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sábado, 25 de mayo de 2013
martes, 21 de mayo de 2013
_MAYO 21. 2.013
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San Carlos José Eugenio de Mazenod | |
CARLOS
JOSÉ EUGENIO DE MAZENOD
Los años pasados en Italia La familia de Mazenod, como refugiados políticos, pasaron por varias ciudades de Italia. Su padre, que había sido Presidente del Tribunal de Cuentas, Ayuda y Finanzas de Aix, se vio forzado a dedicarse al comercio para mantener su familia. Intentó ser un pequeño hombre de negocios, y a medida que los años iban pasando la familia cayó casi en la miseria. Eugenio estudió, durante un corto período, en el Colegio de Nobles de Turín, pero al tener que partir para Venecia, abandonó la escuela formal. Don Bartolo Zinelli, un sacerdote simpático que vivía al lado, se preocupó por la educación del joven emigrante francés. Don Bartolo dio a Eugenio una educación fundamental, con un sentido de Dios duradero y un régimen de piedad que iba a acompañarle para siempre, a pesar de los altos y bajos de su vida. El cambio posterior a Nápoles, a causa de problemas económicos, le llevó a una etapa de aburrimiento y abandono. La familia se trasladó de nuevo, esta vez hacia Palermo, donde gracias a la bondad del Duque y la Duquesa de Cannizzaro, Eugenio tuvo su primera experiencia de vivir a lo noble, y le agradó mucho. Tomó el título de "Conde" de Mazenod, siguió la vida cortesana y soñó con tener futuro. Vuelta a Francia: el Sacerdocio En 1802, a la edad de 20 años, Eugenio pudo volver a su tierra natal y todos sus sueños e ilusiones se vinieron abajo rápidamente. Era simplemente el "Ciudadano" de Mazenod, Francia había cambiado; sus padres estaban separados, su madre luchaba por recuperar las propiedades de la familia. También había planeado el matrimonio de Eugenio con una posible heredera rica. Él cayó en la depresión, viendo poco futuro real para sí. Pero sus cualidades naturales de dedicación a los demás, junto con la fe cultivada en Venecia, comenzaron a afirmarse en él. Se vio profundamente afectado por la situación desastrosa de la Iglesia de Francia, que había sido ridiculizada, atacada y diezmada por la Revolución. Él llamado al sacerdocio comenzó a manifestársele y Eugenio respondió a este llamado. A pesar de la oposición de su madre, entró en el seminario San Sulpicio de París, y el 21 de diciembre de 1811 era ordenado sacerdote en Amiens. Esfuerzos apostólicos: los Oblatos de María Inmaculada Al volver a Aix de Provenza, no aceptó un nombramiento normal en una parroquia, sino que comenzó a ejercer su sacerdocio atendiendo a los que tenían verdadera necesidad espiritual: los prisioneros, los jóvenes, las domésticas y los campesinos. Eugenio prosiguió su marcha, a pesar de la oposición frecuente del clero local. Buscó pronto otros sacerdotes igualmente celosos que se prepararían para marchar fuera de las estructuras acostumbradas y aún poco habituales. Eugenio y sus hombres predicaban en Provenzal, la lengua de la gente sencilla, y no el francés de los "cultos". Iban de aldea en aldea, instruyendo a nivel popular y pasando muchas horas en el confesonario. Entre unas misiones y otras, el grupo se reunía en una vida comunitaria intensa de oración, estudio y amistad. Se llamaban a sí mismos "Misioneros de Provenza". Sin embargo, para asegurar la continuidad en el trabajo, Eugenio tomó la intrépida decisión de ir directamente al Papa para pedirle el reconocimiento oficial de su grupo como una Congregación religiosa de derecho pontificio. Su fe y su perseverancia no cejaron y, el 17 de febrero de 1826, el Papa Gregorio XII aprobaba la nueva Congregación de los "Misioneros Oblatos de María Inmaculada". Eugenio fue elegido Superior General, y continuó inspirando y guiando a sus hombres durante 35 años, hasta su muerte. Eugenio insitió en una formación espiritual profunda y en una vida comunitaria cercana, al mismo tiempo que en el desarrollo de los esfuerzos apostólicos: predicación, trabajo con jóvenes, atención de los santuarios, capellanías de prisiones, confesiones, dirección de seminarios, parroquias. Él era un hombre apasionado por Cristo y nunca se opuso a aceptar un nuevo apostolado, si lo veía como una respuesta a las necesidades de la Iglesia. La "gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la santificación de las almas" fueron siempre fuerzas que lo impulsaron. Obispo de Marsella La diócesis de Marsella había sido suprimida durante la Revolución francesa, y la Iglesia local estaba en un estado lamentable. Cuando fue restablecida, el anciano tío de Eugenio, Fortunato de Mazenod, fue nombrado Obispo. Él nombró a Eugenio inmediatamente como Vicario General, y la mayor parte del trabajo de reconstruir la diócesis cayó sobre él. En pocos años, en 1832, Eugenio mismo fue nombrado Obispo auxiliar. Su ordenación episcopal tuvo lugar en Roma, desafiando la pretensión del gobierno francés que se consideraba con derecho a intervenir en tales nombramientos. Esto causó una amarga lucha diplomática y Eugenio cayó en medio de ella con acusaciones, incomprensiones, amenazas y recriminaciones sobre él. A pesar de los golpes, Eugenio siguió adelante resueltamente y finalmente la crisis llegó a su fin. Cinco años más tarde, al morir el Obispo Fortunato, fue nombrado él mismo como Obispo de Marsella. Un corazón grande como el mundo Al fundar los Oblatos de María Inmaculada para servir ante todo a los necesitados espiritualmente, a los abandonados y a los campesinos de Francia, el celo de Eugenio por el Reino de Dios y su devoción a la Iglesia movieron a los Oblatos a un apostolado de avanzada. Sus hombres se aventuraron en Suiza, Inglaterra, Irlanda. A causa de este celo, Eugenio fue llamado "un segundo Pablo", y los Obispos de las misiones vinieron a él pidiendo Oblatos para sus extensos campos de misión. Eugenio respondió gustosamente a pesar del pequeño número inicial de misioneros y envió sus hombres a Canadá, Estados Unidos, Ceylan (Sri Lanka), Sud-Africa, Basutolandia (Lesotho). Como misioneros de su tiempo, se dedicaron a predicar, bautizar, atender a la gente. Abrieron frecuentemente áreas antes no tocadas, establecieron y atendieron muchas diócesis nuevas y de muchas maneras "lo intentaron todo para dilatar el Reino de Cristo". En los años siguientes, el espíritu misionero de los Oblatos ha continuado, de tal modo que el impulso dado por Eugenio de Mazenod sigue vivo en sus hombres que trabajan en 68 países. Pastor de su diócesis Al mismo tiempo que se desarrollaba este fermento de actividad misionera, Eugenio se destacó como un excelente pastor de la Iglesia de Marsella, buscando una buena formación para sus sacerdotes, estableciendo nuevas parroquias, construyendo la Catedral de la ciudad y el espectacular santuario de Nuestra Señora de la Guardia en lo alto de la ciudad, animando a sus sacerdotes a vivir la santidad, introduciendo muchas Congregaciones Religiosas nuevas para trabajar en su diócesis, liderando a sus colegas Obispos en el apoyo a los derechos del Papa. Su figura descolló en la Iglesia de Francia. En 1856, Napoleón III lo nombró Senador, y a su muerte, era decano de los Obispos de Francia. Legado de un santo El 21 de mayo de 1861 vio a Eugenio de Mazenod volviendo hacia Dios, a la edad de 79 años, después de una vida coronada de frutos, muchos de los cuales nacieron del sufrimiento. Para su familia religiosa y para su diócesis ha sido fundador y fuente de vida: para Dios y para la Iglesia ha sido un hijo fiel y generoso. Al morir dejó a sus Oblatos este testamento final: "Entre vosotros, la caridad, la caridad, la caridad; y fuera el celo por la salvación de las almas". Al declararlo santo la Iglesia, el 3 de diciembre de 1995, corona estos dos ejes de su vida: amor y celo. Y este es el mayor regalo que Eugenio de Mazenod, Oblato de María Inmaculada, nos ofrece hoy. |
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Santo(s) del día
San Carlos José Eugenio de Mazenod
San Teopompo
San Magallanes
San Timoteo Argelia
San Polieucto
San Secundino Córdoba
San Sínesio Mártir
San Nicóstrato
San Secundo Aleljandría
San Hospicio
Santa Cervellón
San Constantino Magno
San Mans
Beata Catalina Cardona
Beata Madre
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San Mans o Mancio, esclavo cristiano traído de Roma y asesinado por los judíos. Se le celebra en varias diócesis de España y Portugal, y es patrono de la ciudad de Evora, s. V o VI. |
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Beata Catalina Cardona | |
Pertenecía a la ilustre familia de los Cardona. Cuando tenía quince años, sus padres quisieron casarla con un rico geltilhombre, que murió poco antes de celebrarse el matrimonio. Entonces Catalina se refugió en un convento de franciscanas; pero sacada de allí violentamente, tuvo que vivir algún tiempo en la corte de Felipe II, donde fue confidente de la princesa de Eboli. Un buen día desapareció del palacio, y fue a encerrarse en una gruta, no lejos de Roda. Allí pasó veinte años, imitando a los antiguos anacoretas, hasta que, descubierta, entró en un convento de carmelitas de la región. Murió en 1577. |
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_MAYO 19.. 2.013
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sábado, 18 de mayo de 2013
_MAYO 18. 2.013
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San Félix
de Cantalicio (1513-1587)
Nace este interesante ejemplar de la santidad en Cantalicio, en el año 1513. Cantalicio es una pequeña población italiana del territorio de Città Ducale, provincia de Umbría. Los padres del Santo eran pobres y temerosos del Señor. Su padre se llamaba Santo de Carato; su madre, Santa. ¿Se llamaban así o eran llamados así por su bondad? De niño, se dedica al pastoreo. Grababa una cruz en una encina, como un pequeño tallista del símbolo del sacrificio, y ante ella rezaba muchos rosarios. Junto al trabajo, humilde trabajo de pastor, la oración. De esta manera, su trabajo quedaba empenachado de plegarias, como si las avemarías fuesen salpicando las jornadas de su vigilancia del ganado. Entra después al servicio de varios labradores. En la casa de uno de éstos oye leer vidas de santos. Quiere imitar a los penitentes del desierto, y, al preguntar dónde podría hallar la fórmula de los anacoretas, alguien le respondió: «En los capuchinos». Es, entonces, cuando se decide a pedir el hábito en el convento de Città Ducale. Parece que el padre guardián, para probar la vocación del aspirante, recarga las tintas de la penitencia de los frailes y le dice, mientras le muestra un crucifijo: «Éste es el modelo a que debe conformar su vida un capuchino». Félix, enamorado del sacrificio, se arroja a los pies del padre guardián y le manifiesta que no desea sino una vida del todo crucificada. Enviado al noviciado de Áscoli, cuando tiene veintiocho años, cae enfermo: unas pesadas calenturas. Pero un día se levanta de la cama y le dice al padre guardián que ya no tiene nada. Destinado a Roma, ejerce en la Ciudad Eterna, durante casi cuarenta años, el cargo de limosnero. A su compañero de fatigas y de alegrías a lo divino le decía: «Buen ánimo, hermano: los ojos en la tierra, el espíritu en el cielo y en la mano el santísimo rosario». Jamás condescendió con su gusto, y toda su vida fue una constante renunciación a los pequeños muchos por el gran todo. Solía exclamar, recordando una frase que había leído: «O César o nada». Se ha dicho que sólo hay una tristeza: la de no ser santo. Sí; la de no ser «césar» de la santidad. Y llegó a «césar» de Dios por el camino de la santa simplicidad. ¿En qué consistía la ciencia de este simpático lego? «Toda mi ciencia –afirmaba– está encerrada en un librito de seis letras: cinco rojas, las llagas de Cristo, y una blanca, la Virgen Inmaculada». Ayunaba a pan y agua las tres cuaresmas de San Francisco, comía los mendrugos de pan que dejaban los frailes y dormía tres horas en un lecho de tarima. Pero, como si esto fuera poco –y lo era para sus aspiraciones–, no se quitaba el cilicio. A pesar de todo, o, más exactamente, por todo, tenía una contagiosa felicidad y un buen humor delicioso. Bromeaba a lo divino con su amigo Felipe de Neri. Uno y otro se saludaban de esta manera:
–Buenos días, fray
Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios!
–Salud, Felipe. ¡Ojalá te
apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristo!
Un fraile que le acompañaba en
cierta ocasión, en visita al cardenal de Santa Severina, dijo a éste que
mandase a fray Félix descargar la limosna. «Señor –respondió el lego–, el
soldado ha de morir con la espada en la mano y el asno con la carga a cuestas.
No permita Dios que yo alivie jamás a un cuerpo que sólo es de provecho para
que se le mortifique». Cuando alguien le insultaba, replicaba: «¡Que Dios te
haga un santo!»
Estaba rezando un día, cuando la
imagen de la Virgen puso al Niño en los brazos de fray Félix. Y así le pintó
Murillo. Son muchas las anécdotas con trascendencia de eternidad que se cuentan
de San Félix de Cantalicio. Su hermano en religión, padre Prudencio de
Salvatierra, recoge algunas verdaderamente entrañables. En cierta ocasión, iba
pidiendo limosna, que era su oficio cotidiano.
De pronto, siente un cansancio
extraordinario. ¿Por qué le pesaba tanto el morralillo que llevaba a la
espalda? Porque alguien había depositado una moneda de plata en la alforja del
santo mendigo, moneda que le pareció la sonrisa burlona del demonio. «Este es
el peso maldito que no me deja caminar». Y, sacudiendo la alforja, hizo que la
moneda cayese al suelo, para seguir tan sólo con los regojos a cuestas. Durante
las jornadas frías, quizá algunos religiosos se acercaban al fuego para
confortar un poquillo sus cuerpos ateridos. Mas fray Félix huía del grato
calor, a la vez que decía a su cuerpo: «Lejos, lejos del fuego, hermano asno,
porque San Pedro, estando junto a una hoguera, negó a su Maestro».
Venerable y al mismo tiempo
jovial figura, por las calles de Roma, la de este hermano lego, al que rodeaban
los chiquillos para tirarle de las barbas y curiosear en sus alforjas. El lego,
sonriente y hasta riente, enseñaba el catecismo a los niños, y les daba
consejos, les embelesaba con su palabra dulce y sencilla.
Inventaba coplas religiosas, que
en seguida se hacían populares en la ciudad. Tenía buen oído y voz de
barítono. Lo debía de pasar muy bien cantando, limpio de polvo y paja del
menor gusto. «Dentro del convento sabía unir, por modo maravilloso, la alegría
con el silencio, el trabajo con la oración». Su hermano fray Domingo decía:
«Félix es avaro en sus palabras, pero lo poco que dice es siempre
bueno».
Enferma un fraile, a quien los
médicos desahucian. Pero entra fray Félix en la celda del paciente y profiere
unas palabras como mojadas de humor y frescura celestiales: «Vamos,
perezoso, levántate; lo que a ti te conviene es un poco de ejercicio y el
aire puro del huerto. »En efecto, el frailecico había sanado.
Mas no pensemos que las que
pudiéramos llamar personalidades importantes de aquel tiempo dejaban de acudir
a la «ciencia» del «ignorante» lego. El sabio obispo de Milán, luego San
Carlos Borromeo, solicita de fray Félix algunos consejos para la reforma del
clero diocesano. ¿Qué consejos iba a dar un pobre lego mendicante a un obispo
intelectual? Pues sí; le da este consejo: «Eminencia: que los curas recen
devotamente el oficio divino. No hay nada más eficaz que la oración para la
reforma del espíritu».
Con empuje de alma inspirada por
Dios, dice al cardenal de la Orden franciscana Montalto, en vísperas de ser
elegido para el Solio Pontificio: «Cuando seas Papa, pórtate como tal para la
gloria de Dios y bien de la Iglesia: porque, si no, sería mejor que te quedaras
en simple fraile». Ya era papa Montalto, con el nombre de Sixto V, cuando
una vez pidió al lego un poco de pan.
Fray Félix busca para el
Padre Santo el mejor panecillo, pero el Papa le replica: «No haga distinción,
hermanito: déme lo primero que salga». Lo primero que salió fue un mendruguillo
negro. El lego toma el regojo y se lo entrega a Su Santidad con estas palabras:
«Tenga paciencia, Santo Padre; también Vuestra Santidad ha sido fraile».
Siempre el humor junto al amor, siempre la gracia junto a la gracia. En
actitud poéticamente franciscana, repartía pedacitos de pan a los pobres, a
los perros, a los pájaros. A fuerza de oración consigue librarse de una
epidemia, para poder seguir asistiendo a numerosos enfermos.
Con una fidelidad exacta cumple
los tres votos monásticos de su vida religiosa: obediencia, pobreza y
castidad. Respetaba al sacerdote y rendía homenaje a «la dignidad más sublime
de la tierra». Fue fray Félix de Cantalicio un amador esforzado de la Señora, y
cuando, en la calle, los ojos del lego se encontraban con una imagen de la
Virgen, prorrumpía de este modo: «Querida Madre: os recomiendo que os acordéis
del pobre fray Félix. Yo deseo amaros como buen hijo, pero vos, como buena
Madre, no apartéis de mí vuestra mano piadosa, porque soy como los niños
pequeños, que no pueden andar un paso sin la ayuda de su madre».
Uno se acuerda de la Balada
de las dudas del lego, de Pemán: «Y, apretando el paso, con simple
alegría, corre que te corre... ¿Qué más oración que el ir mansamente, por la
veredica, con el cantarillo, bendiciendo a Dios?» Fray Félix no iba con el
cantarillo, sino con el talego del pan. Y con las alforjas de su caridad
franciscana.
¿Cómo era en lo físico fray
Félix de Cantalicio? He aquí una semblanza del Santo: «Fue bajo de cuerpo,
pero grueso decentemente y robusto. La frente espaciosa y arrugada, las narices
abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a negro;
la boca, no afeminada, sino grave y viril; el rostro alegre y lleno de arrugas;
la barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje
de tal calidad que, aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en
hermosura la rusticidad».
Cargado de trabajos, de dolores,
pero con una alegría desbordante, presiente su muerte. Y dice: «El pobre
jumento ya no caminará más». Pretende ir a la iglesia desde el
lecho, arrastrándose, mas se le prohíbe. Recibe los sacramentos, se queda en
éxtasis, vuelve en sí, pide que le dejen solo. Los frailes le preguntan: «¿Qué
ves?» Y él responde: «Veo a mi Señora rodeada de ángeles que vienen a llevar
mi alma al paraíso». Sin haber entrado en agonía, muere el 18 de mayo de 1587,
a los setenta y dos años de edad. Toda la ciudad corre al convento para besar
el cadáver del santo lego y obtener reliquias.
El papa Sixto V, que
testificaba dieciocho milagros, quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo
tiempo. Es Paulo V quien inicia el proceso de beatificación, que solemnemente
será verificado por Urbano VIII. En 1712, Clemente XI canonizó a fray Félix de
Cantalicio.
He aquí una vida colmada hasta los bordes de
santa simplicidad, una vida clara y sencilla, alegre por sacrificada, sublime
por humilde, la vida de un lego capuchino del siglo XVI, cuyo perfume llega
hasta nuestros días con la fragancia de las más puras esencias de
la virtud.San Félix de Cantalicio, en Año Cristiano, Tomo II, Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 410-415 |
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Santo(s) del día
San Félix de Cantalicio
San Juan I
San Venancio Camerino
San Dióscoro
San Félix Espoleto
San Potamión
San Teódoto Tabernero
San Erico
Beato Guillermo Tolosa
Beato Juan Gelabert
San Merolino
San Arsenio Regio
Santa Rafaela
San Juan I | |
San Juan I San Juan I era de Toscana. En 523 fue elegido Sumo Pontífice. En Italia gobernaba el rey Teodorico que apoyaba la herejía de los arrianos. El emperador Justino de Constantinopla decretó cerrar todos los templos de los arrianos de esa ciudad y prohibió que los que pertenecían a la herejía arriana ocuparan empleos públicos. El rey Teodorico le pidió al Papa que fuera a Constantinopla y obtener que Justino quitara las leyes que habían dado contra los arrianos. El emperador Justino, aunque les devolvió algunas iglesias a los arrianos, no permitió que ninguno de estos herejes ocupara puestos públicos. Teodorico se encendió en furiosa rabia, y al llegar el Santo Padre a Ravena lo hizo encarcelar y fueron tan crueles los malos tratos que en la cárcel recibió, que al poco tiempo murió. Con el Papa fueron martirizados también sus dos grandes consejeros, Boecio y Símaco Oremos Señor Dios nuestro, remunerador de los que creen en ti, escucha las plegarias que tu pueblo te dirige en este día del martirio del Papa Juan primero, y haz que sepamos imitar la invicta firmeza de la fe de quién coronó su servicio apostólico mediante el testimonio de su martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. |
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San Teódoto Tabernero | |
San Teódoto el tabernero, uno de los mártires más gloriosos del tiempo de Diocleciano. Natural de Ancira (Galacia), se dedicó primero a asistir a los confesores de la fe, llevándoles alimentos y recogiendo sus cuerpos después de muertos. Sostuvo especialmente en las luchas a sus compañeros mártires Tecusa, Alejandra, Claudia, Faina, Eufrasia, Matrona y Julita, que fueron expuestas a toda clase de ultrajes y llevadas al templo de Diana y Minerva como sacerdotisas, y que después de mil tentativas fueron inmoladas por la fe. Teódoto recogió sus cadáveres, y, sorprendido por los paganos, fue también martirizado, 304. |
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