que hacer frente
a la hostilidad de un poderoso «curandero», quien al poco tiempo logró que los
naturales atacasen la misión. En el momento en que llegaron los atacantes, el
P. Roque colgaba la campana de la iglesia. Un hombre se deslizó por detrás de
él y le asesinó a golpes de mazo. Al oír el tumulto, el P. Rodríguez salió a la
puerta de su choza, donde encontró a los indios con las manos ensangrentadas.
Al punto le derribaron. El P. Rodríguez exclamó: «¿Qué hacéis?» Fue todo lo que
pudo decir, pues los indios le acabaron a golpes. En seguida, incendiaron la
capilla, que era de madera y arrojaron los dos cadáveres a las llamas. Era el
15 de noviembre de 1628. Dos días después, los indios atacaron la misión de Ijuhi, se apoderaron del P.
Castillo, le maniataron, le golpearon salvajemente y le arrancaron la vida a
pedradas.
Seis meses después, se
redactó un relato de todo lo sucedido para introducir la causa de
beatificación. Pero los documentos se perdieron en el viaje a Roma. La causa se
interrumpió durante dos siglos y parecía destinada al fracaso. Felizmente, en
Argentina se descubrió una copia de los documentos, y Roque González, Alonso
Rodríguez y Juan de Castillo, fueron solemnemente beatificados en 1934. Entre
los documentos figuraba la siguiente declaración de un jefe indio, llamado Guarecupí: «Todos los indios
cristianos amaban al padre (Roque) y sintieron su muerte; era un padre para
nosotros y así le llamaban los indios del Paraná.» El papa Juan Pablo II llevó
a término la canonización de los tres misioneros, celebrándola en Paraguay, el 16
de mayo de 1988.
El P. J. M. Blanco
aprovechó casi todos los materiales disponibles en su Historia documentada de
la vida y gloriosa muerte de los PP. Roque González ... (1929).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
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sábado 15
Noviembre 2014
Santos Fidenciano, Valeriana, Victoria y diecisiete compañeros, mártires
En Hipona Regia, de Numidia, los veinte santos
mártires cuya fe victoriosa celebró san Agustín y de los cuales solo se
recuerdan los nombres del obispo Fidenciano, de Valeriana y de Victoria.
Conocemos a estos mártires
exclusivamente por el testimonio de san Agustín; sin embargo, no trae una
alusión ocasional y aislada, sino que son varios los lugares de su obra donde
se refiere a ellos. En Ciudad de Dios (XXII 8,9), por ejemplo, habla de la «tumba
de los Veinte Mártires, muy célebre entre nosotros», como un lugar donde se
obran milagros. En otros sermones hay alusiones rápidas, y los numerados como
325 y 326 -proclamados un 15 de noviembre, festividad de estos santos en Hipona- les están expresamente
dedicados.
El propio san Agustín
comienza su predicación señalando que lo importante de los santos no es
glorificarlos a ellos, que no lo necesitan, sino alimentarnos nosotros con la
imitación de sus virtudes. Por eso mismo, no se ocupa el santo Doctor de
dejarnos, lamentablemente, un retrato de ellos o algunos otros elementos de
conocimiento histórico. Nos enteramos de tres nombres, pero no para destacar
las individualidades de los mártires (como haríamos nosotros), sino porque sus
nombres le sirven a Agustín para un bello juego de palabras: «Así se nos ha
leído la serie de los veinte santos mártires. Comienza con el obispo Fidencio y
concluye la lista con la fiel mujer santa Victoria. Comienzas con la fe y
acabas con la victoria.» (sermón 325, 1, hace derivar «Fidencio» de «fides»). La otra mártir,
Valeriana, está nombrada en el contexto de niños, así que podemos suponer que
era una niña, o joven.
En el nº 2 del sermón
siguiente, el 326, también predicado, otro año, en la misma fiesta, reproduce
san Agustín unas «actas» de juicio:
Juez: Sacrificad a los ídolos.
Mártires No lo hacemos, porque tenemos en los cielos al Dios eterno, a quien siempre ofrecemos sacrificios; nosotros no inmolamos a los demonios.
Juez: ¿Por qué, pues, os oponéis al sagrado decreto?
Mártires «Porque nuestro maestro celeste nos dice en el evangelio: «Quien abandone padre y madre, esposa e hijos y todo lo que posee por mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna.»
Juez: Entonces, ¿no obedecéis a las órdenes de los emperadores?
Mártires No.
Juez: ¿Qué autoridad tendréis a vuestro favor cuando os veáis sometidos a los tormentos?
Mártires Tenemos la autoridad del rey eterno, y por eso no nos preocupamos de la autoridad de un hombre mortal.
Entonces -Concluye el relato- fueron enviados a las cárceles y cargados de cadenas.
Es difícil saber si estas «actas» son fragmentos auténticos que se han conservado (como ocurrió en el caso de otros mártires) o es un diálogo imaginario construido por el predicador para dar vividez a su narración; pero desde luego que si no es genuino, está al menos muy en consonancia con los modos de expresarse y el argumentario de los márties cristianos de los primeros siglos.
BAC, Obras Completas, XXV,
pág. 642ss (sermones) y XVII, pág
1651 (La Ciudad de Dios). Por lo demás, es una celebración introducida en el
nuevo Martirologio en reemplazo de una más vaga en su referencia, que
celebraba, en el Martirologio anterior, a unos mártires en África sin indicar
nada sobre ellos.
sábado 15
Noviembre 2014
San Desiderio de Cahors
En Cahors, lugar de Aquitania, san
Desiderio, obispo, que construyó iglesias, monasterios y edificios para el bien
común, sin olvidarse de preparar las almas para su celeste Esposo, como
verdaderos templos de Cristo.
San Desiderio es uno de los
varios santos a quienes se venera en Francia con el nombre de Didier (o Géry). Su padre era un noble
que tenía vastas posesiones en las cercanías de Albi. El biógrafo del santo
deduce la profunda piedad de su madre por las cartas que le escribía. Desiderio
llegó a ocupar un puesto de importancia en la corte de Clotario II de Neustria. Allí conoció a san
Arnulfo de Metz,
a san Eligio y a otros santos varones, así como a algunos personajes
menos edificantes. Rústico, el hermano de Desiderio, fue consagrado obispo de Cahors y murió asesinado poco
después (en Cahors se le venera como mártir).
Desiderio fue elegido para sucederle en el 630, aunque no era clérigo.
Fue un obispo muy celoso y
eficaz. Su correspondencia nos da una idea de la amplitud de su campo de
actividad, ya que se preocupó por el bienestar material y espiritual de sus
súbditos. San Desiderio exhortaba a los nobles a dotar las casas religiosas y promovió
celosamente la vida monástica de hombres y mujeres. Él mismo dirigía un
convento que había fundado y además, construyó y dotó el monasterio de San
Amancio y erigió tres iglesias. No contento con ello, construyó un acueducto y
reparó las fortificaciones de Cahors.
Pero la principal preocupación del santo fue siempre la vida cristiana de su
pueblo; con esas miras, hizo cuanto pudo por formar a su clero en la virtud y
las letras, así como por mantener la disciplina clerical en todo su rigor.
Murió el año 655, cerca de Albi. Fue sepultado en Cahors. Dios obró varios milagros
en su sepulcro.
Existe una biografía latina
de gran valor histórico, compuesta a fines de siglo VIII o principios del IX,
que contiene ciertas cartas y documentos de importancia histórica. La mejor
edición es la que hizo Krusch en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov, vol. IV, pp. 547-602;
pero puede verse también en Migne,
PL., vol. LXXXVII, cc. 219-239. Ver otra
biografía y bibliografía reciente en Patrología, Di Berardino, vol IV, BAC, 2000, pág 437-39.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
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Noviembre 2014
San Félix de Nola
San Félix de Nola, obispo
En Nola, de la Campania, san
Félix, con cuyos cuidados pastorales y devoción se honra la ciudad.
No se debe confundir a este
san Félix de Nola, a quien se le agrega el
toponímico por haber sido obispo de Nola,
con el mucho más conocido san Félix de Nola,
presbítero y confesor, que celebramos el 14 de enero, yl que el toponímico se le
agrega por haber nacido allí (y para distinguirlo de los muchos santos llamados
Félix).
Esta distinción es de mucha
importancia, porque la identidad de los nombres y la escasez de datos sobre los
dos (pero mucho más sobre el de hoy, ya que del presbítero tenemos como
informante a san Paulino de Nola)
han hecho pensar durante mucho tiempo que se trataba de un duplicación, máxime
si tenemos en cuenta que al san Félix presbítero le atribuye la hagiografía de
san Paulino el haber rechazado el episcopado. En muchísimos sitios de internet
aparecen los dos santos como el mismo, e incluso la «Vida de los santos» de
Butler no menciona a éste del 15 de noviembre. Sin embargo, el hecho de que el
nuevo Martirologio lo consigne, habida cuenta del cuidado que se ha tenido en
no admitir duplicaciones ni datos del todo inciertos, es suficiente para que
sepamos, al menos, que no se trata del mismo santo, aunque nos quedemos con el
deseo de saber más acerca del obispo del siglo IV/V que hoy conmemoramos.
Gian Domenico Gordini, en Santi e Beati, aporta la siguiente
noticia: «Sobre este personaje son muy pocos los datos fiables, y muchos los
legendarios y poco claros. La información cierta refiere el inicio de su
ministerio episcopal en 473, y su muerte, un 9 de febrero de 484, como puede
verse en una inscripción sepulcral. Para el resto la leyenda ha trabajado muy
duro para crear una confusión de la que no es fácil salir.»
Para abundar en la
confusión, la iconografía tradicional, y el Martirologio Romano anterior, lo
representan mártir (tal como aparece en el cuadro de Formisani de la Catedral de Nola, que ilustra este
artículo) a su vez por contaminación legendaria con otro san Félix, del año 97,
mártir que ya no figura en el Martirologio actual.
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