domingo, 23 de noviembre de 2014

Beato Miguel Agustín Pro ,San Anfiloquio de Iconio , ___Y OTROS.

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domingo 23 Noviembre 2014Beato Miguel Agustín Pro
Beato Miguel Agustín Pro, presbítero y mártirEn la ciudad de Guadalupe, en el territorio de Zacatecas, en México, beato Miguel Agustín Pro, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, quien, en la cruel persecución contra la Iglesia, como si fuera un facineroso fue condenado sin juicio a la pena capital, y así alcanzó el martirio que tan ardientemente deseaba.Miguel Agustín Pro Juárez, nació el 13 de enero de 1891 en la población minera de Guadalupe, Zacatecas, tercero de once hermanos e hijo de Miguel Pro y Josefa Juárez. El 19 de agosto de 1911, ingresa al Noviciado de la Compañía de Jesús en El Llano, Michoacán, luego de unos Ejercicios hechos con jesuitas y de haber madurado lentamente la decisión. Ya la familia había dado antes dos vocaciones religiosas en la persona de dos hermanas mayores de Miguel. Luego del Noviciado, continúa sus estudios en Los Gatos, California, obligados los jesuitas a abandonar Los Llanos a causa de la presencia de fuerzas carrancistas. Estudia después retórica y filosofía en España. Desempeña el oficio de profesor en el colegio de la Compañía en Granada, Nicaragua y hace la teología en Enghien, Bélgica, donde recibe el presbiterado. Un juicio imparcial sobre la vida de formación del P. Miguel nos inclina a admitir que gozaba en alto grado de talento práctico, pero que carecía de facilidad para los estudios especulativos, quizá debido a la deficiente enseñanza de sus primeros años.
Una úlcera estomacal, la oclusión del píloro y toda la ruina del organismo hicieron prever un desenlace rápido al final de sus estudios en Bélgica. "Los dolores no cesan -escribe en una carta íntima-. Disminuyo de peso, 200 a 400 gramos cada semana, y a fuerza de embaular porquerías de botica, tengo descarriado el estómago... Las dos operaciones últimas estuvieron mal hechas y otro médico ve probable la cuarta". Luego detalla el insoportable régimen dietético que se le hace sufrir. Su organismo se reduce a tal extremo que sus superiores en Enghien tratan de apresurar el regreso a México, para que la muerte no lo recoja fuera de su patria.
En esta situación realiza su anhelo de viajar a Lourdes, al pie del Pirineo, donde espera una intervención de la Virgen que le devuelva las fuerzas que necesitará en México para ayudar a los católicos entonces vejados por una persecución. La prisión, el fusilamiento y el destierro están a la orden del día. De la visita a la célebre gruta, escribe: "Ha sido uno de los días más felices de mi vida... No me pregunte lo que hice o qué dije. Sólo sé que estaba a los pies de mi Madre y que yo sentí muy dentro de mí su presencia bendita y su acción". Esa experiencia mística es para leerse entera en su vida. Sabemos por ella que la Virgen le prometió salud para trabajar en México. El exorbitante trabajo que tuvo los meses que vivió en la capital desde su llegada en julio de 1926, realizado además mientras huía de casa en casa para despistar a los sabuesos que seguían sus pasos, no hubiera podido ser ejercido por un individuo de mediana salud, y menos por uno tan maltratado como Miguel Agustín, de no haber sido por la intervención de la Madre de Jesucristo.
Así le sorprende el fracasado intento de Segura Vilchis para acabar con Obregón, el presidente electo. Las bombas de aquel católico exasperado estaban tan mal hechas que ni siquiera causaron desperfectos graves en el coche abierto del prócer. El lng. Segura había procedido con todo sigilo para preparar y ejecutar el acto. Nadie, sino el chofer y dos obreros estaban enterados. La liga de Defensa Religiosa, y por tanto Humberto y Roberto Pro, hermanos del Padre, y el mismo Padre, fueron ajenos al plan magnicida. El Papa Pío XI había defendido a los católicos mexicanos y había condenado la injusta persecución en tres ocasiones a través de documentos públicos dirigidos al mundo. Calles, el perseguidor, estaba irritadísimo contra él; pero no pudiendo descargar sus iras contra un enemigo tan distante las descargó contra un eclesiástico, el P. Pro, al que la indiscreción de una mujer y un niño hizo caer en las garras de la policía mientras cometía sus cotidianos delitos de llevar la comunión, de confesar o socorrer a los indigentes. Calles se vengaría del Papa en un cura... Y aprovechando que el P. Pro estaba en los sótanos de la Inspección de Policía atribuyó a él y a sus hermanos la responsabilidad de un acto cuyo verdadero autor no había podido ser descubierto.
El autor verdadero, el lng. Segura Vilchis, había ágilmente saltado del automóvil desde el que arrojó la fallida bomba. Luego siguió caminando impertérrito por la banqueta mientras preparaba una coartada admirable. Obregón se dirigía a los toros. Segura Vilchis, sin ser reconocido por los esbirros, entró a la plaza detrás del general, buscó su palco y encontró el modo de hacerse bien visible y reconocible por éste. Así podía citarlo como testigo de que él se hallaba en los toros pocos minutos después del atentado. No obstante, enterado por las extras de los periódicos de que acusaban al padre Pro y a sus hermanos Humberto y Roberto del lanzamiento de la bomba, Segura Vilchis resolvió su caso de conciencia y corrió a la Inspección de Policía para presentarse al general Roberto Cruz, Inspector General y, previa palabra de honor de que soltaría a los Pro, que nada tenían que ver con el delito, se ofreció a decir quién era el verdadero autor. Se delató a sí mismo y probó con toda facilidad que lo era. Con todo, de la Presidencia de la República llegó la orden directa de fusilar a los Pro y a Segura Vilchis, sin sombra de investigación judicial.
Así el 23 de noviembre de 1927, a la puerta del fatídico sótano, y minutos después de la diez de la mañana, un policía llamo a gritos al preso: "¡Miguel Agustín Pro!" Salió el padre y pudo ver el patio lleno de ropa y de invitados como a un espectáculo de toros, a multitud de gente, a unos seis fotógrafos por lo menos y a varios miembros del Cuerpo Diplomático "para que se enteraran de cómo el gobierno castigaba la rebeldía de los católicos". El padre Pro caminó sereno y tuvo tiempo de oír a uno de sus aprehensores, que le susurraba:
-Padre, perdóneme. -No sólo te perdono -le respondió-; te doy las gracias. -¿Su última voluntad? -le preguntaron ya delante del pelotón de fusilamiento. -Que me dejen rezar.
Se hincó delante de todos y, con los brazos cruzados, estuvo unos momentos ofreciendo sin duda su vida por México, por el cese de la persecución, y reiterando el ofrecimiento de su vida por Calles, como ya lo solía hacer antes... Se levantó, abrió los brazos en cruz, pronunció claramente, sin gritar.- ¡Viva Cristo Rey! y cayó al suelo para recibir luego el tiro de gracia.
fuente: Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús


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domingo 23 Noviembre 2014San Clemente I  San Clemente I Romano, papa mártirSan Clemente I, papa y mártir, tercer sucesor del apóstol san Pedro, que rigió la Iglesia romana y escribió una espléndida carta a los corintios, para fortalecer entre ellos los vínculos de la paz y la concordia. Hoy se celebra el sepelio de su cuerpo en Roma.El tercer sucesor de san Pedro, probablemente san Clemente, fue contemporáneo de los santos Pedro y Pablo, según se cree. En efecto, San Ireneo escribía en la segunda mitad del siglo II: «Vio a los bienaventurados apóstoles y habló con ellos. La predicación de éstos vibraba aún en sus oídos y conservaba sus enseñanzas ante los ojos». Orígenes y otros autores le identifican con el Clemente a quien san Pablo llama su compañero de trabajos (Flp 4,3), pero se trata de una identificación muy dudosa. Ciertamente, no fue nuestro santo el Flavio Clemente condenado a muerte el año 95, como lo afirma Dión Casio (Hist. Rom. 67,14). Pero no es imposible que haya sido un liberto de la servidumbre del emperador, cuyos ascendientes fueron judíos. No poseemos ningún detalle sobre su vida, pero siguiendo los datos de Eusebio de Cesarea (Hist. eccl 3,15,34), su pontificado se extendió desde el año 92 hasta el 101.Las «actas» del siglo IV, que son apócrifas, afirman que convirtió a una pareja de patricios, llamados Sisinio y Teodora, y a otros 423. Aquello le atrajo el odio del pueblo y el emperador Trajano le desterró a Crimea, donde tuvo que trabajar en las canteras. La fuente más próxima distaba diez kilómetros, pero Clemente descubrió, por inspiración del cielo otro manantial más próximo, donde pudieron beber los numerosos cristianos cautivos. El santo predicó en las canteras con tanto éxito que, al poco tiempo, había ya setenta y cinco iglesias. Entonces, fue arrojado al mar con un anda colgada al cuello. Los ángeles le construyeron un sepulcro bajo las olas. Cada año, las aguas se abrían milagrosamente para dejar ver el sepulcro.San Ireneo dice que «En la época de Clemente, estalló una importante sedición entre los hermanos de Corinto. La iglesia de Roma les envió una larga carta para restablecer la paz, renovar la fe y para anunciarles la tradición que había recibido recientemente de los apóstoles». Esa carta fue la que hizo famoso el nombre de Clemente I. En los primeros tiempos de la Iglesia, la carta de Clemente tenía casi tanta autoridad como los libros de la Sagrada Escritura y solía leerse junto con ellos en las iglesias. En el manuscrito de la Biblia (Codex Alexandrinus, siglo V) que Cirilo Lukaris, patriarca de Constantinopla, envió al rey Jacobo I de Inglaterra, había una copia de la carta de Clemente. Patricio Young, encargado de la biblioteca real de Inglaterra, la publicó en Oxford, en 1633.San Clemente comienza por dar una explicación de que las dificultades por las que atraviesa la Iglesia en Roma (la persecución de Diocleciano) le habían impedido escribir antes. En seguida, recuerda a los corintios cuán edificante había sido su conducta cuando todos eran humildes, cuando deseaban más obedecer que mandar y estaban más prontos a dar que a recibir, cuando estaban satisfechos con los bienes que Dios les había concedido y escuchaban diligentemente su Palabra. En aquella época eran sinceros, inocentes, sabían perdonar las injurias, detestaban la sedición y el cisma. San Clemente se lamenta de que hubiesen olvidado el temor de Dios y cayesen en el orgullo, en la envidia y en las disensiones y los exhorta a deponer la soberbia y la ira, porque Cristo está con los que se humillan y no con los que se exaltan. El cetro de la majestad de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, no se manifestó en el poder sino en la humillación. Clemente invita a los corintios a contemplar el orden del mundo, en el que todo obedece a la voluntad de Dios: los cielos, la tierra, el océano y los astros. Dado que estamos tan cerca de Dios y que Él conoce nuestros pensamientos más ocultos, no deberíamos hacer nada contrario a su voluntad y deberíamos honrar a nuestros superiores; las necesidades disciplinares han obligado a crear obispos y diáconos, a quienes se debe toda obediencia. Las disputas son inevitables y los justos serán siempre perseguidos. Pero señala que unos cuantos corintios están arruinando su iglesia. «Obedezca cada uno a sus superiores, según la jerarquía establecida por Dios. Que el fuerte no olvide al débil y que el débil respete al fuerte. Que el rico socorra al pobre y que el pobre bendiga a Dios, a quien debe el socorro del rico. Que el sabio manifieste su sabiduría, no en sus palabras, sino en sus obras. Los grandes no podrían subsistir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. En un cuerpo, la cabeza no puede nada sin los pies, ni los pies sin la cabeza. Los miembros menos importantes son útiles y necesarios al conjunto». En seguida, Clemente afirma que en la Iglesia los más pequeños serán los más grandes ante Dios, con tal de que cumplan con su deber. Termina con la petición de que le «envíen pronto de vuelta a sus dos mensajeros, en paz y alegría, para que nos anuncien cuanto antes que reinan ya entre nosotros la paz y concordia por la que tanto hemos orado y que tanto deseamos. Así podremos regocijarnos de vuestra paz». En la carta hay un pasaje muy conocido, que fue un primer paso hacia el primado romano: «Si algunos desobedecen las palabras que Él nos ha comunicado, sepan que cometen un pecado grave e incurren en un peligro muy serio. Pero nosotros seremos inocentes de ese pecado». La carta de Clemente es muy importante por sus hermosos pasajes, porque constituye una prueba del prestigio y autoridad de que gozaba la sede romana a fines del siglo I y porque está llena de alusiones históricas incidentales. Además, «constituye un modelo de carta pastoral ... , una homilía sobre la vida cristiana». Existen otros escritos, llamados «Pseudo-clementinos», que se atribuían antiguamente al Papa, pero que hace mucho que dejaron de considerarse como tal. Entre ellos se cuenta otra carta a los corintios, que estaba también incluida en el codex alejandrino de la Biblia.Se venera a san Clemente como mártir, pero los autores más antiguos no mencionan su martirio, y no hay datos del todo fehacientes al respecto. No sabemos dónde murió. Tal vez durante su destierro en Crimea. Sin embargo, es muy poco probable que las reliquias que san Cirilo trasladó de Crimea a Roma, a fines del siglo IX, hayan sido realmente las de san Clemente. Dichas reliquias fueron depositadas bajo el altar de san Clemente, en la Vía Celia. Debajo de la iglesia y de la basílica que se construyó encima en el siglo IV, se conservan unas habitaciones de la época imperial. De Rossi pensaba que allí había vivido san Clemente I. En todo caso, no sabemos quién fue el Clemente que dio su nombre a esa iglesia que se llamaba originalmente «titulas Clementis». El nombre de san Clemente I figura en el canon I de la misa, y nuestro santo es uno de los llamados «Padres Apostólicos», es decir, de los que conocieron personalmente a los apóstoles o recibieron su influencia casi directa.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI...................................
«Clemente vio a los Apóstoles en persona, tuvo relación con ellos, oyó con sus propios oídos su predicación y conservaba aún ante su vista su tradición». Con estos términos presenta San Ireneo, un siglo más tarde, a aquel que, tras los desdibujados episcopados de Lino y Cleto, aparece como la figura prominente de primer sucesor de Pedro.  Es cierto que su intimidad con los Apóstoles contribuyó no poco a imponer la elección de Clemente a la comunidad romana, aun cuando resulte imposible el reconocer a ciencia cierta su nombre entre aquellos de los que asegura San Pablo que se hallan inscritos en el «Libro de la Vida»    En la carta que, hacia el año 95, dirigió en nombre de «la Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en Corinto» - a fin de exhortar a los cristianos de Corinto a la unidad y al amor - Clemente evoca con emoción la memoria de Pedro y Pablo.   El espíritu que se deja entrever detrás de esta carta es el de un hombre que se nutría de la Escritura, el de un ciudadano que se mueve muy a sus anchas dentro del mundo grecolatino - cuya cultura había recibido - y el de un cristiano a quien había enseñado a orar el propio San Pablo ¿Fue llamado a dar su sangre por Cristo? Eso al menos es lo que atestigua la tradición a partir de fines del siglo IV.  «Cristo dice Clemente, pertenece a las almas sencillas y no a aquellos que se engríen por encima del rebaño»



  Oremos
Dios todopoderoso y eterno, cuya gloria resplandece en la fortaleza de tus santos, concédenos celebrar con alegría la festividad del Papa San Clemente, ministro de la Iglesia y mártir de tu Hijo, el cual, con su martirio, dio testimonio de lo que en el culto celebraba y, con su ejemplo, confirmó  lo que sus labios exponían. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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domingo 23 Noviembre 2014Santa Lucrecia de Mérida
Santa Lucrecia de Mérida, mártirEn Mérida, de Lusitania, santa Lucrecia, mártir.No debe confundirse esta santa Lucrecia de Mérida con la más conocida santa Lucrecia, o Leocricia, de Córdoba, de la que habla san Eulogio a propósito de la persecución musulmana; entre una y otra median no menos de cuatro siglos. De la santa que veneramos hoy apenas si quedan noticias. Se sabe que existió en Mérida un templo dedicado a la santa, pero fue antes de la invasión musulmana en España, y no quedan de él rastros. D. Bernabé Moreno de Vargas (1576-1648) en su «Historia de la ciudad de Mérida» conjetura que ese templo puede haber estado donde, en su tiempo, estaba la ermita de Nuestra Señora de Loreto, lamentablemente desaparecida también, y cuyo emplazamiento es también objeto de conjeturas, cercano al Matadero Regional.
Lucrecia aparece mencionada en en Hieronymianum y en otros martirologios antiguos, en época de Diocleciano, y aunque no puede darse por completo seguro este dato, parece que fue martirizada bajo la presidencia de Daciano. Conocemos a este perseguidor porque en su viaje por la Península, en los primeros años del siglo IV, fue sembrando su camino de mártires cristianos, pero no se sabe con certeza el año en que estuvo en Mérida. Los autores antiguos dan fechas entre el 305 y el 308, pero parece que la mayor probabilidad es el 306 o después.
Se conserva una «passio» no auténtica, pero que expresa bien el tipo de las pasiones de mártires de los primeros siglos. En ella hay un diálogo que resume, si no las frases pronunciadas por uno y otro en aquel momento, sí la fortaleza de las mártires cristianas, débiles en su figura, pero llenas de una fortaleza sobrenatural; en efecto, viendo Daciano que todas las reconvenciones eran inútiles, dice: «...elige por último uno de estos dos extremos, o padecer como necia diferentes penas entre los sentenciados a muerte, o sacrificar a los Dioses como sabia y noble persona. A esto respondió Lucrecia: Sacrifica tú a los demonios, que yo solo ofrezco sacrificio al verdadero Dios y a Jesucristo, su único Hijo.»





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domingo 23 Noviembre 2014San Anfiloquio de Iconio
San Anfiloquio de IconioobispoEn Iconio, de Licaonia, san Anfiloquio, obispo, que fue compañero en el desierto de los santos Basilio y Gregorio Nacianceno y también colega en el episcopado. Esclarecido por su santidad y doctrina, libró muchas batallas en favor de la fe católica.San Anfíloco fue amigo íntimo de san Gregorio Nacianceno, su primo, y de san Basilio, aunque era más joven que ellos. Las cartas de esos dos santos a Anfíloco son nuestra principal fuente de información. Anfíloco nació en Capadocia; en su juventud fue retórico en Constantinopla, donde, según parece, tuvo dificultades económicas. Siendo todavía joven, se retiró a un sitio solitario de las proximidades de Nacianzo, junto con su padre, que era ya muy anciano. San Gregorio daba a su amigo un poco de grano a cambio de las legumbres de su huerto. En una carta se queja, en broma, de que siempre sale perdiendo en el negocio. El año 374, cuando tenía unos treinta y cinco años, Anfíloco fue elegido obispo de Iconium (actualmente Konya, en Turquía) y aceptó el cargo muy contra su voluntad. El padre de Anfíloco se quejó a san Gregorio de que le habían privado de su hijo. En su respuesta, el santo afirmó que no tuvo parte alguna en el nombramiento y que él también sufría al verse privado de su amigo. San Basilio, a quien probablemente se debía el nombramiento, escribió a Anfíloco una carta de felicitación; en ella le exhorta a no dejarse arrastrar nunca al mal, aunque esté de moda y existan otros precedentes, puesto que está llamado a guiar a los otros y no a dejarse guiar por ellos.
Inmediatamente después de su consagración, San Anfíloco fue a visitar a san Basilio en Cesarea. Allí predicó al pueblo y sus sermones fueron más apreciados que los de todos los extranjeros que habían predicado en la ciudad. San Anfíloco consultó frecuentemente a san Basilio acerca de diversos puntos de doctrina y disciplina y, gracias a sus ruegos, escribió san Basilio su tratado sobre el Espíritu Santo. San Anfíloco fue quien predicó el panegírico de san Basilio en sus funerales. Nuestro santo reunió en Iconium un concilio contra los herejes macedonianos, que negaban la divinidad del Espíritu Santo y, en el año 381, asistió al Concilio Ecuménico de Constantinopla contra los mismos herejes. Allí conoció a san Jerónimo, a quien leyó su propio tratado sobre el Espíritu Santo. Anfíloco pidió al emperador Teodosio I que prohibiese las reuniones de arrianos, pero el emperador se negó porque juzgaba demasiado rigurosa esa medida. Poco después fue el santo a palacio. Arcadio, que había sido ya proclamado emperador, estaba junto a su padre. San Anfíloco saludó a Teodosio e ignoró a su hijo. Cuando Teodosio se lo hizo notar, el santo acarició la mejilla de Arcadio. Teodosio montó en cólera. Entonces Anfíloco le dijo: «Veo que no soportas que se trate con ligereza a tu hijo. ¿Cómo puedes, pues, sufrir que se deshonre al Hijo de Dios?» Impresionado por esas palabras, el emperador prohibió poco después las reuniones públicas y privadas de los arrianos. San Anfíloco combatió también celosamente la naciente herejía de los mesalianos. Eran éstos maniqueos e iluminados, que ponían la esencia de la religión en la oración exclusivamente. El santo presidió en Sida de Panfilia un sínodo contra dichos herejes. San Gregorio Nacianceno llama a san Anfíloco «obispo irreprochable, ángel y heraldo de la verdad». El padre de nuestro santo afirmaba que curaba a los enfermos con sus oraciones.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



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