Santos Nereo y Aquiles
Mártires (s. I ) Son dos mártires que desde
muy antiguo recibieron culto en la iglesia de Roma.
Probablemente fueron
martirizados en la persecución de Diocleciano.
Sus sepulcros se conservan
en las catacumbas romanas de la Via Ardentina. Fueron militares de
profesión.
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Han llegado
hasta nosotros unas actas tardías del martirio de los santos Nereo y Aquiles.
Debieron escribirse hacia finales del siglo V, y de las mismas se conservan dos
recensiones, una griega y otra latina.
El valor histórico de estas actas
es muy dudoso; se trata más bien de una novela que agrupa alrededor de Flavia
Domitila a una serie de personajes conocidos por la arqueología, y de cuya
existencia no puede en modo alguno dudarse. Suele ser el éxito de todas las
leyendas partir de lo cierto para montar un relato fabuloso.
Mombritius,
un renacentista del siglo XV, fue quien dio primero a luz estas actas en 1479.
De él las tomó Surio para sus Vitae Sanctorum; de Surio pasaron a los Bolandos
en 1680 y de allí corrieron por los "años cristianos" populares. Estudios
críticos emprendidos el pasado siglo han conseguido cribar lo que hay de leyenda
y de historia en la vida de estos santos mártires.
Veamos primero qué
nos dicen las referidas actas.
Flavia Domitila, sobrina del emperador
Domiciano, tuvo por servidores a Nereo y Aquiles, que habían sido convertidos
por San Pedro, los cuales la persuadieron a rechazar las promesas de matrimonio
que la hiciera Aureliano, hijo del cónsul, animándola a abrazar la
virginidad.
El papa Clemente, sobrino del cónsul Clemente, recibió los
votos de Domitila y le dio el velo de virgen.
Furioso Aureliano por la
repulsa de la que había solicitado por esposa, acusa a Domitila y a sus
servidores de cristianos, y son desterrados a la isla Ponciana, la cual
encuentran pervertida por Furio y Prisco, discípulos ambos de Simón el
Mago.
Los Santos ruegan a Marcelo, hijo del prefecto urbano Marcos,
discípulo de San Pedro, que narre la historia de su maestro y la defección de
Simón el Mago.
Mientras que llega Marcelo crece el furor de Aureliano al
ver que no puede vencer la resistencia de Nereo y Aquiles y los envía a
Terracina, donde el procónsul Menio Rufo los condena a muerte. Auspicio, su
discípulo, y padre nutricio de Domitila, transporta sus cuerpos al cementerio
propiedad de ésta, en un arenario de la vía Ardentina, junto al sepulcro de
Petronila, pretendida hija de San Pedro.
Entretanto Domitila continúa su
resistencia, logrando convertir a sus hermanas de leche Eufrosina y Teodora,
animándolas a abrazar la virginidad. Luxurio, hermano de Aureliano, las ordena
sacrificar a los dioses, y ante su negativa las encierra en su habitación de
Terracina, prendiéndole fuego. Mueren las santas vírgenes, pero sus cuerpos
quedan intactos y son enterrados por el diácono Cesáreo en un sarcófago nuevo.
Este último martirio ocurre en tiempos del emperador Trajano.
Las actas
saben aprovechar toda la rica literatura apócrifa del siglo I: Actas de San
Pedro y San Pablo, actas orientales de San Lino, noticias topográficas y aún
seguramente tradiciones romanas que perduraban.
Nos encontramos frente a
un caso de leyenda hagiográfica característica, basado en el prurito de
glorificar a un personaje —Flavia Domitila— y alrededor del mismo juntar y
relacionar otros mártires de los que se tienen escasas noticias.
Con los
mártires del siglo I la historia ha sido parca, pues de la persecución neroniana
descrita por Tácito, escritor profano, como nombres seguros sólo han llegado
hasta nosotros los de San Pedro y San Pablo; los demás quedan en el
anonimato.
Ya Baronio, que tanta parte tuvo en la restauración del culto
de San Nereo y Aquiles, y fue quien influyó para que su fiesta se desgajara de
la de Santa Flavia Domitila, del 7 de mayo, incluyéndola en los nuevos
calendarios litúrgicos postridentinos en la fecha de hoy, tiene una frase llena
de dudas para las mencionadas actas: fide non integra.
Y Tillemont
piensa que debieron ser redactadas por algún maniqueo enemigo del matrimonio,
pues los diálogos entre Nereo y Domitila, aparte de lo inverosímiles y con
frecuencia tan crudos al describir el matrimonio, los trabajos de la gestación y
los dolores del alumbramiento, son más un alegato contra las nupcias que una
defensa de la virginidad.
Sin embargo, las actas no son las únicas
fuentes históricas que poseemos.
Existe, en primer lugar, el culto
antiquísimo, atestiguado por los más respetables martirológios, por los libros
litúrgicos y por los monumentos.
No podemos determinar la época en que
los dos Santos sufrieron el martirio, tal vez en el siglo I, hacia el año 95, en
la persecución de Domiciano,. En la de Nerón, algo anterior, no parece probable,
por la razón antes dicha. Más razones habría para probar que hubieran muerto en
la persecución de Trajano, al tiempo de la propia Domitila.
Dos cosas
hay ciertas: el hecho de su martirio y el lugar de su sepulcro. Nereo y Aquiles,
que las actas llaman eunucos, con terminología y mentalidad de las cortes
bizantinas del siglo V, y las lecciones del Breviario tienen por hermanos, eran
simplemente soldados según las noticias del papa San Dámaso, cuando se construyó
la basílica de Santa Petronila, mártir, junto a cuyo sepulcro fueron enterrados
los dos Santos.
Su martirio estaba representado en dos columnitas que
debieron servir para el teguriun o baldaquino que cubría el altar, y en una de
las cuales aparece esculpido el martirio de Aquiles y su nombre (Acilleus),
viéndose a un personaje junto a un poste con las manos atadas a la espalda, el
cual recibe del verdugo el golpe fatal. De la otra columna queda solamente un
fragmento, y se aprecia algo del bajorrelieve, cuya reconstrucción permite
suponer que se trata de la escena equivalente a San Nereo, aunque falte el
nombre.
Nos quedan, por fin, unos dísticos de San Dámaso que este Papa,
tan devoto del culto de los mártires, dedicó a Nereo y Aquiles. Pequeños
fragmentos del epitafio damasiano fueron descubiertos por Rossi, el investigador
de las catacumbas, y la totalidad del elogio fue reconstruida a base de las
copias que nos legaron los antiguos peregrinos, que lo vieron íntegro, y a
través de los manuscritos medievales ha llegado hasta nosotros.
Dice así
el elogio martirial de San Dámaso:
"Nereo y Aquiles,
mártires”.
"Se habían inscrito en la milicia y ejercitaban su cruel
oficio, atentos a las órdenes del tirano, y prontos a ejecutarlas, constreñidos
por el miedo.
“¡Milagro de la fe! De repente dejan su cruel oficio, se
convierten, abandonan el campamento impío de su criminal jefe, tiran los
escudos, las armaduras, los dardos ensangrentados y, confesando la fe de Cristo,
se alegran de alcanzar mayores triunfos.”
"Tened noticia por Dámaso a
qué alturas puede llegar la gloria de Cristo."
El epitafio de San Dámaso
es bastante impreciso. Unas veces la carencia de datos exactos, otras la
estrechez de los metros, y su afán de recurrir a frases hechas, lo cierto es que
San Dámaso aporta escasas noticias al historiador. Tal vez porque un elogio
epigráfico no es la ficha biográfica de una enciclopedia moderna.
Los
datos ciertos que el Papa español nos proporciona son la condición militar de
los mártires, que pertenecían a la guardia pretoriana del emperador, si el
término “tirano" ha de aplicarse a alguno de los césares antes mencionados:
Nerón, Domiciano o Trajano.
Que el dicho tirano, abusando de su poder,
obligaba a sus soldados a ejercer el oficio de verdugos, ejecutando sus crueles
órdenes, que deben referirse a penas capitales.
Que ambos soldados, al
convertirse, abandonan su profesión, y al confesar la fe de Cristo alcanzan
honroso martirio.
¿Cuál pudo ser la relación de ambos mártires con la
familia imperial de los Flavios, aparte de ser enterrados en la propiedad
familiar que ellos usaban de cementerio (cementerio de Domitila) y que cedieron
a la comunidad cristiana del siglo I? A ciencia cierta no la
sabemos.
¿Habrían sido, ciertamente, convertidos por San Pedro o San
Pablo? Las relaciones de los dos apóstoles con la guardia imperial fueron muy
intensas, y en la epístola a los romanos (16, 15) aparece un Nereo. Si fueron
enterrados en el hipogeo de los Flavios, cuando todavía el cementerio de la vía
Ardentina era propiedad particular, no cabe duda que las actas, dentro de su
fondo novelesco, nos proporcionan noticias de interés, y tampoco pueden
desecharse todos sus datos. Sí, que la Petronila mártir, junto a cuyo sepulcro
fueron enterrados Nereo y Aquiles, no es hija de San Pedro, pues se llamaba
Aurelia y el cognomen Petro (de una de las ramas de los Flavios) dio lugar al
equívoco. Pudieron ser desterrados a la isla Poncia Nereo y Aquiles, pudieron
huir a la misma y encontrarse allí con Flavia Domitila, y animarla en su
desgracia, o tal vez pudieron ser adscritos a su servicio, cuando, al hacerse
pública su situación de cristianos, entre que se solventaba su caso, bueno era
dejarles juntos y que se ayudasen en el destierro de la isla.
Lo cierto
es que hay indicios seguros para suponer relaciones indiscutibles entre este
grupo de santos. Y tratándose de relatos tan venerables por su antigüedad, hemos
de proceder con cautela y tratar con respeto las referencias que nos ofrece el
pasado.
El culto de los Santos Nereo y Aquiles es antiquísimo, localizado
junto al sepulcro de Aurelia Petronila, en el cementerio de la vía Ardentina. La
tumba y la basílica subterránea que llevan su nombre fueron levantadas por el
papa Siricio en 390.
Anteriormente esta basílica llevaba el título de
Fasciola, que hacia el siglo VIII se empezó a perder, para conservarse el de los
santos mártires. En el siglo XIII fue restaurada, pero nuevamente sufrió el
abandono al despoblarse aquella región romana en la Edad Media, y entonces el
papa Gregorio IX transportó a la iglesia de San Adriano, en el foro, las
reliquias de los mártires. El papa Sixto IV, en la fiebre del primer
Renacimiento, vuelve a restaurar la basílica, que un siglo después necesitaba
nuevamente de urgente reparación, la cual llevó a cabo el propio cardenal
Baronio al solicitarla como su título cardenalicio. A la misma devolvió las
reliquias, recabando con este motivo que su fiesta se celebrase el 12 de
mayo.
En la primitiva basílica de San Nereo y San Aquiles pronunció San
Gregorio Magno su homilía 38 sobre la curación del hijo del régulo, que todavía
rezábamos en el breviario los sacerdotes antes de la reciente simplificación de
rúbricas, en que la condición litúrgica de semidoble de estos mártires ha pasado
a la categoría de "simple". Desde luego este evangelio contiene una alusión a la
difusión del cristianismo entre los miembros de la casa imperial de los Flavios.
Las palabras "Y creyó él y toda su casa" no dejarían de producir profunda
impresión dichas por el diácono bajo las bóvedas terrosas del cementerio de la
vía Ardentina, donde se guardaban las tumbas de Nereo y Aquiles, de Flavio
Clemente, de Flavio Sabino y de otros familiares de
Domiciano.
Oremos
Señor, ya que nos has dado a conocer el
valiente testimonio que dieron de tu Hijo los santos Nereo y Aquiles, haz que
sintamos también en nuestra vida la fraternal intercesión de estos santos. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.
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