domingo
21 Diciembre 2014
San Pedro Canisio
San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia
San Pedro Canisio, presbítero de la Orden de
la Compañía de Jesús y doctor de la Iglesia, que, enviado a Alemania, se dedicó
con ahínco a defender la fe católica y a confirmarla con la predicación y los
escritos, entre los que sobresale el Catecismo, y encontró el reposo de sus
trabajos en Friburgo, población de Suiza.
Se ha llamado a san Pedro Canisio el segundo apóstol de
Alemania, comparándole con san Bonifacio, que fue el primero. También se le
venera como uno de los creadores de la prensa católica. Además, fue el primero
del numeroso ejército de escritores jesuitas. Nació en 1521, en Nimega de Holanda,
que dependía entonces de la arquidiócesis alemana de Colonia. Era el hijo mayor
de Jacobo Kanis, quien recibió un título
de nobleza por haber desempeñado el oficio de tutor de los hijos del duque de
Lorena y fue nueve veces burgomaestre de Nimega. Aunque Pedro tuvo la desgracia
de perder a su madre cuando era todavía pequeño, su madrastra fue para él una
segunda madre. El joven creció en el temor de Dios. Cierto que él mismo se
acusa de haber perdido el tiempo, de niño, en juegos inútiles; pero, dado que a
los dicienueve años obtuvo el grado de
Maestro en Artes, en Colonia, resulta difícil creer que haya sido muy perezoso.
Por complacer a su padre, que deseaba darle una carrera de abogado, Pedro
estudió algunos meses el derecho canónico en Lovaina; pero, al caer en la cuenta
de que ésa no era su verdadera vocación, desechó el matrimonio, hizo voto de
castidad y volvió a Colonia a enseñar teología. La predicación del beato
Pedro Fabro había
despertado gran interés en las ciudades del Rin. Fabro era el primer discípulo de san
Ignacio de Loyola.
Bajo su dirección, hizo Canisio los Ejercicios de San
Ignacio, en Mainz y durante la segunda
semana, prometió a Dios ingresar en la Compañía de Jesús. Fue admitido en el
noviciado y pasó varios años en Colonia, consagrado a la oración, al estudio, a
visitar a los enfermos y a instruir a los ignorantes. El dinero que recibió
como herencia a la muerte de su padre, lo dedicó en parte a los pobres y en
parte al mantenimiento de la comunidad. Canisio había empezado ya a escribir. Su
primera publicación había sido la edición de las obras de san Cirilo de
Alejandría y san León Magno (no se ha probado que él haya sido el editor de los
sermones de Juan Taulero, publicados en Colonia en
1543). Después de su ordenación sacerdotal, comenzó a distinguirse en la
predicación. Había asistido a dos sesiones del Concilio de Trento como
delegado: una en Trento y otra en Bolonia. De allí le llamó san Ignacio a Roma,
donde le retuvo cinco meses, en los que Canisio dio pruebas de ser un religioso
modelo, dispuesto a ir a cualquier parte y a desempeñar cualquier oficio. Fue
enviado a Mesina a enseñar en la primera escuela de los jesuitas de la que la
historia guarda memoria, pero al poco tiempo volvió a Roma a hacer su profesión
religiosa y a desempeñar un cargo más importante.
Recibió la orden de volver
a Alemania, pues había sido elegido para ir a Ingolstadt con otros dos jesuitas, ya
que el duque Guillermo de Baviera había pedido urgentemente algunos profesores
capaces de contrarrestar las doctrinas heréticas que invadían las escuelas. No
sólo tuvo éxito Canisio en la reforma de la
Universidad, de la que fue nombrado primero rector y luego vicecanciller, sino
que, con sus sermones, consiguió la renovación religiosa, en la que también
colaboró con su catequesis y su campaña contra la venta de libros inmorales. Grande
fue el duelo general cuando el santo partió a Viena, en 1552, a petición dcl rey Fernando, para
emprender una tarea semejante. La situación en Viena era peor que en Ingolstadt. Muchas parroquias
carecían de atención espiritual, y los jesuitas tenían que llenar las lagunas y
enseñar en el colegio recientemente fundado. En los últimos veinte años no hubo
una sola ordenación sacerdotal; los monasterios estaban abandonados; las gentes
se burlaban de los miembros de las órdenes religiosas; el noventa por ciento de
la población había perdido la fe y los pocos católicos que quedaban,
practicaban apenas la religión. San Pedro Canisio empezó por predicar en iglesias casi
vacías, quizás por el desinterés general, o bien porque su alemán del Rin
resultaba muy duro para los oídos de los vieneses. Pero, poco a poco, fue
ganándose el cariño del pueblo por la generosidad con que atendió a los
enfermos y agonizantes durante una epidemia. La energía y espíritu de empresa
del santo eran extraordinarios; se ocupaba de todo y de todos, lo mismo de la
enseñanza en la universidad, que de visitar en las cárceles a los criminales
más abandonados. El rey, el nuncio y el mismo Papa hubiesen querido nombrarle
arzobispo de la sede vacante de Viena, pero san Ignacio sólo permitió que
administrase la diócesis durante un año, sin el título ni los emolumentos de
arzobispo. Por aquella época, san Pedro empezó a preparar su famoso catecismo o
«Resumen de la Doctrina Cristiana», que apareció en 1555. A esa obra siguieron
un «Catecismo Breve» y un «Catecismo Brevísimo», que alcanzaron enorme
popularidad. Dichas obras serían para la Contrarreforma Católica lo que los
catecismos de Lutero habían sido para la Reforma Protestante. Fueron reimpresos
más de doscientas veces y traducidos a quince idiomas (incluyendo el inglés, el
escocés de Braid, el hindú y el japonés) en
vida del autor. El santo no despertó, ni en ésas ni en sus otras obras, la
hostilidad de los protestantes contra las verdades que sostenía, ya que nunca
los atacó violentamente.
En Praga, a donde había ido
a fundar un colegio, se enteró con gran pena de que había sido nombrado
provincial de una nueva provincia, que comprendía el sur de Alemania, Austria y
Bohemia. Inmediatamente escribió a san Ignacio: «Carezco absolutamente del
tacto, la prudencia y la decisión necesarias para gobernar. Soy orgulloso y
apresurado por temperamento, y mi falta de experiencia me hace totalmente
inepto para el oficio de provincial». Pero san Ignacio sabía lo que hacía. En
los dos años que pasó en Praga, Pedro Canisio devolvió la fe a gran parte de la
ciudad, y el colegio que fundó era tan bueno, que aun los protestantes enviaban
a él a sus hijos. En 1557, fue invitado a Worms a tomar parte en la discusión entre
los teólogos católicos y protestantes. Asistió a dicha conferencia, aunque
estaba convencido de que ese tipo de reuniones provocaban disputas que no
hacían más que ensanchar el abismo que separaba a los cristianos. Es imposible,
dado el reducido espacio de que disponemos, seguir al santo en los numerosos
viajes de su provincialato y en sus múltiples actividades. El P. Brodrick calcula que, entre 1555 y
1558, recorrió diez mil kilómetros a pie y a caballo y que, en treinta años,
anduvo cerca de treinta mil kilómetros. Para responder a quienes le criticaban
por trabajar demasiado, el santo solía decir: «Quien tenga demasiado qué hacer
será capaz de hacerlo todo con la ayuda de Dios».
Además de los colegios que
fundó o inauguró, dispuso la fundación de muchos otros. En 1559, a instancias
del rey Fernando, fue a residir a Augsburgo durante seis años. Ahí reavivó una
vez más la llama de la fe, alentando a los fieles, tendiendo la mano a los
caídos y convirtiendo a muchos herejes. Además, convenció a las autoridades
para que abriesen de nuevo las escuelas públicas, que habían sido destruidas
por los protestantes. Al mismo tiempo que hacía todo lo posible por impedir la
divulgación de los libros inmorales y heréticos, divulgaba en cuanto podía los
libros buenos, ya que comprendía, por intuición, la importancia que la prensa
tendría con el tiempo. En aquella época recopiló y editó una selección de las
cartas de san Jerónimo, el «Manual de los Católicos», un martirologio y una
revisión del Breviario de Augsburgo. Durante mucho tiempo se siguió rezando en
Alemania los domingos la oración general compuesta por el santo. Al fin de su
provincialato, San Pedro residió en Dilinga de Baviera, donde los jesuitas
tenían un colegio y dirigían la universidad. Además, allí residía también el
cardenal Otón de Truchsess, que desde hacia largo
tiempo era íntimo amigo del santo. Allí se dedicó sobre todo a la enseñanza, a
oír confesiones y a escribir los primeros libros de una colección que había
comenzado por orden de sus superiores. Dicha obra tenía por fin responder a una
historia del cristianismo, muy anticatólica, que habían publicado recientemente
los escritores protestantes, conocidos con el nombre de «Centuriadores de Magdeburgo». Alguien ha
dicho que se trataba de «la primera y la peor de las historias de la Iglesia
escritas por los protestantes». Canisio continuó su obra mientras
desempeñaba el cargo de capellán de la corte en Innsbruck y sólo la interrumpió
en 1577, a causa de su mala salud. Sin embargo, seguía tan activo como siempre,
pues predicaba, daba misiones, acompañaba al provincial en sus visitas y aun
desempeñó, durante algún tiempo, el puesto de viceprovincial.
En 1580 se hallaba en Dilinga, cuando recibió la orden
de ir a Friburgo de Suiza. Dicha ciudad, que se hallaba situada entre dos
regiones muy protestantes, quería que se fundase desde hacía tiempo un colegio
católico, pero, además de otros obstáculos que se oponían a la empresa se carecía
de fondos suficientes para realizarla. En pocos años, venció san Pedro Canisio esos obstáculos y
consiguió dinero, eligió el sitio y supervisó la erección del espléndido
colegio que es en la actualidad la Universidad de Friburgo, aunque nunca fue
rector ni profesor en él (no debe confundirse el cantón suizo de Friburgo y su
universidad con la ciudad alemana de Friburgo de Brisgovia, cuya universidad es no
menos famosa que la suiza). Además del interés con que seguía los progresos del
colegio, su principal actividad, durante los ocho años que pasó en Friburgo,
fue la predicación; los domingos y días de fiesta predicaba en la catedral y,
entre semana, visitaba los pueblos del cantón. Se puede afirmar sin temor a
equivocarse, que a san Pedro Canisio
se debe el que Friburgo haya conservado la fe en una época tan crítica. La
debilidad obligó al santo a renunciar a la predicación. En 1591, un ataque de
parálisis le puso a las puertas de la muerte, pero se rehizo lo suficiente para seguir
escribiendo, con la ayuda de un secretario, hasta poco antes de su muerte, que
aconteció el 21 de diciembre de 1597.
San Pedro Canisio fue canonizado y declarado
doctor de la Iglesia en 1925. Una de las principales lecciones de su vida es el
espíritu y el estilo de sus controversias religiosas. El mismo san Ignacio
había insistido en la necesidad de dar «ejemplo de caridad y moderación
cristianas en Alemania». San Pedro Canisio advertía que era un error «citar en
una conversación los temas que antipatizan a los protestantes ... , como la
confesión, la satisfacción, el purgatorio, las indulgencias, los votos
monásticos y las peregrinaciones, pues, como algunos enfermos, tienen el
paladar estragado, son incapaces de apreciar esos manjares. Necesitan leche,
como los niños; sólo poco a poco es posible llevarles a aceptar los dogmas
sobre los que no estamos de acuerdo con ellos». San Pedro Canisio se mostraba duro con los
que propagaban la herejía y, como la mayor parte de sus contemporáneos, estaba
dispuesto a emplear la fuerza para impedírselo. Pero su actitud era muy
diferente con quienes habían nacido en el luteranismo o habían sido arrastrados
a él. El santo pasó toda su vida oponiéndose a la herejía y tratando de
restaurar la fe y la vida católicas. Sin embargo decía, hablando de los
alemanes: «Es cierto que muchísimos de ellos abrazan las nuevas sectas y yerran
en la fe, pero su manera de proceder demuestra que lo hacen más por ignorancia
que por malicia. Yerran, lo repito, pero sin intención, sin deseo y sin
obstinación». Según san Pedro Canisio,
no había que enfrentarse ni siquiera a los más conscientes y peligrosos de los
herejes «con aspereza y descortesía, pues ello no sólo es el reverso del
espíritu de Cristo, sino que equivale a quebrar la rama desquebrajada y a
apagar la mecha que humea todavía».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Señor, Dios nuestro, que fortaleciste a san Pedro Canisio con la virtud y la ciencia para salvaguardar la unidad de la fe, concede a la comunidad de creyentes perseverar en la confesión de tu nombre, y a todos los que buscan la verdad, el gozo de encontrarte. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
OOOOOOOOOOOOOOOOOO
Santo(s)
del día
San
Pedro Canisio
San Miqueas AT
San Honorato Navarra
San Zacarías Malaquías
San Temístocles de Licia
Beato Domingo Spadafora
Santos Andrés Dung Lac
Beato Pedro Friedhofen
San Miqueas AT
San Honorato Navarra
San Zacarías Malaquías
San Temístocles de Licia
Beato Domingo Spadafora
Santos Andrés Dung Lac
Beato Pedro Friedhofen
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