Santiago hijo de Alfeo" (Mc. 10, 3 y
paralelos; Hech. 1, 13) que aparece en noveno lugar en todas las listas de los
Doce, es apodado "Santiago el Menor" (Mc. 15, 40) -probablemente porque era de
baja estatura-, para distinguirlo del otro Santiago, el hijo de Zebedeo y
hermano de Juan.
La tradición cristiana siempre lo ha identificado con el
"hermano del Señor" (Mc. 6, 3) que se entrevistó con Pablo (Gal. 1, 19); con el
Santiago mencionado en la misma Carta a los Gálatas como una de las "columnas de
la Iglesia" (Gal. 2, 9); con aquél que toma la palabra durante el "concilio" de
Jerusalén (Hech. 15, 13ss), obviamente un líder de la comunidad, al que Pedro
había mandado anunciar su liberación (cfr. Hech. 12, 17); con quien quedó a
cargo de la Iglesia de dicha ciudad cuando la dispersión de los apóstoles por el
mundo y fue su primer Obispo; con aquél Santiago a quien -según cuenta Pablo- se
apareció el Señor Resucitado (1 Cor. 15, 7); y con el autor de la Carta de
Santiago.
Esta identificación ha quedado consagrada en la Liturgia de su
fiesta, ya que la referencia de la Primera Carta a los Corintios que acabamos de
mencionar, forma parte de la Primera Lectura de su fiesta, el 3 de mayo. Además,
el Himno del Oficio de Lectura de ese día llama a Santiago "hermano del Señor y
columna de la Iglesia" y lo invoca diciendo "Tú eres el primero en presidir la
comunidad ilustre de Jerusalén y, por medio de tu Epístola, nos instruyes en la
Palabra de salvación".
A estos datos bíblicos se suman otros de carácter
legendario para definir sus atributos iconográficos. Como era "hermano" del
Señor, es decir, primo o pariente cercano, se lo representa con rasgos parecidos
a los de Cristo (según algunos autores, se le parecía tanto que ese fue el
motivo de que Judas tuviera que darle un beso al verdadero Jesús para que sus
perseguidores atraparan a la persona correcta). Otra tradición se refiere a su
muerte. Cuando estaba predicando el Evangelio cerca del Templo de Jerusalén, es
arrojado de allí (o desde el pináculo del Templo) por orden del sumo sacerdote.
Santiago sobrevive, pero es lapidado y rematado por un batanero, que le aplasta
el cráneo de un mazazo. Este episodio le vale su principal atributo, que es una
maza de batanero.
También se lo suele representa junto a Felipe, cuya
fiesta comparte.
Se lo representa en ocasiones con un libro, a causa de
ser autor de una Epístola canónica; también con ornamentos episcopales, por
considerárselo primer Obispo de Jerusalén. Su caída delante del Templo de
Jerusalén es otro tema preferido de los iconógrafos.
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Santa Madre Maravillas de Jesús
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Nació en Madrid (España) el 4 de noviembre de 1891,
siendo la menor de cuatro hermanos. Fue bautizada ocho días después en la
parroquia de San Sebastián con el nombre de María Maravillas Pidal y Chico de
Guzmán. Su padre fue el señor Luis Pidal y su madre doña Cristina Chico de
Guzmán, Marqueses de Pidal. Su padre fue primero Ministro de Fomento y más
tarde, embajador de España ante la Santa Sede. Recibió una educación selecta
y al mismo tiempo, de profunda religiosidad católica, por lo que siempre
mantuvo un deseo de servir a Dios y a los hombres desde la pobreza y la
humildad. Su profundo amor al Señor hizo que se decidiera el 30 de mayo de 1913,
con tan sólo veintiún años, a realizar voto perpetuo de castidad en la intimidad
de su corazón y, con él, confirmar su deseo de hacerse carmelita.
El anhelo de amar con locura al señor y corresponderle
con excesos al infinito amor a Cristo, le llevó a entrar en el Carmelo del
Escorial (Madrid) el 12 de octubre de 1919. Tomó el hábito en 1920 e hizo su
primera profesión en 1921. Tenía mucha devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
De sus largas vigilias ante el Sagrario en el convento de El Escorial recibe
la inspiración de fundar un carmelo en El Cerro de los Ángeles, donde se había
erigido un monumento al Sagrado Corazón en 1919 y se había consagrado a Él la
nación. El 19 de mayo de 1924 la Hermana Maravillas y tres religiosas del
convento de El Escorial, se instalaron provisionalmente en una casa de Getafe,
para seguir de cerca el desarrollo de las obras del convento. El 30 de mayo de
1924 hace su profesión solemne, y en junio de 1926 es nombrada Priora de la
Comunidad del convento de El Cerro (Madrid), que es inaugurado el 31 de octubre
de 1926.
Con la llegada de la Guerra Civil en España (1936),
las Carmelitas se ven obligadas a abandonar el convento, llegando a Las Batuecas
(Salamanca), donde fundó un nuevo carmelo. Finalizada la contienda (1939)
regresan al Cerro de los Ángeles. Gracias a Dios, aumentan las vocaciones y,
con ellas, surgen fundaciones de nuevos carmelos tanto en España como en el
extranjero: Kottayam (India), Mancera, Duruelo, Cabrera, Arenas de San Pedro,
San Calixto, Aravaca, Montemar y La Aldehuela, entre
otros. Su gran caridad hizo que siempre se interesara por
los problemas de los demás y se esforzaba por solucionarlos. Desde la clausura
de La Aldehuela fundó un colegio para niños pobres, e hizo construir una
barriada con numerosísimas casas y una Iglesia. Santa Maravillas murió en el
Carmelo de la Aldehuela el 11 de Diciembre de 1974. Fue beatificada en Roma por
Juan Pablo II el 10 de Mayo de 1998 y canonizada por el mismo Papa el 3 de Mayo
de 2003 en Madrid.
Oremos
Todo lo que para mi era ganancia lo he
estimado pérdida comparado con Cristo. Más aún, todo lo estimo pérdida comparado
con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, lo perdí
todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo. Flp 3,
7-8
Tú, Señor, que todos los años nos alegras con
la fiesta de Santa Madre Maravillas de Jesús, concede a los que estamos
celebrando su memoria imitar tambien los ejemplos de su vida santa. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.
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Santo(s) del día
Santa Madre Maravillas de Jesús
Beata Marie Leonie Paradis
Beato Rosaz
San Alejandro Papa
San Juvenal
San Alejandro Antonina
San Timoteo Egipto
San Diodoro Afrodisia
Sant Sosteneo
San Higinio
Beato Zacarías Alanguer
Beato Alejandro Cister
Santa Severina
Santa Violeta
Beato Ventura
Santa Juana Hazaña
Beata Bicchieri
Santa Duda
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Beata Marie Leonie Paradis
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Su amor a la Sagrada Familia, que denominó «Trinidad de la
tierra», junto con la Eucaristía, fue el pedestal sobre el que se alzó la
virtud de esta mujer que quiso sostener la vida sacerdotal acompañando en
silencio y entregando lo mejor de sí en una cotidiana asistencia a los
presbíteros, sin más satisfacción que la de saber que con ello estaba
alentándolos en su misión pastoral. Un rasgo, podríamos decir maternal, que no
siempre ha sido comprendido por sus congéneres. Ya Juan Pablo II cuando la
beatificó en Canadá tuvo que salir al paso de quienes consideraban que con esta
acción Marie Leonie empequeñecía a la mujer. No la entendieron. Tal vez no
estuvieron al tanto de que ésta fue una decisión emprendida por ella con plena
libertad, teniendo claro el objetivo que se proponía. Vino envuelto en un cariz
espiritual, lo que significa que no podía ser contestado por nadie. Forma parte
de la conciencia y de la voluntad de cada cual responder a Dios en los términos
exactos que Él inspira. Pero aquél brillante día 11 de septiembre de 1984, en
la ceremonia de beatificación el pontífice aplacó las críticas haciendo notar
que el papel desempeñado por Marie Leonie no es el único reservado a una mujer
canadiense.
La bautizaron con el nombre de Virginie-Alodie. Nació en el
seno de una humilde y creyente familia de L'Acadie, Quebec, Canadá el 12 de
mayo 1840. Persiguiendo un futuro mejor para la familia, su padre, que había
intentado sostenerla inútilmente trabajando en un molino, partió a California,
como otros hicieron, seducido por la fiebre del oro. Al regresar se encontró
con que su pequeña, que había dejado interna con 9 años en el convento de las
Hermanas de Notre-Dame en Laprairie, ya formaba parte de la comunidad de las
Marianitas de San Lorenzo fundadas por el P. Basile Moreau. Era una adolescente
de 14 años. De los seis hijos tenidos por Joseph Paradis y Émilie Grégoire, dos
habían fallecido, el resto eran varones, por tanto, ella era la única niña.
Joseph, hombre afable y bondadoso, pensó que podría disuadirla. Pero no logró
hacerla desistir; tampoco la forzó a hacerlo. Muy segura de lo que quería para
su vida, Marie Leonie profesó en 1857 amparada por el fundador a pesar de su
frágil salud, y se dedicó a la docencia. Interiormente se sentía llamada a
sostener la vida de los sacerdotes. Durante unos años impartió clases en
Montreal y en el orfanato San Vicente de Paul de Nueva York.
En 1874 llevó a cabo su misión en el colegio de San José, en
Memramcook, New Brunswick, Indiana, al frente del cual se hallaba el P. Camille
Lefebvre, de la Santa Cruz. Muchas jóvenes de L’Acadie sin recursos y con
dificultades para expresarse en inglés, que desempeñaban labores domésticas,
albergaban el deseo de establecer un compromiso religioso. Marie Leonie que
había comenzado enseñando francés estaba en condiciones de dar clases de inglés
porque ya dominaba la lengua. Pero juzgó conveniente propiciar la apertura de
un noviciado francófono en L’Acadie para evitar que las jóvenes tuvieran que ir
a Indiana a realizar el noviciado. Su propuesta no fue acogida. Y en 1880
impulsó el Instituto de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, aún siendo
ella todavía religiosa de la Santa Cruz. El objetivo no era otro que colaborar
y apoyar a los religiosos de la misma Orden en su labor educativa. Ellos fueron
los que ese año de 1880, en su capítulo general, autorizaron a que las
integrantes de este nuevo movimiento hiciesen votos privados y bajo el amparo
de Marie Leonie actuasen con autonomía. Su labor sería ocuparse de los trabajos
domésticos de los colegios de Santa Cruz extendidos por Canadá.
María y José estaban tan fuertemente anclados en su corazón
que no se cansaba de decir: «Mi confianza es ilimitada en nuestra buena Madre.
Conoce nuestras necesidades y tiene un poder tan grande sobre el corazón de su
divino Hijo». Dentro de las advocaciones conferidas a la Virgen ella se
inclinaba por Nuestra Señora de los Siete Dolores y Nuestra Señora del Rosario.
Respecto al Santo Patriarca igualmente se dejaba llevar por esa devoción sin
cota alguna, recurriendo a él en cualquier situación. Para ello peregrinó en
distintas ocasiones al santuario de santa Ana. Sencilla, de gran corazón,
extrajo su peculiar forma de consagrar su vida a la atención de los sacerdotes
de su contemplación de la Eucaristía y la Sagrada Familia de Nazaret. Humilde,
orante, activa, siempre dispuesta a colaborar con generosidad, al igual que
María había hecho, serían las claves de su quehacer y fundación. Su lema fue
«piedad y dedicación». No dejó de trabajar en ningún instante. Fue una de las
características de su vida. Siempre animosa, decía a las suyas: «¡Trabajemos,
mis hijas, descansaremos en el cielo!». Mons. Paul LaRocque, prelado de
Sherbrooke, Québec precisaba personas de confianza para su seminario y el
obispado. Y la beata, que tuvo noticias de ello en 1895, vio la ocasión de
trasladar allí la comunidad, siendo acogidas por él en su diócesis. Ese año
falleció el P. Lefebvre que había sido sostén de la comunidad. En 1896
obtuvieron la aprobación diocesana. Pero fue pasando el tiempo y Marie Leonie
que continuaba vistiendo el hábito de la Santa Cruz, veía aumentar su anhelo de
convertirse en otro miembro más de la Sagrada Familia. En 1905 Pío X le
concedió la autorización que precisaba quedando liberada del compromiso que
había establecido con la anterior Congregación. Quedó como superiora general al
frente de la Orden fundada por ella dedicándose todas a servir como
«auxiliares» y «cooperadoras» domésticas a comunidades de religiosos y de
sacerdotes. Fue la artífice de las constituciones, y justamente cuando se
disponía a imprimirlas, el 3 de mayo de 1912, murió repentinamente tras la
cena. Poco antes había dicho a una enferma: «¡Adiós hasta el cielo!».
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Eduardo Rosaz, obispo de Susa, miembro de la
Orden Franciscana Seglar desde antes de su ordenación sacerdotal, fundador de la
Congregación de las «Franciscanas Misioneras de Susa», se distinguió por su
entrega al apostolado y por su celo pastoral; dedicó gran atención al clero,
llevó vida de pobreza y demostró un exquisito amor a los pobres.
Edoardo
Giuseppe Rosaz nació en Susa (Turín, Italia) el 15 de febrero de 1830. Recibió
una educación cristiana sólida y genuina. A causa de su frágil salud, sus padres
le pusieron un maestro en casa. Cuando tenía diez años, su familia se trasladó a
Turín y entonces fue enviado al colegio Gianotti de Saluzzo. Tres años después
murió su padre y, al año siguiente, un hermano. A los quince años volvió con su
familia a Susa, donde se rodeó de amigos, escogiéndolos entre los jóvenes
mejores de la ciudad. Durante las vacaciones instruía a los niños en las
verdades religiosas. En 1847 ingresó en el seminario. En 1853 se inscribió en la
Tercera Orden de San Francisco, cuyo ideal y espíritu promovió desde ese momento
y al que permaneció siempre fiel.
Recibió la ordenación sacerdotal el 10
de junio de 1854. Sin preocuparse de trabajos y molestias, buscaba siempre con
alegría el bien espiritual y material de los fieles, y colaboraba con celo y
desinterés en el cuidado pastoral, cultivando diversas formas de apostolado: se
dedicó con entusiasmo a la predicación, a la catequesis, al ministerio de la
reconciliación y a las obras sociales. Alimentaba su vida espiritual con la
oración, la meditación, la misa, la adoración eucarística, y fomentaba esto
mismo en las religiosas por él fundadas, las Franciscanas Misioneras de Susa. En
1874 fue nombrado rector del seminario de Susa, en cuyo cargo tuvo como
principio educativo: «firmeza dulce y dulzura firme», «prevención mejor que
castigo».
El 26 de diciembre de 1877 fue nombrado obispo de Susa; recibió
la consagración episcopal el 24 de febrero de 1878 en la catedral. En su nuevo
cargo se distinguió por su celo, prudencia pastoral, abnegación y dinamismo
misionero: dedicó gran atención al clero, para el que fue un buen pastor;
potenció el seminario diocesano y visitó varias veces la diócesis, incluso las
parroquias más aisladas. Era amigo íntimo de Don Bosco, a quien vio por última
vez en Turín en 1888.
Murió la mañana del 3 de mayo de 1903. Fue
beatificado por Juan Pablo II el 14 de julio de 1991 en Susa
Os exorto, por la misericordia de Dios, a
preservar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es
vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la
renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios,
lo bueno, lo que agrada, lo perfecto. Rm 12, 1-2
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Beato
Zacarías, de la Orden de los Menores, y uno de los seis primeros religiosos que
San Francisco envió a Portugal para consagrarse a la conversión de los moros,
Alanguer, 1226.
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Beata
Emilia Bicchieri, de la Orden de la Penitencia de Santo Domingo, fundadora del
monasterio de Santa Margarita, en las afueras del Verceli, Piamonte, 1314.
Fue
una extática cuya vida está llena de revelaciones y apariciones de Cristo y de
sus santos.
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